
El 22 de abril de 1616 murió en Madrid quien se considera el exponente más alto de nuestra lengua: Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, primera novela española en lengua moderna y universal. Sin embargo, como la fecha de su entierro fue el 23 de abril, ese se considera, atendiendo a las costumbres de la época, como el día de su muerte. Fue el escogido en 2010 por la Organización Nacional de las Naciones Unidas para decretar el Día del Idioma Español, en aras de crear conciencia tanto de la historia como de la cultura hispánica y valorar el desarrollo y el uso del Español como idioma oficial del organismo. Por esas coincidencias que la historia rara vez repite, en igual año y día, moría en Gran Bretaña el dramaturgo, poeta y actor William Shakespeare, considerado el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más renombrados de la literatura mundial.
En tanto cálidos herederos de la que nos pertenece, a lo largo de los siglos se ha ido enriqueciendo para dar lugar, como sucede en otros países hispanohablantes, a la variante cubana del Español, en constante cambio, evolución y enriquecimiento, y a la cual se incorporaron voces de los habitantes que había en la Isla a la llegada de los ocupantes ibéricos, sin olvidar que la casi totalidad de su cultura y hasta su propia existencia fue aniquilada por esa fuerza extranjera.

Muchos han sido los escritores cubanos que han prestigiado el Español, desde José María Heredia hasta Alejo Carpentier, pero José Martí fue y es, en su época y en la nuestra, modelo de escritura y de verbo, quien encarna entre nosotros la muestra más perfecta del manejo de su lengua materna en diferentes estratos. Dejó en Versos sencillos (1891) lo más original de su poética, escritos en el octosílabo de la copla criolla, ritmática y musical, como fiel acercamiento a lo popular:
Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes.
En los montes, montes soy.
Sobre estas composiciones nos ha dicho Gabriela Mistral en su ensayo «Sobre los Versos sencillos de José Martí» que «a causa de su manera populista, son los versos de Martí que más se apegan al oído, los que se hincan en todas las memorias, los que nos caen solos a las manos cuando buscamos algo suyo. Parecen versos de tonada chilena, de habanera cubana, de canción de México, y se nos vienen a la boca espontáneamente».
Pero cuando es otro el tema que se le impone, en sus discursos por ejemplo, su lenguaje se torna viril y estremecedor, y se siente empático con los clásicos españoles, franceses e ingleses, parentesco que fue muy fuerte en su momento. Así, en su discurso en homenaje a nuestro primer poeta, José María Heredia, pronunciado en 1889, define lo «herédico» como una categoría y expone mediante un lenguaje atronador, que tal calificativo innovador es:
(…) esa tonante condición de su espíritu que da como beldad imperial a cuanto en momentos felices toca con su mano, y difunde por sus magníficas estrofas un poder y esplendor semejantes a los de las obras más bellas de la Naturaleza. Esa alma que se consume, ese movimiento a la vez arrebatado y armonioso, ese lenguaje que centellea como la bóveda celeste, ese período que se desata como una capa de batalla y se pliega como un manto real, eso es lo herédico.
Cuando Martí alza la voz en sus discursos, su palabra se torna imperativa, su cadena de imágenes y metáforas, su fogosidad y exaltación arden en su prosa sanguínea y excitable, diametralmente opuesta a la poesía «sencilla» de sus versos, mientras que en Versos libres, que son, en sus palabras, «Tajos son estos de mis propias entrañas —mis guerreros—. Ninguno me ha salido recalentado, artificioso, recompuesto de la mente, sino como las lágrimas salen de los ojos y la sangre sale a borbotones de la herida», su voz declara el carácter de estos poemas inusitados, extraños para algunos, tan diferentes a aquellos primeros:
Grato es morir, horrible vivir muerto.
¡Mas no! ¡mas no! La dicha es una prenda
De compasión de la fortuna al triste
Que no sabe domarla. A sus mejores
Hijos desgracias da Naturaleza:
Fecunda el hierro al llano, ¡el golpe al hierro!
Ese moldeo martiano del lenguaje, según sus diferentes intenciones, está presente también en sus cartas, como cuando le dice a Federico Henríquez y Carvajal en 1895: «De Santo Domingo ¿por qué le he de hablar? ¿Es eso cosa distinta de Cuba? ¿Ud. No es cubano, y hay quien lo sea mejor que Ud.? ¿Y Gómez, no es cubano? ¿Y yo, qué soy, y quién me fija suelo?». De modo que el acomodo de su expresión a sus diferentes intenciones comunicativas constituye una de las grandes ofrendas de nuestro Héroe Nacional al manejo del idioma español, una verdadera hazaña lingüística. Con razón nos dice la Mistral:
[Martí] se mueve en un turno de grandeza y de cotidianidad, mejor que eso un grandilocuente de las ideas bajado a cada rato por la llaneza de los hábitos. El tipo es complejo, cuesta aceptarlo. Pensemos aunque la comparación nos parezca a primera vista absurda, en un Víctor Hugo corregido de su exageración y de su garganta trompetera por un trato diario y enseñador de la Santa Teresa doméstica, y voluntariamente.
El sistema de escritura martiano puede considerarse un monumento al idioma Español en sus más variadas intenciones. Por eso se exige recordar, en este Día del Idioma, sus diferentes y atemperadas formas de decir como muestras de que nuestra lengua es rica, poderosa y adaptable, según las circunstancias, pero cuidarla es un propósito que nos incumbe a todos.
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