Tiempo atrás, la oratoria constituía un arte que distinguía a numerosos tribunos. Mas no solo personalidades de la literatura y figuras de la política la practicaban, también exhibía ilustres representantes en el sacerdocio. Entre el clero español, de fuerte ascendencia en la Isla antes de 1959, y también entre los cubanos, había distinguidos representantes de la oratoria y de la literatura. Respecto a esta última, siempre acude a nuestra memoria el ejemplo del sacerdote navarro Ángel Gaztelu, de inolvidable presencia en la poesía cubana del siglo XX.
Sin embargo, nos detendremos aquí en uno de los personajes más singulares y olvidados de las letras cubanas: el sacerdote Luis Mustelier y Galán, cuya vida de servicio a la Iglesia no le impidió servir a la causa de la independencia y desarrollar sus afanes literarios, como tampoco ganar fama de excelente orador.
Intelectual y patriota, nació en Santiago de Cuba el 19 de agosto de 1860 e hizo los estudios de sacerdocio en el Seminario de San Basilio el Magno, de esa ciudad, donde, una vez ordenado, impartió clases de lengua y literatura latina, pues se trató siempre de una personalidad tocada por la inteligencia y la disposición para el estudio. Con apenas 25 años se le designó canónigo de la Santa Basílica Metropolitana de Santiago de Cuba.
Desde el púlpito conmovió a los fieles con su oratoria, sustentada «por todas las cualidades para el triunfo: amplia y sutil inteligencia, abundosa cultura, gusto clásico depurado, fuerza emotiva, voz rica de timbres y modulaciones musicales, figura gallarda», en la apreciación de José Manuel Carbonell, quien así nos describe la elocuencia del clérigo.
Pero algo más hacía de Mustelier y Galán una figura atractiva: mentalidad abierta a cuanto en el mundo acontecía, su condición de conspirador independentista aún bajo el hábito eclesiástico, su orgullo patrio y valor personal, características que lo distinguían dentro del clero, aunque sin llegar a ser una excepción, pues no fue el único sacerdote en apoyar a los mambises.
Puestas sobre aviso las autoridades coloniales, embarcó hacia México, donde prosiguió su labor revolucionaria entre los emigrados. En esa nación también alcanzó los títulos de doctor y miembro honorífico de la Academia de Medicina Homeopática, ejerció esta profesión y fue tal su prestigio que se le declaró Hijo Adoptivo por el Ayuntamiento de Alvarado.
Concluida la contienda en Cuba, regresó, se puso en contacto con el Generalísimo Máximo Gómez y abogó por el fortalecimiento de un clero de pensamiento cubano, nacional, de servicio a la patria. Su condición de orador sagrado distinguido y de patriota conferían a su palabra una influencia considerable dentro de la vida religiosa y cultural del país. Muchos le auguraron un obispado, que no le llegó nunca de la Santa Sede.
Sus oraciones no se recogieron en libro, aunque sí se conservaron algunos sermones (a la Virgen de la Caridad, a San José, a San Pedro) y sus discursos en homenaje a los mártires independentistas de 1851, el fusilamiento de los estudiantes de Medicina en 1871 y al mayor general Antonio Maceo y su ayudante Panchito Gómez Toro.
Al final de su vida Luis Mustelier y Galán abandonó el sacerdocio y se dedicó a la labor cultural, fundó en 1914 la revista Arte, se integró a las actividades del Ateneo de La Habana, publicó artículos de temas filosóficos y literarios.
Luis Mustelier y Galán murió el 20 de julio de 1921 —hace justamente un siglo— en La Habana y es una de esas personalidades inmerecidamente olvidadas cuya memoria enriquece la historia, la literatura y en sentido general la cultura de un pueblo.
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