Hace ya 110 años que Martín Morúa Delgado murió. Sucedió el 28 de abril de 1910, a los 48 años. Fue aquella una fecha de luto para el periodismo, la cultura y la nación. Se trató, en palabras del crítico Max Henríquez Ureña, de “un hijo de sus propio esfuerzo” Y eso lo comprobaremos en las líneas que siguen.
Nacido en Matanzas el 11 de noviembre de 1857, hijo de esclavos que compraron su libertad antes de que llegara al mundo y de oficio tonelero en su juventud, Morúa Delgado fue un convencido de la necesidad de la independencia y un defensor permanente de los intereses de su raza.
Esta posibilidad que tuvo el joven Martín de nacer libre la aprovechó con el tesón de aquellos a quienes la naturaleza ha dotado de la capacidad de comprender que el camino del trabajo y la superación es largo, por lo general difícil y exige voluntad de hierro.
Hizo los estudios primarios, se cultivó leyendo cuanto cayera en sus manos, ejercitó la palabra escrita, y con poco más de 20 años irrumpió en el periodismo, en una publicación de su ciudad natal, el periódico El Pueblo. Pero pronto se le consideró implicado en los preparativos de la Guerra Chiquita, redujo a prisión y aunque el confinamiento fue breve, Morúa una vez libre embarcó hacia Cayo Hueso para desde allá proseguir su labor periodística.
En Estados Unidos permaneció dentro de los emigrados que trabajaban por el renacimiento de la insurrección, perteneció a los clubes patrióticos, viajó a Panamá por instrucciones de Máximo Gómez y se detuvo en algunos otros países del área. Por último se estableció en Cayo Hueso, aprendió varios idiomas (inglés, francés, portugués) y se ganó el sustento como lector de tabaquerías, en tanto traducía del inglés y fundaba la Revista Popular.
La propaganda autonomista lo sedujo y trajo a Cuba de vuelta en 1890. Desde la publicación Nueva Era, fundada por él en 1892, polemiza con Juan Gualberto Gómez sobre los derechos de la raza negra. Es Nicolás Guillén quien escribe al respecto: “El líder de los autonomistas negros fue Martín Morúa Delgado, de padre vasco y madre negra. Morúa demostró desde muy joven una inteligencia brillante, asistida de un espíritu cauteloso. Esto hizo de el un líder de quien el gobierno español podía valerse, y se valió. Para distraer la atención de una parte de la población cubana llamada de color. Joven, marchóse a Estados Unidos y en el sur de este país vivió durante varios años”.
Entre los empeños que le exige el diarismo halló Morúa espacio para escribir su novela Sofía, sucedida por una segunda, La familia Unzúazu, que según la crítica contribuye a introducir la corriente naturalista en la Isla. Como crítico dejó su huella en un folleto titulado Las novelas del señor Villaverde. En 1957, en ocasión del centenario de su natalicio, se publicaron en varios volúmenes sus Obras Completas.
El autonomismo lo superó Morúa rápidamente y no tardó mucho en reencontrar el camino de la independencia. La Guerra del 95 lo llevó a Estados Unidos solo para regresar como expedicionario bajo las órdenes del general José Lacret Morlot.
Si el polemista y el orador eran ya conocidos, la terminación de la contienda y la instauración de la república en 1902 abrieron nuevos surcos al periodista. Fundó el diario La Libertad; dirigió otro, La República; colaboró en El Villareño… e incursionó en la política, una esfera nada desdeñable en su vida, por cuanto fue delegado a la Asamblea Constituyente en 1901, senador de la República, fundó el Partido Moderado en 1904, presidió el Senado y se le nombró secretario (ministro) de Agricultura, cartera que desempeñaba al morir hace 110 años. Era para entonces una de las figuras descollantes de la política cubana y un intelectual de alcance nacional.
Como el tiempo pasa y pasa, y el olvido pesa y pesa, recordemos a Martín Morúa Delgado como un cubano de mérito. Lo merece.
Visitas: 132
Deja un comentario