Si no lleváramos la luz al punto mismo donde cae la noche, ¿cómo nos sabríamos hechos de la proyección del ser en el horror? Esta idea de Bataille resume en gran parte lo que Leyla Leyva acomete en su libro mataremos al hijo,[i] publicado por Letras Cubanas, pues en él asistimos al testimonio de una aniquilación, de una agonía que en vez de manifestarse, engulle al ser, donde se habla de la claudicación, sin hacer saber que estás en la claudicación, o sabiéndolo sin comprender. Hay un sabor trágico, peligroso porque rodea, engulle y reparte una sequedad soportada. La tragedia que penetra con el ritmo de una danza se insinúa, levanta instintos hasta que te posee:
este es otro movimiento
es fácil darse cuenta de que es otro el movimiento así que lee dentro de la línea sin expectativas con la mosca rondando cuando trago este vaso de té y estas galletas no ansío mi memoria se fía cada vez menos del pasado equívocos creciendo hasta convertirse en un pelotón las mismas aunque efectivas expresiones de afecto dadas al pelotón contrario dichas por el ilusionista que lo ha entregado todo compulsivo mi gemelo escribir escribir no puedo escribir pasan los días los años los tratos y no puedo le pongo en un mensaje a una mujer con deseos y sigo me he pasado una vida adelgazando hasta quedar resuelta en un depósito de paz falsa uno tras otros los descuidos de la novia doblados en cuadros ejemplares que se olvidan que al final se van a olvidar temporadas en las que fui solo desperdicio maraña de la vida concreta comer/ excretar excretar / comer cuántos años organizando planes diseñando closed and opened más closed menos opened (pp. 14 – 15)
Porque los adornos y estereotipos de la vida femenina son como pequeñas cárceles que se llevan con ignorancia y pretendido gusto, donde la mujer asume la vida que supuestamente la sociedad le indica que debe vivir, y no la imponderable, la que lleva su alma. Después de mucho sacrificio saber que te arriesgaste en una vida falsa. Un cuerpo y una vida prestados a los que se renuncia, pero penden, gravitan. Por tanto, es una mujer despojada de su condición legítima, uno de los temas que mejor engloba la literatura que nosotras escribimos. Ella ha roto su lazo con el paisaje y lo sustituye por un cruento escrutamiento personal.
Uno de los aspectos que más me complace de este libro es el dominio de la autora sobre su expresión —proceso que se ha intensificado de un libro a otro— que aún, y ahora más que nunca, siendo fiel en sentido literal e inverso a un tiempo al desgarramiento, adopta versos contenidos, firmes, secos, fuertes, y pequeñas ataduras entre verbo y complemento, entre sujeto y verbo, una construcción urdida de sustantivo y verbo trasmite un acontecimiento cortante, una verdad seca, un suceso inercial, clamor de verbo y sustantivo donde se aspira que un suceso pueda ser descrito por una palabra. «En la sustancia de la esencia hace suya la economía de la verdad»[ii], teniendo como fundamento la eficacia expresiva con que se asoma a un paisaje avieso interior y exterior, el verso menudo sobre el papel, como parte del símbolo de todo un abismo o tragedia. El uso de la minúscula ejerce un «desprecio» sobre lo dicho, un rebajamiento que considera indigno de lo humano este dolor, este desgarramiento, y la ausencia de signos de puntuación le da relevancia al verso, como amasijo esencial y lema del traspaso del vivir. La economía expresiva hace más acendrado el fundamento telúrico de esta poesía «que va al tuétano como único sostén» [iii] En tal sentido podemos encontrar una historia de amor contada con desdén e ironía, incluso frialdad:
práctica del desdén
iba de entero a mediano prosperando pero la historia privada no tendría piedad y agarró el tope en algún momento de encono justo en el treinta con cincuenta azul como una naranja fue mi pensamiento abiertamente usurpador pero el órgano que venía descorazonado entró por el difuso y bandeó de puro goce o desconcierto acción-reacción-transformación-sumisión todo a un tiempo de epopeya (p.20)
El dolor de lo inevitable se recibe con desconcierto y frialdad a la vez. Pese al paroxismo de estos versos, señalado por la poeta y crítica Charo Guerra, la filosofía de este libro me lleva a la idea de la poética martiana que reza que el verso ha de ser fruto del dolor, y a la vez, alivio a él —el verso como fruto, cetro y superación del dolor—. Pues esa condición balsámica en algún momento se consigue, y llega creo que solo a miradas bien perspicaces, en parte, a través del tono sereno que regresa de la pérdida, manchado, mordido, sumiso sin querer, y que señala al cuerpo como razón de lo maquínico, un ritmo, un entusiasmo maquínico. ¿Se puede hablar del gesto maquínico desde el sentimiento maquínico?:
La caminata
ruidos por el metal hinchado que no tranca firme pero termina trancando cerca del oído rector del ojo que patrulla día y noche no sé qué para qué en la estancia zona de confort campos de ciruelas pasas// cobarde suceso el nuestro y en riposta caen las lilas y la buena gana digo es tarde todavía y no miento digo pocas frases ninguna larga que explique el funcionamiento del aparato Lamott tomeguín a tomeguín también yo he reiniciado el curso de aquello que apagué mil veces y he hecho lo necesario y luego lo posible y luego me ha sobrevenido muy tibio ese imposible sin que lo deseara con el alma o abriera la boca para hacer las cosas fáciles o cambiara ni un gramo el curso del dolor (p. 28 – 29 y 30)
Se nos dibuja espacios donde hay silencio, represión y emoción contenida o simulada. Dada la condición telúrica de esta poesía el espacio envuelve al tiempo y viceversa, «mientras la poeta nos está compartiendo visiones alucinadas»[iv]. Pero el espacio vence al tiempo con su orla de presente, de objeto a contemplar ahora. Se refuerza en este poemario el imán espacial que la poeta ofrece como condición ante las nadas cotidianas. El discurso objetivo y el discurso emotivo parece que dan vueltas uno sobre otro, pero en realidad no llegan a mirarse, no desean mirarse:
desplazamiento 3 am
a esa hora el planazo me dio de frente
y reboté
sudo me hielo sudo me hielo
un proceso agotador
la emulsión a prueba de balas
aunque la noticia nunca resulte de una vez
la cavidad áspera da vueltas
con ese silbido característico
conviene aguantar sentada
y poder sostenerse con lo que quede
remedia la luz que viene del pasillo
estoy aquí
hay un sitio
que alguien (yo) tuve a bien llamar
bueno//
sería bochornoso
no conseguir escurrirse
entre el paso
y la entrada forzosa
(pp. 36 – 37)
Este es un libro relativamente breve, cerrado, compacto, donde el poema abre su cuerpo contenido y constreñido con «verdades explosivas» que muestran ¿una estética del cuerpo en el dolor? La imagen aquí se convierte en símbolo, en lienzo minúsculo conformado con sudor y con sangre, y ocurre la narración, la poetización del momento en que pierdes la naturalidad, la capacidad humana en el decursar del vivir, del instante en que relatas lo avieso de las emociones. Y la suerte del yo lírico puede ser la suerte del país en raros estertores donde la limpieza de la expresión contrasta con el mensaje amargo y desgarrado que trasmite:
manosear la noche
pronunciar suelo nunca natal
país de faltas
pueblito de antesala
manosear la noche harta
y los días y las noches
que ya no sumaré
alma en vilo
contra todo
pasto /estiércol/risco
corte de un sueño
(era eso
lo sostuviste
y temprano
se coló la pesadilla)
estiércol/bosta/ piedra de montar
caballitos de tierra
anclados en el jardín
en la duna
el cepillo de metal
para limpiar las rejas
el cutis
los anillos
a la hembra
a la niña
al perro
sostener
la
impiedad
y esa cabeza que se pierde
en mi cabeza
aldea de costa
deletrearlo con carraspera
con total desprecio
bajo el ruido
e los aviones turísticos
o igual no decir mucho más
solo ciudaddublín
playa de los cristales
de la tortuga
villa piélagos
veinte años
de cosechas idas
de agua fiscal
algo alivia
al hierro
que quiebra
una vida
mientras cruzan mercantes y sentimos
que el aire pega en el pilar de azófar
mucho menos fuerte de lo que pensamos
(p 38 – 39 y 40)
Y se dibuja un alivio en la nada a la puerta del paraíso perdido. Es la pugna entre serenidad y desesperación, «entre el rencor y el alivio», (p.31) —es la alianza espuria entre «sufrir y avanzar» (p.76)— en la que, aunque nos queramos, estamos dentro del dolor en este universo de historias familiares. Y nos preguntamos con la poeta: ¿llega a ser inútil el conocimiento en el dolor? Aquí en algún sentido inverso de la parábola bíblica, y en territorios del dolor y de la connotación humana, se mata al hijo y se le recibe como herencia, y se prueba, como dice Cioran, que la expresión es alivio, venganza indirecta de quien no pudiendo digerir una afrenta se revela en palabras contra sus semejantes y contra sí mismo. La indignación es menos un estado moral que un estado literario, es, incluso, el resorte de la inspiración.
[i]Leyla Leyva. mataremos al hijo. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2023, E-book. La ilustración de portada del libro realizada por Rolyn Pérez para este cuaderno se constituye en diagrama de la filosofía y la poética del libro.
[ii]Caridad Atencio. Entre el azar y el absurdo se ilumina una materialidad. Cubaliteraria. 3 de febrero de 2020.
[iii]Ibídem.
[iv]Charo Guerra. mataremos al hijo: inconveniencias y redención del dolor. Cubaliteraria, 27 de febrero de 2024.
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