El niño que nunca fui, del primerísimo actor Luis Rielo, Premio Nacional de Televisión, es el título del texto, publicado por la Editorial En Vivo (Instituto Cubano de Radio y Televisión), y presentado por la escritora, locutora, periodista e investigadora Josefa Bracero Torres, Premio Nacional de Radio, en la sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), subsede de la edición 29 de la Feria Internacional del Libro de La Habana, 2020.
Bracero Torres evocó la infancia del autor, cuarto hijo de un español muy recto y honrado, pero extremadamente pobre. Trabajaba en la Ciénaga de Zapata, al sur de la provincia de Matanzas, donde hacía polines de ferrocarril, lo cual solo le permitía venir a la casa dos o tres días en el mes. Cuando el pequeño príncipe tenía 6 años, lo llevó a la Ciénaga para que lo ayudara en la construcción de un horno de carbón. Las condiciones de vida en ese lugar eran paupérrimas; en consecuencia, el padre se vio obligado a devolverlo al seno familiar. Esos son, en apretada síntesis, los recuerdos primigenios de los primeros años de vida de Luis.
Después de esa experiencia traumática, aparecerían otras no menos frustrantes, pero, al final, pudo ingresar por la puerta ancha al mundo de la actuación y comenzar una carrera artístico-profesional llena de triunfos y reconocimientos, a la par que aplaudida por el público y la crítica especializada; triunfos que vinieron a compensar, solo en parte, las carencias que signaron la niñez y la adolescencia de un excepcional actor de teatro, radio, cine y televisión; contextos donde ha desempeñado papeles de «villano». Interpretar a los «malos» en los medios masivos de comunicación le ha proporcionado grandes satisfacciones por la gran aceptación que esos personajes negativos —caracterizados, básicamente, por los contravalores que los identifican— han tenido en los públicos amantes de esos medios.
Cuando Luis Rielo mira el pasado y el presente tiene motivos —más que suficientes— para darle gracias a la vida. Claro que sí, se siente muy feliz por lo que ha logrado como actor, padre, abuelo y ser humano excepcional, aunque confiesa —con no disimulada emoción— que aquel niño, que nunca fue, todavía vive en lo más hondo de su mundo interior, y consecuentemente, lo libera para que haga las «maldades» no materializadas —por imperativos de la existencia— durante su infancia.
Como actor aún busca el mejor personaje para prestarle piel y alma, pero, lamentablemente, ese personaje nunca llegará, y es que siempre aspira a dar mucho más. Por ello, jamás se siente satisfecho con lo logrado y sigue soñando con hacerlo con óptima calidad estética y artístico-profesional.
Las páginas de Ese niño que nunca fui, un pequeño gran libro, como estoy seguro lo calificaría el poeta y ensayista Cintio Vitier (1921-2009), devienen un reflejo —desde una óptica objetivo-subjetiva por excelencia— de las aventuras y desventuras de un actor, que llegó —por derecho propio— a la realización profesional como artista y a la realización personal como ser humano, porque todo cuanto ha hecho —y hará— está inspirado en el amor, que es —según el poeta y cantautor Silvio Rodríguez— «el que engendra la maravilla».
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