
Cuenta que cuando se disponía a escribir la biografía de Bill Clinton que tituló El primero de la clase, viajó a Hope, Arkansas, la comunidad donde el futuro mandatario pasó sus primeros años. En el único motel del poblado la recepcionista le preguntó que lo llevaba a ese lugar. Se lo dijo. «¡Oh! Bill, soy su tía abuela…», exclamó la señora. La mitad de los habitantes de Hope dijeron ser parientes de Clinton… La otra mitad posiblemente lo era, dice el escritor y periodista norteamericano David Maraniss, ganador, en dos ocasiones, del Premio Pulitzer, editor asociado de The Washington Post, y autor de catorce títulos entre los que sobresalen Barack Obama; la historia y El príncipe de Tennessee; Al Gore encuentra su destino, Cuando el orgullo todavía importaba; una vida de Vicente Lombardi y Clemente; la pasión y la gracia del último héroe del béisbol porque entre la política y el deporte se ha movido el quehacer investigativo y periodístico de este hombre a quien su trabajo enseñó que tanto en la investigación como en el reportaje, por muy lejos que se llegue, «siempre hay más».
Lo conocí en estos días en La Habana. Nunca antes había venido a Cuba, Trabaja ahora en la biografía de Jack Johnson, el boxeador que en 1915 perdió en Cuba su faja de oro de campeón mundial de los pesos pesados en la pelea de la que más se habla a lo largo de los 110 años transcurridos y que en su momento convirtió a Johnson, se dice, en el negro más famoso de la tierra; una pelea que el hombre de los knock-out formidables vendió por 30 000 dólares. Como este cronista escribió también sobre el tema, Maraniss lo procuró porque quería contrastar algunos de sus datos y precisar otros sobre el movimiento de los Independientes de Color y acerca del presidente Menocal, uno de los 20 000 espectadores que se dieron cita en el hipódromo Oriental Park, recién inaugurado entonces, para presenciar el combate. Curiosamente, en esa fecha, la práctica del boxeo estaba prohibida en Cuba, lo que no era obstáculo para que las peleas no solo se celebraran, sino que se anunciaran y comentaran en la prensa.
Conversamos sobre ese tema y acerca de su vida porque quien esto escribe no podía pasar la oportunidad de conocer cómo vive y trabaja este peso pesado del periodismo contemporáneo. Por cierto, su padre, Elliott, fue un destacado periodista y su hijo Andrew, el autor de un libro sobre Perry Wallace, obra que se mantuvo durante cuatro meses en la lista de los libros más vendidos de The New York Times, y que, como escritor, ha merecido importantes galardones, entre ellos el Robert Kennedy del Libro.
Buscar lo que falta
Dice que para escribir un libro tiene que obsesionarse con el tema; no es solo escribir sobre una persona porque sea famosa, se trate de un político o un deportista. Encuentra, para su libro, una historia dramática y un tema que ilumine la sociología y la historia de los Estados Unidos.
Esa es una regla inalterable para un hombre que trabaja todos los días, entre las seis de la mañana y el almuerzo y que vuelve a su tarea a la caía de la tarde. Es lo que él llama «la primera pata de la mesa» a la hora de acometer una nueva obra. La segunda es ir allí, donde quiera que sea, a fin de conocer el escenario de los hechos o donde se movió su personaje. Entrevistar a la mayor cantidad de personas posibles que hayan vivido lo que sea la persona sobre la que escribe, y allegar la mayor cantidad posible de documentos. La cuarta es un poco metafísica, recalca. «Se trata de buscar lo que falta, de intentar romper con la mitología de una historia para encontrar la verdad y no aceptar simplemente lo que otros han dicho o la mitología que se ha construido en torno a ella».
Precisa: «Es así como abordo un libro incluso antes de comenzar a escribirlo».
Una saga familiar
David Maraniss nació en Madison, Wisconsin, en 1949. Miembro de la Sociedad de Historiadores Estadounidenses y profesor visitante de la Universidad de Vanderbilt. Colaboró con The Washington Post durante más de 40 años como editor y escritor. Con su esposa Linda, ambientalista jubilada, vive a horcajadas entre Washington DC y su ciudad natal.
En 1993, ganó su primer Pulitzer, en la categoría de Reportaje Nacional, sobre la candidatura presidencial de Clinton, y en 2007 volvió a ganarlo como parte del equipo que «cubrió» el tiroteo en Virginia Tech. En otras tres ocasiones fue finalista en ese importante certamen, una vez por su libro Marcharon hacia la luz del sol; guerra y paz, Viet Nan y Estados Unidos, octubre de 1967, una obra sustanciosa y exhaustivamente investigada que, dice la crítica, se lee como una novela.
Es autor asimismo de Érase una vez en una gran ciudad; una historia de Detroit, y de Roma 1960; los juegos olímpicos de verano que conmovieron al mundo.
También de Una buena familia estadounidense: el miedo rojo y mi padre. Cuenta cómo la familia Maraniss soportó la persecución y el acoso de que fue objeto en la era de Joe McCarthy, senador por Wisconsin.
Elliott Maraniss, el padre de David, fue citado a comparecer en una audiencia del Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes y despedido de un periódico de Detroit, en 1957. Perseguido luego por el FBI hasta que ya en Madison fue rescatado por el fundador de Cap Times y la familia entonces no solo sobrevivió, sino que prosperó. Allí, el padre alcanzó el puesto más alto en dicho periódico, transformó su redacción y dejó un rico legado en el periodismo local.
«Habían pasado cinco años desde que mi padre fue identificado como antiestadounidense en la audiencia de Detroit», escribe David Maraniss al describir la mudanza de la familia a Madison.
«Cinco años, cinco ciudades, cuatro hijos, ocho casas, dos periódicos que lo despidieron, tres periódicos que cerraron».
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