Foto tomada de: printempsdespoetes
Nació en Omsk (Distrito Federal de Siberia). Terminó la Facultad de Filología de la Universidad de San Petersburgo en 1879. Impartió clases de lenguas clásicas, literatura antigua y lingüística rusa. Fue director de liceos en Kiev, Petersburgo y luego Tsarskoye Seló (Villa de los Zares, cerca de San Petersburgo, 1896) donde trabajó hasta el final de su vida. Se consideraba un gran pedagogo.
Sus primeras publicaciones fueron artículos críticos, tragedias inspiradas en las de la antigua Grecia y traducciones de Horacio, Baudelaire, Verlaine, Mallarmé y otros simbolistas franceses. En vida editó un solo libro de poesía (Suaves cantos, 1904) bajo el seudónimo de Nadie. En 1910 fue publicado Cofre de ciprés, su obra principal, y en 1923 Poemas póstumos.
Fue calificado como el padre del simbolismo ruso, aunque no solo los simbolistas, también los acmeístas lo consideraban su maestro.
Entre los mundos
Entre los mundos, en el fulgor de los astros,
Repito el nombre de una estrella,
No porque yo la ame
Sino porque las otras me atormentan.
Y cuando siento el peso de las dudas
Solo en ella busco claridades,
No precisamente porque me alumbre
Sino porque a su lado eso no hace falta.
Entraron una vela
¿No les parece que a veces
Cuando el atardecer vaga por la casa
Aquí mismo, justo al lado, existe un ambiente
Donde vivimos de otra manera?
Allí la sombra se funde suave con la sombra
Y surge el momento exacto
En que los rayos invisibles de la vista
Entran los unos en los otros.
Tememos espantar ese instante
Con un movimiento
O interrumpirlo con una palabra,
Como si alguien hubiera pegado el oído
Obligándonos a escuchar la lejanía.
Pero tan pronto se enciende una vela
Ese mundo sensible se retira sin batalla.
Solo desde los ojos, por el ángulo de un rayo,
Las sombras corren hacia dentro de la llama azul.
El instante
El encaje es tan versátil,
El polvo caliente, tan blanco…
No hacen falta palabras ni sonrisas,
Quédate exactamente como fuiste,
Quédate incomprensible, angustiosa,
Más pálida que una mañana de otoño
Bajo este sauce abatido
Con la pavesa de sombras al fondo.
Un instante, y el viento agitado
Esparce el arabesco de las hojas,
Un instante, y el corazón despierta
Para descubrir que esa no eres tú.
Quédate sin palabras, sin sonrisas,
Quédate como un espectro
Mientras las sombras tiemblan,
Y el blanco polvo, tan sensible…
Si en vez de la muerte…
Si en lugar de la muerte fuese una lasitud
Sin movimientos ni sonidos…
Y si se profundizara en ella
Toda mi vida no sería vida, sino tortura.
¿No languidezco junto a ustedes, días?
¿No me marchito con las hojas de los álamos?
¿No serán míos los fuegos que morirán
En las lágrimas de los cristales derretidos?
¿No estoy todo yo en la soledad de los cerros
Y en la negra miseria del abedul?
¿No estoy en la blanca pelusa de la rosa
Aprisionada por el frío de la mañana?
¿En esas gotas de lluvia que cuelgan
Listas para descender como perlas?
¿Y para mí, en la angustia del pensamiento,
Díganme si habrá un corazón compasivo?
Petersburgo
Niebla amarilla del invierno en Petersburgo,
Nieve amarilla, que envuelve las losas…
Yo no sé dónde terminan ustedes y comenzamos nosotros,
Sólo siento que estamos fuertemente fundidos.
¿Fuimos creados por decreto del zar?
¿O los suecos olvidaron ahogarnos?
En vez de ser un cuento, nuestro pasado
No es más que piedras y sucesos tremendos.
El hechicero solo nos dio piedras
Y el Neva amarillo-marrón,
Y los desiertos de las plazas vacías,
Donde ejecutaban a la gente antes del amanecer.
Lo que hemos tenido sobre la tierra,
Con lo cual ascendió nuestra águila bicéfala,
El gigante sobre la roca en oscuros lauros,
Mañana no serán más que juegos de niños.
Él ha sido feroz y atrevido,
Pero su violento alazán le delató.
El zar no supo aplastar la serpiente
Y ella, pisada, se convirtió en nuestro ídolo.
Ni castillos, ni milagros, ni santuarios,
Ni espejismos, ni lágrimas, ni sonrisa…
Sólo piedras en desiertos helados
Y la conciencia de un maldito error.
Incluso en mayo, cuando se desbordan
Las noches blancas sobre las olas de las sombras,
No hay magia del sueño de primavera,
Sino el veneno de infértiles deseos.
El viejo organillo
El cielo nos ha enloquecido completamente
Cegándonos ora con fuego, ora con nieve.
Y, erizado como un animal, el terco invierno
Se retira detrás de abril.
Apenas un instante languidece en su desmayo,
Cuando de nuevo se encaja el yelmo hasta las cejas
Y los arroyos que corrían bajo la capa de nieve,
Se congelan y callan sin acabar sus cantares.
Pero el pasado se olvidó hace mucho,
El jardín se llenó de ruidos, la piedra blanca retumba
Y la ventana abierta observa
Como la hierba viste al callejón.
Sólo el viejo organillo sigue con frío
Y en la lasitud del crepúsculo de mayo
No acaba de moler sus antiguos rencores,
Dándole vueltas al rodillo tenaz.
A su vez el rodillo no logra aceptar
Que en vano trabaja las clavijas,
Que los rencores con la vejez se reproducen
Entre los pinchos, por la tortura de girar.
Pero si el viejo cilindro entendiera
Que ese es su destino y el del organillo,
¿Dejaría de cantar y de dar vueltas
Ya que sin tortura es imposible cantar?
Soneto angustioso
El zumbido de las abejas apenas calla.
Se nos acerca la pesadilla quejumbrosa.
¿Qué mentiras no perdonarías, corazón,
Ante el ansioso vacío de un día que ha terminado?
Preciso nieve fundida bajo el amarillo
de la luz que se filtra cansada a través
de la ventana húmeda, y que un mechón de pelo,
Tan cercano a mí, tan cerca vibre destrenzado.
Preciso ahumadas nubes desde pálida altura,
Una ronda de nubes en que no haya recuerdos,
ojos entornados y música de ilusión,
Una música en que aún no conozca palabras…
¡Oh, denme solo un soplo, de vida, no de sueños
Para convertirme en fuego o morir entre llamas!
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