Amado Nervo, nayarita, mexicano y gloria de las letras hispanoamericanas, fue uno de los poetas de mayor preferencia entre los lectores, editores y críticos de las primeras dos décadas del siglo XX. Ciento cincuenta años se cumplen ahora de su natalicio.
En cuanto a Cuba, existen razones para honrarlo. Aquí tambien alcanzó una popularidad difícil de lograr para un poeta. Visitó la Isla, que lo recibió con honores. Su retrato se reprodujo en periódicos y revistas. Nervo lo agradeció en sus versos.
Nació el 27 de agosto de 1870, fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Royal Academy of Arts, y uno de los representantes emblemáticos de la corriente romántico modernista hispanoamericana. Dejó una obra extensa aunque, en opinión de los especialistas, algo desigual, por lo que se recomienda leer mejor sus poesías antologadas, en que la selección ha depurado la entrega. De sencillo lirismo y elevada inspiración, algo de misticismo y otro mucho de emotividad, Amado Nervo ha gozado del beneplácito de los lectores y merecido reiteradas ediciones.
Sin embargo, la relación de Nervo con Cuba no solo se expresó a través de los libros. Existió una relacion física a la cual nos referiremos, aun cuando no sea esta la primera vez que lo hagamos. El sesquicentenario de su natalicio nos invita a intentarlo otra vez.
Cuando Nervo desembarcó en La Habana el 15 de junio de 1918, tenía 48 años y era enorme su renombre en Hispanoamérica. Se le había esperado largo tiempo. Y entretanto se le había leído con avidez, hasta por el sector femenino de la sociedad, atraído por el halo místico de una autor para quien el amor guardaba tantos enigmas.
La fotografía que el semanario El Fígaro entregaba a los lectores revelaba un rostro de dramática expresión, mirada triste perdida en la lejanía, calvicie irreprimida, bigote cuidado. Atormentado, íntimo, meláncolico, el rostro de Amado Nervo era ya en sí mismo un poema triste.
Servía a México en condición de diplomático, y en tal función, nadie mejor que él, de irreprochable trato y general acogida más allá de las tertulias literarias.
Un semanario cultural apuntaba:
Entre los poetas nuevos, los de la gran generación, Darío y Nervo han sido los preferidos: en los altos círculos y en los cenáculos de artistas, ningún otro ha alcanzado como ellos tanta resonancia ni tan noble admiración.
Textos de narrativa –que también cultivaba− y de poesía, dejó Nervo en algunas redacciones de prensa, pues su visita fue corta, en tránsito hacia Mexico. En El Fígaro entregó el poema titulado «El día que me quieras»:
El día que me quieras tendrá más luz que junio,
La noche que me quieras será de plenilunio…
A despedirlo acudieron al muelle nuevos admiradores, viejos amigos, periodistas y curiosos. Esperaban todos tenerlo pronto nuevamente y es muy probable que fuera esa también su promesa. Pero no pudo ser: al año siguiente, el 24 de mayo de 1919, Amado Nervo murió en Motevideo. Y la noticia, además de la conmoción creada, trajo consigo el compromiso de conducir sus restos para ser depositados en México. Fue tal la razón por la que el poeta, ya cadáver, regresó a La Habana en el crucero Uruguay, portador de sus restos, que hizo escala en la capital cubana. La Academia de Ciencias le rindió honores oficiales y el profesor José Manuel Carbonell resaltó algo cierto: «La muerte fue su musa predilecta, la inagotable fuente de sus inspiraciones y la constante preocupación de su existencia».
Éxtasis de tus ojos todas las primaveras
Que hubo y habrá en el mundo, serán cuando me quieras.
Se le conoció un gran amor en su vida, Ana Cecilia Luisa Daillez, cuyo prematuro deceso en 1912 le inspiró los poemas de «La Amada Inmóvil», publicado póstumamente en 1922. Con ello, se engarzaron los eslabones faltantes para forjar la leyenda, que hoy vive y se renueva a 150 años de su nacimiento en Nayarit.
Foto tomada de Biografías y vidas
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