«EL jazz» es uno de los más raros y singulares poemas sobre la música que mujer cubana haya escrito jamás. Cleva Solís (1918-1997) osciló mucho entre dos orbes poéticos no antagónicos: el del Samuel Feijóo de Ser fiel y el de José Lezama Lima de Enemigo rumor. Su cercanía a Cintio Vitier y a Fina García Marruz estaba más allá de ser colegas laborales por un tiempo en la Biblioteca Nacional José Martí, bajo una amistad consolidada en la que ella era el puente unitario entre Feijóo y los tres origenistas antes mencionados. Los flujos poéticos que llegaban a Cleva eran muy intensos, y aun así se puede advertir en su poesía una originalidad y una propiedad de estilo muy singulares. Cuando Cleva «habla» de los pueblos, los parques, las plazas públicas, los recodos de la ciudad, claro que está cerca de Fina, y cercana a Eliseo Diego, su vecino (vivían a escasos cien metros de distancia en la calle E de El Vedado). Cuando su poesía tomaba rumbos pictóricos (era una pintora de mucho interés, de intensión humilde), había un Feijóo detrás de ella, de quien tomó, de algunos de sus versos, títulos para libros. Pero lo sorprendente en Cleva es la asunción de un tono conversacional que por mucho tiempo la «clasificó» como integrante de la Generación de los Años Cincuenta, pues Cleva misma dio como fecha de nacimiento, hasta su muerte, el año 1926. Hay dos poemas suyos que desbordan el influjo del grupo de poetas de la legendaria revista Orígenes y de Feijóo: «George Gershwin» y «El jazz».
Estos dos poemas la singularizan. Están bien lejos del mundo del son de Nicolás Guillén. Ambos alcanzan a ser una suerte de himnos o loas al jazz, donde ella logra imitar con la palabra sus sonidos, su libertad creativa. La música se vuelve jazz en Cleva de una manera peculiar. Y el poema cobra una libertad expresiva que solo esa cercanía musical le ofrece y que ella emplea sin ponerse límites, ni de extensión ni de métrica ni de divisiones estróficas, es un poema que pareciera crecer en una improvisación jazzística, si no estuviera tan bien construido: nada naïf en su palabra como sí lo podría haber en su pintura. «El jazz» es un poema soberbiamente escrito, con una calidad expresiva elevada, que incluye tono conversacional, rejuegos metafóricos y una tropología compleja, recursos propios de la música a través de la palabra, juegos de palabras, relato, una suerte de noche de club de la que se deja testimonio. Pareciera que estamos lejos de «lo cubano», en esta suerte de panteón rítmico del sur norteamericano, en el que los jazzistas y las cantantes configuran dioses y diosas, como si el poema fuese una suerte de guion de filme, o de exaltación de una música que había ido influyendo también en la cubana.
Dedicado a Bella y Fina, las hermanas García Marruz, comienza de una manera muy coloquial: «Deedée fumaba / mirando cómo caía la lluvia en la calle». El poema se inicia con un personaje y se ha de llenar de ellos: Aaron, Dixie, Flora, Jess, Say, Paulette, Alicia, Chaplin, Guy, Charles, Ana Christie, Nils Asther, Pola Negri, Milhaud, Shimmy, Valentino, Fausto, Bessie, Jasbo, Buddy Marsala, Louise, Marcia, Ana, Alberta, Chevalier, Gigi, Delius, Satie, Rappolo… y termina el poema, que comenzó con nombre de mujer, con otro nombre, esta vez de varón: Charles Armiess.
Todo un censo como quien dice que los vio en el mercado y los saludó de paso. Solo tiene similar, en semejante relación de nombres y sobrenombres criollos en «Faz», de Feijóo. Resulta toda una «ambientación» fuera de escenario, y también sobre él, que sitúa a los personajes en torno del jazz como persona común y corriente que la poeta menciona como a gente muy conocida. Fechado en abril de 1966, a mi juicio es el más importante poema coloquialista sobre la música no cubana, y todavía tendríamos que discutir su primacía entre los poemas cubanos que se ocupan del orbe musical-popular. La lista de nombres ofrece, además, una época, la de la década de 1950 y la evolución de la música hacia el rock, cada vez más agresivo, pero que nunca derrotó al mundo propio que ya tenía ganado el jazz.
El poema de Cleva deja ver no solo música y gente pasando por ella, bailes como el Charleston, o el sofisticado ambiente de la élite musical del sur norteamericano. En él hay suceso: un poco de vida íntima de una farándula de artistas que tienen sus momentos de debilidad, como el llanto de un Aaron deprimido, que no sabe: «Si sigo así no voy a poder tocar mañana / en el Apollo». Dixie ocupa su parte del poema hablando ella desde su propio yo, o sea, desde la primera persona del singular, para narrar un rápido instante de su vida. En medio de los «acontecimientos» se presentan momentos altamente líricos. Música y amor van rodando en el poema, hasta que «la alegría era un /río inmenso» y se ve un exterior de caballos y coches, bailarinas corriendo, y un poco de surrealismo: «tranvías con cabras que saludaban». Ese ambiente denso que para ser descrito habría que vivirlo, ¿cómo pudo revivirlo Cleva? Se escucha un foxtrot, con el Jimmy y Valentino de fondo, acercándose, poniéndose en un primer plano casi de documental fílmico. Momentos simpáticos: «El hombre gris / tenía una risita socarrona: / ji ji ji ji ji ji ji ji ji ji ji ji», y esa risita se cierra: «poniendo en el piano avispas encendidas». Otra es la risa de Buddy Marsala, más grave «jo jo jo jo jo jo jo jo jo», los sonidos contrastan, Cleva siente y trasmite la música y hay algún momento en que el canto debe ir en su idioma original: «You’ll never miss de water till de will runs dry…», que se integra muy bien al conjunto por su inevitable musicalidad.
Otra Flora distinta a la de Virgilio Piñera se asoma a la poesía cubana: «Flora delante del espejo destartalado, / en el camerino de azules lechosos, / observa su lento irse…», más adelante: «Louise avanza y cruza la calle / con traje malva y gran sombrero de altos vuelos, / al tiempo que abre su sombrilla de seda blanca». Puro movimiento en todo el poema, trepidación, gente en tumulto y en sus soledades, intimidad compartida. Luego Louise «se retira de frente / quitándose el sombrero, / y se va yendo». Como si no se acabara de ir: «Luces, luces, luces. / Saluda. / Adiós». No falta el suceso trágico: Bessie recuerda su buen rato pasado con Charles, hacía tan poco: «… él se recostó sobre una mesa y me miraba / pensativo, fumando. / Supe luego que se arrojó debajo de un camión». El jazz tiene trasfondo de dolor, de gente viva que sufre y canta, toca sus instrumentos, mientras «ahora entraba el público y había que tocar». El dolor humano se engolfa, ayuda al jazz, es vida cantada, ida en sonoridades de voces especiales, y vida dentro del poema de Cleva Solís.
«El jazz» es una joya preciosa de fina montura, el poema es un entramado, un reto, un retrato móvil, un documental, una crónica, está detrás de la bohemia jazzística, mira desde bambalinas, pero siempre escucha.
El jazz
Para Bella y Fina
Deedée fumaba, mirando como caía la lluvia en la calle.
Aaron la había atormentado
Toda la noche con aquel hombre:
Sí, cuando cantaste aquello de la Mosca de Oro.
Con el traje azul y la luz rosa sobre el pelo, tú le sonreías de qué
modo. No me digas que no era así. Y atravesaron la calle de las
magnolias ambos bajo un paragua mojándose. De pronto él sollozó
y parecía un niño deprimido y sonámbulo.
Y volvió:
—¿Qué dices de todo esto? Si sigo así no voy a poder tocar mañana
en el Apollo.
—Dulce y sereno estar es éste —dijo Dixie— al tiempo que bebía mi
coñac sola en una mesa.
—Entre él y yo, solo las tinieblas horrorosas de antes. Si todo sale
bien iré a casa de mi madre. Flora mi hija ya tendrá doce años. Pero
Jess ahora se entregaba a un torrente, a una turbia marejada
antifonal produciendo un grito clamoroso, mientras las baterías
arreciaban, y era el compás bendito, torposo, anhelante.
— ¿Será posible? otra vez se acerca, la luna rojiza y las piscualas en
olor. Regresa el de hace años, cuando yo llegué aquí y no conocía
todavía los cafés de noche. Otra vez. Sí. Ha descendido en su
espuma, en sus tardes del Ciros. El pantalón de rayitas y el suéter
marrón. Esta carta que iba a enviar, la romperé. No tengo fuerzas ya.
La pluma azul del acorde aquel, el remate del malecón haciendo
caracolas. Su mirada es un delirio atravesando toda mi soledad, todo
el frío de la noche.
El otro es mejor.
Desde hace años me viene rondando. Ha viajado medio mundo, es
simple y enigmático. Voy a ensayar con él esta tarde. Pero no me
parece bien que le haga eso a Say. Y Paulette y Alicia se
despidieron. Chaplin llegó a la hora señalada. Los músicos sepias y
delgadísimos como arpas
dibujaban lirios y estelas balbucientes. Los amantes flotaban. La
corriente era la fuente de los ósculos y las ternuras infinitas. Los
acordes se iban acurrucando en la oscuridad del amor. Las cartas del
corazón se perdían en una fiesta de silencios conmovidos. Pero
cuando Guy vino por las tomas, cuando los metros de celuloide iban
a deslizarse,
Charles venía en una bicicleta amarilla haciendo cabriolas, y
tropezaba de pronto con un farol. Después ambos rompían a bailar
el Charleston.
Entonces la alegría era un río inmenso,
que tramontaba el espectáculo de coches radiantes con sombrillas de
colores, caballos empenachados con bailarinas que corrían como
flechas veloces, amantes de rostros inolvidables que volaban con
gala de besos en el pelo, tranvías con cabras que saludaban. De
modo que el arte se ceñía su música más conmovedora, más
profunda. El Hurón verde dejaba escuchar un foxtrot quejumbroso.
¿No es ésta Ana Christie, con su sombrero atascado y su mirada
desolada?
Nils Asther se arrodilla y besa sus manos pálidas. Pola Negri
cruza el umbral de pronto, y afecta un aire de desdén para Milhaud.
Este la señala.
Deja su capa y la invita.
¿Es acaso un caballero misterioso?
¿Quién dijo tal cosa?
No. Es el mosquetero italiano
el que debe llegar.
¡El Shimmy!
¡El Shimmy!
Y Valentino se acerca.
Entonces se enciende una llamarada violenta. La sonoridad tersa de
la orquesta modula Body and Soul.
El hombre gris tenía una risita socarrona:
ji ji ji ji ji ji ji ji ji ji ji ji poniendo en el piano avispas encendidas.
Fausto llegó endemoniado, le habían recesado el contrato. Jasbo con
lengua muy lenta y andar torposo se acercó al grupo.
Quiso decir algo y solo musitó:
«Bessie, Bessie». Pero Buddy Marsala, después de aquello de la
«Garrapata y el mono empolvado» se retorcía: jo jo jo jo jo jo jo jo
jo. Addo insistió en ir al «Gato erizado» pero nadie lo escuchaba.
Entonces Jasbo en voz baja cantó estremecido:
«You’ll never miss de water till de will runs dry, never miss de
water till de will runs dry,
an´ never miss Bessie Lee till she says good-bye».
Flora delante del espejo destartalado, en el camerino de azules
lechosos, observa su lento irse, como se va marchando el raso de
otros días y la flor entrega el deleite de sus misterios, Y ahora
estrecha
los bordes raídos que flotan bajo la lámpara difusa, con los cabellos
rojizos como alambres calcinados al fuego vivo de los días, y los
grandes salones ya están lejos y la luz no consume sus tribunas de
galas lampadarias, y sólo busca la sombra de los espejos.
«Along»
«Along»
Mientras el piano ampara todavía el hilillo de su voz rajada.
¿Era ella Louise
Marcia Anna
o Alberta?
Chevalier se baja de un auto y dice:
¡Buenas tardes!
¡Buenas tardes!
¡Buenas tardes! Louise avanza y cruza la calle con traje malva y
gran sombrero de altos vuelos, al tiempo que abre una sombrilla de
seda blanca. El francés con pajilla echada a los ojos, y bastón
haciendo ceremonias, le hace una venia comenzando a cantar:
«Murmura la brisa Luisa al pasar»… Entonces va dando brinquitos,
sacudidos unos, volteándose en rueda radiante otras, en sincopados
pasos con retintín en la pantomima sucesiva, mientras el rostro
afortunado en la sonrisa cálida se rinde a la amada.
Enarbola el bastón con maestría de estilo, sabedor del encuentro con
un rostro ovalado, fino, abrumador de encantos. Retrocede, avanza,
se hurga los bolsillos buscando su carta perfumada, y se explaya por
el olvido: «Oh, se quedó en casa de Gigi»… De espaldas da
disculpas.
después saluda, merodea, hace guiños. A trasluz devana un torrente
de alegría, se retira de frente quitándose el sombrero, y se va yendo.
Luces, luces, luces.
Saluda. Adiós.
Delius y Satie tranquilizan a Bessie.
Ahora Bessie no tiene cabeza para nada. «Yo lo vi ayer
precisamente, antes de ocurrir el suceso.
Y pensar que ahora… Bessie mira… ¿Quién iba a suponer una cosa
así?»
Bessie de pronto dice algo de Charles: «Él había terminado de
ejecutar Smoke in Your Eyes». Yo lo cantaba y me dijo: «Todavía
me envuelve el humo tuyo, todavía me envuelve».
No le contesté nada y seguí.
Después él se recostó sobre una mesa y me miraba Pensativo,
fumando.
Supe luego que se arrojó debajo de un camión.
¿Qué quieren?
Él sabía que Rappolo había llegado aquí hace días. Y me vio con
él una y otra vez.
Pero ahora entraba el público, había que tocar.
¿Tocar?
Esa noche el timbre antifonal y sentencioso del saxofón, no tendría
ya su verdadera gloria. Había una corona de geranios negros en la
orquesta de Charles Armiess.
Abril, 1966
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