José de Sousa Saramago (Azinhaga, Santarém, Portugal, 16 de noviembre de 1922— Tías, Lanzarote, España, 18 de junio de 2010) fue un escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués. En 1998 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía». Entre sus obras representativas se encuentran títulos como El ensayo sobre la ceguera (1995), El ensayo sobre la lucidez (2004) y El viaje del elefante (2008). En la sinopsis de este último título puede leerse:
(…) a mediados del siglo XVI el rey Juan III ofrece a su primo, el archiduque Maximiliano de Austria, un elefante asiático. La obra cuenta dicho viaje épico del elefante llamado Salomón que tuvo que recorrer Europa por caprichos reales y absurdas estrategias.
El viaje del elefante no es un libro histórico, es una combinación de hechos reales e inventados que nos hace sentir la realidad y la ficción como una unidad indisoluble, como algo propio de la gran literatura. Una reflexión sobre la humanidad en la que el humor y la ironía —marcas de la implacable lucidez del autor—, se unen a la compasión con la que José Saramago observa las flaquezas humanas.
A continuación le compartimos un fragmento de dicha obra.
El viaje del elefante[1]
Por más incongruente que le pueda parecer a quien no ande al tanto de la importancia de las alcobas, sean estas sacramentadas, laicas o irregulares, en el buen funcionamiento de las administraciones públicas, el primer paso del extraordinario viaje de un elefante a Austria que nos proponemos narrar fue dado en los reales aposentos de la corte portuguesa, más o menos a la hora de irse a la cama. Quede ya registrado que no es obra de la simple casualidad que hayan sido aquí utilizadas estas imprecisas palabras, más o menos. De este modo, quedamos dispensados, con manifiesta elegancia, de entrar en pormenores de orden físico y fisiológico algo sórdidos, y casi siempre ridículos, que, puestos tal que así sobre el papel, ofenderían el catolicismo estricto de Don Juan, el tercero, rey de Portugal y de los algarbes, y de doña catalina de austria, su esposa y futura abuela de aquel don sebastián que irá a pelear a alcácer-quivir y allí morirá en el primer envite, o en el segundo, aunque no falta quien afirme que feneció por enfermedad en la víspera de la batalla. Con ceñuda expresión, he aquí lo que el rey comenzó diciéndole a la reina, Estoy dudando, señora, Qué, mi señor, El regalo que le hicimos al primo maximiliano, cuando su boda, hace cuatro años, siempre me ha parecido indigno de su linaje y méritos, y ahora que lo tenemos aquí tan cerca, en valladolid, como regente de españa, a un tiro de piedra por así decir, me gustaría ofrecerle algo más valioso, algo que llamara la atención, a vos qué os parece, señora, Una custodia estaría bien, señor, he observado que, tal vez por la virtud conjunta de su valor material con su significado espiritual, una custodia es siempre bien recibida por el obsequiado, Nuestra Iglesia no apreciaría tal liberalidad, todavía tendrá presente en su infalible memoria las confesas simpatías del primo maximiliano por la reforma de los protestantes luteranos, luteranos o calvinistas, nunca lo supe seguro, Vade retro, satanás, que en tal no había pensado, exclamó la reina, santiguándose, mañana tendré que confesarme a primera hora, Por qué mañana en particular, señora, sí es vuestro hábito confesaras todos los días, preguntó el rey, Por la nefanda idea que el enemigo me ha puesto en las cuerdas de la voz, mirad que todavía siento la garganta quemada como si por ella hubiera rozado el vaho del infierno. Habituado a las exageraciones sensoriales de la reina, el rey se encogió de hombros y regresó a la espinosa tarea de descubrir un regalo capaz de satisfacer al archiduque maximiliano de austria. La reina bisbiseaba una oración, comenzaba ya otra, cuando de repente se interrumpió y casi gritó, Tenemos a salomón, Qué, preguntó el rey, perplejo, sin entender la intempestiva invocación al rey de judea, Sí, señor, salomón, el elefante, Y para qué quiero aquí al elefante, preguntó el rey algo enojado, Para el regalo, señor, para el regalo de bodas, respondió la reina, poniéndose de pie, eufórica, excitadísima, No es regalo de bodas, Da lo mismo. El rey aseveró lentamente con la cabeza tres veces seguidas, hizo una pausa y aseveró otras tres veces, al final de las cuales admitió, Me parece una idea interesante, Es más que interesante, es una buena idea, Es una idea excelente, insistió la reina con un gesto de impaciencia, casi de insubordinación, que no fue capaz de reprimir, Hace más de dos años que ese animal llegó de la india, y desde entonces no ha hecho otra cosa que no sea comer y dormir, el abrevadero siempre lleno de agua, forraje a montones, es como si estuviéramos sustentando a una bestia que no tiene ni oficio ni beneficio, ni esperanza de provecho (…).
[1] Téngase en cuenta que se ha respetado el método personal del autor para el uso de mayúsculas y/o minúsculas.
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