Lo que más impresiona en la longeva y tumultuosa vida de Víctor Hugo fue su creatividad y facundia descomunales. Cultivó todos los géneros literarios: poesía (toda su vida, incluso en su ancianidad, cantó con incomparables versos la hermosa experiencia de ser abuelo), dramaturgia (durante su juventud), novela (sobre todo en su madurez y senectud). Cultivó con no menos maestría el ensayo, tanto literario como periodístico; el panfleto político; el periodismo, tanto literario como político; la elocuencia y la retórica. Practicó la crítica literaria y de las artes. Fue pensador, poeta y político. Hizo de su vida pública, al igual que de su vida privada, tema de su obra literaria. Cultivó la novela romántica, la histórica y la inspirada en el realismo social. Fue generoso y promovió sin mezquindad los nuevos talentos y las nuevas corrientes literarias.
Desde el punto de vista de las corrientes estéticas, a él se debe la formulación del ideario del romanticismo en un ensayo que se ha hecho celebre en la historia de la literatura: el prólogo a su obra teatral Cromwell, de 1827. Este ideario estético del romanticismo se hizo realidad y se convirtió en éxito resonante de público y crítica poco después con su obra Hernani, de 1830, y todo lo logró con notable y nunca desmentida resonancia dentro y fuera de su país.
Su vigencia a través de los años no ha disminuido y sus obras, sobre todo Los miserables, siguen siendo leídas y comentadas en colegios y universidades, al igual que por el pueblo más variado en los más diversos países y sectores sociales con el mismo entusiasmo y universalidad que en sus propios tiempos.
Sin embargo, con la distancia, la perspectiva nos obliga a hacer comparaciones. Debemos reconocer que su teatro no se equipara con el de Musset; su poesía es desigual e, incluso, se le puede acusar de cierta pesadez; no es un novelista a la altura de Balzac o Flaubert. Pero, nadie ha podido en la posteridad escapar a su influencia por lo que su huella ha sido indeleble y definitiva […]
Poesía
En su juventud (1823-1828) fue parte del célebre grupo romántico Cenacle, el que también estuvo integrado por el poeta Lamartine. Como jefe de fila del mismo, hizo del poeta un mago, un profeta inspirado cuyo papel en la historia era el de guiar a los hombres hacia la libertad, la sabiduría y el bienestar general. Elevó la poesía militante política y socialmente al rango de la más alta expresión literaria.
Desde el punto de vista formal, creó el poema en prosa, rompió con la métrica rígida especialmente del alejandrino, extendió el lenguaje poético a todas las expresiones de la experiencia humana: la lírica coma la épica, la vida cotidiana coma el panfleto político y la denuncia social. Nunca el lenguaje poético había logrado una tal extensión y amplitud con una libertad sin otros límites que el que se imponía el propio genio creador, como pretendió siempre el credo romántico.
Teatro
Es aquí donde la revolución literaria es mayor, pues Víctor Hugo por razones filosóficas rompió con la tradición trágica que remonta a las obras maestras del teatro griego. La tragedia griega, en efecto, supone el fin de la libertad humana pues nos sitúa ante el reino de lo irremediable, que los griegos llamaban destino, y del que el héroe trágico no es más que una marioneta; peor aún, una víctima que debe asumir una culpa de la que no es responsable éticamente. Surgido al calor del grito «liberte», que se dejó oír durante la Revolución de 1789 y que desde entonces cambia la historia de la humanidad entera, Víctor Hugo ve en el ser humano, llegado a su plenitud en nuestros días, el motor de la historia. La libertad no es solo, ni principalmente, el albedrío que nos permite escoger en nuestra vida cotidiana, sino la capacidad de asumir su propio destino y construir la historia con sus propias manos, cosa que lo asemeja a los dioses.
Ante esta concepción antropológica y metafísica, la palabra «destino» carece de sentido. Los individuos, como el poeta frente al amor y los pueblos frente a sus desafíos políticos, se erigen como seres libres. La poesía como toda forma de arte no es más que el grito de libertad que lanzan los hombres y los pueblos que han llegado a la conciencia de su propia libertad y han decidido asumir su destino histórico con sus propias manos. De ahí las convicciones socialistas del viejo maestro y su compromiso político inclaudicable hasta su muerte.
Esto se refleja en su concepción del teatro. Víctor Hugo no hace tragedias sino dramas. El drama romántico rompe con la normativa de origen aristotélico que prescribe la unidad de los tres elementos constitutivos de la obra teatral: espacio, tiempo y acción. Víctor Hugo suprime la unidad de espacio y tiempo y solo deja la de la acción. El teatro se libera de convenciones y deja, a la entera libertad del genio creador, construir la circunstancia dramática y elaborar la trama en que el protagonista se convierte en un ejemplo de libertad y de lucha por la dignidad; contagiando con el fervor revolucionario a un auditorio que ve en la obra un mensaje de una lucha condenada al triunfo, pues para el hombre la historia no es más que el proceso dialéctico gracias al cual los pueblos y la humanidad entera ascienden a un mayor grado de libertad.
La novela
Se ha dicho con razón que uno de los mayores aportes de la estética del romanticismo en el género novelístico, si no el mayor, es haber creado la novela histórica. Los historiadores de la literatura ven en el Ivanhoe (1820), del escocés Walter Scott, el nacimiento de la novela histórica propiamente. Esta surge de la nostalgia por la Edad Media concebida como época del heroísmo, tanto más añorada que la revolución industrial, que destruye con su espíritu empresarial y fenicio todo el idealismo hoy perdido que anima a esas épocas pasadas.
Víctor Hugo cultiva con notable éxito de público y crítica esa forma de novela histórica como en el jorobado de Nuestra Señora de París, pero va más lejos al aplicar el género histórico a la actualidad como en su obra de senectud (1793), en que hace de la crónica histórica no solo un tema literario, sino una tribuna política muy acorde con su concepción filosófica del arte en general y, en particular, de la literatura como conciencia lúcida y crítica de su tiempo.
El legado de Víctor Hugo resulta en nuestro tiempo tan actual como lo fuera en los días en que le tocó vivir a nuestro poeta, pues las luchas de entonces siguen siendo la agenda principal de los hombres y mujeres de hoy.
***
Tomado de Semanario Universidad
Leer también en nuestro Portal: Hugo, el maestro.
Visitas: 20
Deja un comentario