A 152 años del fusilamiento del poeta bayamés Juan Clemente Zenea y Fornaris, aún perduran rezagos de la discordia sobre su vida y obra, el debate sobre la misión que lo trajo a Cuba de forma clandestina en 1870. Lo cierto es, sin embargo, que su grandeza como hombre de letras, de alto lirismo, así como su labor periodística en la edición y redacción de publicaciones frecuentes, resulta imposible de opacar, independientemente de quienes han pretendido extraer al hombre de sus circunstancias, de la encrucijada que le puso la existencia.
El adolescente Zenea llega a La Habana de la mitad del siglo XIX como adolescente huérfano de madre, y sin el amparo de su padre español. Ya en la capital se inscribe en el colegio San Salvador, bajo las enseñanzas del filosofo José de la Luz y Caballero, cuyas ideas nutrieron los preceptos de libertad y de expansión humana que primaron en el bardo.
En La Habana se hizo poeta, periodista, redactor, editor de periódicos y revistas; allí, al beber de la savia de José de la Luz y Caballero, bebe por ende de Varela, de Saco, de José Agustín Caballero por transferencia de conocimientos y prácticas. La urbe lo ve mezclarse con otros jóvenes de ideas independentistas y anticolonialista, ve crecer su valor para expresar sus opiniones en periódicos asediados por la censura de prensa. Es en La Habana donde queda fijada la estatua del poeta a modo de recuerdo, de homenaje.
El Paseo del Prado, hoy José Martí, tiene como guardián a Zenea. La escultura estuvo a cargo del artista español Ramón Mateu, nacido justo veinte años después de que fuera fusilado el cantor de «Fidelia», y que vivió en Cuba entre 1918 y 1925.
El monumento habanero fue erigido hace más de un siglo, en 1920, impulsado por la hija, la única que tuvo el poeta, Piedad Zenea de Bobadilla. La escultura es elegante, hecha en bronce, a tamaño natural: el poeta está sentado, en actitud meditativa, quizá como expresión de la tristeza de los últimos meses de vida que pasó en presidio, o de lo mucho que reflexionó sobre la forma de luchar por Cuba libre. Le acompaña en la parte inferior de la peña una musa desnuda con una lira en el brazo izquierdo, es Erato, la griega dueña de la poesía romántica, símbolo de la mujer, del amor; casi como guiño al poema «A una golondrina», texto de Zenea grabado en la parte trasera de la estatua:
Mensajera peregrina que al pie de mi bartolina revolando alegre estás, ¿de do vienes, golondrina? Golondrina ¿a dónde vas?
También existe una estatua de Zenea en su Bayamo natal y una de las arterias principales de la ciudad lleva el nombre de este gran poeta y periodista, sobrino por línea materna, además, de otro gran escritor: José Fornaris y Luque, autor de La Bayamesa.
Por qué está Zenea desde los primeros años de la República en un lugar tan preponderante, tan visible en La Habana, aun cuando la historiografía lo condena como traidor por poseer doble pasaporte, salvoconducto español y a la vez el encargo hecho por Céspedes de ayudar a salir de Cuba a Anita de Quesada, que estaba encinta.
Precisamente el injusto estigma del traidor lo arrastra por la mala impresión que le causó a Ana de Quesada (quien difundió esta versión en el extranjero) cuando fue apresado y trató de enseñarle el salvoconducto español a los soldados que lo capturaron.
El debate se intensifica pues Zenea, además, traía dos encomiendas cuando llegó a Cuba: una de la Junta Cubana de Nueva York para que el poeta obtuviera y llevara información, y otra del gobierno español, en la que debía proponer a los insurrectos la autonomía a cambio de la capitulación. No obstante, se hace preciso entender las circunstancias: era un declarado, conocido y perseguido antiespañol, fue condenado a muerte en 1852 y amnistiado al año siguiente, y a pesar de que regresó a Cuba luego del exilio, su vida no fue un camino simple, sin contorsiones.
Como pocos, tocó Zenea el alma de los lectores contemporáneos. Numerosas obras, artículos, vieron la luz en vida del autor, otras quedaron inconclusas: novelas, leyendas. Después de morir, en 1874, se publican los poemas escritos en la prisión bajo el título Diario de un mártir. El gran elegíaco sigue despertando admiración, controversia, pláticas entre estudiosos de su obra, entre historiadores, mientras, él espera sentado el momento oportuno para hablar.
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