En el aniversario 95 del natalicio del Dr. José Orlando Suárez Tajonera (1928-2008), profesor emérito de la capitalina Universidad de las Artes (ISA), hasta su lamentable deceso, quiero evocar —a través de la última entrevista que le hiciera en vida— la sagrada memoria del también Premio Nacional de Enseñanza Artística 2007, y uno de los más ilustres intelectuales cubanos que honraron con su membresía a la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Mi interlocutor era profesor titular del Instituto de Danza Alicia Alonso, en la madrileña universidad Juan Carlos I, que en 2022 cumplió tres décadas de fundada, e impartió conferencias, cursos, diplomados y maestrías en Filosofía y Estética en la mayor isla de las Antillas, en la península ibérica, así como en países latinoamericanos, donde desempeñara la función de tutor u oponente de tesis de maestría y doctorado en esas disciplinas filosófico-humanísticas.
El Prof. Suárez Tajonera, autor del libro La educación estética en Cuba, era miembro de varias sociedades científicas insulares y foráneas, y participó en numerosos eventos científicos nacionales e internacionales, donde el «Padre de la Estética en Cuba» representó —cum dignitate— a nuestra querida patria.
¿Qué representa para usted haber dedicado 45 años de su fecunda vida a la docencia universitaria y, de ellos, 30 a la enseñanza artística, no solo en nuestro país, sino también en Iberoamérica?
Para dar respuesta a la primera pregunta, debo comenzar diciendo que nací y crecí en un hogar muy pobre, pero la educación austera —aunque no rígida— que recibimos, sustentada en el ejemplo de mi mamá (obrera tabaquera primero y textil después), mi abuela (simple ama de casa) y mi tío (teósofo), estaba basada —fundamentalmente— en los siguientes principios:
- Todo es música y razón, como enseñaba José Martí.
- Primero se nace y después se agradece.
- No perder nunca la capacidad de asombro.
Se pensaba que la educación debía desarrollar no solo el intelecto, sino la afectividad y la voluntad, y ello significaba despertar en nosotros la necesidad del conocimiento, de la experiencia artística y el fortalecimiento de la responsabilidad, porque todo eso —y mucho más— es lo que introduce y desarrolla en el hombre la capacidad para el servicio.
Tal vez ese ambiente sui generis condicionó mi futura pasión por la filosofía, la música y el teatro, y finalmente, la docencia.
A los 5 años de edad, mi tía María Antonia, quien llegó a ser una de las mejores maestras de Guanabacoa, me matriculó en el Kindergarten musical del Conservatorio «Grau Costa», dirigido por la gran pedagoga española Amelia Costa; mi mamá con grandes sacrificios atendió toda mi educación primaria en uno de los mejores centros educacionales de aquel momento: el colegio Academia Tomás Lancha; mi abuela Amalia Valdés, mujer de un gran carácter, me puso a estudiar piano con la inolvidable maestra Mercedes Barnet (Meche como cariñosamente le decían); y por último, mi tío, Miguel Ángel Comoglio, se hizo cargo de mi educación universitaria.
Yo pienso que el hecho de haber crecido en un medio donde prevalecían el respeto absoluto y el cariño incondicional, y en el que el magisterio ocupó los primeros planos, me fue preparando para ejercer la docencia en la que llevo 45 años en general y 30 en la enseñanza artística; contexto en el que jamás he pronunciado la palabra «no» a alguien que se me acercara, me solicitara ayuda y yo, por supuesto, aprendía mucho más de esa persona de lo que, humildemente, le pudiese dar u ofrecer.
Llegó la Campaña de Alfabetización y me entregué a ella en cuerpo, mente y alma. Participé en los cursillos que ofreció la insigne pedagoga cubana, Dra. Dulce María Escalona, en el monasterio de los salesianos de Guanabacoa.
Durante la campaña fui alfabetizador, asesor técnico y conferenciante en la zona No. 2 de Guanabacoa (que alcanzó el segundo lugar en la campaña), y recibí orientaciones de la connotada maestra María del Rosario de la Fuente.
Quiero contar un «milagro» que me ocurrió en España: hice el descubrimiento de la familia Jiménez-Arrechea, «seres fuera de lo común», en quienes encontré a mi maestra espiritual: doña Elena Arrechea, quien me transmitió todos sus conocimientos sobre Matemática, Física, Química, Biología y Astronomía; conocimientos que me permitieron sintetizar todo lo que yo había estudiado en mi vida. Desde entonces, el éxito que he tenido en la docencia se lo debo a ella.
Quiero aprovechar esta coyuntura para expresarles mi infinito agradecimiento a todos mis maestros y mis alumnos por la enseñanza recibida.
Por ello, puedo decirle que todo ese tiempo ha significado para mí como el afinamiento de ese gran acorde mente-espíritu que me entregó el sentido del respeto y la consideración absoluta a la otredad y me hizo comprender la estructura emocional innata del hombre y cómo relacionarme con esa esencia inmaterial de la personalidad; experiencia que me ha enriquecido en el ejercicio de la docencia pre y posgraduada, tanto a escala nacional como internacional. Esas son, a grandes rasgos, las satisfacciones de índole profesional, humana y espiritual que me han facilitado crecer como maestro y como persona.
¿Cuáles han sido los maestros que más han influido en usted y por qué?
De mi niñez temprana, a Mercedes Barnet, maestra de piano, quien me enseñó a ver la belleza de los «arpegios». De la enseñanza primaria, a Eloísa García-Mayor, mi personaje inolvidable. De la enseñanza de Arte Dramático, a la primerísima actriz Marisabel Sáenz y al director Julio Martínez Aparicio, quien siempre creyó en mí. De la enseñanza universitaria, a los imprescindibles doctores Felipe Sánchez Linares, José Cantón Navarro, Raúl Roa García, Pelegrín Torras, Julio L’Riverend Brussone, Ricardo Burguetti, y muchos otros que harían interminable esta entrevista. Ellos fueron de esos maestros que no solo daban su saber, sino también su sustancia personal, espiritual.
En el amplio y ancho vientre de la scio mater(ciencia madre), ¿cuál fue la motivación fundamental que lo llevó a consagrarse en cuerpo, mente y alma al estudio y praxis docente-educativa e investigativa de la Estética como disciplina filosófica?
En la primera pregunta yo le relataba que, desde muy niño, tuve el encuentro con la música. La audición de las grandes obras musicales me producía una sensación como de elevación […], que no podía explicarme.
En 1953, egresé de la Academia de Artes Dramáticas de la Habana, donde obtuve la nominación al mejor actor del año por el Patronato del Teatro por mi actuación en la obra El hombre que casó con mujer muda, del eminente escritor francés Anatole France, con la primerísima actriz Marisabel Sáenz, quien había sido mi maestra de actuación y entonación en la Academia. Estuve trabajando como actor profesional durante 10 años; en ese lapso, compartí papeles con los mejores actores y actrices de nuestro país.
Al graduarme en la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público de la Universidad de la Habana con la tesis doctoral La Constitución de Guáimaro: un enfoque dialéctico-materialista, mis inolvidables profesores, Dres. Sergio Aguirre, Carlos Rafael Rodríguez, Julio L’Riverend y Pelegrín Torras, me invitaron a ingresar en la Escuela Superior de Filosofía y Economía Política Raúl Cepero Bonilla, en la especialidad de Filosofía.
Una vez allí, se despertó mi preocupación por el ser y tuve la sensación de que la filosofía, al igual que la música, proporcionaba la elevación de lo objetivo a lo subjetivo y el descubrimiento de la verdad.
Después cursé estudios superiores en la especialidad de Ética en la Universidad Lomonosov de Moscú, con la Dra. Tamara Basilievna Sansónova y de Estética en el Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de Moscú, con el Prof. Dr. Mijaíl Fedótovich Obsiánikov y los profesores consultantes, Dres. Léiserov y Kiíachenco; institución soviética donde, en 1982, me gradué de Doctor en Ciencias Filosóficas. Por cierto, fui el primer cubano en obtener ese título y me fue abierta la Sala Grande del Instituto de Filosofía de Moscú, por ser no solo el primer cubano, sino también el primer latinoamericano en obtener ese grado científico.
Al regresar a Cuba, se me pidió, por la falta de cuadros, trabajar como profesor de Filosofía y Estética en la Facultad de Arquitectura y de Superación de la Universidad de la Habana, donde tuve éxito y comenzó a discurrir el tiempo; como no estuve de acuerdo con la forma en que estaba organizado el teatro en aquel momento, decidí dedicarme de lleno a la docencia superior.
Podría explicarnos ¿qué les ha enseñado a sus discípulos, tanto cubanos como extranjeros, y a su vez qué ha aprendido de ellos?
Creo que el primer deber de un maestro es enseñar a los alumnos a dudar de lo que él les está diciendo, porque dudar significa pensar.Algunas de mis preocupaciones pedagógicas son:
- Propiciar que el estudiante desarrolle como una necesidad interna la idea de que su individualidad debe devenir personalidad, es decir, un ser único, irrepetible e insustituible.
- Contribuir al desarrollo de la cultura estética y llevar a la comprensión de que el arte es uno de los medios más potentes de la educación estética de la personalidad.
- Facilitar que los artistas jóvenes, mediante la adquisición de conocimientos actualizados acerca de la naturaleza del talento artístico, se convenzan por sí mismos de la importancia de ese «don» y su misión para la cultura.
- Ayudar a una mayor comprensión de los procesos de creación y percepción-recepción de la obra artística que le permitan al estudiante ver no solo lo visible, sino también lo invisible de su estructura.
- En correspondencia con lo enunciado, llevar a la comprensión de los estudiantes que la realidad de determinadas cosas, fenómenos y objetos no quedan agotadas por el hecho de que las percibamos con los sentidos, sino que poseen otro grado superior de realidad, que no se nos entrega a través de los órganos sensoriales conocidos hasta ahora, sino por esa facultad o capacidad espiritual de muy elevado rango, que se denomina «estimación». Hacerles comprender que la «técnica» en el arte no se reduce al dominio perfecto de lo físico, sino que se trata de una categoría de máxima amplitud, que debe tocar los tres niveles que integran la personalidad: lo físico-somático, lo psíquico-mental o emocional y lo espiritual. Por lo tanto, toda técnica debe ser altamente espiritualizada.
¿Cuáles son, a su juicio, los requisitos que debe reunir un crítico de arte para que su labor profesional pueda cumplir al pie de la letra los objetivos esenciales del martiano ejercicio del criterio?
A mi juicio, los requisitos que debe reunir un crítico de arte para que el ejercicio de su labor cumpla los objetivos esenciales del martiano ejercicio del criterio son: estar animado en todo y por todo por el amor, que es lo que le permite ser un humano único e irrepetible, así como poseer sólida preparación técnico-general (incluida la filosofía), conocimiento ancho y lejano de las artes que critica y tener en su haber profundos conocimientos sobre la ciencia del espíritu para que pueda ayudar no solo al artista, sino también al público.
¿Algo que desee añadir para que no se le quede nada en el tintero?
Aprender, sobre todo, a leer lo no visible, tener en cuenta que todo lo visible, concreto y funcional no es más que un «puente» que se le tiende al soberano de la creación para transitar hacia lo que está detrás de las apariencias, es decir, la expresión física de un contenido metafísico, que quiere decir descubrir en el contenido objetal un contenido espiritual-práctico […].
Por último, darle las más expresivas gracias por ser uno de mis mejores «discípulos informales» y amigo entrañable.
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