Pronto, el 14 de septiembre del 2000, usted cumplirá 80 años que suman muchos libros. ¿Cómo se siente con respecto a su abundante producción?
Evidentemente, más viejo, más cansado. He tenido una enorme actividad, con muchos problemas, y eso se va sintiendo con los años.
En el prólogo a sus Cuentos Completos, el escritor mexicano José Emilio Pacheco dice que usted «ha escrito lo que muchos sentíamos que necesitaba ser escrito» y que su obra es «Como una gran crónica interior de todo lo que ha pasado en Hispanoamérica durante estos últimos 50 años».¿Puede darme, por favor, su propio balance?
Eso lo realizan los críticos más que uno mismo. Pacheco hace un balance en el texto que escribió en el 95, cuando yo cumplía medio siglo de escritor y en un volumen salieron los cuentos que había escrito hasta entonces. Otros harán un balance distinto.
Usted pertenece a la llamada generación crítica de escritores uruguayos, muchos de los cuales publicaban en el semanario Marcha y también en la revista Número, donde Emir Rodríguez Monegal dio a conocer varios artículos sobre esta generación.
Sí, empecé en 1945.
¿Usted ha escrito alrededor de 50 libros?
Ya son 80, una cifra casi igual a mis años.
Algunos críticos han dicho que en Poemas de la oficina se encuentra la clave personal de toda su literatura. ¿Está de acuerdo?
No creo que sea así especialmente. Es, en todo caso, la clave de los temas de burocracia sobre los que me ocupé en los primeros libros, pero después fui por otros lados y por otros temas. Lo que pasa es que ese libro, aunque no es el primero que publiqué, es el primero que tuvo un público, salieron varias ediciones; y por eso, tal vez, llamé un poco la atención. Pero antes de Poemas de la oficina yo había escrito otros que no interesaron a nadie, aunque luego se reeditaron.
En su libro Crítica cómplice, que reúne artículos sobre diversos autores europeos y americanos, usted pone cuatro acápites, uno de Cortázar, otro de José Martí, otro de José Enrique Rodó y otro de James Gibson Huneker; este último dice: «El crítico es un hombre que espera milagros».¿Coincide con Gibson?
Sí, aunque no sé si los críticos hacen bien en esperar milagros, porque los poetas, los cuentistas, los narradores no escribimos milagros, sobre todo los que estamos muy influidos por la realidad, más bien nos basamos en el mundo que nos rodea y ahí no hay milagros.
Precisamente, en Poemas del hoyporhoy surge el peso de lo real y la necesidad de captar el presente. ¿Ésta ha sido la urgencia primordial en usted?
No sé si la urgencia, pero lo cierto es que la realidad siempre ha tenido mucha influencia sobre mí personalmente y sobre lo que escribo también. Además, un tema que yo trato con mucha frecuencia es el de las relaciones humanas y, bueno, esas relaciones están ahí, en la realidad, es ahí donde uno las observa para bien o para mal.
En la edición de Viento del exilio, que publicó Visor en España, hay un poema, «Tranvía de 1929», dedicado a la actriz China Zorrilla, donde usted menciona al poeta nacional Juan Zorrilla de San Martín.
Ése es uno de mis pocos poemas autobiográficos. De chico iba por la mañana muy temprano, como a las seis y cuarto, a un colegio alemán; Zorrilla, un hombre muy religioso, se dirigía a la dirección de un diario católico. Éramos los dos únicos habitantes del tranvía cada mañana. Yo lo observaba, porque estaba muy impresionado por su barba canosa, pero él no me daba ninguna importancia, ni me miraba. Era un viejo bajito, siempre de traje oscuro, que leía su diario. Después, con los años, me hice muy amigo de China y por eso le dediqué ese poema, porque Zorrilla de San Martín era su abuelo.
Zorrilla de San Martín, en su momento, fue un escritor muy reconocido, escribió aquel extenso poema titulado Tabaré, sobre un héroe romántico, y de quien hoy prácticamente nadie habla.
Sí, habla poca gente hoy en día de la obra de Zorrilla. Yo creo que fue un poeta importante y, además, no sólo fue poeta, sino historiador; él tiene una extensa biografía de Artigas de varios tomos, o sea que también tiene importancia por ese lado, pero pasa muchas veces que buenos escritores, de valor, van pasando al olvido. No digo que Zorrilla haya pasado totalmente al olvido, porque en Montevideo hay calles, plazas, hay muchas cosas que lo homenajean y Tabaré se estudia en las escuelas. Tabaré ha tenido bastante difusión.
¿Quiénes fueron los primeros escritores, las primeras obras que usted leyó?
Empecé a leer de muy niño, cuando entré al colegio ya sabía leer y escribir, aprendí casi solo. Los primeros libros que leí fueron de Julio Veme, de Emilio Salgari. Dos años de vacaciones de Julio Verne, que leí a los siete, ocho años, me impresionó mucho, fue una de mis grandes lecturas de la infancia.
En otro poema suyo, «Ni colorín ni colorado», usted pone una cita del argentino Raúl González Tuñón, conocido especialmente por su Juancito Caminador, una especie de identidad biográfica-poética de este autor, que escribió: «Traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente, lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad». ¿Se siente afín a la corriente de González Tuñón?
¿A la corriente?, no estoy demasiado enterado sobre los avatares de esa corriente, pero sí me gusta mucho la poesía de González Tuñón, tal vez por eso la cito.
¿Se considera usted un autor adscripto a la tradición cuentística de los grandes narradores uruguayos como Horacio Quiroga, Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti?
Me siento cuentista, eso de grande no, porque los que mencionó sí que son grandes. Digamos que yo también escribo cuentos.
¿A qué se debe la importancia que tuvo este género en el Río de la Plata y la proliferación de autores que lo frecuentaron?
Lo que pasa es que el cuento tuvo una motivación muy particular. En un país chico como el Uruguay, y muy ninguneado por la crítica, era casi imposible publicar una novela, porque no había editoriales, entonces la gente que escribía, escribía cuentos, porque sí había posibilidades de publicarlos. Los diarios, a veces, tenían suplementos culturales, páginas literarias y ahí se podían publicar narraciones breves. Era un problema de posibilidades. Cuando, más tarde, la situación mejoró y aparecieron editoriales, también aparecieron novelistas.
Volviendo al tema de los grandes narradores uruguayos, ¿conoció usted a Felisberto Hernández?
Sí, lo conocí y a mí me gustaban mucho sus cuentos a diferencia de otros compañeros de generación y de la revista Número que, más bien, escribían en contra de Felisberto. Además de gustarme lo que hacía, escribí artículos elogiosos sobre él.
¿Por qué escribían en contra?
Porque no les gustaba sobre todo a Emir Rodríguez Monegal que fue, probablemente, el crítico más importante de nuestro grupo; él escribió mucho en contra de Felisberto.
¿Qué era lo que no les gustaba, su manera de presentar un relato o tenía que ver con su personalidad?
Ya no me acuerdo, pero creo que Emir le reprochaba cierta hipocresía en la creación de sus relatos. Yo creo que estaba equivocado. Discutí muchísimo con Emir sobre Felisberto, era uno de nuestros puntos de disensión.
¿Quizá porque se trataba de un «francotirador» como lo denominó Ítalo Calvino o porque sus cuentos eran de corte fantástico?
Había otros que escribían literatura fantástica y, sin embargo, no provocaban ese rechazo. No sé, generalmente, es una cuestión personal. No les simpatizaba.
Y con Onetti, que compartieron el mismo territorio del exilio, ¿cómo ha sido su relación?
Con Onetti tuve una muy buena amistad, lo veía a menudo. En Madrid, vivíamos bastante cerca uno del otro, pero él no salía jamás. Me decía, «vení vos aquí» y yo iba a verlo. Tuve mejor relación en el exilio que cuando los dos estábamos en el Uruguay. No es que allá fuera mala, sino que nos veíamos mucho menos.
En Crítica cómplice usted habla no sólo de los uruguayos Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti, sino también de Eduardo Galeano, Idea Vilariño y Cristina Peri Rossi. ¿Sigue gozando de buena salud la literatura de su país?
Creo que sí, aunque hay algunos que están más saludables que otros, cosa que siempre ha pasado. De los anteriores, de los de mi generación, van quedando pocos. Rodríguez Monegal murió.
También Ángel Rama, que fue un crítico destacado, falleció en el exilio, en un accidente aéreo.
Cierto … y Carlos Martínez Moreno, que era un excelente narrador, fue otro que murió en el exilio. O sea que vamos quedando pocos de esa generación, pero después vino la siguiente, con la que tuvimos bastante afinidad, que es la generación de Galeano, de Cristina Peri Rossi, de Silvia Lago, de Mario Delgado Aparaín, que acaba de publicar una novela titulada Alivio de luto, aunque Mario es más joven que estos otros.
¿No se han detectado conflictos generacionales?
En general, no ha habido una guerra entre la generación del 45 y los que acabo de mencionarle, más bien otros, más jóvenes, sí han escrito contra la generación del 45. Pero eso pasa, nosotros también escribimos contra la generación del Centenario. Esas son las distancias que se van creando de generación en generación. Luego, el tiempo las va atenuando o modificando. Quiroga también tuvo sus enemigos y hoy está considerado el gran clásico de la narrativa uruguaya.
En Buzón de tiempo, su último libro de relatos, me llamó la atención un cuento, «El diecinueve», donde a un tal capitán Farías se le presenta un fantasma del pasado. La historia apela a una realidad reciente, al genocidio que llevaron a cabo las dictaduras en el Cono Sur. ¿Se refiere a la dictadura argentina o a la uruguaya?
Puede ser la dictadura uruguaya corno la argentina, da lo mismo, pero tal vez esté más cerca de la argentina, porque en el cuento se habla de que tiraban al mar a los presos y eso pasó más en la Argentina.
En otro relato, «Más o menos hipócritas», aparece un escritor, Sergio Govoni, que ha dejado de escribir. Esto nunca le pasó a usted, ¿verdad?
A mí, evidentemente, no me ha ocurrido una cosa así, pero le ha ocurrido a muchos escritores. Por ejemplo, al poeta argentino Enrique Banchs, al mexicano Juan Rulfo, excelentes creadores que un día dejaron de escribir. Ese hecho que yo narro es perfectamente verosímil. En realidad, ese relato fue el primer capítulo de una novela colectiva que escribirnos entre once autores uruguayos, La muerte hace buena letra, que salió publicada en Montevideo en 1993. Como el capítulo tiene un valor independiente, después de hablarlo con los otros escritores y con el editor y conseguir su autorización, lo agregué en Buzón de tiempo. Cada uno de los autores participantes en la creación de la novela hacía dos capítulos. pero el otro capítulo mío ya era imposible de publicar independientemente, porque estaba muy relacionado con lo que habían aportado los otros narradores.
Escribir una obra colectiva ha sido el sueño de muchas generaciones de escritores en distintos países, proyecto que, más de las veces, resultó un fracaso.
No, hay una muy buena novela colectiva que escribió un conjunto de escritores ingleses y se llamó El almirante flotante, que fue publicada también en español.
En Crítica cómplice, uno de sus artículos se titula «Vallejo y Neruda: dos modos de influir», en general, ¿qué es que lo han influido a usted?
Creo que en general. Los dos influyen, además son dos poetas muy importantes, pero influyen de distinta manera. Neruda, más bien, da nacimiento a epígonos, mientras que Vallejo produce discípulos. Neruda es un poeta de un empuje verbal tan tremendo que es muy difícil tener influencia de él. En cambio, Vallejo es un poeta muy creativo y que estimula mucho a seguir ciertos caminos, pero no como epígono, como imitador. Vallejo, simplemente, abre caminos. Creo que son dos mundos que hay en América Latina de la poesía. Yo, modestamente, me inscribo en el de Vallejo sin perjuicio de reconocer que Neruda es un gran poeta; a Neruda lo conocí personalmente, a Vallejo no.
¿Qué otros ángeles tutelares tiene?
Uno es César Vallejo, desde luego, y el otro es Antonio Machado. Creo que ahí estamos bien.
¿Sólo dos?
Tengo más, por supuesto, pero no es cuestión de hacer una lista. También Chejov fue un escritor importante para mí.
Sus libros han sido traducidos a más de veinte idiomas, han viajado mucho. ¿Qué representa para usted el viaje?
Actualmente, un gran cansancio. Cuando era joven siempre estaba loco por viajar, pero ahora, a mis casi 80 años, un viaje es una complicación, un agobio: las aduanas, las llegadas, el equipaje. A mí me cansa mucho. Estoy tratando, en lo posible, de viajar menos.
Desde hace un tiempo usted vive seis meses en España y seis meses en el Uruguay, ¿verdad?
Sí, es lo que hago, eso todavía lo aguanto bien. Lo que pasa es que en España tengo mucha actividad, muchos amigos. En España estoy casi como en mi casa. Siempre me convocan de editoriales, de universidades. He trabajado más con universidades españolas que con la universidad uruguaya. En la universidad uruguaya había ganado por concurso el cargo de director del departamento de literatura hispanoamericana, pero estuve muy poquito, un año y pico, porque vino el golpe; los militares entraron en la universidad y me tuve que ir corriendo. En cambio, con algunas universidades españolas, sobre todo con la de Alicante, con la de Valladolid, con la Complutense, he trabajado mucho. A mí me gusta trabajar en la universidad. Dar clases, no, pero sí dirigir seminarios.En la Complutense de Madrid, durante tres años consecutivos, dirigí unos cursos de poesía latinoamericana que me daban bastante trabajo. Además, traíamos a los poetas. Generalmente, los seminarios se hacían en El Escorial y, algún año, en Almería. Cada poeta llevaba tres días. El primer día yo hacía una presentación, leía un ensayo sobre el poeta; en el segundo, el poeta leía sus poemas, y en el tercero, los asistentes entablaban un diálogo con los poetas. Fue algo muy interesante, pero al final me cansé y lo dejé. Cada año venían como diez poetas y yo tenía que estudiar bien a esos poetas para hablar de ellos.
Usted ha escrito poesía, narrativa y ensayo. ¿Cuál de estos géneros prefiere?
Para mí el género prioritario es la poesía. Escribo en otros, pero siempre voy intercalando poesía. Escribo, por ejemplo, una novela y un libro de poemas; un libro de cuentos y otro de poesía. Es decir, que el género más constante en mi producción es la poesía. Ahora acabo de publicar Buzón de tiempo, que es de relatos, pero enseguida salió Rincón de haikus, que es de poemas.
Es llamativo que siendo tan difícil publicar poesía y también cuentos (parece que las editoriales y los lectores prefieren la novela), sus libros, en estos dos géneros aparentemente minoritarios, hayan alcanzado tantas ediciones.
El éxito siempre resulta un misterio y no es ninguna garantía de gran calidad. Hay autores de enorme éxito que no son buenos escritores y otros que son magníficos y de los que nadie se ocupa. En mi caso, no estoy bien seguro. Yo creo que en estos últimos diez o quince años los que han sostenido la difusión de mis libros han sido los jóvenes. Por ejemplo, doy un recital de poemas y los dos tercios del público son jóvenes. Para mí es muy estimulante. Que un viejo de casi 80 años mantenga ese vínculo con los jóvenes me deja muy contento.
Cortázar dijo una vez que él había escrito Rayuela pensando en la gente de su generación, pero fueron los jóvenes los que más se entusiasmaron con esta novela. Algo así debe de ser sorprendente para un escritor.
Tengo una novela en verso, que es un bicho raro dentro de la literatura, El cumpleaños de Juan Ángel. Bueno, yo pensé que era un libro que no iba a tener lectores, ni jóvenes ni viejos, y, sin embargo, creo que anda por las 35 o 40 ediciones. Esto sí que fue para mí una sorpresa. A veces, uno se dice este libro va a caer bien, pero puede no pasar de la primera o segunda edición. El éxito es un enigma.
¿Qué tiene su escritura que entusiasma tanto a los jóvenes?
Tal vez sea que, por lo general, mi lenguaje es bastante sencillo. Aunque la claridad es un elemento difícil de lograr. A mí, como lector, nunca me gustaron los poetas muy misteriosos o muy complicados. Preferí siempre a poetas como Machado o como Martí porque uno, de entrada, tiene acceso a lo que quieren decir. El único poeta difícil que verdaderamente me conquistó fue Vallejo. Vallejo sí es un poeta difícil, pero tenía tal autenticidad que me conquistó.
¿Para usted es más importante el contenido que el continente?
Creo que una cosa es tan importante como la otra. Si uno transmite un mensaje ideológico, político o hasta social formidable, pero la forma es torpe, ese mensaje se va al diablo. Por eso, el contenido y la forma deben ir parejos. Hay que poner mucha atención en la forma y no olvidar nunca que, aunque uno trate temas políticos, por ejemplo, la prioridad es para la literatura. Primero tiene que ser una obra literaria respetable; después, lo otro, es secundario.
Desexilio es una palabra que usted inventó. ¿Qué implicaciones tiene ahora escribir y vivir en las democracias recuperadas del Cono Sur?
Por supuesto, es algo muy bueno que, en estos momentos, no haya presos políticos y tortura. Pero los pueblos se van educando de a poco.
¿Se puede escribir en un mundo que ha decretado la muerte de casi todas las utopías?
Se puede seguir escribiendo utopías, por qué no. Para mí es una cosa muy importante la utopía.
¿Cuál sería ahora su mayor utopía?
¿La mayor? Mire, Estados Unidos es la gran potencia dominante. Nosotros, en Latinoamérica nos hemos dado cuenta hace muchos años de la presión que ejerce Estados Unidos, pero en Europa recién ahora están empezando a darse cuenta. A partir de la Guerra de Kosovo, Europa comienza a percatarse de que Estados Unidos es quien manda, el que manda y a quien no le importa lo que digan los demás. Las cosas caen por su peso y no hay un contrincante como antes fue la Unión Soviética. A Estados Unidos lo va a derrotar su propio pueblo, sus propias carencias. Fíjese, todos tienen armas, los muchachos entran en los colegios y matan a estudiantes y profesores. Ayer mismo un chico de un colegio se vistió con ropas militares, entró y le pegó un tiro en la cabeza a una compañera y casi mata al director, que tuvo mucha presencia de ánimo para sacarle el revólver al muchacho. Además, es un país que está lleno de sectas, desde el viejo Ku Klux Clan hasta nuevas sectas que, a veces, tienen un fondo religioso, pero otras son simplemente nazis. Entonces, el problema que tiene Estados Unidos es interno. Por eso, tengo la esperanza de que Estados Unidos sea derrotado por los Estados Unidos.
Las nuevas tecnologías han suscitado temores en el ámbito de las letras y las artes. ¿Cómo ve usted el futuro de la literatura?
A cada cambio, siempre auguran la muerte de lo anterior. Cuando apareció el cine, dijeron que era la muerte del teatro; cuando apareció la televisión dijeron que era la muerte del cine. Y, sin embargo, son muertos que gozan de buena salud. Todo esto de Internet, que tiene una cosa de juego y también de penetración cultural, no creo que sea una amenaza; tarde o temprano los pueblos se aburren de estas cosas. La gente está volviendo a los libros; así como volvió a la literatura después del cine, va a volver a la literatura y al cine, sin perjuicio de que Internet continúe sirviendo para tareas y cuestiones laborales. Yo escribo en computadora y me resulta muy útil, me ahorra mucho tiempo. Pero esto no quiere decir que me arrastre fuera del campo literario para nada.
¿Corrige mucho?
Corrijo muchísimo, por eso la computadora ha resultado un ahorro de tiempo para mí. Yo, además, escribía a mano, y luego (tenía una Olivetti) lo pasaba a máquina, lo volvía a corregir, lo pasaba otra vez. Un cuento, normalmente, lo escribía una vez a mano y ocho a máquina. Y ahora no, corrijo en la computadora, en todo caso imprimo, porque sobre papel se ven más claras las cosas, y no tengo que estar reescribiendo y pasando una y otra vez a máquina. Es decir, sigo corrigiendo mucho, pero en la computadora.
Usted ha frecuentado lo que se llama arte mayor y arte menor, porque también ha escrito coplas y canciones. ¿Sigue haciéndolo?
No creo que uno sea arte mayor y el otro arte menor, son artes distintas. Un poema no es lo mismo que una letra de canción. Yo que hago las dos cosas, eso lo tengo muy claro. A mí me gusta mucho escribir letras de canciones. Además, me llevo bien con los cantantes con los cuales trabajo. Han editado en México un disco de Tania Libertad, una cantante peruana que vive en México, que es excelente. Tania acaba de sacar este disco que se llama La vida, ese paréntesis, que es el título de mi penúltimo libro de poemas. El disco ya ha tenido varias ediciones, son poemas de ese libro mío al que ella le ha puesto música.
Usted ha recibido recientemente el Premio Reina Sofía de Poesía.¿Cuál sería el galardón que le gustaría obtener en elfuturo?
Por lo general, nunca me presento a los concursos. Este Premio Reina Sofía me dejó contento, sobre todo porque es por mi poesía. Nunca me han dado un premio en España; bueno, ya que me han dado uno me alegra que sea por mi poesía que es, como le decía antes, mi género prioritario.
El Premio Nobel siempre ha sido muy codiciado por los escritores.¿Usted nunca ha evaluado esta posibilidad?
No, para qué pensar en cosas imposibles. Mire, yo con el Premio Reina Sofía ya estoy conforme.
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