
Como he venido haciendo en las últimas entregas, baso las reseñas y comentarios sobre poesía en algunas antologías que presentan corrientes, movimientos poéticos de sumo interés. Los románticos alemanes, selección de Ilse M. de Brugger (Buenos Aires, 1968) ofrece una visión de este movimiento creativo entre 1794 y 1830, en su esplendor. Esta es una antología en prosa, presenta cinco autores y escoge de ellos, textos sobre la poesía, pero que más bien busca definir el primer romanticismo alemán.
Los autores propuestos son Novalis, Wackenroder, Hoffman, Kleist y Schlegel. Del primero, toma un fragmento de la novela inconclusa Los discípulos de Saís; del segundo incluye dos textos sobre arte; de Hoffman reproduce su famoso relato El puchero de oro, que podemos tener por una noveleta. De Kleist podemos leer su ensayo «Sobre el teatro de títeres», y de Schlegel fragmentos variados de sus escritos.
La antologadora afirma, en su prólogo, que estos creadores dejaron sus obras inacabadas debido a las ansias de infinitud de los autores, pero si observamos bien sus fechas de nacimiento y muerte, solo uno alcanzó los cincuenta años y al menos dos no rebasaron los treinta. Novalis murió de veintinueve años, Wackenroder más joven aún, de veinticinco; Kleist de treinta y cuatro, Hoffmann de cuarenta y seis, y sólo Schlegel rebasó el medio siglo, pues vivió cincuenta y siete años. Esos breves tiempos de vida no les permitirían a la mayoría consumar una obra de más altos efectos, si bien Novalis alcanzó al menos un conjunto muy bien definido en Himnos a la noche. Sus Cánticos espirituales y su novela también inconclusa pero de fuerte influencia en su tiempo Enrique de Ofterdingen, definieron los anhelos de una generación de sensibilidad romántica frente al valor de la naturaleza, la muerte, la soledad y la propia creación.
En Los discípulos de Saís nos habla de la sinfonía del universo, de la naturaleza y su reflejo en el ser: «…los hombres, los dioses y los animales trabajan en común, y se describe, de la manera más natural, el nacimiento del universo». «La poesía [es] el instrumento favorito del amigo de la naturaleza». La poesía está en todas las cosas, dice Novalis, incluso en la muerte y en la libertad hacia «la mansión de los siglos eternos».
En «La extraña muerte del pintor Francisco Francia, conocidísimo en su época y el primero de la escuela lombarda» el joven Wackenroder se expresa sobre la posteridad del artista en sus obras, sobre la belleza en el arte, y sobre la condición del artista envanecido con su propia creación. En «El discípulo de Rafael», ve al arte como un árbol, una planta de crecimiento reprimido y frágil, referido a Rafael de Urbino. El arte procede de Dios, que se expresa por la belleza, hacedora de visibilidad de lo invisible divino. Wackenroder dejó otros varios ensayos acerca del arte, sobre todo en el que expresa cierto misticismo en «Desahogo de un monje amante del arte».
Con Hoffmann hallamos al narrador romántico que cuenta y reflexiona contando. Su célebre El puchero de oro tiene momentos de extraña trascendencia, a veces fatalista en medio de una fértil imaginación: «Si se me cae el panecillo con mantequilla siempre lo hace del lado untado», porque «mi aciaga suerte me sigue a todas partes como la propia sombra», antecedente de Schopenhauer y del español Bécquer. El personaje archivero confiesa a otros que «mi padre falleció muy recientemente, hace a lo sumo unos trescientos ochenta y cinco años, y por eso voy todavía de luto». En la octava «Velada» (son doce), una mujer «debe su vida al amor de una de las mencionadas plumas por una zanahoria», y se descubre la trama alegórica del asunto. Los personajes imaginarios, la trama imaginativa y los acontecimientos parecieran anticipo del surrealismo.
De Kleist y Schlegel se incluyen en esta antología sendos ensayos breves. Con Kleist podemos detenernos en su poca significación para sus coetáneos y su fama post mortem. Su verdadero reconocimiento llegó con el siglo XX. Alcanzó mérito no sólo como dramaturgo, sino como un claro pensador acerca del arte teatral, pero también cultivó más discretamente la poesía y la novela. Acosado por el fracaso de sus obras literarias, sabemos que se suicidó junto a su amada enferma de cáncer terminal. En su tumba figura la frase: Ahora, ¡oh inmortalidad!, eres toda mía. El epitafio se aviene con la propia idea de Kleist en «Sobre el teatro de títeres», que se resume con palabras de la compiladora en: «el hombre algún día tendrá que poseer una conciencia infinita para así recuperar su gracia perdida».
Los «Fragmentos» de Karl Wilhelm Friedrich von Schlegel muestran al gran pensador del romanticismo alemán, capaz de ver en su coetaneidad los rasgos distintivos de la corriente, definirla, mostrar los logros y limitaciones de la «forma romántica de poetizar», pues, afirma: «toda poesía es o tiene que ser romántica». Esta frase, muy repetida durante siglos, ha sido interpretada de formas diversas y sustentada por la corriente neorromántica de la poesía de lengua española. Amigo de Novalis, Schlegel fue el creador de una estética del romanticismo, pero su carácter erudito lo llevó a un conocimiento rotundo de la cultura europea, desde los griegos y latinos hasta sus propios coetáneos. Intentó escribir novela y teatro, pero su obra principal es el ensayo interpretativo, la búsqueda en las cumbres de la literatura europea (Dante, Cervantes, Shakespeare y Goethe) y su definición del romanticismo, que acuñó como hallazgo de larga trascendencia.
Quizás, ya fuera de la antología de la señora Ilse M. de Brugger, cabría terminar con un fragmento de alguno de los Cantos a la noche de Novalis, y este acercamiento del lejano romanticismo alemán quedaría en su flor, la flor azul. Así comienza ese himno llamado a hablarnos del amor, la vida, la muerte, el infinito y la eternidad:
¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama, por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve, a la que todo lo alegra, la Luz –con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–, cuando ella es el alba que despunta?
El alba, un hombre nuevo, la absorción de la noche y la muerte, vibran en voz de letras, en voz de Novalis, un poeta esencial de la especie humana, un cantor universal.
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