Hace diez años conocí a Domingo Alfonso (Jovellanos, 1935). Invitados a un mundo de ensoñaciones, a juzgar por lo que en materia de poesía nos regalaría la bella ciudad de Fomento, llegamos una tarde y el viaje fue suficiente para calibrar la talla de este poeta que acaba de cumplir 85 años. La acción cultural Un poema en cada casa, liderada por Ángel Martínez Niubó, poeta y promotor cultural del terruño, lo había seleccionado como invitado protagónico en una noche de lecturas que concluiría al otro día, con la entrega de un soneto de amor de Domingo a los miembros de la comunidad. En la ocasión, ese sabio en materia lírica que es Virgilio López Lemus se refirió al invitado como «figura cimera de la poesía cubana viva», y encomiándolo dijo: «Domingo es siempre domingo, o sea, es un amigo dominical, del día de gozo y reposo. Tengo una vieja y fraternal amistad con el arquitecto Alfonso, pero sobre todo con el poeta Domingo». Y sí. Es poeta y arquitecto este autor, uno de los pilares de la llamada Generación del 50 en Cuba, del que muchos juicios en su favor han sido emitidos, como el que mereciera de parte del poeta Roberto Fernández Retamar, también integrante del grupo, cuando consideró que «nadie entre nosotros había logrado hacer ver con tanta fortuna la sorprendente poesía de lo cotidiano».
¿Cómo fue que se hizo arquitecto?
Desde un hogar humilde, en las décadas del 40 y del 50, mi familia quería que yo estudiara. Comencé en las escuelas primarias de mi pueblo, pero al terminar el octavo grado, no podía continuar. Tuve que venir a La Habana. Gracias a que mi familia alquilaba un cuarto en un solar, y a la Escuela Superior de Artes y Oficios, pude graduarme de Constructor Civil. Titularme de Arquitecto fue una hazaña.
«Mi primer año en la carrera fue en 1954-55, pero al terminar el curso de 1956 se interrumpían con frecuencia las clases por las luchas estudiantiles. Al final se cerró la Universidad, reabierta en 1959. Mis padres eran ancianos y tuve que trabajar. En 1963, casado y con hijos, terminé la carrera».
¿Cuál es la génesis de Sueño en el Papel, el primero entre los diez poemarios que ha firmado?
Sueño en el Papel (1959) fue seleccionado y prologado por el incomparable José Ángel Buesa. Este libro nació de los poemas que durante un tiempo yo les entregaba, tanto a Buesa como al gran poeta y crítico Alberto Baeza Flores.
¿Cómo valora la generación literaria a la que pertenece?
En mi libro de 2016 Poetas, Poemas, Poesía hablo de esta Generación de los años 50, olvidada por muchos jóvenes del presente, pese a que la integraron poetas de indudable fuerza. Los principales trajeron otra manera de pensar y escribir, temas actuales, reducción del adjetivo, reinstaurar la cotidianidad, el tiempo presente y su lenguaje, la reinserción del «feísmo» (Piñera); podar lo superfluo (Buesa); buscar la concisión, fieles al espíritu del gran arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright: «Cuando tres líneas bastan, cinco significan siempre estupidez».
De aquel libro que le regalara su padre, Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua castellana, ¿cuáles siguen pareciéndole textos esenciales?
Aquella suprema obra, concebida por el gran polígrafo Don Marcelino Menéndez y Pelayo, sembró en mi mente el deseo de lo mejor. Para mí, son imprescindibles las obras completas de José Martí y la saga de Marcel Proust: En busca del tiempo perdido.
¿Sigue sorprendiéndolo la inspiración con la misma intensidad que antes?
Puede que la poesía nos venga más desde la sensación y la sensibilidad que de la inteligencia y, entonces, a edades tempranas brote con más fuerza. Es posible que mi máxima intensidad como escritor estuvo entre los 23 y 50 años. Pero en mi caso he escrito hasta el año 2000, con un ritmo para mí normal. Decaído, en edad más avanzada, menos, pero seguí escribiendo.
Hacia 1990 escribía menos poesía, porque componía las letras de mis boleros y canciones. Según Verlaine: «el primer verso lo dan los dioses». Esa idea principal, cuerpo central del poema, nos viene de modo inexplicable, por sorpresa y puede que asociada con causas, pensamientos, realidades o sensaciones no evidentes. El poema, como la muerte, nos puede sorprender en cualquier momento.
Me mostró un día un cd con canciones suyas…
En 1990, al jubilarme, me compré una grabadora y sin saber música me dio por componer canciones y boleros. Letra y música, me venían juntas ambas cosas. Me convertí en un autor musical. Músicos amigos me ayudaron en las transcripciones al pentagrama. Nada de canciones «intelectuales». La sencillez. El bolero como suma de la cubanía.
En nuestros archivos
Una larga y rica trayectoria literaria atesora Domingo Alfonso (Jovellanos, Matanzas, 1935), con poemarios publicados como Sueño en el Papel, 1959; Poemas del hombre común, 1964; Historia de una persona, 1968; Libro de buen humor, 1979; Esta aventura de vivir, 1987; Vida que es angustia, 1998; y En la ciudad dorada, 2002. En preparación se encuentra su libro Un transeúnte cualquiera, poemas del 2003 al 2007. Domingo es graduado de Arquitectura por la Universidad de La Habana, donde también se ha desempeñado como profesor. Además de su obra poética, como autor musical ha compuesto la letra y la música de más de 150 canciones. Poemas de su autoría aparecen en diversas revistas, y en importantes antologías de la poesía cubana contemporánea. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués, ruso, italiano, sueco, danés y otros idiomas. Domingo Alfonso integró en el 2008 el jurado del concurso nacional de poesía Regino Pedroso.
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Tomado de Granma
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Descargar el poemario del autor, En busca de la poesía & En piel color tabaco, en nuestro portal.
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