Ha sido inevitable para mí, y diría que no me inclino solamente hacia una vibrante parcela conocida, el encontrar huellas y similitudes en la poesía contemporánea cubana de ese gran escritor que es José Martí. Y es que su presencia como paradigma en la estela que describe nuestra lírica es algo indiscutible, e incluso, lógico y grandioso. Pero hay algunos pocos poetas en que esta evidencia sobrepasa la tesitura del ejemplo, y se contamina en trazos y aspectos puntuales del plano ideotemático propios del gran escritor. Entre ellos se encuentra Roberto Manzano, quien en su libro Diario lírico[1] nos dibuja un caleidoscopio en que se torna el acto de la poesía, el acto de la escritura: mundo reflejado que crea otro mundo, pues es la escritura uno de los gestos y uno de los actos más simbólicos del mundo. Caleidoscopio que abarca lo que el poeta trae, lo que deja, lo que abandona en metáforas dinámicas e indetenibles como es el universo. Aquí vuelve a encontrarse la poética del ala y la raíz, y el orden aristotélico alto y bajo que Martí hizo suyos, así como a considerar a la noche como el momento de la llegada de la poesía por excelencia, o vincular en varios poemas música, danza, pintura y poesía respectivamente, incluyendo o retomando un repertorio de símbolos cruciales en nuestro primer escritor, así en «12.8.04 (c)»:
Las batallas se ganan en dos planos: arriba
y abajo: en lodo y nube: en calcañal y frente
muévete abajo, arriba: desanuda con fuerza
lo visible e invisible: bien cocidos los tramos.[2]
En «6.8.04 (b)»:
Cuando la noche cae, sin saber en qué blando
pasto reclinaré la cabeza o en qué quicio
echaré la andadura, me detengo a pensar:
hay un sendero alto que conozco en detalle,
una ruta sin tiempo ni espacio que conozco;
pero tropiezo aquí, sobre este terrón triste,
en este listón duro, en esta pared áspera:
aquí tropiezo, así, cuando cruzo así, el aire
extraviado del aire, sin saber en qué hierba
o en qué tapia, en qué silla o sobre qué sabrosa
médula de reposo tendré, al fin, como todos,
una dueñez, un fino reclamo conquistado,
un puertecillo dulce donde dorar las huellas:
porque voy así, porque así cruzo, en la noche
que se prolonga como un desierto rupestre![3]
En «21.8.04»:
También al redil vuelvo, como un torvo animal:
mis huesos torpes junto, cierro mis ojos firmes.
Es la noche. La patria del verso, que se asoma
y me acompaña oscuramente. El trémulo curso
del verso, ya en la noche, dentro de la orfandad
del pulso solo, mientras oscurece el destino…[4]
Y es que en este libro —donde son enlazados en un mismo devenir lógico la soledad, la escritura y el amor, estableciéndose tensiones y alumbramientos entre sus partes—, a veces resuena con fuerza el profundo universo de la poesía de Martí, o el legado lírico martiano que vive en los origenistas. El dominio de la expresión poética y su carácter diáfano caracterizan el estilo de Manzano. Aquí se trata de narrar los avatares que rodean la llegada de la poesía y de la creación, y pienso que, en ese sentido, es que se emplea como título del libro el nombre de diario. Son poemas que son reflejo del laboratorio espiritual de la escritura, de su alquimia, una radiografía encantada y mágica del acto de la escritura, como en «5.8.04 (c)»:
Consagrar el silencio a esta saga sonora
que no se guarda en copas sino en metal fluyente
y volver cada día a la indócil ringlera
para tocar al mundo que corre como un claro
centavo, como una moneda de lo umbrío:
así, de estas marismas y cúspides, el alma
va tendiendo sus huellas para sí, para otros
que están lejanos como espaldas al viento.[5]
En esta impronta de diario con que se ha concebido el libro, se superponen en sus partes la presunta llegada de la muerte y de la inspiración —extinción y fulgor—, el transcurrir y la trascendencia de la escritura, y el amor pleno con el amor perdido, respectivamente, o lo que es lo mismo, la escritura mediada por la soledad y el desamor, el milagro y la errancia del hombre, pues «escribir es convertir las propias desventajas en ventajas».[6] Por lo que abundan retratos alados de su yo que justifican la afirmación del prólogo en que se afirma que «Una anotación lírica es siempre una proyección de nuestra persona entrañable»[7], en los que también se describe cómo llega el momento de la inspiración y la escritura[8], y que, de su libertad en ella, teje, urde, siendo fiel en todo momento a su origen campesino. En tales retratos los objetos, las personas, los sitios que aparecen encarnan «maravillas inscritas en su propia aniquilación».[9] Pero también hallamos la exultación creativa y la exultación de la vida plasmadas por medio de una poesía de aliento exclamativo. Este poeta, que hace un guiño consciente a la tradición, se maravilla por el intercambio que supone palpar, conocer al mundo, y del cual nace como fruto la escritura, que supone sobreponerse como un titán por encima de la incomunicación humana.
En este poemario denominado diario, que Manzano conscientemente considera diferente a lo que ha hecho[10], que son aquellos donde el escritor dice lo que es para él la poesía, la inspiración, el verso. En este sentido vuelvo a encontrar un filón que apunta directamente al pensamiento poético de Martí. Algunos de estos poemas constituyen un diálogo con los demás tipos de poesía existentes dentro del panorama literario[11], o dibujan las líneas de su poética de abierta vocación ecuménica. Así emergen sus ideas sobre la poesía que puede ser para él «la arcilla de la que está hecha el misterio», «la harina secreta de lo humano», «renglón de música que piensa, de afán que se deleita», «la cacería mayor de lo que dura», «esta saga sonora», «la sinfonía oscura de los huesos». Sus versos son «cordones vibrantes», «cometas de la Psiquis», que tienen fe en la trascendencia de la poesía, en los que confiesa por qué escribe, que describen vericuetos, frases, estados del mundo creativo, que dan fe de la fuerza irruptiva de la poesía y de la escritura —como ya lo ha hecho el autor de Versos libres—, a la que concibe como prenda o tesoro. Lo que señala el carácter conceptual del libro. Veamos aquí uno de esos textos donde da pruebas de su confianza en la permanencia y trascendencia de su arte, o dicho de otra manera, de la altísima valoración de su ser propio, en «26.8.04 (a)»:
He apostado: la vida se me ha ido hacia la página
y un día, de la página
me alzaré resurrecto.[12]
Entonces nos percatamos de que estamos asistiendo a una genealogía del acto y el hecho de la poesía y la escritura en donde habita lo inefable, como se advierte en este hermoso y abarcador adagio, que casi puede ser un epitafio:
De dónde vengo yo si no vengo del hondo
depósito de seres que, sin altas palabras
del olvido ascendieron y al olvido bajaron
como chispas o truenos cruzando lo nocturno?[13]
Es el hombre como arpa, como salterio donde vibra el universo, es el ámbito concéntrico y ecuménico del poeta.
[1] Roberto Manzano: Diario lírico, Colección Arco Tenso, Selvi Ediciones, Valencia, 2020.
[2] Ibídem, p. 60.
[3] Ídem, p. 29. Recordemos si no: «La noche es la propicia/ Amiga de los versos […] Noche amiga-, noche creadora!», en José Martí: Obras completas, Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, 2007, t. 14, p. 238. Otras imágenes poéticas emblemáticas martianas pueden ser recordadas aquí: «Cuando cruzo así, el aire extraviado del aire», recuerda vivamente a: «Y el aire hueco palpo», del poema «Hierro» de Versos libres, o el manejo de metáforas tan suyas como la del “caballo” y la del “monarca”. A nivel de los recursos expresivos sorprende hallar este arranque herediano, recurso que Martí hizo suyo y potenció, aunque proviniera del Cantor del Niágara, y que consiste en la repetición de elementos dentro de la frase o verso en gradación ascendente, ya sean sustantivos, adjetivos o verbos: «Desconsolado, solo, álgido, solo, ausente». [«10. 8. 04 (e)», p. 51]. O leer este hermoso poema que hasta recuerda el paso de Martí dentro de su Diario de campaña, recreando una compartida e íntima atracción hacia la naturaleza con el autor de Versos sencillos [«9.8.04 (c)», p. 45]: «En medio de las grandes casas he visto al bosque:/ solo cerré los ojos, aunque no los cerré:/ veo venir el bosque hacia mi corazón/ de floresta y campana que resuena en lo abierto:/ en el verdor abierto mi corazón camina/ como un ciervo que canta adentro de las hojas/ con su latido limpio y firme de sonido:/ pasé, callado, en medio de las reunidas casas,/ y aunque cerré los ojos vi claramente el bosque!».
[4] Roberto Manzano: Ob. cit, p. 74.
[5] Ibídem, p. 27. Véase también el poema “7.8.04 (d)”, p. 36.
[6] Susan Sontag: La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez, 1964–1980, Ed. Debolsillo, Barcelona, p. 405.
[7] Roberto Manzano: Ob. cit., p. 9.
[8] Véanse los poemas «3.8.04(a)» (p. 17), «15.8.04 (b)» (p. 67), «16.8.04» (p. 68), «22.8.04» (p. 75).
[9] Pura López Colomé. «A la altura de sí mismo», en Seamus Heaney: Obra reunida, Trilce Editores, México, 2005, p. 21.
[10] Lo reconoce en el pequeño, hermoso y original prologuillo a su cuaderno: «una emoción […] que no encontraba curso expedito dentro de mi creación habitual, p. 9.
[11] Véanse los poemas «3.8.04 (b)» y «20.8.04».
[12] Roberto Manzano: Ob. cit, p. 79. Este poema recuerda vivamente los siguientes textos martianos: «Mañana, como un monte que derrumba/ de noche y en sigilo su eminencia/ Como un vaso de aroma roto y hueco/ Caeré sobre la tierra». (Polvo de alas de mariposa, Ediciones Artex y Centro de Estudios Martianos, La Habana 1994, p. 76). «Viva yo en modestia oscura,/ Muera en silencio y pobreza, / ¡Que ya verán mi cabeza / Por sobre la sepultura!». (Carta rimada «A Enrique Estrázulas», Obras completas, Edición crítica, t. 15, p.268). «Mi cuerpo / Crecerá bajo la hierba, / Yo también creceré. / Cobarde y ciego / Quien del mundo magnífico murmura.». («Antes de trabajar», Versos libres, Obras completas, Edición crítica, t. 14, p. 420).
[13] Poema «26.8.04 (b)», p. 80.
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