
Setenta años atrás, el 11 de septiembre de 1954, murió Emilio Ballagas, considerado entre los poetas cubanos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Vivió solo 46 años y además de la poesía trabajó el ensayo, la traducción y dictó numerosas conferencias.
Transcurridos tantos años y porque el tiempo y la desmemoria son aliados desleales, recordemos lo que de él escribieron algunas voces autorizadas. Para Max Henríquez Ureña, cuyo Panorama Histórico de la Literatura Cubana continúa siendo referencia obligada en nuestros días, Ballagas fue «ante todo, un poeta introspectivo, aunque hay en su lírica aspectos diferentes en que se aleja de sí mismo, juega con las palabras y recoge alguna palpitación del mundo que lo rodea».
El profesor y ensayista Cintio Vitier lo considera «entre los poetas de su generación, si no tan decantado como Mariano Brull ni tan antológico como Eugenio Florit, el que ofrece un proceso espiritual más dinámico e interesante».
Del Ballagas introspectivo, algo místico, que se vuelca hacia su interior y nos sacude con un verso límpido, entresacamos estos fragmentos de «Elegía sin nombre»:
Te estoy amando en sombras,
en una gran tristeza, caída de las nubes,
en una gran tristeza de remos mutilados,
de carbón y cenizas sobre alas derrotadas.
Un primer cuaderno poético apareció en 1931, a la edad de 23 años, cuando aún cursaba en la Universidad los estudios de Pedagogía, de los cuales se graduaría dos años después, para iniciar su carrera docente en la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara, centro del cual llegaría a ser director. No obstante, años más tarde Ballagas también se graduará de doctor en Filosofía y Letras.
Su renombre como escritor se expande. Viaja a Francia comisionado por la Secretaría de Educación y después a Estados Unidos, donde ejerce como profesor de una institución para ciegos. Pero Ballagas no deja por ello de escribir: en 1934 ha visto la luz un texto bastante singular. Se lo edita la imprenta La Nueva, de Santa Clara, y lleva por título Cuadernos de poesía negra, que se inserta dentro del movimiento de la poesía afrocubana. Allí se incluye «Elegía a María Belén Chacón», de 1930:
Ya no veré mis instintos
en los espejos redondos y alegres de tus dos nalgas.
Tu constelación de curvas
ya no alumbrará jamás el cielo de la sandunga.
Del mismo cuaderno es el conocido poema «Para dormir a un negrito»:
Drómiti mi nengre,
Drómiti nengrito.
Caimito y merengue,
Merengue y caimito.
En estos versos destaca la sensualidad, la música intrínseca, el vocabulario folklórico, el gusto con que el poeta recrea el asunto.
Ballagas es también autor de dos colecciones: Antología de la poesía negra hispanoamericana, editada en Madrid, 1935, y Mapa de la poesía negra americana, editada en Buenos Aires, 1946.
Con el libro Cielo en rehenes ganó el Premio Nacional de Poesía en 1951 y dos años después alcanzó en el mismo género, el Premio del Centenario con Décimas por el júbilo martiano en el centenario del apóstol José Martí.
Otros cuadernos van engrosando su currículum poético. Elegía sin nombre, en 1936; Nocturno y elegía, 1938; Sabor eterno, 1939; Nuestra señora del mar, 1943.
De Cielo en rehenes, seleccionamos un fragmento con visos autobiográficos:
Cuando en el río helado del espejo vierto la soledad de mi figura, miro cómo afanosa mi criatura se quiere desprender del hombre viejo. Es la batalla en que sin miedo dejo, estremecido por la quemadura, mi piel, la ensombrecida vestidura de la serpiente antigua que reflejo. Pero no es esta imagen lo que historio ni un ajeno temblor de luz ganada, sino la brasa de mi purgatorio. Y si miro mi angustia desdoblada, mi alma es indivisible territorio; la plaza fuerte por mi Dios sitiada.
Había nacido el 7 de septiembre de 1908, y conocedor de su inminente muerte no desaprovechó un segundo de vida para escribir. Sus últimos poemas y aquellos no recogidos en los libros lo revelan triste pero sereno.
Un día el poeta escribió:
La poesía en mí no es un oficio ni un beneficio. Es una disciplina humilde, un hecho humano al que no puedo negarme, porque me llama con la más tierna de las voces, con una inconfundible voz suplicante e imperativa a la vez. Como poeta no me siento en modo alguno un ser excepcional y privilegiado.
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