Nació en Las Tunas y fue «rodando y rodando» hasta caer en Cienfuegos. ¿Es esta la tierra donde definitivamente has decidido echar ancla?, le pregunté a Ian Rodríguez Pérez y el reconocido poeta, editor, crítico literario, promotor cultural, líder de talleres literarios, director de instituciones culturales… me contó: «Rodé, José, con apenas dos años de edad hasta la Isla de la Juventud por la voluntad de mis padres, quienes procuraban agenciarse, jóvenes al fin, un techo donde criar su descendencia, como es natural para todo matrimonio que acaba de unirse, sin tener que admitir que se inmiscuyan en ello sus padres respectivos.»
«Tengo entendido, según sus propios cuentos, que la convivencia en ambos lados de nuestra familia se tornó más que incómoda, tortuosa, y escapar de esa situación para mantenerse a lo largo del tiempo juntos, les fue posible gracias a que esa otra isla, dentro de nuestra Isla, prometía ser el mismísimo Paradiso anhelado.»
«Primero vivieron bajo el techo del viejo Odone Rodríguez, que proviniendo de una descendencia que había alcanzado cierta posición y reconocimiento sobre la base de sus negocios, le arrebató a su empedernido enemigo, dentro de la pudiente sociedad tunera, a una de sus hijas, mi abuela Margot Lima. Para sorpresa de su propio padre, que había prometido a Odone concederle la mano si se pasaba uno o dos meses como la sirvienta de sus hermanos, lavándoles la ropa y arreglándoles el cuarto, la muy presumida señorita de ojos azules aguantó con estoicismo la injuria hasta resultar liberada, cayendo, como en las novelas más baratas y convencionales que nuestra realidad continuamente supera, en brazos de su amado hombre.»
«Habiendo vivido una bajeza de esa naturaleza, cuando al viejo Odone le tocó albergar a mi madre en su casa, sin encontrar como eludirlo —supongo que por el hecho de tratarse del mayor—, a sus espaldas de su hijo, atravesaba el largo pasillo situado al lado del patio del pozo con las botas llenas de fango y al llegar a donde estaba mi mamá, viraba con un pie el cubo de agua sucia, espetándole: «limpia, indita». Y todo solo por no resultarle de agrado ni el color de su piel trigueña ni el largo pelo lacio, que podía ser la envidia de la más profunda de nuestras noches insulares, en una época en que pocos barrios contaban con la luz eléctrica. También porque, según mi papá, siempre se opuso a ese matrimonio que él no había concertado en busca de beneficios, debido a la diferencia de edad que entre ambos había.»
«Para que tengas una idea: cuando yo nací en 1973, mi mamá acababa de cumplir los 15. En el álbum familiar que aún hoy conserva con recelo allá en la casa de la Isla, en Santa Fe, están las fotos donde la encontrarás frente al pastel. Cada vez que me lo mostraba me decía bien bajito, apegándose a mí como quien busca la más leal de las complicidades: «¡qué clase de atracón te diste ese día!». Ese cumpleaños se celebró gracias a que el joven Rodríguez Lima, su profesor de idioma ruso, con 24 años, empeñó en ello el salario de todo un semestre, pidiéndole el dinero prestado a alguien, cuyo nombre siempre mencionaba, pero que yo no lo grabé porque para mí, en mi natural ingenuidad infantil, nunca fue un dato significativo.»
«Así las cosas, mis padres no tuvieron otra opción que irse a recalar, toda vez que mi mamá por fin se atrevió a hacerle el cuento a mi papá de lo que acontecía con el viejo Odone tarde tras tarde. ¿A dónde? Pues a la Finca de La Anacahuita, donde la profusa familia materna se había establecido, pero allí el contratiempo lo sufrió entonces, más que nadie, Tomás, mi papá. No solo por su procedencia de abolengo y remilgo que a él mismo muy poco ya le importaba; sino porque pasaba largas horas de la noche planificando las clases que impartiría al día siguiente, en lugar de estar dispuesto a asumir las jornadas de siembra bajo el resistero del sol. Así era incomprendido el delicado profesorcito, el desheredado de los Lima, que no era, ni ya iba a ser nunca el dueño, ni de la base de camiones, y menos aún del aserrío.»
«Esas son las razones por las cuales considero que a ninguno de los dos les resultó nada difícil comprender que me aventurara hacia Cienfuegos. Cuando les conté sobre la propuesta que me hacía la Dirección Nacional de la AHS, encontré su apoyo. A ellos la gracia de aventurarse lejos de su familia les costó vivir con dos niños pequeños, albergados en la enfermería de una secundaria básica en el campo, donde las alumnas de mis padres se encargaban de velarnos. Ya sabes que soy el mayor. El menor fue concebido en una cortina de pino, motivo por el cual mi hermano y yo llamábamos burlonamente Pinito a Ivonel. En noches de tertulias sabatinas, esas historias nos las contaban entre disco y disco de música que mi papá compraba en una pequeña librería de ese pueblecito llamado Santa Fe, donde cuatro años después de haber llegado a la Isla finalmente les asignaron un apartamentico de dos cuartos en el Gran Panel 1.»
«Agenciarme de un techo en Cienfuegos a mí me llevó 13 años. Pero ya ves: lo conseguí. Me lo gané logrando que mi labor como intelectual fuese reconocida desde cero, aun cuando en la Isla ya me había alcanzado cierto reconocimiento como escritor y promotor, incluso como Presidente de la AHS, pero yo aposté por esta ciudad y creo que ella ha apostado por mí de modo que, definitivamente, el modesto velero que es mi cuerpo sin la menor duda, ancló en la hermosa Bahía de Jagua, y ahora van a tenerle que dar candela como al macao para que tome otro rumbo».
¿Qué te aportó el Curso de Técnicas Narrativas que organiza el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso?
«Una experiencia inolvidable, muy provechosa, con todo lo aprendido allí. Lo pasé, por cierto, ya en edad límite, última oportunidad, estaba por cumplir los 36 años cuando me aprobaron. Regresé al municipio de Cumanayagua, donde entonces residía, y opté por quemar los dos libros de cuentos y buena parte de cuartillas emborronadas de una supuesta novela familiar con mucho más de esa historia que te acabo de revelar. Hasta el sol de hoy, que sigo aferrado a los poemas.»
Fuiste participante activísimo de la Asociación Hermanos Saíz (te otorgó hasta la condición de Miembro de Honor), desde 1993 hasta el 2009. ¿Cómo descubrirte la existencia de esa organización? ¿Qué significación tuvo en tu carrera de escritor?
Yo sabía de la AHS desde que estaba cursando la secundaria básica: un profesor de Química fue el responsable de ello. Una noche de guardia suya, me sorprendió robando junto a otros dos compañeros de mi aula (debe haber sido en 8vo. grado) los potros de unos campesinos para irnos como Memed, El Halcón, enmascarados con las enguatadas de invierno en las cabezas, a otro centro escolar cercano; ser «un caballista» por aquel entonces no solo era para uno un ejercicio de liberación o un ingenuo acto de rebeldía, sino que suponía el hecho de hacerte sentir más hombrecito que los demás; no pocas niñas, por cierto, se conquistaban por esa vía. Pero ese profesor, Hardy creo que se llamaba, en lugar de pararnos en el matutino en la mañana siguiente, o de conducirnos ante la directora, nos llevó dos días después a una actividad de la AHS. Recuerdo a Kelvis Ochoa vestido de servicio militar cantando canciones de Los Beatles y a Carlos Varela formando parte de un grupo llamado Revolución.»
«Al regreso nos dijo a los tres: —si al menos se escaparan para algo como esto. Cosa que yo hice, continua y sucesivamente. Entonces sí me pararon varias veces en el matutino y hasta le suspendieron el día de recreación a una escuela completa en más de una ocasión por mi culpa. Lo más doloroso de esta historia es que a uno de aquellos dos compañeros lo mató un campesino que lo atrapó enganchado con su yegua, y el otro resbaló de un alero cruzando del nuestro para el albergue de las hembras. Perderlos así acentuó en mí la idea de que debía procurar sentir liberación de una manera menos peligrosa, y eso creo que me lo propició el arte, o mejor dicho las actividades culturales que había comenzado a frecuentar de manera furtiva.»
«Luego en el Pre, mientras a otros les resultaban tediosas las giras de teatro y las agrupaciones musicales que nos ponían los «miércoles de recreación» (así pude saber y apreciar al grupo de teatro Pinos Nuevos, o disfrutar de conciertos de dos horas con Moncada o Mayohuacán, de Mongo Rives y su conjunto de sucusucu, o de aquella otra agrupación de ritmos haitianos, Sonny Boys…), mi espíritu vivía vibraciones ya de una manera distinta, ah, y me había dado por leer, sobre todo muchísima poesía, porque me empeciné en la falda de una chica mayor que yo que era… muy lectora de Neruda, Benedetti, Ernesto Cardenal, Juan Gelman y de un tal Francisco Mir, que había publicado recientemente un libro titulado Pianista en el restaurant. Yo fui a la biblioteca y lo leí, buscando el modo de poder conversar algo con ella, sin sospechar que un día iba a llegar a tener a ese grande delante de mí, diciendo a viva voz esos versos memorables que me cambiaron la existencia de un modo visceral.»
«Entonces, te digo, ya sabía de la AHS cuando Nelton Pérez, Carlos Santos y José Antonio Taboada se aparecieron en el Pedagógico Carlos Manuel de Céspedes donde cursaba el segundo año de Licenciatura de Español y Literatura, a proponerme ser miembro como escritor. Bueno, la verdad es que no me pidieron ni explicaron nada: llegaron allí ya con el carné de asociado en sus manos, con mi nombre escrito a máquina, y al que le faltaba ponerle una foto y plasticarlo; por algún lugar lo conservo aún, lo vi hace unos días organizando mis correspondencias en busca de un documento que necesito para demostrar algo que ahora no resulta significativo explicar; los motivó a ello, supongo, una Mención Especial que me otorgaron en el Concurso Waldo Medina del Centro Municipal del Libro y la Literatura. Por aquel entonces ya había ganado mi primer premio literario en Encuentros de Talleres Universitarios: una bicicletica china, naranja 26, de marca Forever, me fue designada por la FEU y el Departamento de Extensión Universitaria y me cobraron 175 pesos por ella en la misma caja donde me pagaban el estipendio por ser alumno ayudante del profesor de Filosofía y del de una asignatura fascinante: Elementos de Apreciación Literaria, y yo los di, gustoso, porque me libraba del incómodo transporte local o de tener que subir al ómnibus del centro después que lo hicieran los profesores, lo cual me revolvía las pulgas mucho más.
«De entonces a la fecha mucho ha llovido, y en la AHS encontré una familia nueva, publiqué gracias a ella mis primeros textos dignamente serios, hoy algunos me abochornan en honor a la verdad; pero si algo debo agradecer a la organización es el haberme enseñado a sostener diálogos con los otros donde no siempre todos tenemos que pensar igual, perfiló, además, la capacidad de escuchar y respetar la opinión del resto, la agudeza del sentido, la perspectiva crítica, poco complaciente, no solo con el entorno, con los procesos culturales que se suscitan, sino además para con mi propia obra, a la que no suelo tratar nada bien, como ya te habrás podido percatar».
A los creadores no les gusta mucho la idea de ser «cuadro», sin embargo, tú aceptaste dirigir el Centro de Investigaciones y Promoción Literaria Florentino Morales así como el Centro Provincial del Libro y la Literatura de Cienfuegos…
«Es una rara vocación de entrega, motivado más bien por un ímpetu de promotor. Al situarme entre la espada y la pared, acepté siempre diciéndome: bueno si no lo hago yo otro creador no va a hacerlo, y entonces me va tocar seguramente lidiar con otro cuadro por alfabetizar, en el mejor de los casos. Pero no creo que me haya ido muy bien en esas funciones, y no lo creo porque, cuando un dirigente, que hoy es mi amigo, me dijo que para ser un verdadero empresario debía quitarme el traje de escritor, no estuve dispuesto a aceptarlo y lo discutí con él de manera exacerbada».
«Un buen dirigente no pierde los estribos de esa manera, sabe desembarazarse del jefe con cualquier tipo de excusa y termina haciendo lo que le da la gana, o sencillamente acepta lo que le imponen. Yo no supe entenderme con eso. Me declaro incapaz de volver a asumir ese tipo de martirologio».
Hubo un momento en que te convertiste en profesor de literatura ¡por cuatro años! en la Casa de Cultura Habarimao. ¿Espantado de todo te refugiaste en Cumanayagua?
«Me condujo hacia allí el amor. Puedo asegurarte que en ese terruño montañoso viví con intensidad los momentos más fructíferos de mi juventud: fíjate, no solo logré llevar adelante un trabajo dignificante, que me hizo sentir que aportaba como asesor literario gracias a que tenía a mi lado un tremendo colectivo de trabajo y una Dirección Municipal de Cultura de lujo, sino que además coseché esto: el Premio Calendario, fui aceptado en el Centro Onelio y, estando allí, Sacha (Francisco López Sacha) reconoció públicamente ante mis compañeros que había sido aprobada mi entrada a la Uneac (era la segunda vez que me presentaba).»
«¡Qué más podía pedir! Con todo eso la familia de la que entonces era mi pareja sentimental, me propició mi primer estudio como creador, montar mi biblioteca personal y ocuparse de las meriendas de los cursos que yo impartía: helado, vino y queso a to’ meter. ¿Así quién no va a conducir un taller literario con una matrícula que llegó a sumar 45 personas dentro de un aula? Bueno, para qué contarte. No creo que se repita».
La crítica dice que tus versos son tiernos y, a la vez, demoledores. ¿Cómo se llega a esa «fórmula»?
«No creyendo en las fórmulas. Y me pones al día, porque si te soy totalmente sincero desconozco de esa crítica. O ya estoy sufriendo Alzheimer, lo cual puede convertirse en un terrible síntoma de senectud, ¿no?»
—Has dicho: «Hay un mundo por descubrir, que está ante nuestros ojos y, generalmente, no lo vemos». De hecho, de esa observación nace tu poesía, ¿verdad?
«Sigo la premisa de Baudelaire de que poeta es aquel que devela, levanta el hábito de la costumbre de los ojos, para hacerte comprender nuevas realidades (y en esto último soy también mu Huidobriano).»
—Gustas de «atacar la mente del lector» y a diferencia de otros poetas «experimentales», insistes en comunicarte con él. ¿Por qué te interesa tanto? ¿No resulta suficiente con escribir lo que te inspira?
«En primer lugar, no creo en la inspiración sino en actos, sucesos, momentos de arrobamiento que uno atrapa en el poema con mayor o menor suerte, lo cual es muy distinto; confío más en que el escritor debe ser oficioso. Cortázar lo decía mejor: Las palabras no son más que animalitos salvajes que uno debe aprender a domesticar… algo así, más o menos.»
«Me gusta la experimentación, pero aquella que se justifica como pertinente y se hace porque lo impone, lo exige el contenido, el asunto, o la temática que haya sido elegida, que resulte necesaria para expresar mejor los sentimientos y las emociones, pero experimentalmente me considero un conservador prejuciado, me refiero a atreverme yo a hacerlo, no a comprenderla en los demás. Donde más creo haberme atrevido (muy limitadamente, sigo reconociéndolo) y resulta más palpable es en mi segundo libro, Agudos del silencio. Con él buscaba propiciar las transgresiones de género; pero hasta ahí, si la forma me presiona mucho, desecho el texto, lo dejo por incorregible y termina despiadadamente en el latón de la basura: boto más de lo que conservo. A lo mejor es un defecto, pero me aterra sentirme prolífero. Pero volviendo a la poesía y las tendencias del experimentalismo: las prefiero sin pose».
¿Cuáles son, en tu opinión, las funciones de la poesía?
«Hasta aquí, hermano mío, me iba sintiendo bastante cómodo, realmente muy a gusto. Pero no quisiera dejar de responderte nada. Lo embarazoso de esta pregunta para mí radica en que implica tener que hablar de uno mismo y eso jamás me ha llenado de motivación alguna. Por otro lado, otros lo han comprendido, argumentado y definido mucho mejor que yo, que no he sido muy dado a explayar mis juicios en ensayos. Así que mejor recomiendo leer lo que han escrito, para no irme muy lejos, y tener a mano a autores que me han resultado más cercanos y de cuyos juicios me he asistido por años en los talleres que imparto con asiduidad: Roberto Manzano y Virgilio López Lemus. Dos verdaderas escuelas. Uno puede estar en contra de ciertas aristas, pero ambos terminan convenciéndote de lo que dicen con fuerza y refinamiento.»
«Para no recurrir además a extensas citas que aburrirían tanto a ti como al lector, prefiero resumirlo así y en una sola función: dudar, poner en duda cuanta convención exista. En tanto menos certezas de realización revelen tus versos, más fuertes y comunicativas resultarán tus imágenes. Los lectores suelen creer más en quien busca todo el tiempo que en aquel que te dice que ya lo ha encontrado y lo ha aprendido todo.»
«Te propongo cerrar este acápite con los siguientes versos de Paco Mir, de un poema que dedica a Eliseo Diego y a Dora Alonso en su ópera prima, Proyecto de olvido y esperanza. El poema se titula «Les pregunto», esperemos que la memoria ahora no me falle: La poesía, la poesía ̸ prolifera y endurece al tiempo, la luz y las distancias».
¿Qué emparienta y distingue a los poetas de tu generación de los de la nueva hornada?
«Otra muy embarazosa, molesta en el sentido de que sigue implicando tener que hablar de mí, dejemos eso a los críticos de ambas para cuando aparezcan, si es que algún día estos llegaran a sentirse estimulados. Bueno, ya ves, eso las emparienta: ninguna de las dos está respaldada por un corpus, un sistema crítico que las diseccione o las ponga en tensión extrema. Más que decirte qué las distingue o diferencia, voy a referirme a lo que me molesta de ambas: la falta de lectura, o mejor dicho, la pereza por leer los libros y a los autores que realmente valen la pena. Supongo que me entiendas, y si no, mejor.»
«Lo que sí sabemos todos es que cada generación, cada hornada, debe asumir lidiar con los riesgos que le impone el entorno en el cual se desenvuelve, y a mi modo de ver, teniéndolo más fácil que la nuestra, ahora con todas las bondades que supuestamente ofrece Internet, debe enfrentar un reto mayor, porque en ese espacio se ha entronizado una carencia de filtro; nos han hecho creer que el filtro no resulta necesario, y todos, como pueden de cierto modo encontrar su realización de manera más inmediata, soltando cuanto paren, no consideran apropiado reverenciar ni a los viejos dioses, mucho menos a padres tutelares como sí los tuvo y como sí lo hizo mi generación.»
«La mía, en tanto, necesita, le urge, reinventarse hoy aclimatada a los tiempos que corren. Se halla en desventaja respecto a esta otra, la más nueva, la que emerge asumiendo como recursos el móvil o el tablet (no la máquina de escribir, no el mimiógrafo, ¿recuerdas?) pero tiene la desgracia de entender como padres tutelares, fíjate tú, no a los poetas, sino a Amazon, a WhatsApp o cualquier otra plataforma o red social, con lo cual se contentan, medie o no un contrato, le editen más mal que bien, o no; les basta con publicar, y le bastan unos cuantos likes de sus amigos, con eso lo tienen todo resuelto, y se sienten satisfechos. Y yo te voy a ser sincero: los envidio por eso, envidio la actitud y la capacidad de asumir una liberación como esa, tan total, pero tan peligrosa, por ingenua.»
«Y bueno, al final te respondí, creo, lo que pretendías saber, o incentivas con tu pregunta. Y ya pueden entender que hablo así porque me estoy poniendo menos joven, y mi mente necesita no solo oxigenarse mejor, sino encontrar la manera de alcanzar mayor ductibilidad, por decirlo de algún modo más preciso: lograr ser más flexible, lo cual es también muy propio de mi generación anterior, que legó a la mía el aferramiento a las ideas, lo inclaudicable del gesto».
Con Perrotomía te asomaste a otro mundo. ¿No logró conquistarte del todo la narrativa?
«Me fascina la narrativa más que la poesía. Puede resultar contradictorio para alguien que tiene sobre su espalda nueve libros de poesía, pero es donde me he quedado de cierta manera rezagado a pesar de haber comenzado escribiendo relatos antes que poemas. Pero, bueno, ya te conté cómo reaccioné después de pasar el curso del Centro Onelio. Continúo exigiéndome más como narrador que como poeta.»
«Perrotomía luego pasó a llamarse Púder (por recomendación de un amigo, el experimentado narrador y muchas veces entre nosotros subvalorado Alexis García), pero eso fue por un corto período, pues ha terminado por titularse, finalmente (o eso creo), Cabeza de manada. Es un proyecto que no ha encontrado su momento oportuno, o que yo no he sabido encausar. Lo emprendí justo después del Onelio. Con algunas de sus versiones anteriores a la que ahora conservo como manuscrito inédito, obtuve en los concursos alguna que otra mención, y nunca pasó más nada que no fuera darle la noveleta a otros amigos y volver a revisar, siguiendo más unas recomendaciones que otras.
«Hoy todavía no tiene el final apropiado. Considero que ya lo encontraré, sobre todo, supongo, el día que llegue un editor emprendedor y me diga: «vamos a publicarlo». No sería el primer escritor al que algo así le sucediera. La presión a veces suele ser muy necesaria para dar con la solución perfecta. Y eso alimenta, esa presión forma, modela también a un escritor».
—Frecuentemente encontramos reseñas críticas tuyas publicadas en suplementos y revistas, ¿dónde encuentras la motivación para realizar ese complejo ejercicio?
«Realmente no suelen ser publicadas con la frecuencia que yo quisiera, dispongo de poco tiempo para dedicarme a escribirlas con el rigor que llevan y entonces prefiero darme un chance y responder a alguna solicitud muy puntual o dejar que un libro o suceso me motive. Generalmente las he escrito con el propósito de revelar el valor de determinado libro que peligra por pasar desapercibido ante nuestros lectores y le pudiera resultar incomprensible la estrategia discursiva asumida por determinado autor, muchas veces alguien que aprecio. Entonces, más que crítico, creo que he asumido la actitud de un reseñista promotor.»
Antologías como Los Parques, Liminar y La dicha enferma llevan tu nombre. ¿Qué tiene de especial esta otra arista de tu quehacer?
«El ensanchamiento. En las tres trabajé con personas de las que bebí y me aportaron mucho, fui en todas un esmerado colaborador y facilitador de su realización, casi un productor, para ser más justo. Y fíjate si es el ensanchamiento, que vamos a pasar revista para que me entiendas: la primera es de poesía (trabajé ahí nada menos que con René Coyra y Noel Castillo); la segunda que mencionas fue la primera de narradores, específicamente de relatos cortos que se publicó en Cienfuegos; en ella me uní a Marcos Antonio Calderón, actual presidente de la Uneac en Sancti Spíritus; y La dicha enferma me llegó como encargo de la entonces directora del Centro Provincial del Libro y la Literatura para celebrar el décimo aniversario del Premio de Reseñas Críticas Literarias Segur. Para cumplir tuve que asistirme por un lado del etnólogo, Premio Catauro, Jesús Fuentes Guerra, quien defendía para los reseñistas un acercamiento académico; y por otro lado, de Jesús Candelario, enarbolando el ejercicio de la crítica desde la pasión y las emociones. Con un encontronazo así, quién no termina aprendiendo. Aunque, bueno, se sabe que también algunos terminan rayando en la locura.»
«Es muy probable que después de cualquiera de ellas haya quedado rodando algún tornillito suelto mío por el piso. Si alguien lo encuentra que me lo devuelva, lo necesitaré para poder terminar con cordura alguna que otra de las dos antologías ya más personales que tengo en proyecto para el 2022, si la salud me acompaña hasta esa fecha».
En Reina del Mar Editores publicaste un cuaderno que muchos mencionan cuando se dice tu nombre, Velas en torno al corazón demente. Ahora llevas justo las riendas de esa editorial… ¿Qué es lo que más disfrutas de la edición? ¿Por qué el mencionado título marcó tanto a los lectores?
«Fue mi primer libro publicado, una coedición entre Ancoras de la Isla de la Juventud con Reina del Mar de Cienfuegos, pero Taboada debe llevar esta cuenta mejor que yo, debe haber estado entre el quinto, tal vez el octavo poemario que escribí… Salió de un tirón, es probablemente el único poema de largo aliento escrito por mí de tal manera, todos los demás los he tenido que ir armando por partes.»
«No sé entre los lectores, esas resonancias de marca que puede haber dejado en ellos ese viejo cuadernillo, no han llegado a mis oídos, al no ser el de uno: el ejemplar me lo compré en una librería de uso, y no sé por qué cuando hablo esto sigo pensando que debe haber pertenecido a una mujer, estaba lleno de tachaduras de versos completos en unos cantos, en otros de palabras, y en las últimas páginas dos o tres estrofas reescritas con una caligrafía muy bien cuidada, realmente hermosa. Ha sido la crítica más implacable que he tenido en toda mi vida. Vaya, la niña… Si en verdad se trata de una mujer, prefiero seguir pensando que sí, porque si no, tú sabes, uno a veces tiende a rememorar su nivel de adolescente guapería, y ya no estamos para eso; la niña resultó ser peor para mí que cualquiera de las críticas que recibí del mismísimo Paco Mir, cuando comencé a mostrarle mis primeras insinuaciones poéticas.»
«Además de esta anécdota, la resonancia que sí me llega a cada rato es la sana envidia confesada por varios amigos poetas, no con respecto al texto sino con el título, me lo hacen saber, y yo me digo: si supieras que fue el resultado de un collage… Después de escribirlo no sabía, no encontraba cómo ponerle a aquel poema de unas 18 cuartillas, y recurrí a los lomillos de cinco libros que tenía delante de mis ojos sobre el librerito que me gusta ubicar por aquella época, 1994 a 1996, delante de la máquina Underwood (ahora está justo al frente de la laptop); libros a los que más suelo recurrir cuando edito, o los que estoy leyendo en el momento por simple placer. Así que de estos tomé una palabra de cada uno y… ¡apareció el título!»
«Ya de una vez se los revelo, y ahora que me fusilen los autores que me han vivido envidiando: Abaixar las velas, Demencias del hijo, Animales del corazón y Viaje en torno a mi cráneo —menos el último, que pertenece a un autor proveniente del ya extinto campo socialista, cuyo país y nombre ahora sería una tortura recordar—, fueron una especie de tributo a esos tres poetas cubanos a los que admiro y sigo aun hoy su obra toda: Reynaldo García Blanco, José Félix León y Juan Carlos Valls».
—¿Por qué alguien como tú, todo tiempo complicado con diversas responsabilidades, decide inaugurar una sección de literatura en la revista cultural Entre un hola y un adiós, de la emisora Radio Ciudad del Mar?
«Ah, es un segmento de diez minutos, se llama La Cábala Astral, me lo solicitó la dirección de dicha emisora y accedí porque creo que a los medios convencionales también se les debe sacar mucho más provecho con el propósito de promover mejor la lectura, los autores y nuestra literatura. Solo que debemos hacerlo de manera más atractiva que como hasta ahora para que la gente se conecte. De ahí que cada miércoles, a eso de las dos, los radioyentes me escuchan curiosamente dilucidando sobre posibles movimientos de los astros y sobre las vibraciones que producen en nosotros ciertos números, y cómo todo ello influye, por supuesto, en los autores, según mi exégesis, que no tiene que ser la correcta, ni tampoco se propone convencer a nadie, sino motivar, inquietar. Y algo debe haber conseguido, porque ya tenemos resonancias de sus adeptos.»
Cuba cuenta con un número significativo de creadores, sin embargo, pocos reciben la Distinción por la Cultura Nacional…
«Bueno, el día que la recibí se la entregaron también a otros muy valiosos, admirados por mí todos, entre ellos mi colega Atilio Caballero; si no recuerdo mal a Rodolfo Alpízar y creo que hasta a Alfredo Zaldívar, pero esa vez éramos muchos más. En aquel entonces estos tres me resultaban muy cercanos, coincidíamos en eventos y proyectos comunes, me sentí muy feliz por ellos, con toda sinceridad, sé que los tres saben que no miento, pero te voy a confesar lo que más me alegró en lo personal de ese reconocimiento: no haberla recibido como escritor, sino como promotor, y como promotor de qué, de la literatura cubana, por las redes sociales de Internet, terreno que reclama más de nosotros, terreno en el que todavía estamos mareados, y donde la realidad de hoy se ha vuelto no solo más tenebrosa, es mucho más competitivamente desleal, y allí todos los días nace un nuevo fenómeno, del cual nosotros siempre nos estamos enterando tarde…»
—Poeta, editor, crítico literario, promotor cultural, líder de talleres literarios, director de instituciones culturales… Al parecer, Ian Rodríguez es de los que tiene que estar en permanente estado de creación…
«Yo prefiero, más bien, situarme en permanente vigilia.»
Tomado de: Juventud Rebelde
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