Muchos de los mejores críticos y estudiosos de la literatura cubana, como Mirtha Aguirre, José Antonio Portuondo, Ángel Augier, han coincidido en que «Elegía a Jesús Menéndez», de Nicolás Guillén, es un extraordinario poema.
Denia García Ronda, directora de la Editorial Sensemayá, de la Fundación Nicolás Guillén, reafirma esta opinión. Para la autora, Guillén alcanzó con esta obra borrar las fronteras entre la prosa y el verso, un logro que a su juicio no se ha vuelto a repetir en la poesía cubana.
En cuanto a la presentación de la «Elegía…», señala, es una obra que cuenta una historia lírica que va más allá del hecho del asesinato del líder obrero Jesús Menéndez, sino de las causas de ese hecho y la representatividad que tiene tanto Jesús Menéndez como el crimen del que fue víctima, en cuanto a las relaciones sociopolíticas de América Latina, especialmente, de Cuba.
La escritora e investigadora de la obra de Guillén expresa que el poema, basado directamente en la pérdida del líder sindical, posee una extraordinaria calidad lírica e inteligencia que —desde el punto de vista político, social y poético— merece la pena estudiar.
Considerado como uno de los mejores poemas de habla hispana, «Elegía a Jesús Menéndez» resalta por su excelencia, de ahí que al cumplirse hoy sus 72 años, se celebre la efeméride con una nueva versión del poema que rinde homenaje a la primera edición.
Elegía a Jesús Menéndez
Nicolás Guillén … armado más de valor que de acero. Góngora Las cañas iban y venían desesperadas, agitando las manos. Te avisaban la muerte, la espalda rota y el disparo. El capitán de plomo y cuero, de diente y plomo y cuero te enseñaban: de pezuña y mandíbula, de ojo de selva y trópico, sentado en su pistola el capitán. ¡Con qué voz te llamaban, te lo decían, cañas desesperadas, agitando las manos! Allí estaba, la boca líquida entreabierta, el salto próximo esculpido bajo la piel eléctrica, sentado en su pistola el capitán. Allí estaba, las narices venteando tus venas inmediatas, casi ya derramadas, el ojo fijo en tu pulmón, el odio recto hacia tu voz, sentado en su pistola el capitán. Cañas desesperadas te avisaban, agitando las manos. Tú andabas entre ellas. Sonreías en tu estatura primordial y ardías. Violento azúcar en tu voz de mando, con su luz de relámpago nocturno iba de yanqui en yanqui resonando. De pronto, el golpe de la pólvora. El zarpazo puesto en la punta de un rugido, y el capitán de plomo y cuero, el capitán de diente y plomo y cuero, ya en tu incansable, en tu marítima, ya en tu profunda sangre sumergido.
Tomado de Uneac
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