Orador, conferenciante, escritor y miembro de varias academias nacionales—la de Artes y Letras, y del Ateneo de La Habana— el doctor Mariano Aramburu tuvo la honrosa distinción de ser el segundo presidente de la Academia Cubana de la Lengua, sucediendo en el cargo a su presidente fundador Enrique José Varona y siendo sucedido él, al morir, por el ilustre intelectual que fue José María Chacón y Calvo. Al doctor Aramburu se le designó ministro extraordinario y plenipotenciario en Chile y presidió además el Instituto Cubano – Chileno de Cultura.
Aunque muy diferente a los ojos de un lector del siglo XXI, el ámbito intelectual de Mariano Aramburu, o sea, el de finales del siglo XIX y las primeras cuatro décadas del XX, conserva aristas de sumo interés. La cultura —es decir, el acceso a ella— tiene aún el sentido elitista de los viejos tiempos y el intelectual no deja de ser un individuo con ciertos medios económicos. La cultura, por lo general, es parte del abolengo familiar… como es el caso de quien nos ocupa.
El camagüeyano Mariano Aramburu nació el 30 de noviembre de 1870, justamente 150 años atrás, y tuvo una educación espléndida: cursó en España las carreras de Derecho y de Filosofía y Letras, allá mismo dio a la luz sus primeros trabajos jurídicos; alcanzó medalla de oro en el concurso del Círculo de Abogados de La Habana en 1893 y fue un joven intelectual de honda cultura y brillante desempeño profesional, dedicado por muchos años al ejercicio de la carrera de Derecho, con un renombre que se extendió más allá de las fronteras nacionales.
El quehacer del doctor Mariano Aramburu dentro de las letras es extenso, multivario y de carácter más bien académico. Descuellan en su obra los discursos impresos y además numerosos estudios de índole literaria y crítica, los textos filosóficos y acerca del idioma. He aquí algunos de los títulos de su bibliografía: Origen, desarrollo y decadencia de la tragedia griega, 1891; Personalidad literaria de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, 1898; Impresiones y juicios, 1901; Literatura crítica, 1909; Arte de bien vivir, 1915; La divina palabra, 1921; Ocaso, 1938; Divulgaciones, 1943…
El periodismo, que lo llevó a ser conocido en ámbitos más públicos y menos exigentes, lo ejerció en la «crema y nata» de la prensa de su época, a saber, en Diario de la Marina, El Fígaro, Universal, La Discusión, Heraldo de Cuba, Revista Contemporánea y otros periódicos.
Para mejor justipreciar al Aramburu escritor, preferimos incluir este comentario del crítico Max Henriquez Ureña:
Según avanzaba en años, su juicio era más penetrante y certero, y aún más se aprecian esas cualidades que alcanzó Aramburu en su madurez activa y fecunda leyendo sus conferencias sobre La Época Constantina y La Edad Contemporánea, obra de observador diserto; La divina palabra, obra de artista del verbo; y Los valores humanos, obra de pensador.
Igual vocación que por las Letras sintió por el Derecho, disciplina a la cual dedicó una abundante producción de ensayos. El doctor Mariano Aramburu murió el 28 de junio de 1942, a los 71 años.
El tiempo, el implacable como acostumbramos decir, y la memoria, o la desmemoria, no menos implacable, a veces se confabulan para jugarnos una mala pasada con el almanaque y entonces se nos escapan ocasiones para el merecido homenaje. De que una fecha como la del sesquicentenario del natalicio de una personalidad de la sociedad, de la cultura y de las letras cubanas como lo fue el doctor Mariano Aramburu no quede en el tintero, nos ocupamos aquí, muy modestamente, en CubaLiteraria, portal digital del Instituto Cubano del Libro.
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