No repara en que ya pasó de los 70, ni que las taquicardias le juegan una mala pasada constantemente y le ponen su vida realmente en peligro. Vence cualquier contratiempo y vuelve a sus andadas de escriba invencible, de autor que, frescamente, puede mirar a un perro e inventar un cuento para niños en un santiamén, o enfrascarse en la escritura de un libro de notable complejidad histórica.
Así es Pedro Bernabé Lorenzo Gómez, el ser que bien podría escribir sus memorias, porque desde pequeño, desde su infancia en Las Aromas, un sitio en las ásperas afueras de la ciudad de Sancti Spíritus, tuvo la suerte de acumular un sinnúmero de aventuras como campesino, vendedor de viandas, panadero, ayudante de albañil, miliciano, combatiente de Playa Girón (adonde fue calzando un par de mocasines) y de la Lucha contra Bandidos, oficial de las Fuerzas Armadas y, finalmente, escritor.
Conocido por títulos como Los trillos de la memoria, donde la rigurosidad del momento bélico en las montañas del Escambray no cierra las puertas a incontables relatos de humor, y por Don Chivote de las Manchas, donde hace gala de su extraordinaria gracia para encantar la atención de los lectores más pequeños de la casa, Pedro Bernabé Lorenzo suele tirarse temprano de la cama y salir a pelear por la vida, precisamente, como verdadero Quijote.
Y si hablamos de sus taquicardias invencibles, no es ocioso decir la cantidad de ellas que sufrió mientras escribía el libro para niños (¿para niños?) Cuentos crueles, publicado por el sello editorial Unicornio y presentado a los lectores durante la última Feria del Libro en San Carlos de la Cabaña y Artemisa.
En verdad Pedro Bernabé no quería implicarse en este proyecto. Sabía que iba a impactarlo de una manera brutal. Pero desde Unicornio la editora Berkis Aguilar le insistió en que asumiera el reto y entonces el autor artemiseño, olvidando los males del cuerpo, se metió de lleno en una escritura que lo haría respirar piedras y tragar buches amargos.
Comenzó la búsqueda de historias sobre maltrato animal y las halló a unos metros de su puerta, entre niños y niñas que, recién terminada una sesión de la escuela primaria, comentaban con verdadera pasión cuánto le gustaban las peleas de perros y cómo los animales se desguazaban en estos combates. Reían y disfrutaban los pequeños sobre las rajaduras de su formación espiritual.
Pedro Bernabé no podía creerlo. ¿Niños disfrutando de semejante crueldad? ¿Niños llevados por sus padres a estas peleas desalmadas? Decidió escribir el cuento Trinquete, la historia de un joven «perro de pelea» que acaba implicado en un final realmente escalofriante, prueba de cuánto ha descendido la condición humana.
Esta pieza narrativa formaría parte del cuaderno Cuentos crueles, al igual que «El enviado del diablo», «El Gallerito», «El tomeguín del Pinar» y «Caballo con mala suerte», entre otros, relatos que apuntan a cómo el hombre parece no tener obstáculos a la hora de causar daño a cualquiera de las criaturas con residencia en su planeta, trátese no solo de las más conocidas.
Tantos cuentos de crueldad llegó a tener en el tintero, que acabó por no escribir varias de ellos, especialmente uno entre todos: el de los pájaros cantores (sobre todo los azulejos) a los que arrancan los ojos para que pierdan la orientación por completo, no puedan escapar de su jaula y canten más fuerte. Al perder la visión su canto se hace más enérgico y bello, cuentan los bárbaros que, a punta de aguja, les mutilan los ojos.
A la salida de un mercado en su pequeño pueblo de residencia, conversaba Lorenzo con un amigo sobre esta historia horrenda de las aves mutiladas, cuando escuchó que alguien lo practicaba y de un momento a otro podría aparecerse por allí con algún pájaro ciego enjaulado.
Un golpe de rabia sacudió al veterano escritor: «Si aparece por aquí, soy capaz de caerle a bastonazos». Por suerte, el hombre no llegó a aparecer y Pedro Bernabé, como el protagonista de la novela Un viejo que leía novelas de amor, del chileno Luis Sepúlveda, se fue a casa a escribir otras historias, más hermosas, que a veces lo hacían olvidar la barbarie humana y de paso proteger su menguada salud.
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