«Los hechos de la Historia no se repiten,
pero el hombre que realiza la Historia
es siempre el mismo».
Ramón Menéndez Pidal
El primer video que se capturó de él fue en 1933, por ese entonces, don Ramón ‒como se le llamaba amistosamente‒, ya era un hombre maduro y portaba la barba entrecana, sello fiel de su personalidad. Su voz cansada, temblorosa, que unía palabras para formar un léxico elevado, fue escuchada por última vez en 1962, cuando hablaba de su obsesión, desde sus primeros escritos, por la figura del Cid.
Todo comenzó al casarse en mayo de 1900 con María Goyri, la primera mujer en graduarse en la Facultad de Filosofía y Letras. En su viaje de novios descubren la sobrevivencia del romancero en la tradición oral de Castilla.
Recorriendo las tierras burgalesas consiguen las leyendas de los infantes de Lara y el Cid. Cerca de Aranda, una lavandera del Duero les cantó y ellos anotaron los primeros romances. Estos, anteriormente, se ponían por escrito desde que en el Siglo de Oro dejaron de recogerse.
Como historiador, medievalista, filólogo y folclorista, no pudo detenerse y escribió, por este ídolo, uno de sus monumentales libros: El Cid campeador. Defendiéndolo del positivismo que luchaba por enterrarlo, negado por la crítica individualista del siglo XIX.
Apoyándose, fundamentalmente, en fuentes musulmanas, escritores como José Antonio Conde y el arabista holandés R. Dozy iniciaron una aversión hacia la figura del Cid difícil de erradicar. En ellas aparece Rodrigo Díaz de Vivar como «el forajido sin patria, sin fe, sin honor(…)».
Pero Menéndez Pidal se convertiría en el mayor especialista de esta figura y de su tiempo. Utilizando, no solo el Cantar, sino bases históricas, literarias, tanto árabes como cristianas, comenzó a desentrañar la España verdadera del Cid: «(…) permanece firme y seguro, como héroe que encarna las más altas cualidades humanas, aunque vivió envuelto en el turbión bélico de una de las épocas más calamitosas», expresó en una de sus conferencias el investigador, al que nombran Hijo Adoptivo de Burgos el 31 de mayo de 1950.
El Cid se corrige en hidalgo, en caballero, en guerrero que no reconoce rey alguno, solo a Alfonso VI; este rey que lo destierra, que no supo, realmente, de todo el poderío de su súbdito. El Campeador, es aún más real, como controvertidas son sus alianzas. Heredero de una de las familias más encumbrada de su época, no como la leyenda lo sitúa, de baja estirpe, el Cid logra tener bajo su mando todo el oriente de la Península ibérica a finales del siglo XI.
Con su elevado gusto por el excursionismo, Menéndez logra viajar por algunos países hispanoamericanos para estudiar el Romancero tradicional español que aún subsistía. Pues con estos cantares de hazañas épicas en la cabeza, adulteradas con historias de caballería, arribaron aquí los primeros conquistadores españoles.
Ramón Menéndez Pidal nació en La Coruña, el 13 de marzo de 1869 y fue el creador de la escuela filológica española y miembro de la generación del 98. Tras de sí surgió una academia de filólogos e historiadores en la familia, todos muy afamados. Muere en Madrid, el 14 de noviembre de 1968, ostentando todavía el cargo de director de la Real Academia Española, al que fue reelegido en 1947.
A él le debemos La leyenda de los infantes de Lara (1896), Manual de gramática histórica española (1904), Orígenes del español (1926), La lengua de Cristóbal Colón (1942), entre otras monumentales obras.
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