Cuando tecleo en Google «Municipio de Fomento», aparece un mapa coloreado en verde claro, donde solo se marcan, con letras pequeñas, el nombre que así lo identifica, y el cementerio de la localidad. Sigo husmeando: tiene una superficie de 478 km2, una población de 33, 528 (el dato es de 2004) y el gentilicio de sus habitantes es fomentenses, que quise asociar, impúdica y atrabiliariamente, con el de dublineses, originarios de Dublín, capital de Irlanda, tal como James Joyce tituló su libro de relatos homónimo publicado en 1914.
Repasé su ubicación geográfica, en la central provincia de Sancti Spíritus, sus orígenes y enredados datos históricos, desde el remoto 1536, cuando entre hatos, corrales y estancias comenzó a forjarse su historia, hasta la actualidad; su hidrografía, atravesada por los ríos Agabama, Mabujina y Cangrejo; su orografía, coronada por Caballete de Casas como su sitio de mayor altura, donde Ernesto Che Guevara instaló la comandancia general a su llegada a la entonces provincia de Las Villas; su economía asentada en el cultivo de la caña y la industria azucarera. Como personalidades nacidas en ese terruño Google solo registra dos nombres: los peloteros Eriel Sánchez y Kendry Morales.
Así se comporta este motor de búsquedas al que tanto acudimos. Porque olvidó, o desconoció, o no actualizó, que no son lo mismo, el nacimiento allí de, al menos, tres reconocidos escritores: Virgilio López Lemus (1946), poeta, ensayista, traductor y editor, con extensa y reconocida obra; Senel Paz (1950), narrador, periodista y guionista cinematográfico, sembrado en la historia de nuestra literatura, para siempre, con su más que antológico «El lobo, el bosque y el hombre nuevo», sumado al resto de su creación; y Pedro de Jesús López Acosta (1970) —para la literatura solo Pedro de Jesús— también narrador, poeta, ensayista y profesor. Los dos primeros se asentaron en La Habana, el tercero no, sigue allí, en su residencia de Juan Bravo número 76, desde donde, sin moverse del lugar de nacimiento —cuando lo hizo fue solo para realizar estudios de Licenciatura en Letras en la Universidad de La Habana, y de Máster en Estudios Lingüístico-Editoriales por la Universidad de Las Villas— ha venido forjando, hace ya varios años, una de las obras más sólidas, originales y auténticas de la literatura cubana, porque no importa dónde se viva, siempre que el talento alumbre la cuartilla en blanco, habrá creación literaria inmarcesible. Los ejemplos, nacionales o no, sobran y Pedro de Jesús se suma a ese registro de voces imprescindibles, como sucede con otro reconocido narrador, Emerio Medina (1966), con prácticas escriturales no emparentadas con las del autor al que dedico estos comentarios, y quien, desde su también lejano Mayarí, en la provincia de Holguín, ha forjado una obra de notables logros artísticos, multipremiada y valorada dentro y fuera de la Isla.
Desde aquella pequeña esquina del centro sur de Cuba, Pedro de Jesús se las arregla para estar al tanto del último libro sobre estilística o gramática aparecido fuera de nuestras fronteras, o saber qué autor francés o qué obra literaria italiana está en el candelero. O, desde ese, su resguardo de vida, salirle al paso a los gazapos que aparecen en nuestra prensa escrita, radial o televisiva, o en Facebook, muchas veces comentados y criticados en la columna mensual que suscribe en el periódico Escambray. Con ello da prueba —no creo que las necesite, porque su obra literaria lo muestra con creces— de que no es hombre de gabinete, sino que vive al compás de las múltiples vidas con las que todos coexistimos: la que llamo intelectual y la del cotidiano, que va desde hacer la cola para comprar pan hasta sentarse en el parque a conversar con los amigos.
Su obra acumula Cuentos frígidos (1998, 2000, 2002) y, en igual género, La sobrevida (2006, 2014), seguido de La vida apenas (2017). En novela Sibilas en Mercaderes (1999), en poesía Granos de mudez (2009, 2016) y en ensayo Imagen y libertad vigiladas. Ejercicios de retórica sobre Severo Sarduy (2014), Premios de la Crítica y de la Academia Cubana de la Lengua, de la que es miembro correspondiente, más Lengua, verso e historia en el himno nacional cubano (2019). A este año corresponde, salido de la poligrafía hace solo unos días, La vida apenas, título retomado de aquel de 2017 y que son, dice el autor en la nota de contracubierta, «mis mejores cuentos o al menos aquellos que más me satisfacen». Algunos se incluyeron en libros anteriores, otros solo han visto la luz en revistas; uno estaba inédito: «Fábula con monstruos».
Pedro de Jesús despliega (y se despliega) en estas, y el resto de sus creaciones ficcionales, a través de una poética que de tan propia, estremece, luego de experimentarse a sí mismo mediante sus narraciones, pero la suya es una poética en construcción ascensional de componente entrópico, enriquecida por percepciones vivenciales (casi siempre), o no, que persisten y se encuentran y se reencuentran mediante una alcanzable identidad. Su ludismo intelectual, cierto exceso de pensamiento malicioso que va de lo cínico a lo risueño, un vaivén entre la gravedad oscura del pecado y el peligro del rigor al escoger la representación literaria de la realidad emocionan sus textos, nacidos de una singularidad a veces veleidosa, a veces melancólica, a veces elegíaca, pero signada, siempre, por una particular poesía discursiva que hace de su narrativa, para decirlo con Derridá, una «puesta-en-obra-de-la-verdad», una configuración creacional con proyecciones presentes y futuras que la desgarra en bien y en mal, motivos en ocasiones alucinantes de sus, por momentos, histriónicas hechuras literarias.
La vida apenas no se desembaraza de esas circunstancias y constituye un extraño conjunto afilado, a veces peligroso, escapado de una segura zozobra donde, desde sus respectivas dimensiones, sus cuentos se hacen y deshacen en busca de una posible confirmación. Erigido sobre la punta de un iceberg, el autor advierte y nos advierte desde huecos turbios, desde rostros magullados por la dureza del dolor o provistos de una alegría mal parida y, por tanto, estéril, como todo lo falso, mientras lo que permanece queda como preso en un ahogo múltiple nunca sereno, como nunca es serena su peculiar sensibilidad, sus ascensos y descensos, su rispidez emocional, nacida de «lo indudable» kafkiano que no engaña, sino que atrae desde las barreras aislantes y atrayentes nacidas de la habilidad de narrar.
Son trece cuentos convocados desde la perspectiva del «arte del pensar». En «Fiesta en casa del Magíster» leemos:
Nada hay en el mundo, Magíster, como lo que ansías: ese último estertor de tu mano con la cuchara, ese rictus que rezuma cansancio y júbilo; ese gesto triunfal que la Veneno —los ojos lagrimeantes y el cuerpo sudoroso, ya blando, casi en el umbral de la aponía— reclama del Cangre, exigiendo que La Preñe, La Preñe, con voz de ultratumba.
No estamos ante páginas frías, sino páginas que muerden, que nos comen, que nos ahogan y hasta nos amenazan, cuartillas procuradas desde la vida y desde el arte que la vida misma nos proporciona, para bien o para mal, pero todo funcionando como afluentes de un mismo río capaz de dibujar su vulgar derrotero o la trayectoria más sublime, pero, en el fondo, contrapartidas de una misma sensibilidad. Este conjunto no lo integran cuentos participantes sino participativos, que no se dejan atrapar por lo efímero sino por lo circundante — ¿acaso herencia lezamiana o sarduyana?— manejada por el autor como una contrapartida ágil, nunca encubierta, como si la verdad fuera lo exótico al recorrer el malabarismo de estas páginas aparentemente circunstanciales, pero provistas de la gravidez de un salmo, en cuyos versículos se construye un castillo nunca encantado, porque la verdad siempre es amplia y profunda y nunca se deshace, aun cuando una varita mágica pretenda destruirla.
Leer La vida apenas nos convoca a ver nacer flores desde la profundidad de un pantano, a desafiar el arcoíris para que sus colores no se apaguen, a que los cordeles de pesca desaparezcan por el peso de un pez inalcanzable, para que todos seamos, a un tiempo, con su ayuda, pescadores instintivos de almas y de coyunturas. Así se proyecta la obra narrativa de Pedro de Jesús, ignorado como personalidad por Google, pero cuyas realizaciones se nos presentan dando sus espaldas a todas esas desinformaciones, y nos proporcionan pruebas de que las suyas conocidas se empinan como caudal y torrente, mientras las por venir nos seguirán proveyendo de iguales o mayores calidades y gozos estéticos.
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