Cada 7 de junio se celebra en Cuba el Día del Bibliotecario, o más exactamente el Día del Trabajador de la Información Científica, en honor de Antonio Bachiller y Morales, quien nació ese día de 1812, hace pues 210 años.
De hacer multifacético, José Martí lo llamó «americano apasionado, cronista ejemplar, filólogo experto, arqueólogo famoso, filósofo asiduo, abogado justo, maestro amable, literato diligente, era orgullo de Cuba Bachiller y Morales».
Se le considera el primero entre los grandes bibliógrafos cubanos. Jurista e historiador, además, escritor costumbrista, en ocasiones poeta y hasta autor de obras de teatro, a Bachiller no le preocupó en demasía el estilo, pero sí escribir y hacer llegar a los conciudadanos su cuantiosa sabiduría. El espíritu del informativo le rondó desde siempre y lo llevó adelante con afán incansable de difundir el conocimiento.
Intelectual de hacer tan profundo, dejó una papelería grande al morir el 10 de enero de 1889, en su vivienda de la Calzada de Reina, en La Habana. Por cierto, había pedido que en sus funerales no tuvieran participación las autoridades coloniales, por lo que se le veló en la Sociedad Económica de Amigos del País, de la cual fuera su secretario.
Sin embargo, se suele pasar por alto un detalle: Bachiller «hizo escuela», con ser el primero, abrió el camino. Y por ello consideramos justo e indispensable recordarlo y, junto a él, a aquellos continuadores de su obra hasta nuestros días, aun cuando el empeño pueda ser riesgoso y quedar en el tintero, olvidados, importantes bibliógrafos.
De los «antiguos», Carlos M. Trelles (1866-1951) es el más laborioso de los bibliógrafos cubanos de comienzos del siglo XX y también un ilustre continuador de la obra de Antonio Bachiller. Además de patriota, primero fungió como bibliotecario en Matanzas, a la par que como colaborador de revistas y periódicos, entre ellos, Revista Cubana, Cuba y América, La Discusión, Cuba Contemporánea… En 1923 asumió la responsabilidad de atender la Biblioteca de la Cámara de Representantes y en adelante fue delegado de Cuba al Primer Congreso Internacional de Economía y Sociedad, en 1924, y al Congreso de Historia y Geografía de América, en 1925, ambos celebrados en Buenos Aires. También se le nombró vicepresidente honorario de la Asociación Interamericana de Bibliógrafos y Bibliotecarios, con sede en Washington.
Él es autor del Ensayo de Bibliografía Cubana de los siglos XVII y XVIII (con un apéndice relativo a las demás Antillas españolas). Esta obra se complementa con otros 10 volúmenes, del propio Trelles, que abarcan los siglos XIX y XX, hasta el año de 1916. Dio a la luz otros libros del mismo perfil: Bibliografía Científica Cubana, etcétera. Ello, amén de estudios sobre la ocupación inglesa de La Habana y temas históricos de su natal Matanzas.
Tampoco puede faltar en esta elemental enumeración Fermín Peraza Sarausa (1907-1969), cuya labor bibliográfica en la primera mitad del siglo XX es abundante y útil. Tras la caída de Gerardo Machado, Peraza ocupó la dirección de la Biblioteca Municipal de La Habana, en cuyo desempeño se mantuvo hasta 1960.
Compiló en 1954 una Bibliografía martiana que fue —en opinión de Max Henríquez Ureña― una de «las dos más completas de Martí» para su época (mediados del siglo XX) y mucho antes, desde 1937, dio inicio al Anuario Bibliográfico Cubano que, cuantos son asiduos a las bibliotecas y en particular al proceso de investigación de las fuentes, saben cuán importante resulta y cuánto tiempo ahorra al buscador de datos, al estudioso, al lector en general, cualquiera sea la disciplina a la que dirija sus pesquisas bibliográficas.
Pero su obra más socorrida es el Diccionario Biográfico Cubano, que entre 1951 y 1959 arrojó la cifra de diez tomos, y el de Personalidades cubanas, que lo complementa (por tratarse de personajes vivos en aquel momento), y se publicó entre 1957 y 1959. Uno y otro devienen una suerte de Quién es quién, dentro del contexto de la cultura cubana.
Abrimos un espacio para Joaquín Llaverías (1875-1956), quen se incorporó al Ejército Libertador, dentro del cual alcanzó el grado de capitán. En 1899, concluida la contienda y bajo el período de la Intervención norteamericana, sentó plaza en los Archivos de la Isla de Cuba, como se denominaba el lugar donde se atesoraba buena parte de la historia del país.
El celo y la comprensión de que era necesario dar a conocer cuánto se hacía, determinaron en su propuesta de publicar un Boletín, del cual asumió la jefatura de redacción. Investigador y recopilador de información por excelencia —más que escritor—, Llaverías representó a Cuba en el Congreso de Archiveros y Bibliotecarios que tuvo lugar en Bruselas, Bélgica, en 1910. En 1921 aprobó el examen de suficiencia y se le designó director del Archivo Nacional, hasta su muerte.
La bibliografía activa del capitán Llaverías es cuantiosa, por lo que nos detendremos a citar algunos de sus textos más relevantes, entre ellos, Historia de los Archivos de Cuba, publicada en 1912, y las colecciones de documentos agrupadas bajo el título de Actas de las Asambleas de Representantes y del Consejo de Gobierno durante la Guerra de Independencia, 6 volúmenes ordenados en coautoría con Emeterio Santovenia, entre 1928 y 1934. Relevantes son también Los periódicos de Martí, de 1929, y La Comisión Militar Ejecutiva y Permanente de la Isla de Cuba, de igual fecha que el anterior.
En cuanto a María Villar Buceta (1899-1977), comenzó en 1924 a trabajar en la Biblioteca Nacional y sería aquel el perfil profesional de toda su vida. Después lo haría en otras bibliotecas, algunas de las cuales organizó.
Al fundarse en 1943 la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling, estableció allí y dirigió su biblioteca. Preparó e impartió cursos sobre el tema —pionera en ello—, compiló bibliografías (Contribución a la bibliografía de Rafael María de Labra, 1944; Contribución a la bibliografía del periodismo, 1952). Se la considera la primera profesora de biblioteconomía en Cuba.
Más allá de los nombres de ilustres bibliógrafos (citados o no), la fecha del 7 de junio rinde homenaje de admiración y agradecimiento a los bibliotecarios, referencistas, técnicos, divulgadores y a cuantos prestan servicio en la atención de las bibliotecas a todos los niveles, desde el comunitario y municipal, hasta la Biblioteca Nacional, donde aún brinda su sabiduría y aporta su experiencia la doctora Araceli García-Carranza, probablemente la más grande y útil de las bibliógrafas actuales de nuestro país, a quien desde Cubaliteraria nos honramos en saludar, felicitar por sus incontables éxitos profesionales y desear mucha salud en esta conmemoración.
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