
Si el fin es realzar poemas del joven Martí, si el fin es realzar un buen poema de amor, el crítico, el erudito, el asiduo lector no tardarán en escoger «Carmen». Estos versos se publican en El Eco de Ambos Mundos el 23 de mayo de l876 y es lo único que publica durante ese mes, y están dedicados a Carmen Zayas Bazán, quien llegaría a ser la esposa del poeta. El poema se desliza en nuestro oído con su ritmo perfecto, sus imágenes raras de tan pulidas, oscuridad gustosa, el diamantino resurgir de los signos. Cada estrofa es un respiro afín, pero fragor de un aire diferente, cada estrofa una vuelta de la cinta. La amada aparece en cada una apellidada en una forma nueva, lo que traza los velos de una aparente elipsis. En este poema, conformado por cuartetos endecasílabos, el amor no se debate, ni reflexiona, el amor inunda con su fuerza arrolladora. Vale la pena insistir que en los poemas de Martí escritos en México se identifica el amor físico con la imagen de la mujer, y el amor magno con la potencialidad espiritual, paso a lo eterno, vida como vía y no término. El forcejeo entre ambos sentimientos se hace más evidente que en textos anteriores. Se pudiera decir que ese es el tema que prima en la lírica de Martí concebida en México. En casi todos ellos la pasión física es fuerte, el poeta se debate aunque salga vencedor el amor magno, que ha de realizarse solo con la muerte. Dicho forcejeo solo se supera magistral y humanamente en el poema «Carmen», donde el poeta luego de emparentar los dones celestes y los de su amada queda vencido por ese amor que todo lo cobija en suprema paradoja: «lo humano», «lo divino», «el germen de la fuerza y el del fuego» unido a una «Potencia de creación que en las alturas» su «fuerza mide y su poder dilata». Por más, es una derrota victoriosa, el yo lírico confiesa la vuelta al equilibrio, a la equidad interior, a la paz espiritual:
[…]aunque la noche llegue
a cerrar con sus pétalos la vida,
no hay miedo ya de que en la sombra plegue
su tallo audaz la pasionaria erguida.
Luego de esta precisión sigamos develando el virtuosismo expresivo del poema. Cada estrofa proporciona su anillo al cuerpo del concepto. Se despierta el lenguaje diamantino: aquel que sin dejar de sugerir siempre define. El encabalgamiento creará cárceles y vuelos de sentido, juegos con la cadencia de lectura, y, la gravedad que nos tienta a ganar el final del verso, con lo que se escamotea a primera vista el valor de algunos signos de puntuación, haciendo posible un nuevo significado, o lo que es más preciso, creando lo que llamaríamos la multiambigüedad semántica. Pruebe esta afirmación en la segunda estrofa, el primero y el segundo verso, y en la séptima el segundo verso, o en general las dos últimas del poema, donde el encabalgamiento sobrepasa el marco limitado de la estrofa, y cobra una estructura insospechada en la que tiene mucho que ver el uso de los signos de puntuación. La sugerencia acuna un elegante peso: el de los elementos complementarios para describir las virtudes de su amada y de su amor, que asumen sabias maneras en el texto, y permiten el ondeo plural de formas y sentidos. Se abre un amplio compás que va de la especial selección de la palabra «esplendor» en la primera estrofa. Todo parece indicar que se ha sustituido el sustantivo «fuego» por «esplendor», palabra esta que reproduce la cualidad luminosa del fuego, pero, como eslabón rey del idioma que es, sugiere, gana, otras cualidades tales como brillo, gloria, orgullo, lucimiento; que se unen a los atributos desechados y sumados a la pasión. Entre los primeros: «El torpe amor de Tíbulo y de Ovidio», «La veste indigna del amor del griego». Su decisión de reconocer la emoción insoslayable dentro de la naturaleza es tal, que rechaza el fruto recalentado del espíritu, el emblemático signo de excelsitud de lo amoroso. Pues su amor y su amada no son bellos por apariencia, sino que, por su condición íntima y entrañable, trascienden la mira limitada de un concepto. Entre los segundos: «las lánguidas blancuras / de un lirio de San Juan», «la insensata potencia de creación», que mucho diría al sicoanálisis o a Freud, la condición de «griego en la beldad», hasta llegar a las osadas construcciones que en su complejidad cualifican y dan la sensación de mundo otro en el que se halla el poeta. Nos referimos a la tercera estrofa, donde la multiambigüedad semántica cobra cauces en la meditada urdimbre de la sintaxis. La estrofa más que decir, juega a significar. En sus oraciones II, III y IV hay clara muestra de ello:
IIes tan bella, / Que si IIIel cielo la atmósfera vacía /dejase de
su luz, IVdice una estrella…
El cielo ha de dejar la atmósfera vacía de su luz, pero ¿cuál luz? El cielo, como lugar donde se mueven los astros, podría fungir como elemento complementario relacionado con la emanación de lo luminoso, pero la extrema cercanía de la oración «dice una estrella», al contener como sujeto de la acción al astro, y el posesivo del sustantivo luz ,«su luz», bien pueden romper el encanto del primer acercamiento a la imagen y dar pie para entender el curso agitado de una perífrasis, que mágicamente se deshace o se resuelve en las líneas: «Que si el cielo la atmósfera vacía /dejase de su luz»; con la estrella, como portadora de la luminosidad y como testigo confesante de que esa luz fuera de ella solo se encuentra en el alma de la amada del poeta. La oración «dice una estrella» es la exacta incidental que posibilita la complejidad en los ejes de subordinación y los alcances de la imagen. ¿Quién pudiera negar la condición virtuosa de la estrofa? Quien lo dude sépala también a medio camino entre la metáfora y el símil. La comparación granea con los meditados verbos. Asistimos al aparente escamoteo del símil. Se intenta equiparar a la mujer con aquellos elementos que pudieran serle afines, para volver más libre a la mujer, después de una soslayada exaltación de la naturaleza. En dicha estrofa, como en los otros poemas que aquí se analizan, el hipérbaton provoca un peculiar engranaje sintáctico. La presentación incompleta del complemento, primero la atmósfera vacía y del verbo después, con el elemento que faltaba dejase de su luz provoca en nosotros la sensación de contemplar el adjetivo «vacía» como verbo en tercera persona del singular, del presente de indicativo. Al fin, hipérbaton que realza su alcance por el encabalgamiento. Lo anteriormente expresado nos hace pensar que el saldo del poema es una insinuación. En él se sugiere que la apariencia pudiera ser también esencia. Es este juego a lo real, y sobre todo la poesía: fluir de las verdades sospechosas, si al fin nos decidimos a parafrasear a Alfono Reyes. Singular construcción exhibe también la cuarta estrofa, que, como la quinta, es de índole paradójica en cuanto a la elaboración de imágenes. Así dice:
Y se acerca lo humano a lo divino
con semejanza tal cuando me besa
que en brazos de un espacio me reclino
que en los confines de otro mundo cesa.
Al sujeto lírico todo lo ampara y nada lo sostiene, porque naturaleza profundamente paradójica. La unidad o revelación del ser a través del amor comprende éter y sujeción, lo que se logra por el trabajo en los campos semánticos en el espacio mínimo de la estrofa:
De un lado Del otro
lo humano lo divino
besa espacio
brazos confines
reclino otro mundo
Luego, la misteriosa vuelta del poeta y la amada a la naturaleza en las dos estrofas finales del poema, para quedar como el aire, que se orea perenne en la faz de la tierra. En estas estrofas ha ocurrido una ruptura del sistema, en ellas se alberga la ambigüedad de lo genuinamente poético. Se intuye una correspondencia con lo natural más allá del paisaje. Es el alma de la ley terrena quien canta melodías iguales en carácter y tiempo a las del poeta. Sutil es la simbiosis entre la amada y esta planta ¾la pasionaria¾ por demás americana, de grandes flores olorosas, cuyos ramos recuerdan aproximadamente los instrumentos de la pasión de Jesucristo, erguida solo por la fuerza del amor. Aflora lo analógico o el reconocimiento de una concatenación, una dependencia entre la naturaleza física y la del hombre. Las variadas construcciones con matiz condicional ¾tomadas aquí en sus estructuras esenciales¾ por ejemplo («El infeliz que la manera ignore… de una virgen celeste se enamore»), («Es tan bella… que si el cielo la atmósfera vacía dejase») y («Aunque la noche llegue… no hay miedo») dan la sensación de sostén en el éter, de cuerpo predecible en el azar. Lo que prueba la tesis romántica de que «todo objeto amado es el centro de un paraíso». En «Carmen» franquea las puertas la plenitud amorosa, el predominio de los sentimientos del amor traducidos en sublime pasión, contenido también el que se siente por la naturaleza, se tiende a ver en ella la esencia del misterio del mundo, y «a descubrir en todos y cada uno de los seres un pedazo del gran todo que es la creación, dirigiendo el poeta sus interrogaciones filosóficas a las leyes y mecanismos universales en que cree palpitar el mismo ritmo que palpita en el espíritu humano». Como consecuencia la relación intensa e invisible entre las bellezas naturales y las del espíritu. Contemplación de la naturaleza de la que no puede separar su propia subjetividad.
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