
La reciente edición del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar trajo la buena noticia: El hombre que vino a leer, de Emerio Medina (Mayarí, 1966) se alzaba con el apetecido y valioso galardón —por segunda vez: la primera fue en 2009 con Los días del juego—, al que anualmente convocan el Instituto Cubano del Libro, la Casa de las Américas y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. El dictamen no deja dudas: «Una historia muy bien urdida acerca de la creación literaria, la lectura y las borrosas fronteras del texto narrativo de ficción».
La ocasión trae de nuevo a uno de los autores cubanos más reconocidos a la hora de tan legendario género literario, con una obra en progresión. Un vistazo a libros que acumula al respecto resulta explícito: Rendez-vous nocturno para espacios abiertos (Premio de la Ciudad de Holguín 2006), Las formas de la sangre (Premio Regino Boti 2006), Café bajo sombrillas junto al Sena (Premio Luis Felipe Rodríguez 2009), La bota sobre el toro muerto (Premio Casa de las Américas 2011), La línea en la mitad del vaso (Premio Alejo Carpentier 2016)…
En 2017, me correspondió editar una antología con veinte de sus piezas narrativas para el sello ediciones Holguín: Una cita en Estambul. Sobre ella y para sus palabras de contracubierta, la eminente crítica y ensayista Graziella Pogolotti escribió:
A modo de parábolas, los cuentos de Emerio Medina replantean las interrogantes que, desde tiempos remotos, contribuyeron a entretejer los vínculos entre cultura y valores sustentados en una reflexión acerca de la condición humana.
Todo un caballero criollo a la añeja usanza de cortesía y gentileza, afable y prudente y, por lo demás, amigo bueno para agotar horas de conversación entre lo humano y lo divino, su vida es asunto para unas memorias cautivantes: graduado de ingeniero mecánico hace muchas lunas —como dirían los bardos celtas— en Tashkent, Uzbekistán, viajero por varias geografías, Emerio, como lector, se da el gusto de leer en su lengua original a grandes maestros como Dostoievski, Tolstoi, Chéjov, Bulgákov…He aquí el escritor que vino a ganar:
¿Qué importancia tiene para ti el cuento a la hora de la literatura?
El cuento, por su brevedad, es el género narrativo expedito para explorar y exponer una idea. Contar la historia en pocas páginas supone un proceso de síntesis, de argumentos e ideas. Este proceso lleva al escritor de cuentos a desechar lo superfluo y concentrarse en lo esencial. El resultado es esa pieza corta, de lectura rápida, que despliega ante los ojos del lector un paquete de información compacta, y funciona como un mazazo en la cabeza.
¿Consideras el cuento como antesala de la novela o no?
El cuento no es antesala de la novela. El camino del cuento lleva al cuento. La novela tiene su propio nacimiento y evolución. De hecho, la novela es género anterior. Yo diría que la novela parió al cuento, pero, como todo buen hijo, el cuento encontró muy rápido sus propios cauces y tomó un camino diferente. Agradezcamos a Poe, ese padre fundador de tantas cosas.
Claro, como se trata de piezas narrativas breves, los cuentos sirven para entrenar la mano y ganar en disciplina. De ahí que muchos cuentistas pasan luego a escribir novelas, y entre ellos me incluyo. Aunque en mi caso fue al revés: yo comencé escribiendo novelas. Mi primer proyecto literario fue una novela, y he escrito novelas y cuentos sin que eso me cree mayores dificultades. Por el contrario, el hecho de alternar una y otra cosa, me sirve para refrescar y encontrar enfoques nuevos.
¿Cómo fueron tus inicios al escribir cuentos?
Mi primer cuento fue «La propuesta». Lo escribí a fines del 2004. Era una historia dura, existencial, muy realista, y yo tenía otro tipo de preocupaciones: quería escribir fantasía y absurdo. Quizá por eso abandoné la línea de «La propuesta» y abrí el camino a «Era diciembre», «Plano secundario», «Verde y azul», «Los culpables», «Usted recuerda ese olor», y otros textos fantásticos. En lo adelante me debatí entre esos dos mundos con el mismo gasto de fuerzas, pero sigo apostando por la fantasía y el absurdo. Incluso en mis novelas predomina el absurdo. Me parece —y lo he dicho muchas veces— que me resulta más fácil hacer creíble algo improbable que cualquier hecho real. Aunque, por supuesto, sigo escribiendo algún que otro texto realista.
De aquellos cuentos iniciales no puedo desprenderme. Fueron una suerte de respuesta a interrogantes de tipo personal, y hoy tengo esas mismas interrogantes, quizá en mayor o menor grado, y esos cuentos me sirven todavía.
¿Cuáles autores citarías a la hora de tu formación en el género?
Cortázar y Rulfo son fundamentales en mi formación como cuentista. Creo que los leí con atención en el momento justo, no antes ni después. Ya era viejo y sabía lo que buscaba. Y lo que buscaba lo encontré en estos dos autores. Bien, no solo en estos dos. En su momento me bebí a Carpentier, a Onetti, a Ribeyro y a Rubem Fonseca. Creo que no habría yo avanzado mucho en el cuento si no me hubiera leído «Los advertidos», «Un sueño realizado», «Los gallinazos sin plumas», «Casa tomada», todos los relatos de El llano en llamas y otros tantos de Hemingway, O’Henry, Maupassant, Salinger, etc.
Como ves, hay todo un mosaico de formas de hacer en esa lista. Pero lo más importante me llegó de Cortázar y Rulfo, y son dos aspectos que se complementan. Si bien del argentino aprendí a ir sembrando indicios, reticencias y zonas de duda en el texto, el gran mejicano me enseñó lo que quizá yo considere mi mejor herramienta como cuentista: el manejo del lenguaje. Si Cortázar es el genio de la estructura del cuento contemporáneo en castellano, Juan Rulfo es el Dios de las palabras. De maestros como esos uno aprende por obligación: o aprendes, o se te revienta el cerebro.
A la hora de escribir, ¿prefieres el cuento a la novela, o los llevas simultáneamente?
Ni cuento, ni novela. Yo me considero, ante todo, un autor de literatura para adolescentes. Es el género donde de verdad me siento cómodo. Pero escribir para ese público es algo increíblemente doloroso. Es como dejar la piel en los muros de piedra de la fortaleza de Cádiz. Por eso escribo menos, por el momento. Dedico más tiempo a la escritura de novelas y cuentos para adultos. Lo hago de manera simultánea. Claro, las presiones de la vida diaria me cobran su cuota… Por cierto, eso de las presiones diarias es el tema de “El hombre que vino a leer”, el cuento que ha ganado el Premio Cortázar.
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Tomado de Radio Angulo
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En el mes de septiembre del pasado año desde la Sala Manuel Galich de Casa de las Américas, el jurado de la XXI edición del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, dio a conocer los resultados del prestigioso galardón que evoca la obra y la vida del célebre argentino. En la tarde de hoy, como parte de las actividades de la 32 Feria Internacional del Libro de La Habana, fue presentada también en Casa de las Américas, la edición de la obra ganadora por unanimidad: el relato «El hombre que vino a leer», del escritor cubano Emerio Medina.
En aquella ocasión, Dazra Novak (Cuba), Hernán Ronsino (Argentina) y Emmanuel Tornés (Cuba), escritores integrantes del jurado, además de resaltar la amplia participación en el certamen, en el que se recibieron mil cien obras de autores en lengua castellana residentes en todos los continentes, reconocieron como consta en el acta la calidad de la obra premiada, «una historia muy bien urdida acerca de la creación literaria, la lectura y las borrosas fronteras del texto narrativo de ficción. Muestra también esta obra un manejo eficaz del lenguaje. Y como un secreto homenaje a Cortázar, el cuento, sin perder su autenticidad, acude a ciertos artilugios del gran fabulador argentino como es el caso de la incertidumbre».
El jurado de la XXI edición otorgó, además, una Primera Mención a «Picassos en el aire», del cubano Alberto Guerra Naranjo, por «administrar con maestría una historia en zona de riesgo, con una escritura precisa, y una narración que apela a la repetición, a la muletilla para nombrar aquello que no tiene nombre o tiene muchos nombres y por eso mismo es difícil de ser nombrado».
Concedió asimismo Menciones, por la notable calidad de sus propuestas, a «La noche bella no deja dormir» de Ronel González Sánchez, «La paradoja de Gutenberg» de Ernesto Pérez Castillo, «Los apostadores» de Yunier Riquenes García, los tres cubanos; «Los muertos son invisibles, pero no ausentes» del colombiano Odymar Varela Barraza y «No más flores, capitán» del peruano Rolando Alexander Rivera de los Ríos.
Creado por iniciativa de la reconocida intelectual lituana Ugnè Karvelis, el presidente de honor del certamen es Miguel Barnet, y está auspiciado por el Instituto Cubano del Libro, la Casa de las Américas, la UNEAC y el Ministerio de Cultura de la República Argentina.
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El relato ganador puede leerse en el número 175 de la revista La Letra del Escriba, disponible para su descarga gratuita en nuestro Portal.
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