El periodismo fue siempre la razón de su existencia y al periodismo debió la formación de su relevante personalidad intelectual. Emilio Bobadilla, que hizo célebre el seudónimo de Fray Candil, fue hasta las décadas iniciales del siglo XX el más discutido y atacado y también el más defendido de los periodistas cubanos. Gozó de amplias simpatías y grandes enemistades y muy joven consiguió lo que muchos escritores no consiguen siquiera tras largos años en el oficio, que el público lo buscara y reconociera. Explicó el porqué de su seudónimo: «Me firmo Fray porque los frailes gozan de cierta inmunidad para decir cuanto les venga en ganas, y Candil porque gusto de hacer luz donde imperan las sombras».
José Martí, en la crónica que dedicó a la boda de Bobadilla con Piedad Zenea, la hija del poeta de Fidelia, lo llama «cubano famoso por el desembarazo de su pensamiento y el arte de su estilo». Azorín exalta su estilo limpio, claro, preciso y nervioso, y el cubano Justo de Lara alude a lo especial de su prosa que, si bien llevaba al papel con rapidez, no era nunca fruto de la improvisación ni de la ligereza, sino calzada siempre por hondas meditaciones sobre el estilo, forjada en el pensamiento sobre el yunque del estudio.
Para el profesor Raimundo Lazo fue un escritor que malgastó su indudable talento verbal en la más agresiva e irresponsable censura burlesca y pese a eso ejerció cierta función rectificadora, inhibitoria, en la eliminación de lo vulgarmente fácil y efectista, por el temor y la cautela que infundían los ataques de tan temible censor.
Para el dominicano Max Henríquez Ureña, cuando Bobadilla abandonaba la crítica zumbona y estudiaba seriamente a un autor o una obra era capaz de producir un ensayo digno de tal nombre, aunque nunca perdió el hábito de buscar afanosamente el gazapo, que a veces creía encontrar donde no lo había, ni de enjuiciar en forma desenfrenada y caprichosa obras y autores que no eran de su gusto.
Escribió artículos inflamados de pasión o candentes de sarcasmos sin traicionar nunca su actitud ante la vida y sin que la doblez empañara la rectitud de su pensamiento
Sus crónicas de viaje se leen todavía con placer. Sus estancias en Holanda, Bélgica y Alemania le ofrecen excelentes materiales para su quehacer periodístico que los lectores siguen con avidez. Su paso por Suecia y Noruega, su visión de Escandinavia, queda en sus Notas en el puño de la camisa, que dio a conocer en la revista habanera El Fígaro, y recoge sus estampas españolas en Viajando por España (Evocaciones y paisajes) que aparece con prólogo de Benito Pérez Galdós, quien afirma que Bobadilla es «un viajero delicioso». Apunta el novelista canario: «A la exactitud descriptiva une la riqueza de imaginación y la gracia y pureza del lenguaje, y estos primores van engarzados en el hilo áureo de una sinceridad que tanto nos encanta como nos desconcierta».
Se impone decir, siquiera de paso, que, pese a su larga permanencia europea, el cronista jamás se olvidó de su patria ni los problemas que la aquejaban. Fue un defensor fervoroso de la causa cubana en los días de la Guerra de Independencia. Sale entonces de España porque «mi dignidad de cubano me prohíbe permanecer en un país donde a diario se injuria a mis compatriotas».
En Nueva York rechaza la propuesta del vicecónsul español de que, a cambio de muy jugosos honorarios, escriba a favor de la autonomía. Responde: «Estoy en contra de los que matan a mis hermanos. Es cuestión de decoro más que de patriotismo».
Se va a Colombia y allí su prédica periodística a favor de la independencia cubana hace que el elemento español logre que se le tache de anarquista y que se le prohíba viajar por el interior del país. Instaurada la República, sigue hasta donde puede la política nacional. Dice en una imagen insuperable que le parece «una rumba bailada alrededor de un jamón».
Palpitaciones europeas
Imposible por lo extensa y dispersa seguir paso a paso la obra periodística de Emilio Bobadilla. Un brevísimo compendio de ella se encuentra en el volumen 11 de la serie de Grandes periodistas cubanos publicado en 1952 por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación.
Muy leída fue la columna que bajo el título de «Palpitaciones europeas» daba a conocer en el periódico El Mundo, de La Habana, y que diarios españoles como El Sol, El Imparcial y El Liberal, entre otros, reproducían con fruición. En esas páginas desfila, como una oleada deslumbradora, la Europa que conoció el cubano, con interesantes reflexiones, además, sobre el humorismo y juicios sobre la obra de grandes escritores españoles como Lope de Vega, Alarcón y Fernando de Rojas. Con agilidad sorprendente puede, en una misma crónica, aludir al epistolario de Nietzsche y a la muerte del torero Joselito, famoso y rico, que luego de matar tres mil toros, va a morir en una plaza pobre de Talavera de Reina.
Otra columna suya, también leidísima, en El Mundo, fue «Baturrillo», que define como un género de crítica ligera, satírica, personal que «ha contribuido al poco o mucho nombre literario de que gozo». Debe defender su paternidad pues en el Diario de la Marina aparece una columna bajo el mismo título. Pregunta con qué derecho se le usurpa pues «aunque dicha palabra aparece en el diccionario de la lengua castellana, el hallazgo me pertenece». Baturrillo significa amasijo, confusión, coctel, desorden, ensalada, revoltillo…
Desde las páginas de «Baturrillo» polemizó con el Diario de la Marina, al que llama Diario de la Marimba. Expresa, el 13 de marzo de 1910, que no cree en la marina que representa ese periódico. «¿Dónde está? Como no sea en el fondo del mar Caribe». Dice más adelante:
Al Diario de la Marimba le sorprende que El Mundo publique mis crónicas. Más me sorprende a mí que en plena República siga publicándose un periódico que encierra épocas de dolor y esclavitud que ningún cubano puede evocar sin tristeza y sonrojo.
Hay en «Baturrillo» valoraciones sobre la filosofía de Bergson. Comenta Hampa afrocubana, de Fernando Ortiz. Apunta: «La esclavitud es un factor disolvente de la vida social digna y progresiva». De Menéndez Pelayo dice que «es asombro de erudición entre los que no leen, y en España nadie lee». Muere el autor de Los heterodoxos españoles y Fray Candil lo elogia. Fue su amigo. De Echegaray, a quien describe de mano maestra, dice que «en verano como en invierno, usaba un gabán que daba calor solo de verlo». Vuelve sobre Enrique José Varona y aquel que calificó de abstruso y revesado, es ahora un cerebro vigoroso y original cuya sabiduría filosófica no ha tenido eco en la Cuba de su tiempo.
Vida y muerte
Emilio Bobadilla nació en Cárdenas, Matanzas, el 24 de julio de 1862, hijo de un distinguido abogado y profesor universitario, titular de uno de los mejores bufetes de La Habana de su tiempo. Ganado desde muy temprano por el periodismo y las letras –prosa y verso– fue un estudiante poco aprovechado. Aun así, tal vez para complacer a su progenitor, se diplomó en Derecho en la Universidad de Madrid, pero fue un abogado que nunca abogó y que aludía con desdén a su título universitario, que «vendía barato a quien quisiera comprarlo».
Publicó varios poemarios y sus Novelas en germen, colección de relatos aparecida en 1909, evidenciaron su fuerte temperamento como narrador. Quizás su novela más célebre sea A fuego lento (1903) con la que se anticipó a lo que harían Rulfo y García Márquez; situó la trama en un territorio imaginario, sin pretender reproducir vida y costumbres de una nación determinada, sino que aprovechó «antecedentes y circunstancias de diferentes pueblos para construir, a merced de ese procedimiento de mosaico, un país que no es concretamente ninguno… pero que es indiscutiblemente hispanoamericano por su configuración moral y por sus costumbres públicas y privadas», como escribe Max Henríquez Ureña. No hay que olvidar que otras novelas suyas tienen notable interés, pero están escritas con la nerviosa precipitación que impide a un escritor lograr una obra maestra.
Como crítico, decía ser como un cirujano, que no solo corta, sino que raja. Así, cometió no pocas injusticias, Fue implacable con algunos que en un momento fueron sus amigos e incluso con gente que le dio el espaldarazo en los inicios de su carrera. A Emilia Pardo Bazán, por ejemplo, no solo la acusa de plagiaria, sino que asegura que, como escritora, lo único original de su estilo, era el estilo de su casa.
En 1909, el presidente José Miguel Gómez lo designa cónsul en Bayona. Pasa después, con igual cargo, a Biarritz. Allí, cerca del mar y en una residencia de cuatro plantas, apartado de todo, pasa Emilio Bobadilla sus años finales. Sobreviene la I Guerra Mundial y se derrumba lo que ha sido su mundo. Pasa su época. Todavía escribe, pero declina. Fallece a las 6 a.m. del 1 de enero de 1921. Muere asfixiado. Tenía destrozados los pulmones.
Una mujer, Petra López Viscay lo acompaña en esa etapa y se ocupa, un año después del suceso, del traslado de sus restos hacia un nuevo panteón. Todavía siete años después de la muerte del escritor, Petra, cada dos, viajaba de San Sebastián a Biarritz, cruzando la frontera entre España y Francia, para poner flores en su tumba.
Este cronista desconoce en qué lugar del camino quedó Piedad Zenea.
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