La vida del novelista Carlos Loveira puede, en sí misma, servir como argumento para un extenso relato.
Existen suficientes episodios dramáticos, riesgosos y hasta fortuitos para que así pueda afirmarse. Loveira vivió 47 años. Falleció tempranamente en Cuba, el 26 de noviembre de 1928. Nos peguntamos hasta dónde hubiera llegado… No obstante, nos lega cuando menos tres novelas que consolidan su nombre en el contexto literario cubano del siglo XX. Son estas Los inmorales, de 1919; Generales y doctores, 1920, y Juan Criollo, de 1927. Las tres han sido publicadas y reeditadas, de manera que los lectores de entonces y también los de hoy, tienen acceso a un escritor cuya prosa no ha perdido un ápice de interés pese al paso y el peso del tiempo.
Loveira tuvo un origen humilde. Nació en El Santo, perteneciente al municipio Encrucijada, en la provincia de Villa Clara. El suceso ocurrió el 21 de marzo de 1881, fecha de la que ahora se cumplen 140 años y desde Cubaliteraria nos sumamos al merecido homenaje.
Varias veces se ha narrado la manera como Carlos Loveira irrumpió en la literatura impresa. Aquí lo hacemos una vez más: la revista Cuba Contemporánea recién había creado en 1918 una empresa anexa con carácter de casa editorial. A ella llegó con su manuscrito original entre los dedos. ¿Estaría consciente de la bomba que llevaba en sus manos? Tal vez, lo cierto es que cuando volvió, al cabo de los días, recibió la nueva de que había sido aceptada y estaba camino de las prensas.
Los inmorales, como se tituló aquella primera obra, «tenía por objeto secundar la campaña de divorcio en Cuba», según expresó su autor, y de inmediato se hizo sentir. La tesis de Loveira se resume en la contradicción entre la hipocresía y la doble moral de la sociedad de entonces —decenios iniciales del siglo XX— y los valores éticos esenciales.
Sus novelas se enmarcan en el movimiento del realismo naturalista y psicológico. La crudeza, el estilo directo y claro, en modo alguno conspiran contra la amenidad. Digamos que al contrario. Muestran además una orientación ideológica en correspondencia con las ideas socialistas del autor. Todo ello dentro de una trama conducida con natural maestría narrativa.
A Los inmorales la sucedió Generales y doctores. Se trata ahora de un retrato de los turbulentos comienzos de la era republicana, con frustraciones, desengaños y mucha corrupción administrativa, enmarcado ello dentro de un contexto histórico real, con marcada intención de crítica social.
Otra vez la recepción por el público fue excelente, aunque tal vez no fuera «bienvenida» por quienes al amparo de grados militares y títulos académicos obtenían beneficios y recibían ahora la crítica pública y burlona de Loveira.
En cuanto a Juan Criollo, Henríquez Ureña la califica como «la más descarnadamente naturalista» de sus novelas, «digna de especial atención por el vigor con que en ella se presentan tipos y caracteres». De su lectura, que puede ser áspera, brota el lirismo incómodo de una trama que no tiene la intención de halagar, sino de revelar.
Se suman a las anteriores Los ciegos, de 1922 y una obra editada póstumamente, La última lección, en 1929. La relación de sus obras incluye además la comedia, El hombre es el hombre, publicada en la revista Cuba Contemporánea, en 1920 y uno de los capítulos del libro Fantoches, editado por la revista Social con la particularidad de que los capítulos fueron escritos por autores diferentes.
Observará el lector que en esta ocasión pasamos por alto los datos biográficos del autor, que puede encontrar en diccionarios especializados o no, porque Loveira es un escritor cubano de todos los tiempos. Para concluir lo dejamos con lo que él mismo expresó acerca de su manera de escribir:
La lucha por la vida me ha obligado, en mis primeros libros, a lanzarlos el mismo día en que ponía fin a las cuartillas hechas a lápiz, a pluma, a máquina de diversas marcas, sobre una silla, en el tranvía, en el transatlántico…
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