El próximo 20 de abril, a las 11 a.m., en el tradicional Sábado del Libro de la Calle de madera, se presentará la novela de Luis Rogelio, Wichy, Nogueras, Encicloferia (Las manos vacías), de la cual me siento honrado de ser el editor. Que el autor de Imitación de la vida había dejado una novela inédita era un dato conocido desde hace tiempo (se lo encuentra en Wikipedia, e incluso en 1995 se publicó un capítulo), pero solo unas pocas personas conocían el texto completo. El proceso de edición tardó tanto, supongo, debido a las considerables dificultades que suponía convertir aquel conjunto de archivos separados y originales amarillos y rebosantes de tachaduras y añadidos, en un texto listo para imprenta. Mucho trabajo me costó empezar a orientarme en lo que a primera vista parecía selva oscura y agreste. El paso de los años no mejoró esta situación, sino que, al contrario, la hizo más compleja.
Sé que mi perspectiva puede estar prejuiciada por haber sido el editor del libro, pero creo sin duda que esta será una de las obras más importantes que se presentarán en esta feria internacional del libro. Porque Encicloferia es un intento de revolucionar el modo de escribir obras policiales (o de espionaje, que para el caso da lo mismo) en Cuba, mediante una construcción que borraba las diferencias entre alta cultura y cultura popular, en sintonía con las tendencias del posmodernismo literario de la época. Es una obra de plena madurez artística, donde el autor empeñó todo su talento, creatividad y cultura para lograr un resultado de excelencia, y donde casi cada página es una muestra de un acendrado dominio del lenguaje, en permanente batalla contra lo que Wichy llama (en el propio libro) «prosa leprosa» (p. 52) y «prosa embalsamada» (p. 113), con la cual probablemente aludía (también, aunque no solo) a la adocenada literatura policial que por aquellos mismos años se publicaba en Cuba. Encicloferia es una novela que enriquece nuestra visión sobre la literatura cubana de los años 80.
La nueva novela de Nogueras es, como se ha dicho (y lo volveremos a leer y oír en estos días de Feria), una obra inconclusa. Sin embargo, hay que poner esta afirmación en su justa perspectiva: la novela que va a leer el lector o lectora está, en realidad, casi terminada, algo comprensible si se tiene en cuenta que el libro ya había sobrepasado las 400 páginas. Creo, a partir de indicios internos y de la sinopsis conservada, que solo restaban unas pocas escenas para concluirla. Con más precisión: faltaba escribir la parte correspondiente al desenlace y un eventual epílogo, eso es todo. La novela se detiene justo en el momento en que se precipitaba hacia su lógica conclusión, ya en cierto modo anticipada en páginas anteriores, algo que no pasará por alto el lector atento. En cuanto al contenido de este final, contamos con la citada sinopsis para conocerlo, de modo que no crea el lector que quedará frustrado por la falta conclusión. Y, por otro lado, el texto que se publica había alcanzado ya un elevado grado de revisión por parte del autor, es decir, no se trata de un boceto, sino de una obra en su fase final de escritura, que puede leerse fluidamente, sin lagunas de ningún tipo (no es, en rigor, una obra fragmentaria). Sería temerario por mi parte decir que esta era la versión que Nogueras hubiera entregado a imprenta, pues el texto pudo haber pasado por otras transformaciones luego de ser leído por los amigos del poeta, y sin descartar la intervención de la editorial que pudo haber dado lugar a varios cambios, pero hay evidencia de que el autor estaba muy cercano a una formulación final y que solo faltaba por atar algunos cabos sueltos y someter el conjunto a una rigurosa revisión general.
Un punto que reclama aclaración es el título. Como se sabe, hay un libro póstumo de Nogueras que se publicó con ese mismo nombre en 1999. Pero, como ha explicado la viuda del poeta, Neyda Izquierdo, ese título fue una elección de sus editores mexicanos, no un apelativo concebido por el autor. La presente novela se iba a llamar en su primera versión «Las manos vacías» (un título que se explica en el propio texto), pero, luego de pasar por un intenso proceso de reescritura, fue rebautizada como «Encicloferia», al tiempo que se conservaba la denominación original como un subtítulo. Estamos, pues, ante la «verdadera» Encicloferia, si cabe llamarle así. En cuanto al por qué de este cambio de título, solo cabe conjeturar. Tal vez estuvo motivado por la intensificación del componente lúdico y barroco en el libro —la «logomaquia», como le llama el autor— durante el proceso de reescritura (del cual se ofrecen muestras en los Anexos), que trastocó el estilo más convencional de la versión inicial («Las manos vacías»).
Una de las cosas que llaman la atención en Encicloferia es el cambio de registro que se produce en su desarrollo. La narración comienza como una novela histórica, con una magnífica evocación del año de 1960, tan trascendental en la historia de Cuba, cuando los conflictos internos y externos comenzaban a agudizarse y a provocar rupturas que estremecían todo el tejido social. Un país viejo moría y otro nuevo surgía, en las vísperas mismas del giro de la Revolución cubana hacia el socialismo de tipo soviético. Todo esto está admirablemente representado en la novela, mediante situaciones, escenas y personajes que evocan ese momento de crisis y transición, descrito desde la perspectiva del protagonista. Pero a partir de cierto punto, y ya bien avanzada la historia, la novela cambia y empezamos a leer un relato de espionaje, que es una variedad de la llamada «novela de género», con una serie de situaciones muy típicas de este tipo de historia, mientras que al mismo tiempo el ritmo de la narración se modifica, es decir, se acelera (durante la primera parte era más lento). Esto, sin embargo, no da lugar a ninguna incongruencia, sino que, al contrario, el paso de un género a otro es fluido y lo aceptamos como justificado. La conversión del protagonista (René) en improbable héroe de acción de una movida trama de espionaje era una fase necesaria en la evolución del personaje, que nos había sido presentado, con sus virtudes y defectos, en la primera mitad del libro. Es decir: es la evolución interna del personaje la que engarza ambas partes de la novela y proporciona una justificación para el cambio de registro. De modo que Encicloferia es varias novelas al mismo tiempo: una novela histórica, una narración de espionaje y una novela de humor. Y estos tres aspectos están íntimamente fundidos en la obra. Por cierto, este libro muestra a las claras que Nogueras estaba muy interesado en la novela de género (policial y de espionaje), que su ambición era expandir sus horizontes expresivos, no negarla, mezclándola con procedimientos de la alta literatura, y que su acercamiento a este género no estuvo vinculado a una coyuntura extraliteraria, como se ha especulado a veces. Era un gran poeta, tenía un refinado gusto literario, pero a la vez disfrutaba ese tipo de historias; no veo ninguna contradicción en eso.
La importancia de Encicloferia no puede ser sobreestimada. De haber visto la luz en su momento (debió aparecer hacia 1985 o 1986) todavía estaríamos hablando de ella. Es una obra que se inscribe en un grupo de novelas que se publicaron hacia esa época y en las cuales se intentaba romper con algunos de los esquemas que sofocaron o lastraron la producción literaria de los años 70, especialmente durante el llamado Quinquenio Gris, cuando se impuso el realismo socialista en la literatura y el arte cubanos. Es cierto que Encicloferia (que comenzó a gestarse hacia 1980) es transgresiva sobre todo desde el punto de vista formal, con su ruptura de la frontera entre alta y baja cultura (Hitchcock de un lado, Joyce de otro, para decirlo de un modo esquemático) y su compleja textualidad que contradecía el dogma realista-socialista de la accesibilidad del texto literario y la acercaba a la literatura de vanguardia. Pero también en sus temas y su enfoque se puede notar ya la presencia de aires renovadores. Me llama la atención, por ejemplo, cómo el protagonista es un hombre común, que no es presentado precisamente como un modelo de humanidad, y que tampoco es un superhombre especialmente entrenado para actuar en el campo de batalla del espionaje internacional. René (nombre del personaje protagónico) termina siendo una especie de hombre de acción inopinado y muy a su pesar, arrastrado por circunstancias que no controla y en un contexto tragicómico. Su desgracia es que su ingenuidad e ignorancia de los juegos de inteligencia es interpretada como prueba de su superior astucia. Su éxito final depende no tanto de habilidades especiales, sino de una especie de obstinada capacidad de resistencia, de un enfado que va creciendo en él y que agudiza su instinto de supervivencia. El autor llegó a esta solución en la segunda versión de la novela, ya que en la primera aún aparecía el personaje de un oficial cubano de inteligencia («Sandor»), según podemos leer en la primera sinopsis de la obra (que se publica en los anexos), el cual, al parecer, acudía en ayuda de René y tenía un papel coprotagónico en la novela. Esta simplificación del sistema de personajes fue sin duda otra de las ganancias del proceso de reescritura. Y, por último, el omnipresente uso del humor y la capacidad del protagonista-narrador para ironizar sobre su propia situación evitan cualquier roce con el patetismo y la seriedad almidonada.
Para mí uno de los aspectos más intrigantes y, por qué no, misteriosos del libro, es la presencia, también constante (aunque mayor en el borrador del libro que en la versión final), de unos personajes referidos llamados Toño I y Toño II, que son presentados como gemelos del protagonista René y con los cuales este mantiene un animado diálogo mental que se reitera a lo largo de la novela. Voy a decir unas palabras sobre esto y advierto de antemano que al final hay un posible spoiler. Estos personajes añaden una dimensión simbólica y alusiva a la novela que también la acerca a los códigos de la «alta literatura». Este plano de la novela era tan complicado que tengo la sospecha de que el autor no había llegado todavía a una formulación definitiva para abordarlo. En el momento en que interrumpió el trabajo en el libro, Nogueras estaba cambiando todos los pasajes en que se aludía a que «los Toños» eran un fruto de la imaginación del protagonista. Esto suponía a veces suprimir el nombre del personaje, lo cual acarreó algunas incongruencias que, en la edición, señalamos en notas al pie cada vez que aparecían. Hasta donde puedo ver, la decisión final de Nogueras era presentar a Toño I y Toño II como personas que realmente existieron. Toño I, hermano gemelo de René (el protagonista), fue un combatiente de La Joven Cuba asesinado en 1935. Pero existieron otras versiones en conflicto, pues también se lo describe (a veces en los borradores) como un gemelo «muerto sin nacer» (p. 101), como un luchador de la clandestinidad herido en 1958 y luego asilado en México, y, finalmente, como una persona de carne y hueso que trabaja en la Universidad de Oriente (y que supongo es este mismo guerrillero urbano). Esta última versión quedó reflejada en una carta de la hija de René, Scarlet, a su padre (excluida de la versión final), en la que le relataba un encuentro con su tío (Scarlet estaba alfabetizando en Oriente). También hay vacilaciones en cuanto al nombre: Juan Antonio o Marco Antonio. Todo parece indicar que el tema obsesionaba al autor y que este estuvo buscando hasta el final la forma ideal de plasmarlo. Los dobles de René en Encicloferia representan el proyecto ideal de vida, la llamada del deber, el modelo que el personaje pudo seguir (así lo llama el autor en un párrafo eliminado del libro: «En la conciencia, el recuerdo de Toño I, modelo» —p. 240, nota 36). Como se explica en un estudio sobre el motivo del doble en la literatura:
En muchos de los casos en que hay un doble, este es la encarnación de un conjunto específico de características que, o bien el personaje original desea poseer o bien son una concentración de sus peores características…[1]
Está claro que los dobles de René se acogen a la primera de las opciones señaladas: Toño I es para el protagonista un permanente recordatorio de que su vida pudo seguir otro camino. Su muerte representa la distancia entre ese elevado ideal y la vida real de René. La solución que se revela al final es que René se convierte en Toño III, que es como decir en doble de sí mismo (este era el spoiler).
La metaficcionalidad en el libro es otro de sus rasgos que me llamaron la atención desde una perspectiva de editor. Los pasajes metaficcionales irrumpen de modo más bien inesperado a la altura la p. 113 de la novela. Me refiero al breve pasaje de la sección «Otoñales» que comienza: «La novela que se va haciendo desde la novela…», etc., y hay luego un segundo momento en la p. 239: «¿La «ruta del exceso conduce al palacio de la sabiduría»?…». Aquí claramente está hablando la voz autoral, porque incluso se refiere al protagonista en tercera persona: «En sueños, el personaje es un hombre justo. En sueños, deseó siempre una vida mejor para su país» (p. 240). Estas líneas son el preámbulo a dos fragmentos que exhiben idéntico carácter metaficcional: la nota donde explica quién es Marta Figueroa (la joven «aspirante-a-espía» cubana que trata de seducir al protagonista en Estocolmo), y cuya inclusión en la novela nos hace sospechar que estamos ante un pasaje que el autor pensaba reconsiderar más tarde (pero dado que en el texto no hay ninguna indicación de que debiera ser eliminado, lo dejamos), y a continuación el breve párrafo que se refiere al estilo: «Estilo duro, Hammett en esa parte: «lanzó una carcajada», «descubrió los dientes como un lobo y preguntó»»… (p. 241).
No sería extraño que, en una novela ya marcada por una evidente tendencia experimental, el autor buscara añadir una dimensión metaficcional a su obra. Pero no estoy seguro de que estos pasajes metatextuales, o al menos algunos, estuvieran destinados a pasar a la versión definitiva. Tal vez el autor pensaba dejarlos provisionalmente para un análisis posterior o recibir retroalimentación de sus lectores-amigos antes de tomar la decisión de dejarlos o descartarlos. De lo que sí no cabe duda es de que esos pasajes eran parte de la novela en esta fase de su escritura. ¿Por qué? Porque en el mismo contexto había otros fragmentos que el autor suprimió, mientras que no aparecen indicaciones de que estos debían ser eliminados, además de que pasaron a la versión digital, que, como se explica en la nota editorial del libro («Al lector»), debió basarse en el pase en limpio que el autor mandó a mecanografiar (y del cual solía encargarse un mecanógrafo llamado Richard, según testimonio de Neyda Izquierdo: en el original incluso se conservan anotaciones a lápiz que pudieran ser de él). Pero, además, hay un momento en que el autor parece insinuar la índole deliberada de este recurso metaficcional y su justificación: «Leviatán, tragapalabras. Explica un poco entre plecas. Platica un poco tu prédica. Explicita tu práctica» (p. 113). De donde cabe inferir que Nogueras acaso aspiraba a hacer más comprensible su novela, teniendo en cuenta su presunto destinatario popular (aunque mi criterio personal es que el «lector modelo» de esta novela era otro, pero eso ya es otro tema).
El tema de los fragmentos metaficcionales también debe ser situado en el contexto de la fase en que se encontraba la escritura del libro. En mi opinión, la versión mecanografiada de Encicloferia —con numerosos arreglos, añadidos y tachaduras del autor— que usamos para la edición no es probablemente la última. Debió existir (es mi hipótesis) un pase en limpio de este texto, no conservado, a partir del cual, años más tarde, se llevó a cabo la digitalización que sirvió de base a la presente edición. Este pase en limpio era muy similar al borrador anterior, pero incluía algunos cambios, supresiones y añadidos. ¿Por qué tenemos la convicción de que existió ese pase-en-limpio/versión final? Porque en la novela aparecen fragmentos que no están en el original y tuvieron que ser introducidos en un texto posterior. También hay arreglos que son claramente del autor. Otro indicio es que algunas palabras, frases y párrafos tachados en el original pasaron a pesar de eso a la versión final. Incluso hay texto tachado con marcador negro intenso en el original que sí aparece en el digital: solo el autor podía saber qué decía esa página porque es imposible leerlo. Este es, por ejemplo, el caso del pasaje que empieza: «Ahora bien, esos delitos contra las personas…» y termina «porque qué carga el amor que uno siente contra el honor» (pp. 80-81). Estas líneas, reitero, fueron tachadas con un marcador negro intenso y no hay modo de entender lo que dicen. Encontramos otro ejemplo en la p. 80: «se iba a quedar ciego para siempre simplemente que no…». Esto indica un cambio de opinión posterior en el autor y es otra razón para no considerar al original como definitivo.
Muchos años han pasado desde que Wichy Nogueras escribió su brillante novela y muchos giros ha dado la historia, algunos imprevisibles e incluso imposibles de concebir para una persona de comienzos de los años 80. Es posible que algunos lectores opinen que ciertos aspectos de la novela, cuya vocación política es manifiesta, no resistieron bien el paso del tiempo. Sí, tal vez sea así, pero creo que lo fundamental, la lección de rigor estético del autor, su inconformismo y su compromiso con el arte y la estética renovadora, su lucidez y su humor siguen siendo válidos e inspiradores. «El pasado es otro país», según reza el célebre dicho de L. P. Hartley. Una de las plagas de nuestros días es ese presentismo tan frecuente, nutrido en la ignorancia de la historia, que pretende juzgar los hechos y escritos del ayer según las normas (a veces las modas efímeras) de hoy y que los saca fuera de contexto. Luis Rogelio Nogueras fue un autor que dedicó todo su talento, —que no era escaso—, a enaltecer la literatura cubana y rescatarla del estancamiento en que la había sumido la política cultural retrógrada de los años 70. Eso es lo verdaderamente importante; lo demás es solo la capa de herrumbre que siempre añade Leamos, pues, Encicloferia, recorramos sus páginas, tan plenas de humor y ansias luminosas de crear y de vivir, y demos gracias por la llegada de esta nueva novela, inesperada pero tal vez ya imprescindible, a la literatura cubana.
[1] Ver: http://the-motif-of-the-double-webnode.it/news/the-double-in-literature/
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