El 18 de noviembre de 1896 en el combate de Paso de las Damas, jurisdicción de Sancti Spíritus, caía en combate el mayor general Serafín Sánchez Valdivia, el amigo dilecto de José Martí, el patriota cabal, el hombre bueno a quien el Apóstol llamó «mi Serafín». Sus últimas palabras son todo un dechado de heroísmo y poesía: «Me han matado. No es nada. Que siga la marcha». Tenía 50 años.
Hoy día poco se le recuerda a Serafín como escritor, hombre de letras y maestro, su profesión. De su muerte heroica se cumplen ahora 125 años y queremos evocarlo en su condición de escritor.
Las guerras por la independencia tuvieron entre los próceres cubanos a varios excelentes narradores, gracias a los cuales no se perdieron episodios de interés, testimonios fidedignos, anécdotas y un cúmulo enorme de información útil para el mejor conocimiento de una gesta en que el valor, la inteligencia y el patriotismo fueron determinantes.
Ejemplos de narradores y poetas de machete en mano hubo varios. He ahí los nombres insignes de Máximo Gómez, Fernando Figueredo, José Miró Argenter; también los de aquellos que en sus diarios recogieron la historia, empezando por Carlos Manuel de Céspedes; o en sus cartas, como Ignacio Agramonte; o en su constante labor revolucionaria, como José Martí.
El mayor general Serafín Sánchez Valdivia fue también uno de ellos.
[…] narró, en prosa natural y sincera, episodios y recuerdos de la Gran Guerra en que fue actor y testigo. Oírlo, como yo lo oí tantas veces, en la sala, plena de evocaciones, de mi vieja casa solariega, en la emigración, era un encanto. Leerlo es penetrar en su alma de guerrero y en su pensamiento lúcido de apóstol de la emancipación. Las páginas de su libro Héroes humildes destilan frescura heroica, y huelen a inmortalidad.
Estas palabras, que esperamos el lector nos perdone por su extensión pero son importantes, las escribió José Manuel Carbonell.
Serafín Sánchez Valdivia, el más grande de los patriotas de la villa de Sancti Spíritus, nació el 2 de julio de 1846 y murió, con el grado de mayor general del Ejército Libertador.
Uno de sus grandes afectos lo fue José Martí. Entre ambos se tejió una amistad sustentada en la comunión de intereses patrios y espirituales. Sánchez había sido antiguo maestro de escuela y nunca dejaría de serlo para su tropa. «Mi muy querido Serafín», así acostumbra Martí encabezar su correspondencia al general Sánchez Valdivia, también muerto de cara al sol. Una hermosa carta en verso le escribe Martí en 1895, de la cual entresacamos este fragmento:
…Y en cada espiga del trigo
de estas penosas cosechas
verá, quien mire a derechas
«don Serafín es mi amigo».
Como narrador, el patriota espirituano tiene el don de la sencillez y la elegancia, que fueron además rasgos de su carácter. Uno de sus relatos más conocidos lleva por título «Manuel Rodríguez (a) La Brujita», del cual reproducimos las líneas iniciales, con la sugerencia de que el lector no deje disfrutarlo en su totalidad:
Así se le conocía en Sancti Spíritus, antes de la Revolución de Yara, y el apodo La Brujita implicaba para Manuel Rodríguez ridículo y befa. Y en verdad que Rodríguez tenía mucho de excéntrico en su carácter y en sus hábitos; sus rarezas llamaban la atención, y hacían reír a las gentes vulgares que tuvieron siempre en poco su persona por esa circunstancia. Él era sastre y nosotros recordamos haberle visto siempre vestido lujosamente, con la clásica bomba blanca puesta a toda hora, incluso en el taller de sastrería, donde trabajaba sin cesar…
Nunca su patria pasará por alto las conmemoraciones de su natalicio y muerte en combate. Sirvan estos sucintos apuntes para resaltar una de sus tantas virtudes, la que nos lo entrega también como hombre de letras.
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