Más que bicentenaria, la tradición continuada de la poesía cubana ha contado desde los finales del siglo xviii con figuras de rango continental e incluso de la poesía del idioma que hablamos. En un rápido paneo, menciono diez nombres: Heredia, Avellaneda, Zenea, Casal, Martí, Guillén, Lezama, Feijóo, Baquero y Eliseo. Otros diez y otros diez más forman el grupo decisivo de nuestra poesía, armada por decenas de poetas con obras de valía y belleza. Véase que entre los primeros diez que menciono por orden de edad, fijo el nombre de Eliseo Diego.
Fue un notable narrador: En las oscuras manos del olvido (1942) y Divertimentos (1946) y un fino ensayista Libro de quizás y quién sabe (1989), en ambos géneros creó obras sobresalientes, pero también fue un destacado traductor y hondo conocedor de la poesía de lengua inglesa y la referida a la infancia. Llenó su vida con la gracia de su talento creativo. Su más alto logro fue en verdad la poesía, que si enumerara aquí por el orden de salida de sus libros, consumiría tiempo preciso en recordarla. Su primer poemario puede ser considerado su obra maestra: En la calzada de Jesús del Monte (1949). Puede apreciarse que tuvo una década de 1940 no solo de gran envergadura e inicio en el ámbito de las publicaciones cuando era aún un veinteañero, sino que ya en ella dejó libros clásicos en la evolución de la literatura cubana.
Ya había publicado ocho poemarios cuando en 1982 salió a la luz un libro que venía a beneficiar con su influencia a la joven poesía de esa década cubana: Inventario de asombros (1982). Recuerdo la nota graciosa que apareció en una publicación periódica del momento, en la que se anunciaba la presentación (lanzamiento decimos) de este libro, pero por errata fabulosa lo anunciaron como Inventario de escombros. Mucho le gustó al poeta esa errata que pasaba asombro a escombro, pero que quedaba de cierto modo en el ámbito de su poética.
Porque en su obra hay una fuerte poética implícita, como nos ha demostrado Ivette Fuentes de la Paz, una de sus mejores exégeta, si no hay que decir en verdad que la mejor hasta hoy. Esa poética de Diego se suma a las creativas de Martí, Regino Boti, Lezama y Feijóo, como las de más consistencias en el panorama lírico cubano. Yo diría que la palabra decisiva para calificar la de Eliseo sería el minimalismo, o quizás el puntillismo que en el arte tuvo gran calado en las obras neoimpresionistas de los europeos George Seurat y Paul Signac, entre otros pintores de principios del siglo XX. Eliseo advierte la realidad desde parecido sentido hacia el detalle, como puntuando con palabras lo que ve, pero agregando la sonoridad que las palabras precisan. La belleza del conjunto se aprecia desde el detalle, desde el tono incluso con el que se introduce el poeta en el conglomerado de lo real visible, connotando la invisibilidad de la impresión, de los sentidos sublimados, de la legítima aprehensión del mundo desde sus singularidades.
En El oscuro esplendor (1966) ya esa poética estaba muy definida, al grado de que el propio título la designa, un esplendor que provine de la sombra, no de las tinieblas, sino de lo sombroso que de pronto se hace, por medio de su matiz poético, asombroso. Eliseo Diego nos enfrenta a ese matiz que buscaron tanto lo surrealistas: lo maravilloso, pero la maravilla consiste para él en el detallismo lírico de la realidad, en la apropiación del mundo a través de su connotación o de su vibración poética. Por eso repite su suerte de eslogan: «Nombrar las cosas», aquellas que el Libro de las maravillas de Boloña (1967) se decantan por el matiz del detalle, por la mirada que no agranda (porque «la demasiada luz» destruye los perfiles) sino que puntualiza, dibuja o más bien aplica el staccato de la música al regodeo de la palabra para apreciar con ligereza la realidad desde adentro.
Como poeta del centro de la revista Orígenes, Eliseo comparte con sus coetáneos origenistas muchos puntos de aprehensión poética, como la mirada al campo desde la historia y desde la ciudad, la fijeza de los parques y pequeños pueblos, la idea sobre una tradición cubana que parte de las costumbres del hogar, de las comidas, de los diálogos en familia, del susurro filial, del aposento. Es una intimidad que sin embargo sale de su escenario doméstico para definir la vida de una comunidad, de lo que llamamos «lo cubano». Allí está la cercanía al maestro Lezama Lima, no por el barroquismo sumo de su lenguaje, sino por su esencia captadora de lo peculiar de ser cubano, o la visión pueblerina de Fina García Marruz o de los parques de Cleva Solís. Allí la aprehensión sutil de un Cintio Vitier y el abanico culto de un Gastón Baquero, pero también el esplendor de la naturaleza insular, tan llena en la obra de Samuel Feijóo.
Quiero decir que Eliseo Diego no es (vivo está) un poeta en soledad, no es un creador en solitario que muerde la cola de su propia mirada hacia el mundo. Participa de un conjunto, de una mirada generacional hacia la realidad objetiva y de ella extrajo, subjetividad mediante, lo prístino poético, lo delicado y a la vez resistente: la resistencia al tiempo, ese que él nos dejó en herencia.
La influencia de Eliseo Diego sobre promociones nacidas a partir de 1946, fue poderosa. Su obra nos ayudó a ver más allá del coloquialismo que se había apoderado estilísticamente y por sus contenidos, de la poesía cubana de las décadas de 1950 a 1980, con plenitud en los años sesenta y setenta. Los jóvenes de entonces lo admiraron como un maestro, como un magister poético. Versiones (1970) fue uno de los libros de poesía más leído en las dos décadas que siguieron a su edición. A través de mi espejo (1981) fue para muchos una clarinada: ¡podemos hacer otra labor lírica diferente al predominante tono conversacional, sin despreciarlo! Cuatro de Oros (1990) fue una confirmación.
El centenario de Eliseo Diego, quien naciera en 1920, nos sorprende como siempre: en búsquedas, esencia de la poesía, buscar expresión, hallarla y seguir buscando. El maestro Diego nos enseñó muy bien ese derrotero, jamás se conformó con armar una poética y que ella fuera su único modo de mirar hacia la vida o de mirar dentro de sí mismo. Su varia inventiva creció como En otro reino frágil (edición póstuma, 1999), obra propia de un viajero en el tiempo y en un aquí ceñido por la cubanía, pero también por el ámbito de la lengua española. Su hija memoriosa y rescatadora, escritora ella misma, Josefina de Diego, ha puesto a circular numerosas páginas vivas de su gran padre, también padre nuestro. Honor para Cuba, un gran poeta suyo hace rebasar su nombre y sus obras más allá de los cien años de haber nacido.
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Muy bien que se honre a Eliseo Diego,lo merece porque brillo con luz propia.Nosotros en nuestro municipio tambien lo hicimos y tuvimos el placer de contar con tres excelentes escritores de la provincia cada año lo repetiremos,felicitamos a la BN Jose Mati por las publicaciones que ha hecho los