
He aquí una personalidad cuyos destellos se han perdido bajo la acción del tiempo, el polvo y el olvido, pero que figura entre los ilustres caracteres de la cultura cubana de finales del siglo XIX e inicios del XX. Su nombre es Eliseo Giberga y nació 170 años atrás en Matanzas, el 5 de octubre de 1854, fue hijo de un médico catalán y alcanzó notable prominencia en la vida colonial.
Su participación en la vida pública —política, forense, literaria— fue muy activa, su oratoria, grandilocuente pero efectiva, era una de las más seguidas por sus admiradores, y su pensamiento político, con adhesión al Partido Autonomista, no le impidió ocupar relevantes cargos en una república que reconoció sus valores y acogió sus servicios porque más allá de enjuiciar el camino tomado, vio en él al cubano que amó a su patria y la honró.
A Giberga se debe la fundación del Colegio de Abogados de La Habana. Fue diputado a Cortes durante la etapa colonial, también diputado del Congreso Insular tras la instauración del gobierno autonomista por la metrópoli, fundó el Partido Unión Democrática (Autonomista) y participó en la Convención Constituyente de 1901. Aunque no participó en la contienda por la independencia, dos de sus hermanos sí lo hicieron y alcanzaron grados militares en ella.
Su oratoria fue recogida en Obras de Eliseo Giberga. Discursos políticos, tomo I, de la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, de la Universidad de La Habana, en su edición de julio-diciembre de 1930.
Al margen de sus textos jurídicos, cultivó la poesía, utilizó los seudónimos Un matancero y Ramón Unceta, y sus versos revelan la inspiración de un intelectual de vasta cultura:
El breve tallo, que en labor paciente
hoy empieza a romper la tierra dura,
árbol será mañana, cuya altura
hasta los cielos llevará su frente.
Al cansado arador sombra clemente
dará en sus hojas y en su fruto hartura;
a su pobre heredad cerca segura;
a su humilde cocina brasa ardiente.
Y una y otra, robusta y vividora,
luenga prole, sin término y sin cuento,
verá en torno del árbol cada aurora...
¡Tal, de un pueblo feliz gloria y sustento,
la República dure vencedora
de los tiempos, cien siglos y otros ciento!
(«El breve tallo»)
En Barcelona cursó la carrera de Derecho y en la Universidad de La Habana se graduó en 1884 de Doctor en Filosofía y Letras. Su bibliografía sobre temas jurídicos es extensa. Ejerció su profesión en las ciudades de Matanzas y La Habana, en tanto la guerra se expandía por la Isla.
Durante los primeros tres lustros de la vida republicana representó a Cuba en la ceremonia de inauguración del Palacio de las Repúblicas Americanas y en el centenario de las Cortes de Cádiz en 1912.
El doctor Giberga murió el 25 de febrero de 1916, al día siguiente de pronunciar en Matanzas un discurso vibrante sobre la fecha del 24 de febrero, reinicio de la contienda independentista en Cuba en 1895.
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