La pieza en un solo acto para dos actores masculinos, sus únicos personajes, y se titula Como dos hermanos. Fue representada por actores de la compañía Siyaj, de Guadalupe, en presencia de la autora y de la traductora que era yo, en lengua original franco-creol con los parlamentos de mi traducción al español visualizados en una estrecha pantalla de banda alargada colgada de manera horizontal en la parte centro-superior del escenario. Esta experiencia realmente innovadora que destaca por sobre cualquier otro rasgo la importancia de la oralidad en la literatura caribeña ha motivado estos comentarios de hoy.
La reflexión por lo regular ulterior a la existencia material de la propuesta como mediadora reveló la manera en que como artífice de la traducción realicé mis operaciones de transvase de un texto “x”, en este caso, el de la citada obra de teatro, la cual aprovechada como material para un taller de traducción literaria, me pudo propiciar una herramienta de valor que contribuyó a potenciar las facultades de comprensión en mis talleristas eventuales al desarrollar en ellos capacidades de compatibilización del original (expresado en el franco-creol de Condé) con mi traducción (expresada en la lengua meta, o sea en el español igual de caribeño de Cuba).1 En la práctica de taller, esta operación de confrontación entre un original y su versión o versiones resultó especialmente productiva pues, por lo general, quien se aproxima a la traducción piensa que se trata de un proceso de “montaje” y “desmontaje” lingüístico. Pero, en la medida en que un texto es considerado expresión y manifestación de una estrategia comunicativa, se hace cada vez más patente que la traducción para el teatro es una actividad social que se desarrolla en un contexto igualmente social y consecuentemente el tallerista habrá de comprobar también si la traducción ha respetado sus componentes pragmáticos y aspectos de género, de función y de objetivos.
Hay un ejercicio de reflexión con mucha presencia entre los que hemos hecho traducciones del género dramático que siempre nos obliga a realizar al menos dos lecturas: la del teatro como literatura y la del teatro como espectáculo. Habiendo realizado ya la primera apropiación y metidos de lleno en la segunda, empezamos a percibir sus desafíos. En el acto de transvase se manifestarán dos realidades: hay un trajín propiamente lingüístico estrechamente ligado al reconocimiento del sentido del original y que tiene que ver con lo que se traduce. Pero hay una segunda realidad, más específicamente creativa e interpretativa que más que un trajín lingüístico induce al traductor a llevar a cabo una suerte de performance de escritura con miras a lograr la representación del sentido en un contexto meta, o sea, en otro terreno antropológico y cultural que tiene que ver con el cómo lo traduce. Por lo pronto tropezamos con dos niveles de lengua: el del diálogo y el de las acotaciones escénicas.
Proponemos iniciar el ejercicio recreando propiamente las etapas por las que pasa el traductor: hay una fase dedicada a la comprensión del original en la cual ahora, en mi papel de animadora del taller, deberé suministrar informaciones e instrucciones que permitan llevar a cabo una lectura crítica de cara a la confrontación interlingüística, (datos sobre la autora, la trama, la época, el país, la caracterización de los personajes). Porque la primera meta es llevar al tallerista a recuperar el sentido con la mayor aproximación posible. A los efectos, permítaseme retomar aquí una reflexión a propósito de la tarea del traductor para el teatro que hizo en 1861, F. Martínez de la Rosa, autor y traductor al mismo tiempo de una pieza titulada Aben Humeya ou la révolte des maures sous Philippe II que se representó por primera vez en Paris, el 19 de julio de 1830. En la edición impresa de su drama histórico, esa que nos permite una primera lectura del teatro como literatura, nos enteramos que, según él: “en obras dramáticas se necesita más celeridad en la concepción de los pensamientos y más calor en la expresión; las ideas y las palabras tienen que salir vaciadas a un tiempo en el mismo molde”.
Después entran en juego otros factores que co-determinan el texto: los elementos del contexto comunicativo, la intencionalidad de quien lo produce, sus características tipológicas. Esa decodificación no se puede equiparar a una lectura “lúdica” “despreocupada” y asistemática, pues se trata de una operación que se subordina a un objetivo: aprender cómo las funciones comunicativas y los efectos del sentido expresados en el original habrán de recrearse en el texto meta a sabiendas de que el género en el que más se hace visible la complejidad del acto de decodificación es el literario. Toda esta etapa del trabajo se lleva a cabo a) con el original y b) a partir de un guion o texto escrito. Este es un dato muy importante a retener. Pero, reténgase que ese original escrito se va a transformar de inmediato en una representación oral en otra cultura porque la escritura de una pieza teatral tiene una vida efímera y se concibe solo para ser oralizada, lo mismo si la puesta utiliza la versión original que una traducción. Quiero señalar que hago aquí abstracción expresa de otros elementos del sentido que forman parte de lo que se conoce como dramaturgia: la música, las luces, la escenografía, el vestuario, la gestualidad, el trabajo de movimiento escénico, de dirección actoral, de adaptación del guion… que además de variar para cada puesta, se salen de la tarea básica de la mediación lingüística aunque se retroalimentan, y muchas veces introducen cambios sustanciales a la propuesta del traductor.
Notas
1 La traducción íntegra de esta obra aparecerá en una próxima entrega de la revista Conjunto, del Fondo de Publicaciones de Casa de las Américas.
Visitas: 74
Deja un comentario