Piensa el cronista que el destino último del buen periodismo debe ser el libro. Pedro Juan Gutiérrez, ha recogido una selección de sus entrevistas, crónicas y artículos en Escritores peligrosos y otros temas, publicado por Ediciones Loynaz, de Pinar del Río, que aunque lleva fecha de 2019 acaba de asomarse a las librerías. Una obra que por las enseñanzas que encierra, debe estar, vamos a decirlo de una vez, al alcance de todo estudiante de periodismo, de todo aquel que se adentre en la profesión.
Antes de ser quien es, uno de los nombres más importantes de la actual narrativa cubana, exponente de lo que se ha dado en llamar el realismo sucio, Pedro Juan se vio obligado a desempeñar los más oficios más inimaginables cuando se percató de que el salario mensual de su padre apenas alcanzaba para una semana. Así, fue desde los doce años edad vendedor de helados, mecanógrafo en el bufete de un abogado, soldado zapador durante cuatro años y medio, machetero en tres zafras azucareras, constructor, profesor de dibujo técnico… hasta que en 1973, por puro azar, entró en la redacción del Noticiero de Radio 26, en Matanzas, y su vida comenzó a encaminarse. Por fin le pagaban por escribir. Fue en aquella vorágine que Pedro Juan olvidó sus intenciones de hacerse arquitecto. Terminó haciéndose periodista en un curso para trabajadores.
Pasó luego a la AIN. Sus normas estrictas de redacción cablegráfica le serían muy útiles para escribir «de un modo directo, conciso y con máxima precisión», mientras que su estancia en Bohemia, entre 1987 y 1998, la valora como «una gran experiencia y un privilegio», y más acá mantuvo en la revista Habanera la sección «La Cuba» de Pedro Juan Gutiérrez.
«Siempre fui reportero», dice el autor de Trilogía sucia de La Habana. Gustaba de estar en la calle, conversar con la gente, y abordar temas difíciles o, al menos, poco tocados por la prensa. Recuerda que durante el llamado periodo especial muchos temas eran tabú, por lo que los historiadores del futuro encontraran poca información confiable en la prensa de esa época. «Había que buscar temas que alentaran a la población y ninguno que la desalentara más», dice. Aun así publicó en Bohemia reportajes que ahora califica de «profundos y analíticos» sobre alcoholismo, racismo, prostitución, solares, pobrezas, suicidio, tema este estrictamente vetado pese a que figuraba entre las diez primeras causas de muerte en Cuba.
Piensa que un periodista tiene que enfrentar la realidad, investigar y arriesgarse. «No debe virar la cara y mirar hacia otra parte. Eso es oportunismo y acomodamiento cínico para no buscarse problemas». Está convencido de que el periodista debe discutir con su jefe y seguir adelante, «aunque lo tilden a uno de conflictivo y problemático». Recalca: «Esa debe ser la ética del periodista honrado: correr cada día un centímetro más la cortina del silencio».
El reto de la entrevista
Además del reportaje, prefería la crónica porque es un género a mitad de camino entre el periodismo y la literatura, y la entrevista de personalidad que es siempre, y más en tiempos sin internet ni Wikipedia, una experiencia intensa que entraña el reto enorme de prepararse a fondo para abordar a las personas más disímiles. En Escritores peligrosos están las entrevistas que Pedro Juan realizó a Günter Grass, Mario Benedetti, Nersys Felipe, Juan Gelman y Eduardo Galeano, entre otros. Hubo, confiesa, escritores que se le resistieron. El poeta Eliseo Diego, cada vez que lo abordaba, decía que iba o regresaba del médico, en tanto que era Mercedes Barcha, la esposa de Gabriel García Márquez, la que de manera invariable contestaba a las llamadas del periodista para decirle que el famoso autor de Cien años de soledad estaba en la ducha, respuesta que un día sacó de sus casillas a Pedro Juan que le espetó a la señora: «Coño, con tanta ducha se va a desteñir», pero terminó comprendiendo que el hombre tenía razón; estaba harto, lo habían entrevistado tanto que no quería más entrevistas.
Se da por sentado que una personalidad sobresaliente, cualquiera que sea el ámbito en que se desenvuelva, no es alguien común y corriente. Es una personalidad fuerte, de carácter, alguien acostumbrado a ser líder de opinión, decidido, habituado a tener siempre la razón y que a su alrededor todos le sonríen y acepten. Es una persona que tuvo que pagar un precio muy alto para ocupar el lugar descollante que tiene y, por tanto, no es flojo ni manejable. A veces, un poco agresivo y engreído, un ser que se enfada si se le lleva la contraria. Ante eso, hay que saber cómo manejar la situación para que el entrevistado sienta que es él quien manda y nunca ha perdido el control.
¿Cómo proceder en casos como esos? A partir de su experiencia, Pedro Juan Gutiérrez apunta en su libro Escritores peligros que para hacer hablar a personajes como esos, solo hay que provocarlos un poco; no mucho.
«Hay que dosificar muy bien las preguntas y los comentarios para evitar que el personaje corte por lo sano si se siente incómodo y dé por terminada la entrevista… Mi consejo es que el entrevistador debe ser humilde, flexible, prepararse lo mejor posible y no enfrentar al entrevistado con ánimo guerrero, sino al contrario, deber ser seductor, con una sonrisa plácida que trasmita calma y rélax. Y hasta un poquito de inocencia». Puntualiza: «A fin de cuentas, un periodista es, ante todo, un investigador social. Y esto se aprende y perfecciona con el tiempo y la experiencia. No es un arte. La entrevista de personalidad es solo una habilidad, un oficio, tal como hace el torero cuando enfrenta al toro».
Alude al libro titulado Ellos quieren algo crudo. 30 años de entrevistas en el que David Stephen Calonne compiló en 2013 treinta y una entrevistas que a lo largo del tiempo concedió Charles Bukowski. La primera de ellas, en 1963, y la última en agosto de 1993, poco antes de que la leucemia fulminara al escritor. Escribe Pedro Juan respecto a esas entrevistas: «…las preguntas son más o menos las mismas. Lo que cambia son las respuestas. Y cambian mucho. Es maravilloso comprobar cómo Bukowski profundizaba y era más atinado y brillante a medida que envejecía, sin perder su humo corrosivo y su causticidad genética».
A partir de esa compilación de entrevistas, hace esta aguda observación:
«… Un entrevistador no puede ser original ante una persona a la que han entrevistado miles de veces y que está marcada por clichés y etiquetas que le han endilgado pero que, casi siempre inconscientemente, se empeña en defender, ya que vive precisamente de esas etiquetas, de mantener esa imagen. Lo que sí debe hacer el entrevistador es crear un clima distendido y favorable para que el ego del entrevistado crezca, se expanda y se esfuerce por darnos respuesta brillantes, diferentes…»
Con Desayuno en Tiffany´s, de Truman Capote, encontró Pedro Juan Gutiérrez su vocación definitiva. «Fue una epifanía». Se dijo entonces, quiero escribir como Capote y vivir como Hemingway. En su formación como periodista fueron esenciales dos libros de Daniel Defoe: Diario del año de la peste y Moll Flanders, basados ambos en hechos reales, como todo lo que escribió. También resultó decisivo Viaje a las islas Hébridas y Orcadas, de Samuel Johnson. Otro libro fundamental fue El nuevo periodismo, de Tom Wolfe, porque «cambió mi punto de vista sobre el reportaje y la entrevista. Y me dio una visión mucho más moderna, flexible y atractiva sobre esos dos géneros». Un título más, el que recoge las entrevistas que The Paris Review, que bajo la dirección de George Plimpton, hizo a un elevadísimo número de escritores, y que conceptúa como «un documento histórico valioso y un ejemplo perfecto de cómo entrevistar a fondo a un escritor».
Nos detenemos en las entrevistas compiladas en Escritores peligrosos, un título que recoge además otras muestras del periodismo de Pedro Juan Gutiérrez; entre ellas, crónicas que dicen los entendidos, «no difieren estilísticamente de su narrativa». Todas ellas fruto de un periodismo perdurable.
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