El poeta y narrador Evasio Pérez González disfruta especialmente dos cosas en la vida: cambiar su lugar de nacimiento constantemente porque siempre decir que nació en San Antonio de los Baños, en 1953, suele ser muy aburrido, y escribirle todos los poemas del mundo a cuanto escritor suicida, contestatario y maldito caminó por las calles de este mundo.
Del primero dan prueba sus alusiones a cierto nacimiento ocurrido en Caimito, Mariel, Bolondrón, Florencia y hasta en el Segundo Frente, según le parezca a Evasio. Del segundo ofrecen certezas poemas aparecidos en su cuaderno lírico Con piel de laberinto, del cual recuerdo, en especial, una décima dedicada al inmenso Jorge Luis Borges:
Descubro al Borges lunfardo
envuelto en una milonga.
Lo descubro y se prolonga
como el fervor que le guardo.
En La Recoleta pardo
silencio vivo de pampa,
me lo devuelve la estampa
de un hombre lejano y gris
si Borges es un país
donde la luz ya no escampa.
Pero, en especial, las mayores certezas acaban de aparecer en su reciente libro Cantar a los malditos inconformes (editorial Unicornio), donde Evasio coloca con pinzas doradas a cada uno de los autores y autoras (y artistas en general) que más lo han desvelado como creador a lo largo de toda una vida. Borges, Nicanor Parra, Ángel Escobar, Allen Ginsberg, Sylvia Plath, Anne Sexton, Marilyn Monroe, Facundo Cabral…
En unos casos el desenfado absoluto, en otros la vocación suicida y en otros la efervescente combinación de drogas y talento en el currículo de los homenajeados impulsaron a Evasio a escribir en tiempo récord este sonetario descarnado, duro, pero también muy sincero. Y, a veces, risueño. «Entiendo la poesía como un acto delicioso y maldito. Los poetas sin demonios no son los míos», ha reiterado el autor de Bestia sin mapa.
En cuanto a la llamada Poesía Social suele ser especialmente diáfano.
No creo en la demagogia de la poesía social. Creo en la poesía social cuando nace de las vísceras del autor y de la emoción, cuando muestra y no demuestra. Lo demás es un círculo vicioso lleno de sarcófagos vacíos, como decía el gran poeta chileno Nicanor Parra.
Evasio escribe a mano sus poemas y ficciones. Jamás mira el reloj. Siempre lleva un maletín al hombro, del cual lo mismo saca un par de boniatos que un manojo de décimas, un puñado de cuentos para niños o un estrujado libro de filosofía. Sus versos pueden andar con el alma rota o hacerte reír de lo lindo. No tiene otro aliciente que escribir como un poseso hasta el fin de sus días. Y está perfectamente consciente de esta verdad ineludible. Si el mundo se quedara sin un solo lector, Evasio Pérez seguiría escribiendo como si nada hubiera ocurrido.
«La literatura es una enfermedad muy saludable y valiosa, las ideas sudan, el papel en blanco espera el contagio para seguir trasmitiendo su virus portador de pandémicas historias», ha dicho Evasio como solo él sabe decirlo.
Y sin que nadie lo invite, a pura frescura, puede pasar horas enteras leyendo poemas en la sala de la vivienda de cualquier amigo, es un hombre de verbo irónico y aspecto engañosamente cansado.
Le pesan en verdad sus 70. Pero nunca le pesa tomar lápiz y papel y, en la misma sala donde leyó decenas de poemas, ponerse a escribir uno nuevo sobre el gato que frente a él cazó un zunzún o sobre la muchacha hermosa que acaba de pasar frente a la puerta.
«En la actualidad, y para sorpresa mía, vivo en un pueblo con olor a salitre y pescado, donde fundé una familia nada marítima. Pero a Mariel lo quiero, el mar es saludable y se respira melancólicamente como los pelícanos», ha confesado el autor que asegura sentirse obstinado de haber nacido siempre en el mismo sitio.
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