Este periodista, crítico, traductor, diplomático y escritor, además de hombre de su tiempo, vivió solo 54 años, murió el 30 de julio de 1951 y muchos proyectos literarios le quedaron truncados. Aun así su obra, al igual que sus libros y demás escritos, nos lo muestran hoy tal cual fue: como un animador de la cultura y uno de los representantes más fieles de una generación gloriosa cuyas huellas son palpables en nuestros días. Tales razones nos llevan a conmemorar su 125 aniversario como si los años no hubieran pasado por él y continuara siendo el joven que fue, animoso, colaborador, con mucho por hacer.
Satisface ver que al cabo de un lapso de olvido relativo, la ya bien establecida convocatoria anual del Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro ha traído de vuelta la memoria de un intelectual de quehacer significativo en las disciplinas del periodismo, la crítica, el ensayo, la historia y la investigación literaria.
En el decenio del 20 del pasado siglo XX, Enrique José Varona apuntaba del entonces muy joven escritor: «Es de los que aman a su patria, pero no de los que se ponen voluntariamente una venda en los ojos, ni mucho menos de los que se dejan vislumbrar por la pasión o el interés».[1] La aseveración, en voz autorizada como la del prestigioso pensador, aporta un retrato veraz de la personalidad de este autor.
José Antonio Fernández de Castro nació en La Habana de 125 años atrás, o sea, el 18 de enero de 1897. Siguió estudios continuados hasta el bachillerato. En 1912 embarcó hacia Estados Unidos, donde permaneció por un año, para luego regresar a Cuba y cursar la carrera de Derecho Civil, graduándose en 1917. Sin embargo, cada vez más su vocación lo enrumbaba hacia la literatura, camino por el cual llegó a la crítica y a la investigación.
Cuando el 18 de marzo de 1923 confluyeron en el majestuoso edificio de la Academia de Ciencias de la viejahabanera calle Cuba poco más de diez jóvenes liderados por Rubén Martínez Villena para denunciar con civismo un negocio truculento, José Antonio figuró entre los firmantes de aquella sonada Protesta de los Trece.
Dos episodios son reveladores de la inquietud política de José Antonio.
Uno, en 1924, el temerario y casi loco empeño que lo lleva secretamente junto a su amigo Rubén Martínez Villena a un campamento en Ocala, Estados Unidos, donde se entrenan para pilotar (esto lo haría Rubén) un aeroplano y bombardear objetivos militares (incluido el Palacio Presidencial) en La Habana. Todo es parte del movimiento político de los Veteranos y Patriotas, y cuando solo aguardaban el momento de la acción, por gestiones del gobierno de Alfredo Zayas las autoridades norteamericanas los detuvieron y enviaron a la cárcel de Ocala por un mes.
El otro, su implicación en la causa judicial No. 967 de 1927, conocida como el proceso comunista, que lo mantuvo algunas semanas en presidio, donde tuvo de compañeros a Alejo Carpentier, Martín Casanovas y otros.
Por tanto, aunque inmerso en los trabajos literarios, José Antonio Fernández de Castro no fue un indiferente.
Inició su labor periodística, primero en el diario La Nación y después como redactor en el cotizado Diario de la Marina, de cuyo Suplemento Literario asumiría la dirección en 1927. Por entonces comenzaron, además, sus colaboraciones en la Revista de Avance, algo que no es de extrañar dados sus estrechos nexos con el Grupo Minorista encabezado por Rubén Martínez Villena.
Ya era Fernández de Castro figura conocida como investigador literario, pues desde 1926 circulaba su libro La poesía moderna en Cuba, antología preparada junto a Félix Lizaso. Tres años después publicó dos tomos de los Escritos de Domingo del Monte y en 1933 apareció Barraca de Feria, libro en que recogió trabajos de crítica, reportajes, monografías y otros textos publicados en las revistas Orbe y Social, fundamentalmente.
Su bibliografía activa es copiosa y por ella desfilan los estudios realizados sobre José Antonio Saco, Mariano José de Larra, el poeta soviético Vladimir Mayakovski, el tema negro en las letras cubanas, entre otros.
Hombre bondadoso en el decir de quienes lo conocieron, de él ha destacado Salvador Bueno «el calor de humanidad, la pasta humana, el aliento vivísimo que alentaba en José Antonio».[2] Fue también uno de los espíritus mejor dotados y de más amplio diapasón intelectual de su tiempo, avalado como miembro de la Academia de la Historia de Cuba y de la Academia Nacional de Historia y Geografía de México.
Notas
[1] En Órbita de José A. Fernández de Castro, con selección y prólogo de Salvador Bueno, UNEAC, La Habana, 1966.
[2] Ibídem.
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