Es necesario que se cumplan ahora, este 2 de enero, 95 años de su muerte, ocurrida en 1926, para que alguien se acuerde de José Manuel Poveda y de estos versos suyos de «Luna de arrabal»:
Mas la Luna de arrabal es una hetaira
que conoce el negocio nocturno;
a ninguno desaira
y en la roja nariz los besa por turno.
Todo el suburbio se alegra;
suenan carcajadas en los vericuetos;
la Luna, comadre chismosa de la noche negra,
revela con gracia malignos secretos.
(….)
Solo Pierrot, poeta lúgubre, sucio de harina y llanto,
saca de su bandurria algún motivo fútil,
y aprovecha el momento para hacerle a la Luna
un nuevo canto inútil.
Se afirma que variadas influencias, mayormente de autores franceses, se perciben en la obra de Poveda en tanto enrumba hacia un camino propio. Puede ser cierto, pero el estro del bardo santiaguero es legítimo y todavía estremece cuando agita las cuerdas de su mejor instrumento: la palabra.
Nacido el 23 (o 25) de febrero de 1888, Poveda vivió 37 años y publicó un libro, Poemas precursores que bastó, y basta, como revelación en el contexto de la poesía insular del primer cuarto de siglo de vida republicana. Cualquier otro escritor con existencia física tan efímera y producción tan restringida correría el riesgo de permanecer olvidado o cuando menos ignorado más allá del ámbito de su terruño. No es este el caso suyo, aun cuando tampoco se trate de un poeta «mediático». Sucede que sencillamente José Manuel Poveda supo, antes y ahora, conservar un espacio y un público lector más allá de las veleidades de la moda y las épocas. Su mundo fue el de las creaciones dotadas de inspirada sensibilidad, de fantasía que enamora y realidad ambientada en lo cubano, en lo cual debió influir el contexto en que se educó, las aficiones literarias, las lecturas y el talento.
Cursó los estudios de bachillerato y los de Derecho en la Universidad de La Habana, estos últimos de modo irregular, pues no se graduó hasta 1921. Pero a fin de cuentas fue uno más de los numerosos poetas con un título universitario, una formación educacional sólida y un apego más o menos reverente a las «reglas», aunque no a las de la poética, que manejó a voluntad. Ejerció el periodismo y sus trabajos fueron acogidos en El Heraldo de Cuba, La Nación, El Fígaro, Cuba Contemporánea y otras muchas publicaciones, por lo que alcanzó nombradía En la revista Orto, de Manzanillo, colaboró desde su fundación en 1912. Y fue de los poetas, junto a Regino Boti, Agustín Acosta y algunos más, representativos de la pujanza del movimiento literario en las provincias, donde las posibilidades podían ser menores que en la capital en cuanto a medios de expresión, no en aptitudes, cultura ni perseverancia, por lo que solo los prejuiciados y autosuficientes podían vislumbrar aquellos resplandores con asombro. Poveda alternó la escritura con el ejercicio del Derecho, primero como auxiliar en un bufete, después al frente del suyo ya graduado, y por último como juez suplente de Manzanillo.
Los pormenores acerca de su vida pueden hallarse en el Diccionario de Literatura Cubana, en Ecured y otras fuentes, pero solo nos dan idea de cuán tenaz fue su labor literaria como redactor de publicaciones, colaborador de prensa, traductor y narrador. Al morir, y esto lo cuenta su amigo el escritor Rafael Esténger, «la viuda, en la clarividencia de la angustia irremediable, culpó a la vocación literaria de la prematura muerte de su esposo, y entregó a las llamas su extensa papelería. Dicen que en el holocausto ardió la traducción en verso de un libro de Henri Régnier y de las Rimas bizantinas de Augusto de Armas, como también los originales de la novela Senderos de montaña».
De su libro Poemas precursores, de 1917, explica Poveda: «Las presentes páginas no forman parte de la obra creadora, sino que la preceden, la anuncian: no muestran el yo, no son Mañana sino ayer». Evidente resulta su consideración personal de que esta obra estaba aún por hacerse.
Otro texto en que suelen detenerse críticos y lectores son sus Proemios de cenáculo, publicados una vez reunidos, en 1948, con preámbulo de Rafael Esténger y que originalmente aparecieron en algunas revistas santiagueras antes de trasladarse Poveda a La Habana. Preguntado el autor dónde quedaba el citado cenáculo, respondía con humor: «Escribo estos proemios para cuando lo haya», lo cual no era enteramente cierto porque en Oriente fue asiduo de ellos.
Personalidad original y renovadora de las letras cubanas, en José Manuel Poveda subyacen elementos de interés literario y humano suficientes para detenernos ante su vida y su obra. Es pues necesario este recordatorio del poeta que entre Santiago, Manzanillo y La Habana desarrolló su creación artística.
Visitas: 117
Deja un comentario