Sobre el autor
Constantino Cavafis (Alejandría 29 de abril de 1863 – Alejandría, 29 de abril de 1933) poeta griego que llegó a convertirse no solo en uno de los exponentes literarios más relevantes del siglo XX, sino en uno de los representantes más importantes del renacimiento de la lengua griega moderna.
En 1886 comenzó a publicar sus primeros poemas, románticos en su concepción con evidentes influencias de Alfred de Musset. En 1891 publicó en una hoja suelta un poema titulado «Constructores» y en 1896 escribió «Murallas», un poema ya completamente cavafiano, donde ofrece la trágica realidad de la vida, el aislamiento del mundo y la soledad existencial.
En sus versos se integran la historia helenística y bizantina con asuntos contemporáneos, como ocurre en dos de sus poemas más conocidos, «El dios abandona a Antonio» e «Ítaca» escritos en 1911, que junto a «Esperando a los bárbaros», son algunas de las obras más reconocidas de este escritor griego que, con frecuencia, creaba poemas de perfil homoerótico y otros inspirados no en los grandes momentos históricos, sino en lo que ocurre luego de dichos acontecimientos. Sus poemas, según Nikolaos Politis, pertenecen a tres campos diferentes: filosófico, histórico y erótico o sensual.
Con el transcurso del tiempo, Constantino Kavafis se transformó en una figura influyente para autores como Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma, José María Álvarez y Lawrence Durrell. Ha sido traducido al español por, entre otros, los poetas José María Álvarez y Ramón Irigoyen.
Como homenaje en el doble aniversario, el 160 de su natalicio y el 90 de su muerte, compartimos una breve selección de su obra poética.
Fragmentos de su obra
Al atardecer
De cualquier forma aquellas cosas no hubieran durado mucho. La experiencia de los años así lo enseña. Mas qué bruscamente todo cambió. Corta fue la hermosa vida. Pero qué poderosos perfumes, en qué lechos espléndidos caímos, a qué placeres dimos nuestros cuerpos. Un eco de aquellos días de placer, un eco de aquellos días volvió a mí, las cenizas del fuego de nuestra juventud; en mis manos cogí de nuevo la carta, y leí y volví a leer hasta que se desvaneció la luz. Y melancólicamente salí al balcón, salí para distraer mis pensamientos mirando un poco la ciudad que amo, un poco del bullicio de sus calles y sus tiendas.
Antes de que los cambiara el tiempo
Mucha pena sintieron por la separación.
Ellos no lo querían: fueron las circunstancias.
La necesidad de vivir hizo a uno de ellos
marcharse lejos -Nueva York o Canadá.
Su amor ciertamente no era igual como antes;
había disminuido gradualmente la atracción,
había disminuido mucho la atracción.
Con todo separarse, ellos no lo querían.
Fueron las circunstancias.- O acaso como un artista
el Destino apareció separándolos ahora
antes que se extinguiera su sentimiento, antes que los
cambiara el /Tiempo:
será el uno para el otro cual si siguiera siempre
siendo el hermoso muchacho de veinticuatro años.
Cuando despierten
Trata de guardarlas, poeta,
por más que sean pocas aquellas que se detienen.
Las visiones de tu amor.
Ponlas, medio ocultas, entre tus frases.
Trata de retenerlas, poeta,
cuando despierten en tu mente
en la noche o en el fulgor del mediodía.
Viaje nocturno de Príamo
Dolor y lamento en Ilión.
La tierra
de Troya en desesperanza amarga y en temor
al gran Héctor Priámida llora.
El treno estridente grave resuena.
Ni un alma
queda en Troya no doliente,
que el recuerdo de Héctor olvide.
Mas es vano, inútil
el mucho
lamento en una ciudad atormentada;
sordo es el adverso destino.
Detestando Príamo lo inútil,
oro
saca del tesoro; agrega marmitas,
tapices, y mantos; y también
túnicas, trípodes, una cantidad espléndida
de peplos,
y todo lo que apropiado juzga,
y sobre su carro lo carga.
Quiere con rescate del terrible
enemigo
recuperar el cuerpo de su hijo,
y con augustas exequias honrarlo.
Sale en la noche silenciosa.
Habla
poco. Por único pensamiento ahora tiene
veloz, veloz que corra su carruaje.
Tenebroso extiéndese el camino.
Lúgubre
gime el viento y se lamenta.
Grazna a lo lejos un ominoso cuervo.
Aquí, el aullido de un perro se escucha;
allí,
cual susurro una liebre de rápidos pies cruza.
El rey azota, azota los caballos.
Sombras de la llanura despiértanse
siniestras,
y se preguntan por qué con tanta prisa
vuela el Dardánida hacia los navíos
de argivos asesinos, y de aqueos
funestos.
Pero el rey a esas cosas no atiende;
basta que su carro veloz, veloz corra.
Vino a leer
Vino a leer. Están abiertos
dos, tres libros: historiadores y poetas.
Pero apenas leyó unos diez minutos,
y los dejó. En el sillón
dormita. Pertenece por entero a los libros-
pero tiene veintitrés años, y es muy hermoso;
y hoy después de mediodía pasó el amor
por su carne ideal, por sus labios.
Por su carne que es toda belleza
el ardor erótico pasó;
sin pudor ridículo por la forma del placer…
Idus de marzo
Las grandezas teme, oh alma.
Y si vencer tus ambiciones
no puedes, con cautela y reservas
síguelas. Y cuanto más adelante vayas,
sé más observador, más cuidadoso.
Y cuando a tu apogeo llegues, César ya;
cuando tomes figura de hombre famoso,
entonces cuida especialmente al salir a la calle,
dominador insigne de séquito acompañado,
si acierta a acercarse, desde la multitud
algún Artemidoro, que lleva una carta,
y dice apresurado «Lee esto inmediatamente,
son cosas importantes que te interesan»,
no dejes de detenerte; no dejes de postergar
cualquier conversación o tarea; no dejes de apartar
a las variadas personas que te saludan y se prosternan ante ti
(las puedes ver más tarde); que espere incluso
el Senado mismo, y conoce al instante
los graves escritos de Artemidoro.
Ítaca
Cuando te encuentres de camino a Ítaca, desea que sea largo el camino, lleno de aventuras, lleno de conocimientos. A los lestrigones y a los cíclopes, al enojado Poseidón no temas, tales en tu camino nunca encontrarás, si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta. A los lestrigones y a los cíclopes, al fiero Poseidón no encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si tu alma no los coloca ante ti. Desea que sea largo el camino. Que sean muchas las mañanas estivales en que con qué alegría, con qué gozo arribes a puertos nunca antes vistos, detente en los emporios fenicios, y adquiere mercancías preciosas, nácares y corales, ámbar y ébano, y perfumes sensuales de todo tipo, cuántos más perfumes sensuales puedas, ve a ciudades de Egipto, a muchas, aprende y aprende de los instruidos. Ten siempre en tu mente a Ítaca. La llegada allí es tu destino. Pero no apresures tu viaje en absoluto. Mejor que dure muchos años, y ya anciano recales en la isla, rico con cuanto ganaste en el camino, sin esperar que te dé riquezas Ítaca. Ítaca te dio el bello viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene más que darte. Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó. Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia, comprenderás ya qué significan las Ítacas.
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Leer también «Julián del Casal y Konstantino Kavafis. Cercanías (I)»
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