El pasado año la editorial Unicornio de la occidental provincia cubana de Artemisa sacó a la luz un libro que cultiva las historias de esos personajes que tantas interpretaciones ocupan en la literatura universal: las brujas. La autora es Olga Montes Barrios, de quien también hemos apreciado sus trabajos como guionista para la televisión cubana. Es además, graduada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y trabaja en la Dirección Municipal de Cultura de su provincia natal. Ha recibido los premios nacionales Félix Pita Rodríguez en 2003, Regino E. Boti en 2013, Fundación de la Ciudad de Matanzas en 2016, y La Edad de Oro en 2018, entre otros. Igualmente, en 2006, obtuvo Premio en el Concurso Interamericano de Cuento Fundación Avon para la Mujer, en Argentina.
La edición de este texto estuvo a cargo de Berkis Aguiar Mazola y la corrección de estilo fue realizada por Ana María Valdés Castillo, ambas labores muy destacadas para la ocasión, así como el emplane, que pertenece a Adelena Carballo Esperón. Las ilustraciones interiores y de cubierta pertenecen a la autoría de Yunier Serrano Rojas, quien mediante dibujos casi caricaturescos en negro sobre manchas de color, presenta a estas grotescas criaturas en sus disímiles escenarios y aventuras. Los matices secundarios empleados en la imagen exterior del libro ―verde amarillento, anaranjados y verdeazules― apuntan hacia un público primario adolescente, aunque su contenido bien puede ser disfrutable por los más pequeños en una buena sesión de lectura familiar, biblioteca o talleres.
El volumen presenta siete cuentos interrelacionados que tienen lugar en Brujanvidia, un lugar tenebroso que mucho place a estos seres de la noche. La autora se complace en exhibir propuestas antiestéticas y escatológicas en su lenguaje para describir a las protagonistas en sus decires y haceres, un recurso que seguramente atraerá a los representantes de esa frontera entre primaria y secundaria, donde el vocabulario prohibido por los mayores cobra fuerza como reto constante hacia lo establecido por el mundo adulto.
El primer cuento se titula «Plácida y las mariposas». Con este nombre tan extraño para un grupo como el que nos ocupa, es obvio que se trata de una integrante de la congregación que parece desviarse del comportamiento habitual; por lo tanto, es motivo de análisis en la Asamblea que celebran cada tres meses para controlar su natural vileza. La autora nos ofrece el clásico escenario de la presión grupal o social sobre el individuo distinto que destaca por sus cualidades diferentes, gustos raros o conductas fuera de la norma; lo que los psicólogos y sociólogos llaman «síndrome de alta exposición», descrito a través de metafóricos campos de cultivo de distintas especies vegetales, cuyos ejemplares que sobresalen son podados por ignorancia, envidia, alarde de poder o falsa estética, perdiéndose así lo mejor de la cosecha: su diversidad.
Plácida es como las demás. (…) Pero, últimamente, se está comportando un poco rara. Algunas brujas aseguran haberla visto a pleno día, sin escoba, caminando en la ladera del arroyo. Otras juran que la han sorprendido tarareando una canción. ¡Qué horror! Pero lo más grave, lo que pone los pelos de punta a quien lo escucha, es que Plácida colecciona mariposas. ¡Cómo! ¿Coleccionar mariposas? ¿Una bruja? Esa información debe ser investigada a fondo. Las brujas más viejas de Brujanvidia han tomado una determinación: Plácida será estrictamente vigilada. El gremio necesita tener más información sobre ella: ¿A qué hora se levanta? ¿Qué ingredientes utiliza en sus conjuros? ¿Cuál es el color de sus pantuflas? ¿Los tomates de su huerto son venenosos o sanos?
Es interesante la resolución propuesta por la autora, empleando la identificación, la metáfora y el símbolo como recurso literario y dramatúrgico; un final lleno de poesía, tristeza tal vez, y esperanza, que no les adelantaré.
«La bruja Maluja» es el título del segundo relato, y su argumento podría resumirse en la ancestral fábula del burlador burlado. La bruja ladrona de caramelos de piñatas es entrampada por los niños que celebran el cumpleaños, de manera jocosa y a la vez drástica, aludiendo a la natural picardía de los lectores que reciban estas letras.
Silvina es la protagonista del tercer episodio: «Una bruja enamorada», donde el amor se dibuja como debilidad en estos seres. Ella planea raptar a Fermín, un ancianito que conoce ―en la cola del yogurt―, un detalle que nos hace dudar acerca de la existencia imaginaria de estas señoras, que parecen cada vez más reales. Mediante una pócima mágica administrada por la protagonista, ambos lograrán… ¡ser infelices por el resto de sus días! Con ingenio, ironía y humor queda dibujada así la cuestión del matrimonio como unión eterna y se subvierte de esta manera la tradición romántica que socialmente se comparte.
«La olla de los brebajes» es otra historia sobre la bruja Maluja, quien, a falta de escoba, trata de trasladarse metida dentro de su cazuela de mejunjes. Esta vez, el objeto es personificado para mostrar la negativa a seguir atado de cadenas cuando se ha aprendido a volar. La metáfora de la libertad, tanto como su significado y necesidad hondamente humanos, ofrecida a través del contraste con este objeto cotidiano y vulgar en un mundo oscuro y siniestro, enriquece la propuesta literaria de Olga Montes.
Sigue una verdadera comedia de enredos con ciruelas, niños, gatos y tomeguines, donde la autora combina lo inesperado, lo planeado y lo malogrado en «El sueño de Remigia». El jugueteo azaroso con las posibilidades nos remite al refrán que aconseja planificar el futuro inmediato a partir de la realidad y no de los sueños más descabellados.
En «Escoba de bruja», Maluja trata de recuperar su transporte habitual, el cual está a un tris de ser consumido por las llamas, al caer en manos de unos pilluelos que la consideran ineficiente, pues no puede volar si no es dominada por su dueña.
«El baile» cierra el libro con broche de oro. Trae sucesivamente los temas de la envidia, el temor a romper esquemas, la necesidad de marcar límites entre la esencia y la apariencia, la importancia de la toma de decisiones y el descubrimiento de la (homo) sexualidad, con una sutileza poco común y una gran maestría y sensibilidad. Está presente como estereotipo el cuento de hadas de «La Cenicienta», donde cada personaje se inserta y así jugará su rol:
Sin duda la reconocerá al instante, aunque su rostro sea muy diferente del que llevaba hoy. Aquella forma de bailar no la olvidará mientras viva. Mira el reloj de pared. No ve las santas horas de volver a su imagen verdadera. ¿Cómo se le ocurrió preparar una poción tan perdurable? ¡Uf! Suspira. Claro que eso del baile no está nada mal. Ya quisiera ver las caras de las brujas cuando lo proponga. ¡Seguro que lo hará! En cuanto regrese a Brujanvidia.
Esperamos que disfruten esta lectura tan variada, bien escrita y pletórica de emotividad, donde quizás nos reconozcamos en estos seres que, gracias a su propia magia, pueden ser también bellos como las princesas y los príncipes de los cuentos de hadas en su aspecto exterior, y profundos como la noche donde viven y sueñan.
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