Pablo de la Torriente Brau llegó a España, a la Guerra Civil Española, en septiembre de 1936. Tres meses después, el 19 de diciembre, caería en Majadahonda, frente de Madrid, mientras compartía sus labores de corresponsal de guerra con las de comisario republicano. En ese corto tiempo, escribió decenas de cartas y crónicas que se reunieron en el libro póstumo Peleando con los milicianos, publicado por sus amigos en México en 1938 y reditadas recientemente de manera más completa, con el título Cartas y crónicas de España, por las Ediciones La Memoria del Centro Cultural que lleva su nombre en La Habana desde hace diez años.
Al recordar, pues, en este trabajo la presencia de Pablo en la guerra, estamos rindiendo homenaje merecido a un periodista imaginativo y participante, renovador del lenguaje y apasionado cronista de su tiempo, al mismo tiempo que evocamos la vigencia de su entrega y de su ejemplo, al acudir, a la defensa de la República agredida, en fecha muy temprana, desde Nueva York, donde se encontraba exiliado desde 1935.
La decisión misma de marchar a España, «a la Revolución Española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos», es parte sensible de aquella historia personal terminada demasiado tempranamente una semana después de que su protagonista cumpliera treinta y cinco años de edad, cuando su obra periodística y literaria anunciaba horizontes aún mayores que los alcanzados.
Pablo descubrió y decidió aquella posibilidad de una manera relampagueante y apasionada, como fueron otros momentos de su vida intensa y aleccionadora, mientras participaba en una manifestación a favor del Frente Popular en Union Square, el 31 de julio de 1936. Las sucesivas referencias a este momento que encontramos en las cartas dirigidas a sus compañeros de exilio que habían regresado a Cuba aprovechando una precaria amnistía dictada por el gobierno, ayudan a comprender la significación y la profundidad de aquel proyecto:
He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la Revolución Española. Allá en Cuba se dice, por el canto popular jubiloso: «no te mueras sin ir antes a España». Y yo me voy a España ahora […] La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el gran bosque de mi imaginación. […] Desde entonces el gran bosque de mi imaginación […] está incendiado y el resplandor glorioso ilumina hasta los remotos confines de mi vida, hasta los tres horizontes, de ayer, de hoy y de mañana.
Para llegar a España, Pablo tuvo que reunir centavo a centavo el dinero mínimo necesario y solicitar y obtener la corresponsalía de dos importantes publicaciones: la revista norteamericana New Masses y el diario mexicano El Machete. Y tuvo, sobre todo, que decidir un rumbo para su vida.
Cuando varios compañeros de entonces le insistieron para que regresara a la Isla, Pablo les respondió, desde la sinceridad y el humor –componentes imprescindibles de su estilo epistolar y vital– en una carta memorable:
Ustedes me han confundido un poco con un organizador o algo por el estilo. Muy lejos estoy de ello, a mi más profundo y sincero juicio. A España tal vez vaya en busca de todas las enseñanzas que me faltan para ese papel, si es que alguna vez puedo dar de mí algo más que un agitador de prensa. Y no me arrastra ninguna aspiración de mosquetero. Voy simplemente a aprender para lo nuestro algún día. Si algo más sale al paso, es porque así son las cosas de la revolución. Como si me vuelve cojo una granada.
Al ofrecer a sus amigos un argumento relacionado con su profesión periodística y literaria para aquella decisión, Pablo definió, a partir de su experiencia, la poética de los buscadores de testimonios y los preservadores de la memoria colectiva:
No vayas a creer tampoco que estoy encabronado. Sencillamente, trato de darte a comprender el secreto de mi impulso hacia allá. Y hay, como siempre en mí, la emoción del impulso que me dice que allá está mi lugar ahora. Porque mis ojos se han hecho para ver las cosas extraordinarias. Y mi maquinita para contarlas. Y eso es todo.[i]
La memoria y el espíritu de aquel hombre que definió magníficamente nuestro oficio, habían encontrado su camino en las manifestaciones de Nueva York, donde recordó «que era periodista, que su gusto era ir por entre el pueblo, buscando su emoción, para expresar sus anhelos».
¿Quién era aquel «mocetón alto, de musculatura atlética, pelo oscuro, frente dilatada, voz grave, mentón altivo, sonrisa franca, mirada diáfana y jocundo talante» (como lo recordaba su amigo entrañable Raúl Roa) que llegaba a cumplir con sus diversos oficios en tierra española?
Nacido en San Juan, Puerto Rico, el 12 de diciembre de 1901, de padre cubano y madre boricua, Pablo Alejandro Félix Salvador de la Torriente Brau recibió desde muy temprano las enseñanzas esenciales de su abuelo, don Salvador Brau, periodista y hombre de letras de austera y digna trayectoria personal, quien probablemente sembró muy temprano en su nieto Felín la semilla de una ética de resonancias martianas con esta declaración definitiva: «A los hijos hay que darles, antes que pan, vergüenza».
Trasladado con su familia a Cuba en 1909 (después de un breve viaje a Santander, tierra de sus antecesores paternos, a la edad de tres años), Pablo desarrolló su vida en la Isla, primero en la región oriental y después en la ciudad de La Habana, donde comenzó a ejercer el periodismo con firme vocación empírica y espíritu renovador y creativo.
Así, fue el cronista de las luchas estudiantiles contra la dictadura de Machado y el testimoniante directo de la experiencias de las cárceles por las que transitó, condenado por su participación en la lucha revolucionaria de la época. Las series de reportajes «105 días preso», «La isla de los 500 asesinatos» y «Tierra o sangre» (sobre las luchas campesinas en la zona oriental de la Isla) son altos ejemplos de la creación periodística en el siglo XX cubano. Las principales publicaciones cubanas de la época (El Mundo, Bohemia, Ahora) tuvieron a Pablo en sus equipos o entre sus colaboradores principales. Al mismo tiempo, Pablo fue uno de los periodistas más activos en la prensa estudiantil de la época, caracterizada por su fuerza y combatividad, como Línea, vocero del Ala Izquierda Estudiantil y Alma Mater, órgano de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).
El periodismo realizado por Pablo en aquellos años intensos incluye entre sus características principales la renovación de las prácticas estilísticas al uso, la incorporación de los valores expresivos del lenguaje popular, la preocupación por el nivel estético del lenguaje, en la búsqueda de una alta calidad literaria en los textos, la capacidad de reflexión en el análisis de los complejos y álgidos temas de la realidad cubana de aquellos años y la utilización del humor como elemento que transita, liberador y comunicativo, a lo largo de su obra, como lo hizo sin duda, también, a lo largo de su vida misma.
Comprometido con las ideas más avanzadas de aquellos años, que se proponían la transformación revolucionaria de la sociedad neocolonial cubana, más allá del derrocamiento de la tiranía del general Gerardo Machado, Pablo fue el cronista mayor de los convulsos acontecimientos que se produjeron, sobre todo, a partir de 1930, fecha que marca, por otra parte, el bautismo de fuego del cronista en la lucha política revolucionaria activa, con su participación en la manifestación estudiantil del 30 de septiembre en la que resulta gravemente herido, y su iniciación en el campo de la literatura cubana de ficción con la publicación del libro de cuentos Batey, escrito a cuatro manos con su fraterno amigo Gonzalo Mazas Garbayo.
Su labor periodística y literaria produjo también una obra de características fundacionales con la escritura del libro de testimonio Presidio Modelo –«que le rompería la cara a todos los libros publicados sobre el tema del presidio y del cual podría sacarse una película prodigiosa»–, escrito a partir de las experiencias de Pablo en la cárcel homónima, situada al sur de Cuba, en la Isla de Pinos, donde estuvo confinado, junto a muchos opositores del régimen machadista, antes de marchar a su primer exilio.
Por este libro precursor y excepcional, Pablo es considerado el padre del género testimonio contemporáneo dentro de la literatura cubana y también, a mi juicio, en el ámbito de la creación hispanoamericana. La efectividad del libro, escrito como denuncia de los horrores de aquel presidio tan erróneamente llamado modelo, puede confirmarse cuando vemos el lugar y la fecha de su primera edición: La Habana, 1966. La fuerza de sus testimonios quemó las manos de varios editores, no sólo en la Isla sino también en otros países, como México y Chile, a donde Pablo envió el manuscrito desde su exilio neoyorquino entre 1935 y 1936. Las gestiones para que fuese publicado entonces en España se vieron tronchadas por el inicio de la guerra.
A su llegada a Madrid, Pablo recuperaría el manuscrito de manos de Álvarez del Vayo «que por cierto estuvo muy amable conmigo y me hizo muchos elogios del libro del Presidio, cuya publicación impidió esta rebambaramba», según comenta el cronista en su carta fechada en Madrid el 22 de octubre de 1936.
Este rápido recorrido por la labor creadora y las peripecias vitales de Pablo de la Torriente Brau antes de su llegada a tierra española en septiembre de 1936, deben completarse con el trabajo periodístico y literario que realizó durante su segundo exilio en Nueva York, entre marzo de 1935 y agosto de 1936.
La labor periodística de Pablo en esa etapa estuvo vinculada directamente a las acciones políticas desplegadas entonces, dirigidas a luchar por la unidad de las fuerzas revolucionarias muy golpeadas por la represión del gobierno de Batista y estremecidas por la certeza de que la posibilidad revolucionaria avizorada en los comienzos de la década del 30 había sido fatalmente cancelada. La principal acción política fue, sin duda, la creación de la Organización Revolucionaria Cubana Antiimperialista (ORCA), que trabajaría por la unidad de las fuerzas de izquierda, dramáticamente divididas por entonces. También con ese objetivo Pablo organiza en Nueva York el Club José Martí, que nucleará a los emigrados cubanos, se relacionará con otras organizaciones latinoamericanas y recaudará fondos para el funcionamiento de ORCA.
De nuevo el periodismo será herramienta creadora para Pablo y el equipo que acompaña su labor como secretario general de ORCA: Raúl Roa, Gustavo Aldereguía, Carlos Martínez y Aureliano y Alfredo Sánchez Arango, entre otros. Pablo escribe, muchas veces bajo el seudónimo de Carlos Rojas, artículos denunciando la situación en Cuba, llamando a la solidaridad con los revolucionarios y desenmascarando la presencia de Batista y del imperialismo norteamericano en el panorama político cubano. Pero sobre todo fundan el periódico-vocero de ORCA, que «iba a llamarse al principio Guásima, para redondear el símbolo, pero que finalmente se llamó Frente Único, para subrayar los esfuerzos de integración de la izquierda». El periódico se imprimía en papel biblia, en formato muy pequeño, para favorecer su introducción en Cuba, donde circulaba de forma clandestina. Frente Único y el Club José Martí concentran, absorben y multiplican los esfuerzos de Pablo, quien declara en una de sus cartas cruzadas con sus compañeros de entonces:
[…] El periódico es nuestra arma y el Club es nuestra obra […] Ya yo no sé cuántas maravillas y milagros más intentar. Casi, dentro de poco, voy a creer en la existencia de Dios. Porque sólo él explica que cuatro muertos de hambre hayan sido capaces de dar mítines, fundar un Club, publicar manifiestos y sacar tres periódicos. El prodigio ha pasado a categoría de cosa cotidiana.
Con ese bagaje de experiencias vitales y profesionales llega Pablo de la Torriente Brau a España en septiembre de 1936. Después de hacer gestiones en el Comité Antifascista Español de Nueva York para obtener el boleto en el barco que lo llevará a cumplir con esta mezcla de sueño y de deber, llega al Havre, pasa por París y entra, ávido y emocionado, a Cataluña. Además de enviar sus crónicas e informes a las publicaciones que le han proporcionado credenciales –la revista neoyorquina New Masses y el periódico mexicano El Machete–, el cronista quisiera que sus trabajos alcanzaran otros territorios: Costa Rica, Ecuador, incluso Cuba, si la censura imperante allí se lo permitiera.
En total, se conocen catorce cartas y catorce crónicas enviadas por Pablo desde España. Las referencias que surgen de esas mismas cartas indican que otras crónicas fueron escritas y enviadas por el cronista, pero no aparecen en la edición príncipe de Peleando con los milicianos de 1938. Recientemente, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau ha rescatado, con la colaboración inestimable del amigo Héctor Díaz Polanco, director de la revista mexicana Memoria, una crónica de Pablo titulada «La revolución campesina en Cataluña»[ii] que apareció en el periódico El Machete, pero no fue incluida en aquel libro.
Los temas de sus crónicas se inician precisamente por el de la solidaridad, imprescindible en aquellos momentos. La primera crónica enviada, «D es avions pour l’Espagne!», fechada el 10 de septiembre, sintetiza el ambiente de solidaridad popular hacia la República agredida que Pablo encontró a su paso por Bruselas y París y deja su primer testimonio sobre Dolores Ibárruri, Pasionaria, quien en un inmenso mitin en el Vélodrome d’Hiver arrebató al público con «su majestad patética, su enorme fuerza moral, su palidez de cansancio, en contraste con su ropa negra, los mechones blancos sobre su cara aún joven».
Durante los días que permanece en Barcelona, antes de llegar a Madrid el 24 de septiembre, Pablo reúne información para las crónicas que escribirá días después, algunas de ellas ya desde la capital:«Barcelona bajo el signo de la revolución» (20 de septiembre de 1936); «El Partido Socialista Unificado de Cataluña» (Madrid, 28 de septiembre de 1936); «La aviación en la guerra de España» (Madrid, 28 de septiembre de 1936); «Polizones del Magallanes» (sin fecha) y «Cuatro muchachas en el Frente» (sin fecha).
La primera crónica barcelonesa, fechada el 20 de septiembre, combina los testimonios recogidos por el cronista y su aguda visión de la ciudad para entregar el resumen de la respuesta popular contra el alzamiento de julio y «la impresión profunda que estos días dejan en el viajero», sobre esta ciudad
«que no se cansa de asistir a mítines; que presencia todos los días el desfile de columnas de voluntarios que salen para el frente; que pone todas sus fábricas a la mayor producción en provecho de la lucha y la victoria».
En su carta del 25 de septiembre, Pablo había adelantado la impresión que le causó la presencia del Partido Socialista Unificado de Cataluña en el panorama político del momento. Tres días después, en Madrid, escribe la crónica que toma como título el nombre de ese partido, a partir de los datos aportados por «Miguel Valdés, que acaba de ser designado ministro de Trabajo y Obras Púbicas de la Generalidad» además de ser «diputado electo al Parlamento español por el Partido Comunista».
Tres días después, también desde Madrid, fecha el trabajo periodístico que incluye los testimonios de un joven internacionalista argentino, Ramón Volado, y del teniente coronel Felipe Díaz Sandino, ministro de Defensa de la Generalidad catalana, sobre cuyos orígenes indaga, en la búsqueda de alguna relación con Augusto César Sandino, tema periodístico pendiente en la vida del cronista a quien, en algún momento, según señala en sus cartas, tuvo el proyecto de entrevistar en las Segovias nicaragüenses.
La crónica «Polizones del Magallanes» no aparece fechada en la edición príncipe de Peleando con los milicianos. Aunque el encuentro con los marineros se realizó con toda seguridad antes del 18 de septiembre, no es posible establecer la fecha exacta de su escritura.
Las «cuatro muchachas en el Frente» reunidas en la crónica de Pablo son: Libertad Picornell, mallorquina, de dieciséis años; Soledad Soler y Marina Ginestá, catalanas, de quince y diecisiete años, y Maruja, madrileña. Las entrevistas o conversaciones con las tres primeras se produjeron en Barcelona. Maruja aparece mencionada en los apuntes del cronista más tarde, el 3 de octubre de 1936, ya en Buitrago de Lozoya, cerca de Madrid, durante un almuerzo en el que también se encuentran presentes el comandante cubano Alberto Sánchez y su compañera, la capitana de ametralladoras, Luna.
Es posible –y fascinante– acompañar a Pablo en su recorrido por tierra española a partir de su palabra convertida en carta o en crónica. Al mismo tiempo, esos textos son la confirmación de aquella frase suya: «mis ojos se han hecho para ver las cosas extraordinarias. Y mi maquinita para contarlas. Y eso es todo». El cronista ha revelado también en sus papeles madrileños la pasión que anima sus actos y sus pensamientos, vinculados a esa forma de expresión artística nueva que utiliza el movimiento para mostrar, de manera impactante, muchos de los vericuetos de la vida. «Yo asisto a la vida, con el hambre y la emoción con que voy al cine». Y concluye: «Y ahora Madrid es todo él un cine épico».
Allí en Madrid, ciudad hostigada y heroica, Pablo escribirá crónicas y cartas con las que devuelve, para sus lectores, la maravilla de ser testigo de aquellos momentos formidables y terribles.
Así aparecen sus trabajos periodísticos «José Díaz, secretario general del Partido Comunista Español» (23 de octubre de 1936); «We are from Madrid» (30 de octubre de 1936); «La UGT, un resorte de la revolución» (3 de noviembre de 1936). La entrevista a José Díaz, secretario general del Partido Comunista, lleva fecha del 23 de octubre.
En una carta escrita el día anterior, el cronista hace una descripción de su futuro entrevistado, después de asistir a un acto que le permite confesar la intensidad con que vivía aquellos momentos en la capital española: «Lo que presencié fue también una escena magnífica: José Díaz, con su menudo cuerpo trigueño y su voz andaluza, sin el fuego del tribuno, pero con el secreto de la sencillez y el prestigio del nombre del cargo y de la historia personal, le habló al batallón que llevaba su nombre».
El 20 de octubre Pablo asistió a la proyección del filme Los marinos de Kronstadt (We are from Kronstadt) en un acto multitudinario en el Monumental Cinema al que asistieron Pasionaria y José Díaz. En la carta escrita al día siguiente el cronista narra la emoción producida por la exhibición de la película en aquellos álgidos momentos de la defensa de Madrid. La crónica que toma de ahí su título, escrita el 30 de ese mes, evoca, en enumeración memorable, los acontecimientos históricos violentos de los que ha sido testigo a lo largo de su vida y enfatiza la capacidad de comunicación de ese filme con su público en el Madrid de entonces.
Pablo continúa su búsqueda de personalidades del gobierno, las organizaciones y las milicias populares para construir sus trabajos periodísticos y enriquecer las cartas-informes que envía hacia América sobre la situación en Madrid y, en general, en España. Así conversa con Pascual Tomás, secretario general de la UGT (Unión General de Trabajadores), «hoy, la más poderosa central sindical española», cuya intensa labor política Pablo subraya y elogia.
En Madrid también escribe Pablo las crónicas que narran sus experiencias en Somosierra, sobre todo en Buitrago de Lozoya, donde los milicianos detuvieron el avance sedicioso sobre la capital, estableciendo un frente en el que nunca dejó de cumplirse la consigna de «¡No pasarán!».
Buitrago se convirtió en el centro militar de la zona, bajo el mando del general Francisco Galán. Entre los milicianos llegados de Madrid desde los primeros momentos para cerrar el paso a los sublevados surgieron jefes populares e intuitivos como Valentín González, El Campesino, a quien Pablo descubrió como testimoniante imaginativo y fecundo desde su llegada a Buitrago y quien sería después el jefe de la Unidad donde Pablo trabajó como comisario hasta su muerte.[iii]
Buitrago fue también el centro de la actividad periodística de Pablo. Allí compartió el frío y las guardias en los parapetos con los improvisados defensores del agua de Madrid. Allí vio cómo traían sin vida, desde trinchera cercana, a Lolita Máiquez, una miliciana de diecisiete años, y allí polemizó
con el enemigo desde la Peña del Alemán.[iv] Allí comenzó a hacerse carne y realidad aquel incendio de la imaginación que le asaltó la vida a Pablo de la Torriente Brau en el mitin de Union Square un mes atrás. En la Sierra de Guadarrama, pocos días después de llegar a la guerra, nos deja en una de
sus crónicas la dimensión humana de la experiencia que está viviendo, y lo hace con la sinceridad y la sencillez de su lenguaje, ajeno a toda retórica:
Me acosté a cielo abierto, porque no había más espacio en las pocas chabolas que aún se habían hecho. Había una clara luna remota, de menguante. Y las estrellas, mis viejas amigas del cielo del presidio. Tanto tiempo sin verlas. De pronto me entró una duda. ¿Era Casiopea la constelación que brillaba sobre mi cabeza? El cuerpo me temblaba por el frío, como si fuera un flan. ¿Tendré yo miedo –pensé– que no me acuerdo bien de lo que sé? Me acordé de Cuba, de Teté Casuso, de mis perros y de mis árboles en Punta Brava. Yo me dije: a lo mejor, en la guerra, cuando uno tiene un recuerdo es porque se tiene miedo. Pero no estaba convencido.[v]
«Cuatro camaradas del enemigo» (15 de octubre de 1936): «Un alcalde de la revolución» (18 de octubre de 1936); «Francisco Galán, un general de las milicias españolas» (25 de octubre de 1936) y «En el parapeto. Polémica con el enemigo» (29 de octubre de 1936) son las crónicas escritas a partir de los datos tomados (o mejor, las experiencias vividas) en Buitrago de Lozoya a donde Pablo marchó, recién llegado a Madrid, en los primeros días de octubre. La última crónica incluida en el libro Peleando con los milicianos, titulada «Campesino y sus hombres» (21 de noviembre de 1936), revela el impacto que causó en el cronista la personalidad compleja de Valentín González y, más allá, la significación que tuvo para Pablo su experiencia junto a los milicianos con los que convivió en Buitrago de Lozoya.
Para el conocimiento y estudio de estos temas, un material extraordinario se suma a las cartas y crónicas conocidas: las libretas de apuntes de Pablo en la guerra. Esos cuadernos, como tantos otros de sus textos originales, fueron conservados fielmente durante décadas por su amigo Raúl Roa, a quien el cronista había encargado, desde el humor, esa tarea en una carta memorable. Se trata de cuatro libretas de taquigrafía en las que el corresponsal anotó datos e impresiones desde el 19 de septiembre hasta el 11 de noviembre de 1936. Cada libreta tiene entre setenta y cien hojas ocupadas por sus apuntes.
La escritura fue hecha con lápiz o pluma indistintamente. Pablo utilizó diversos recursos para hacer sus anotaciones con más rapidez. Los que aparecen con más frecuencia son los siguientes:
a) escritura sintética, muchas veces a modo de pincelada, en la que la estructura gramatical se ajusta a las necesidades de la premura con que fueron escritos los apuntes,
b) palabras escritas de forma abreviada; varias terminaciones que son sustituidas por signos que a veces provienen de la taquigrafía y otras son un código establecido por el autor,
c) signos taquigráficos del método Orellana, que Pablo conocía, usados generalmente dentro del texto normal de los apuntes.[vi]
La caligrafía de las notas sugiere, en muchas ocasiones, las circunstancias en que fueron escritas. Hay pocos apuntes que parecen haber sido hechos con tiempo y tranquilidad, quizás pasando en limpio un material que había sido anotado antes en otras páginas. En la mayoría de los casos se trata de anotaciones escritas con premura y, probablemente, en condiciones incómodas para el cronista.
Los textos de La Peña del Alemán, los apuntes de la famosa polémica con el enemigo, son quizás el ejemplo más evidente de esto: la superposición de líneas indica que fueron escritos en la oscuridad y en medio de una situación evidentemente tensa.
La próxima publicación anotada, de esos apuntes ya transcritos ofrecerá, a los estudiosos del tema un material de gran valor testimonial y referencial. El estudio comparado de apuntes, cartas y crónicas arrojará luz sobre el método de trabajo periodístico de Pablo y sobre las temáticas concretas que los textos abordan.
Madrid era, por esos días, la retaguardia del trabajo periodístico de Pablo en el Frente. Allí iba, desde Buitrago, a informarse y a informar a América, a través de sus crónicas y cartas, y allí vivía, al mismo tiempo, los temas de sus artículos mencionados con anterioridad, «La UGT, un resorte de la revolución», «José Díaz, secretario general del Partido Comunista Español» y «We are from Madrid». Los temas madrileños que aparecen en los apuntes de Pablo van mucho más allá de lo que sugieren los títulos de esas crónicas. Pablo vive los bombardeos diarios y múltiples a la capital, se maravilla ante las manifestaciones callejeras y los actos multitudinarios en el Monumental Cinema y el teatro Pardiñas, habla por radio a América, asiste a la vida con la misma pasión con que va al cine.
Y descubre que la ciudad y la realidad son en esos momentos como una inmensa pantalla abierta ante sus ojos.[vii] Las descripciones de sus crónicas madrileñas encuentran muchas veces este tono gozoso que juega con las comparaciones sonrientes hacia el paisaje de la Isla lejana: Ahora las manifestaciones tienen un sello especial. Sobre ese cielo limpio y fino, que parece el cutis de una muchacha azul, brilla una luna que casi parece la de la bahía de La Habana, donde la tanta luz no deja dormir a los tiburones. Las manifestaciones recorren las calles bajo esa luna, y tiene algo de fantástico el desfile de los rostros serios, barbudos o imberbes, iluminados por la lívida luz transparente, con ese modo de marchar a la española en el que lo importante no es el paso, como en los alemanes, sino la decisión de los brazos que enérgicamente cruzan el pecho, con el puño cerrado, hasta llevarlo al hombro.[viii]
El hombre que ve y narra con agudeza y color esas manifestaciones ha sido cronista y participante de eventos similares.
Yo he visto demostraciones del Primero de Mayo en New York. Yo he visto los mítines de Union Square y del Madison Square Garden. Yo he visto las demostraciones populares de La Habana, en contra de la presencia de los acorazados americanos en aguas cubanas. He visto a un hombre, bajo el paroxismo revolucionario, disparar con su revólver contra los barcos de guerra yankees, en la bahía de La Habana. He visto a un hombre, bajo el pánico, huir del linchamiento de una multitud justamente furiosa. He visto la cara de un policía acobardado delante de mí. Y he visto sonreír a un compañero moribundo. Mi memoria es un diccionario de recuerdos indelebles.[ix]
A esos recuerdos comenzarían a pertenecer, por derecho propio, las imágenes de las calles madrileñas. «Algún día nos emocionaremos recordándolas», escribe Pablo a un amigo en carta del mes de octubre, proponiendo un ejercicio de la memoria que ya no podrá cumplir.
En Madrid, Pablo se relaciona estrechamente con los mejores representantes de la cultura artística española que defiende, con sus obras y su hacer, a la República agredida. En la Alianza de Intelectuales Antifascistas asiste a reuniones en que escritores y artistas de otros países ofrecen su apoyo a la lucha del pueblo español. Los apuntes de Pablo son el testimonio puntual de esos momentos y esas palabras:
Saludo de los intelectuales del mundo con ovación contra los amigos de las tinieblas y los destructores de las ciudades españolas ricas de pasado, milenarias –Louis Aragon = Traduce Alberti = Los sueños allá se llaman Castillos de España Juan Chabás, autor de teatro Los más puros valores de la cultura española siglo a siglo han sido liberales –Siempre ha habido en España una tradición de libertad Ludwig Renn = Presentación de Bergamín –Traduce Ma.Teresa = En la Alianza entrevista a Ludwig Renn y solicita un autógrafo de Louis Aragon para enviarlo a las publicaciones americanas donde aparecen sus trabajos. En la calle descubre y testimonia las expresiones visuales de la resistencia frente a la agresión: las notas describen decenas de afiches y consignas y recogen fragmentos de obras de teatro popular presentadas por el grupo La Tribuna.
Por otra parte, Pablo se relaciona con Ramón Menéndez Pidal y Gregorio Marañón, a través de su amigo José María Chacón y Calvo, que entonces se desempeñaba como diplomático de la Embajada cubana en Madrid. Junto con Chacón, cena en la casa de Menéndez Pidal el 18 de octubre.
Pero seguramente el escritor español con quien Pablo estableció una relación más profunda y sistemática, en medio de los fragores de la guerra en la que ambos participaban, fue Miguel Hernández. El poeta alicantino relató su primer encuentro con Pablo en una entrevista que le hiciera Nicolás Guillén en 1937, pocos meses después de la muerte del cronista en Majadahonda:
Conocí a Pablo en Madrid, en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, esperando yo a María Teresa León, que no venía. Recuerdo que fue en septiembre del año pasado. Esa noche, recién amigos, bromeamos como antiguos camaradas. El sentido humorístico de Pablo era realmente irresistible. Quien estaba a su lado tenía que reír siempre, siempre, porque él sabía encontrar como pocos el costado grotesco de las cosas más solemnes. Y lo hacía con una originalidad y una fuerza…
Yo le quise mucho. Después de aquella noche que les digo, nos separamos durante varios meses. Nos volvimos a encontrar en Alcalá de Henares, a pesar de que habíamos estado juntos, sin saberlo, en los combates de Pozuelo y Boadilla del Monte. «¿Qué haces?», me preguntó alegremente al abrazarnos. «Tirar tiros», le contesté yo riéndome también. Pablo era entonces comisario político del Batallón de El Campesino, hoy División. Me ofreció hacerme también comisario de Compañía con lo que estábamos juntos otra vez Pablo y yo.[x]
En los días de este segundo encuentro con Miguel Hernández en Alcalá de Henares (seguramente a principios del mes de noviembre) ya Pablo ha transformado el orden de sus prioridades en la guerra: de corresponsal-participante ha pasado a ser comisario-cronista. Si antes ha pasado días completos en las trincheras con los milicianos de Buitrago, compartiendo sus guardias, sus peligros, sus vicisitudes, ahora es ya un combatiente en las filas de la unidad de Valentín González. Siempre reflexivo dentro de su espíritu apasionado, Pablo escribe en una carta del 11 de noviembre:
Por lo pronto, mi cargo de comisario de guerra con El Campesino acaso sea un error desde el punto de vista periodístico, puesto que tengo que permanecer alejado de Madrid más tiempo del que debiera, pero, para justificarme plenamente, comprenderás que en estos momentos había que abandonar toda posición que no fuera la más estrictamente revolucionaria de acuerdo con la angustia y las necesidades del momento. Más adelante, cuando mejore sensiblemente la situación, abandonaré este cargo y podré maniobrar más libremente.[xi]
«Las angustias y las necesidades del momento» se resumen en esta frase rápida y terrible: los sediciosos, apoyados por Alemania e Italia, están a las puertas de Madrid. La decisión de Pablo remite a una disyuntiva (acción vs. palabra) que ha sido vista en algunas ocasiones de una manera demasiado simple: mostrándola como una renuncia al segundo elemento, el de la palabra, en favor del primero, el de la acción. Creo que en Pablo, al igual que sucede con otros relevantes ejemplos en que esos elementos se muestran como unidad más que como dicotomía, el proceso es más rico y profundo. Verlo complejamente enriquece, al mismo tiempo, a los dos elementos que forman esa unidad.
Creo que Pablo continuó siendo el cronista apasionado de Union Square cuando asumió las responsabilidades de comisario político. Sólo que «las angustias y las necesidades del momento» lo obligaban a aplazar esas labores. Es significativo que en aquella misma carta, en el párrafo siguiente al comentario sobre su designación como comisario, Pablo aborde, de entrada, la idea del libro La leche de Buitrago, un proyecto testimonial que aparece esbozado en su libreta de apuntes y que toma como título una frase escuchada entre los milicianos de Somosierra en los primeros días de octubre.
Esa hipótesis está también fuertemente respaldada por la anotación hecha en el cuaderno el día 11: «Campesino me notifica que tiene un coche a mi disposición para que escriba todo lo que quiera. En todo caso» –también lo declara en su carta–, «más adelante, cuando mejore sensiblemente la situación», podrá abandonar ese cargo, y «maniobrar más libremente».
Hacia finales del mes de noviembre, en Alcalá de Henares, Pablo comenta en una carta su encuentro con Miguel Hernández:
Descubrí un poeta en el batallón, Miguel Hernández, un muchacho considerado como uno de los mejores poetas españoles, que estaba en el cuerpo de zapadores. Lo nombré jefe del Departamento de Cultura, y estuvimos trabajando en los planes para publicar el periódico de la brigada y la creación de uno o dos periódicos murales, así como la organización de la biblioteca y el reparto de la prensa. Además planeamos algunos actos de distracción y cultura.[xii]
Juntos trabajarían Pablo y Miguel durante las semanas siguientes, en las nuevas tareas del cronista. Sus cartas ofrecen apretadas síntesis de esas actividades en las que está presente siempre una sensible valoración de la circunstancia que vivía y de las necesidades humanas de los hombres envueltos en aquellos tensos acontecimientos:
Por otra parte, tenemos unos cuantos discos entre los que hay alguna rumba. Hay que divertir al hombre de la guerra; hay que hacer que se olvide de ella, cuando por casualidad, como ahora, se nos ha dado la oportunidad de un relativo descanso. Y aparte de todo esto, hemos dotado a cada compañía de un maestro, con una campaña intensiva para que todo el mundo sepa firmar el próximo pago. Y muchos están aprendiendo ya a leer y escribir.[xiii]
Seis días después de escribir esa carta, Miguel Hernández leería en el cementerio madrileño de Chamartín de la Rosa, junto al cuerpo de Pablo, su impresionante «Elegía segunda», dedicada al comisario-cronista, caído en combate el día anterior en Majadahonda:
Me quedaré en España, compañero», me dijiste con gesto enamorado. Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero en la hierba de España te has quedado. [...] Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan. No temáis que se extinga su sangre sin objeto, porque este es de los muertos que crecen y se agrandan aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.
España fue el momento más alto de la trayectoria –periodística, vital– de Pablo de la Torriente Brau. Ahí están, para confirmarlo, sus formidables cartas y crónicas que trascendieron, por su agudeza y profundidad humana, aquel momento específico y han quedado, sin duda, entre los más altos exponentes del quehacer testimonial en nuestra literatura y también en la del Continente.
Situados hoy frente a la fecha y las circunstancias de su muerte temprana, es imposible no recordar la definición de su amigo Raúl Roa en una entrevista extraordinaria:
El mayor talento frustrado de nuestra generación es Pablo de la Torriente Brau, pero bien entendido: frustrado por la muerte. Justamente se extinguió cuando su talento empezaba a desplegarse en vuelo arrebatado hacia cumbres insospechadas, sin otro esfuerzo que teclear la maquinita. Escribía naturalmente, como sudaba o respiraba. Su imaginación era un bosque incendiado y su sensibilidad más vibrante que un sismógrafo. Pero fue tan plena su vida y tan hermosa su muerte que hablar de su «talento frustrado» es pura retórica.
Contra la retórica –en el periodismo, en la literatura, en la política, en la vida– también combatió Pablo. De ahí el ritmo vertiginoso de su existencia, la contemporaneidad de sus letras, la vigencia de su pensamiento. Por ello, creo que los homenajes de evocación a su vida y a su obra pueden alcanzar
su dimensión más honda si los colocamos bajo su propia pupila, ajena a toda sacralización, e indagadora en los verdaderos valores que definen al héroe dentro de su complejidad enriquecedora.
Cuando los halos de las efemérides repetitivas parezcan cercarlo en tiempos de aniversarios y homenajes, habrá que recordar cómo el cronista, el escritor, el comisario, ayudado por el filo imprescindible del humor, resumió su definición del héroe revolucionario, alejándolo de toda sospechosa canonización, reintegrándolo, en toda su grandeza, al sitio cotidiano y fundamental al que pertenece:
[Antonio Guiteras] tuvo, arrastrado por su fiebre, el impulso de hacerlo todo. E hizo más que miles. Y tenía el secreto de la fe en la victoria final […] Tuvo también defectos. El día del castigo no hubiera conocido el perdón. Era un hombre de la revolución. Tampoco tuvo nada de perfecto. […] Ellos [Guiteras y Carlos Aponte] fueron hombres de la revolución. Y ni me interesa ni creo en el «hombre perfecto». Para eso, para encontrar eso que se llama «el hombre perfecto», basta con ir a ver una película del cine norteamericano.
Por ello, al analizar en este apretado balance la vigencia y los alcances de la obra periodística de Pablo –profundidad, amenidad, compromiso, humor, agudeza, imaginación, naturalidad, mezcla creadora de lo culto y lo popular, sentido auténtico de lo moderno– no hemos querido realizar un inalcanzable inventario de maravillas, sino poner delante de todos ese conjunto de elementos que conforman una óptica creativa, necesaria en cualquier caso para el ejercicio del periodismo que intente trascender su minuto, para el testimonio que se proponga dar voz a los que no la han tenido, a la memoria que sirve para salvar historias y para tratar de hacer avanzar la Historia.
Aquel cronista vivió la vida con la avidez del que asiste al cine; combatió con el entusiasmo y el humor como escudos infranqueables y creyó en el periodismo como un actividad vital, imprescindiblemente creadora, capaz de devolvernos enriquecida nuestra propia imagen como individuos, como pueblo, como nación, como especie.
Esas son sus enseñanzas también para estos tiempos difíciles en los que Pablo pone de nuestra parte y para nuestra suerte toda su pasión, todo suhumor y toda su capacidad de reflexión.
[i] Carta a Raúl Roa, Nueva York, 18 de agosto de 1936, en Cartas cruzadas, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1981, pp. 426-427.
[ii] Que reproducimos a continuación de este texto (N. de la R.).
[iii] La primera edición de Peleando con los milicianos fue hecha en México, en 1938. La primera edición cubana, que apareció en 1962, no incluye la crónica «Campesino y sus hombres», y el nombre de ese jefe militar, que comandó la unidad en la que Pablo trabajó como comisario en el frente, fue eliminado de las cartas y trabajos periodísticos. La segunda edición, hecha en Cuba en 1987, repitió, veintiticinco años después, el mismo error. La editorial barcelonesa Laia publicó Peleando con los milicianos en 1980 según la edición mexicana de 1938. La compleja personalidad de Valentín González, Campesino, es analizada con profundidad y acierto por Pedro Mateo Merino, en su libro Por vuestra libertad y la nuestra, publicado por la Editorial Disenso (Madrid, 1986). Merino, que al finalizar la guerra era teniente coronel del Ejército Republicano, había sido teniente de milicias en Buitrago de Lozoya, donde Pablo lo conoció a principios de octubre de 1936. «Valentín González era un jefe popular de prestigio reconocido cuyos milicianos se batían con heroísmo como fuerza de choque», escribe Merino en su libro, subrayando la intuición innegable de Campesino para los métodos guerrilleros, eficaces en los primeros momentos, pero que hicieron crisis en la medida en que la contienda se complejizaba. «Después de su destitución por Líster y hasta el final de la guerra –quizás hasta su propia agonía– Valentín González ha sido un hombre a la deriva», resume Merino, antes de entregar esta nítida y acertada valoración del tema remitido también a sus contextos: «Nuestra guerra, como toda verdadera tragedia, es una caprichosa mezcla de lo sublime y lo ruin, de lo horrible y lo grotesco, de lo heroico y lo bufonesco. En ella están presentes todas las contradictorias facetas de un magno acontecimiento histórico, en los hombres y en los hechos […] pero ello no desdice la grandeza de su obra, sino que la enmarca en contornos reales y concretos».
[iv] Pablo escribe en una carta fechada en Madrid, el 10 de octubre de 1936: «Nuestro parapeto es uno que se conoce por La Peña del Alemán, y está frente a uno de ellos al que llamaban “el parapeto de la muerte”». Estos puntos constituyen los dos fuegos más próximos, al extremo de que, en cuanto oscurece, empiezan, de parte y parte, los discursos que concluyen con los insultos de rigor. Yo tuve el honor de endilgarles tres discursos en una sola noche.
Y acabaron por gritar: “Que hable el cubano”. Ya ves tú qué honor, que los “camaradas fascistas”, como les llamaba, tuvieron gusto en oírme. Claro que no fueron discursos al estilo mío del Mella, que tanto indignaban la seriedad de la compañera de Ramírez. Fueron en serio. y después de cada uno de ellos se quedaban en silencio, como pensando qué contestar. Al fin se salían por la tangente, planteando otros problemas, a los cuales daba rápida contestación. Por último, donde llegó mi elocuencia a la cúspide fue cuando, recogiendo mi alusión de que les disparábamos con balas mexicanas, me plantearon el problema de cómo yo me atrevía a reprocharles a ellos usar
aviones italianos si empleábamos balas mexicanas. Y he aquí que mi “poderosa” dialéctica dejó definitivamente aclarada la diferencia que existe entre un avión de Mussolini y una bala de los trabajadores de México».
Pablo de la Torriente: Peleando con los milicianos, La Habana, Ediciones Nuevo Mundo, 1962, 195 pp., p. 90.
[v] Cf. Pablo de la Torriente: «En el parapeto», en Cartas y crónicas de España, La Habana, Ediciones La Memoria, 1993, p. 237.
[vi] Enrique Orellana: Nuevo tratado de taquigrafía castellana, Sevilla, Imp. De G. Álvarez y Cía, 1913.
[vii] Son muchas las referencias de Pablo al cine en sus trabajos periodísticos y en sus obras de ficción. Es posible encontrar, además, la influencia de la más moderna de las artes de su tiempo en sus cuentos, testimonios y crónicas. En sus cartas de España hay múltiples menciones del cine, vinculado a la realidad que le rodeaba. Estos son dos ejemplos significativos: «A las doce de la mañana presencié otro acto de gran interés. Yo asisto a la vida, con el hambre y la emoción con que voy al cine. Y ahora Madrid es todo él un gran cine épico». «No me canso de ver todo esto. Como no tengo tiempo de ir al cine, el cine lo encuentro en la ca lle. Todo es espectáculo para mi».
Cf. Pablo de la Torriente: Cartas del 22 y 28 de octubre de 1936, en op. cit. (en n. 5).
[viii] Cf. Pablo de la Torriente: Carta del 28 de noviembre de 1936, en op. cit. (en n. 5), p. 116.
[ix] Pablo de la Torriente: «We are from Madrid», en op. cit. (en n. 4), pp. 220-21.
[x] Nicolás Guillén: «Un poeta en espardeñas; hablando con Miguel Hernández», en revista Mediodía, 1 de noviembre de 1937, pp. 11 y 18.
[xi] Pablo de la Torriente: Op. cit. (en n. 4), pp. 132-133.
[xii] Pablo de la Torriente: Carta del 28 de noviembre de 1936, en op. cit. (en n. 4), p. 160.
[xiii] Pablo de la Torriente: Carta del 13 de diciembre de 1936, en op. cit. (en n.4), pp. 165-166.
***
Publicado en el número 245 de la revista Casa de las Américas
Visitas: 142
Deja un comentario