«En medio de mi vida múltiple, en el seno de su vorágine mareante, en el mismo corazón de la actividad y la acción, he sido sencillamente un solitario, resignado y triste, escéptico y conforme, no tan alto para ser un incomprendido; en el alma de esa soledad tibia, como de regreso, abandonado en ella, cual en los etéreos brazos de una muerte lenta y dulce, he escrito mis versos de estos últimos tiempos».
La cita anterior, de una carta de Ernesto Fernández Arrondo fechada en febrero de 1927, nos revela la intimidad emocional de este poeta nacido en Güines, de quien el crítico Max Henríquez Ureña subraya sus «matices suaves, apagados», como más adelante veremos.
Fernández Arrondo, nacido el 7 de enero de 1897 —fecha de la cual se cumplen ahora 125 años—, se graduó de perito mercantil en 1912, razones económicas le forzaron a dejar los estudios posteriores y desempeñó trabajos diversos en su natal Güines. Ganó los certámenes de los Juegos Florales en Oriente, Cienfuegos y Cárdenas a inicios de la década del 20, y en 1930 el premio ofrecido por el Centro Gallego de La Habana al mejor artículo sobre el inmigrante español.
De su obra publicada descuellan Bronces de libertad, su primer libro, de 1923, prologado por Fernando Ortiz; Inquietud, de 1925, Tránsito, con prólogo de Francisco Ichaso, 1937; Poemas del amor feliz, 1944; Hacia mí mismo, de 1950, todos del género de poesía.
Utópica ilusión… vana creencia…
Para cantarte, Amor, solo poseo
el beso de optimismo de tu esencia
y una lira inacorde por trofeo.
Mas no importa: quizás a tu eminencia
llegue un giro del pobre balbuceo
que se trocó, por voluntad divina,
en oda, en madrigal o en sonatina.
(Fragmento de «Canto de amor», 1922)
El ya citado libro Poemas del amor feliz le valió el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación. Además de los textos incluidos en su bibliografía, colaboró en Letras güineras, El Noticiero, La Nota, Mundial, La Unión, La Realidad, y fue redactor del Diario de La Marina, por lo que fue uno de los intelectuales que desde el local terruño se dio a conocer en la capital.
Correrás tras la estrella por la noche sombría
y al extender la mano se hará fulgor de día…
Un ideal máximo, supremo, definitivo: Un gran amor, ¡el amor!… que no deriva ni produce sino que eleva en sí mismo, que es un gran dolor… y para siempre.
Así escribió Ernesto Fernández Arrondo, un espíritu imbuido por el lirismo y atenazado por la pasión de escribir, que murió el 26 de junio de 1956 a los 59 año. Hoy es un muy poco recordado el poeta intimista.
… y sin saber que nos llegó el momento,
nos quedaremos solos. Habrá como un silencio
tan hondo, que las almas
palpitarán de miedo… lentamente
mi mano ira a la tuya, y en mis ojos
fulgirán tus radiantes ojos negros…
(«Premonición»)
Visitas: 59
Deja un comentario