El olvido de una figura como Enrique José Varona es imperdonable si se tiene en cuenta que fue uno de los intelectuales de mayor importancia a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Dueño de una sólida y extensa obra, no solo dejó una relevante exégesis literaria, sino también textos en los que se manifiesta un pensamiento actualizado y alerta frente a los crecientes avances de la sociología, la teoría de la cultura, el arte, la filosofía, la estética, la psicología, la pedagogía y la lógica entre otros temas.
No es posible hoy referirse a la historia del pensamiento cultural cubano sin tener en cuenta las peculiaridades y significación, para su tiempo y el nuestro, de la enorme producción del destacado pensador camagüeyano, y, sobre todo, de su profundo sentido de la ética y honestidad intelectual, características todas que lo convirtieron en el paradigma de la generación del treinta, aquella que se levantó, desde diversas trincheras, contra la tiranía de Gerardo Machado. En ese conjunto de rasgos magnos, sin embargo, fue su sentido ético el más peraltado: su reflexión sobre la moral— tanto individual como social—siguen siendo una guía en el mundo del siglo XXI, desgarrado por una serie de crisis diversas, bajo las cuales subyace siempre una quiebra de la moral: desde el genocidio solapado ejercido por ciertos gobiernos sobre pueblos indefensos o la destrucción exponencial de la Naturaleza, en el terreno de la ética social, hasta la miseria del robo de la propiedad intelectual o de la grotesca pretensión de quienes quieren aparecer como artistas a costa de la usurpación y el abuso de poder. Varona seguirá siendo una insignia y un baluarte contra la oleada de maldad que pretende asfixiar esta centuria.
Por lo demás, aunque hay, desde luego, que considerarlo un hombre de transición entre los siglos XIX y XX, su obra, verdaderamente extensa, se prolongó y se consolidó aún más en el XX. Esa es la razón que hace que:
No sea aceptable un corte abrupto, y por lo demás mecánico, entre lo escrito por él en una centuria y en la siguiente; antes bien es en verdad muy útil considerar su conjunto, toda vez que representa, con la obra de otros autores de semejante o menor relieve nacional, la transición necesaria entre el siglo de las luchas anticoloniales y el siglo de la difícil y precaria entrada en la modernidad. Se trata, pues, de valorar el conjunto de la producción de uno de los intelectuales de mayor fuste en la época, el cual, no sólo por la ubicación cronológica de su trayectoria vital, sino por la índole misma de sus ideas sobre la cultura y, en general, sobre la problemática de la nación cubana, es un intelectual de la difícil transición entre la colonia y la República.[1]
Enrique José Varona fue un continuador de la obra de nuestros primeros ideólogos. Su obra se insertó, por derecho propio, en la tradición de un pensamiento que trazó los elementos esenciales de la formación y desarrollo de nuestra cubanía. Es por eso que José Martí y él constituyen, a fines del siglo XIX, las dos figuras esenciales. Muchas de sus ideas van a converger en la obra enorme de Fernando Ortiz en pleno siglo XX. Para Varona la cultura fue uno de los elementos esenciales de su ideario. Sus reflexiones sobre ella se encuentran dispersas a través de toda su producción. No obstante, es la identidad cultural uno de los temas en los que más se detiene y, en esta medida, continúa las ideas martianas al respecto.
Su imagen de la cultura parece adelantar, en más de un momento, la metáfora del siglo XX de la cultura como caja de resonancias, pues Varona la percibe como un espacio social en el cual se concentran, fundadoras y vitales, todas las voces del pasado y del presente, y no solo en su aspecto conceptual, sino también en la vibración de las emociones, en un modo que, para Varona, incluye la percepción ética en tanto sentimiento colectivo.[2]
Y si se fuera a buscar un denominador común en el pensamiento de todos estos hombres que transitan a lo largo del siglo XIX hasta Varona, no hay dudas de que fue la modelación ética de la sociedad cubana. En el discurso que pronunciara Varona el 22 de junio de 1882 en la Sociedad de Instrucción y Recreo, La bella Unión, dedicado a José de la Luz y Caballero llamó la atención acerca de cómo la vida de este educador tuvo como principios esenciales «elevar el nivel intelectual y moral de Cuba».[3] Al finalizar sus palabras, calibra con hondura al gran intelectual y educador, al referirse a la patria que este quería construir desde las bases de una moral y una educación basadas en la libertad y la inteligencia. Para el camagüeyano, la obra de Luz y Caballero es herencia y legado cultural del que hay que beber para poder construir la patria verdadera.
No hay empresa pequeña, no hay obra modesta, cuando se trata de labrar los destinos de todo un pueblo y asentar en sólidos sillares su grandeza. Luz quería que hubiese una palabra de doctrina para todos, que se combatiese en todas partes la ignorancia, que se llevase hasta lo más hondo del organismo social una savia pura y rica. Han llegado los tiempos en que se realicen sus patrióticos deseos; ha llegado la hora de que todos sean llamados a participar de la comunión de las inteligencias. No basta romper las cadenas del cuerpo, es necesario ahuyentar las tinieblas del alma. Cuando pongáis manos a esta obra de salvación, estaréis en espíritu con el maestro. Ved que esta es su herencia: la continuación de la obra de esa hermosa vida, cuya alta y trascendente significación no fue otra que la de preparar por una reforma moral sabiamente dirigida, la redención de todos nuestros oprimidos, la regeneración de Cuba.[4]
Ese diálogo entre generaciones de pensadores puso de relieve la indagación por la memoria cultural de la Isla, y, por otra parte, incrementó el interés por documentar el pasado a través de la historia. No fue casual que a lo largo de todo el siglo XIX vieran la luz historias de pequeños pueblos, de instituciones, de la esclavitud, libros de viajes, revistas, incluso para niños. Una excelente muestra de este último aspecto es la revista La Infancia fundada en 1873, mucho antes que La Edad de Oro de José Martí. Es cierto que en 1872, Antonio Sellén dirigió en Nueva York[5] una publicación denominada El amigo de los niños, pero hasta donde conozco no se dice qué características tuvo la misma. Lo cierto es que, al menos en Cuba, la primera publicación dirigida a los niños de la Isla fue La Infancia. En ella aparecen textos que tocan aspectos puntuales de la cultura insular y universal y se hacía hincapié en la educación moral y científica de los más jóvenes como vía expedita para llevar a la Isla al progreso universal. Su nombre completo era Semanario de Instrucción y Recreo dedicado a los niños. La Infancia; tal y como Martí denominó tiempo después a La Edad de Oro, amén de otros aspectos comunes. Por tanto, parece indudable que el Maestro sí conoció esa publicación. Resulta una curiosidad hoy, al hablar de esta revista, cómo en las páginas del número correspondiente al 19 de enero de 1873 se reseñaba lo siguiente:
Aun a trueque de parecer inmodesto, vamos a reproducir los siguientes párrafos de un notable artículo que ha publicado nuestro apreciable colega El fanal de Puerto Príncipe, en su número del primero de enero del corriente:
Publicase en La Habana, dice, un periódico diminuto con el título La Infancia, pequeño en las dimensiones, pero gigantesco, colosal, en el pensamiento. Este periódico es una especie de enciclopedia infantil, pero también interpretada su misión, que su lectura nos ha embelesado cada vez que hemos recorrido sus páginas. Hay tanta sencillez, rebosan tanto candor sus frases, que sus redactores, más que escritores diestros nos han parecido niños ilustrados. Este periódico se compone de escritos didácticos, cuentecitos morales, anécdotas históricas, pensamientos filosóficos y otros trabajos inclinados a desarrollar los conocimientos científicos de los niños e imbuirles las más sanas doctrinas de moralidad; pero como hemos dicho, en una forma y lenguaje tan apropiados a la capacidad embrionaria de sus inocentes lectores, que hace le otorguemos un puesto eminente en este género de obra, por cierto, erizadísima de dificultades.[6]
Nada evidencia si Varona conoció o no esta publicación. Tenía entonces veinte y cuatro años y muchas lecturas, pero no deja de ser importante ver cómo una revista de este tipo que solo circulaba oficialmente en La Habana, llegaba a Puerto Príncipe, en medio de una ciudad devastada por guerra, y era reseñada por el periódico local. No se tiene el dato de quién escribió esa reseña, pero es importante que en ella se resaltara la función de La Infancia en educación moral y científica de los niños de la Isla.
Para Enrique José Varona era esencial la integración de un pensamiento en el que confluyeran las diversas formas de la creación, no solo artísticas, sino también de otros campos del saber a partir del conocimiento del pasado como única vía para construir el futuro de nuestra sociedad. Puede decirse que tal postura, en alguna medida, está en consonancia con los propósitos educativos de la revista antes comentada. En este sentido, él entendió que solo así se podía llegar a un concepto de cubanía. En 1879, en su ensayo titulado «Poetas cubanos», advertía:
Por mi parte, reconociendo, como reconozco, la suma importancia de la manifestación artística en la vida de un pueblo, no cerraré un estudio en que me he ocupado de la nuestra, sin excitar a la juventud que hoy se lanza llena de vigor a tomar parte en la obra común; aconsejándole que no olvide a sus precursores, que no desoiga la severa enseñanza del tiempo pasado; pero que preste sobre todo el oído a los ruidos del día, que cuente los latidos del corazón de nuestra sociedad, que espacie después su mirada por el horizonte del mundo contemporáneo, que busquen todos los rayos de luz vengan de donde vengan, y entonces purificado y enriquecido el corazón, fecundada la inteligencia y templada la voluntad, cree el artista, ensaye el sabio, elabore el pensador, y así podremos ver pronto realizado uno de los más gloriosos sueños de nuestros muertos ilustres, tener un arte y una literatura cubanas. Ante nosotros abre de par en par sus puertas el porvenir; vamos resueltos hacia él, haciendo nuestra la antigua divisa: Spe labor levis; La esperanza facilita el trabajo.[7]
La necesidad de crear no solo una literatura, sino también un arte cubano era una urgencia para este pensador. Nada de esto puede estar al margen de la educación. Quizás haya sido Varona uno de los primeros en la Isla en hablar de la educación en el arte. Según él, los pilares para la creación y el entendimiento de la obra de arte estaban en el sentimiento y la emoción. Solo a partir de ellos puede entenderse y educarse el gusto estético. En este sentido Varona siguió la posición electiva que caracterizó a todo el pensamiento cubano anterior a él y hasta hoy.
Pero fue Enrique José Varona un pensador poliédrico. Tuvo una sólida formación e ideario pedagógico. Sus aportes al pensamiento sociológico cubano desde la cultura están por estudiar aun. Quizás constituyó uno de los más importantes aforistas de la cultura insular. Aforismos que recogió en su texto Con el eslabón y que solo recién han podido ser estudiados todos en su conjunto. Pero fue también en la Psicología un fundador, al punto, que el 13 de abril, día de su nacimiento, se instituyó el Día del Psicólogo Cubano en homenaje a él. Mucho queda aún por explorar en la obra de este pensador cubano. Es urgente develar su aporte y contribución innegable a nuestro pensamiento cultural. La única vía posible es a partir de la investigación desde la ética y la honestidad como bien pedía y ejemplificó este camagüeyano ilustre.
[1] Luis Álvarez Álvarez y Olga García Yero: El pensamiento cultural del siglo XIX cubano,Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2012, p. 212.
[2] Ibídem., pp. 9-10.
[3] Enrique José Varona: «Elogio», en: Estudios literarios y filosóficos, Librería, Imprenta y Papelería La Nueva Principal, La Habana, 1883, p. 342.
[4] Ibíd., pp. 349-350.
[5] Cfr. Instituto de Literatura y Lingüística: Diccionario de literatura cubana, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1984, t. 2, p.959.
[6] Carlos Genaro Valdés: “Variedades”, en: Semanario de Instrucción y Recreo dedicado a los niños. La Infancia, La Habana, 19 de marzo de 1873, Año II, nro. 3, p.4.
[7] Enrique José Varona: «Poetas cubanos», en: Estudios literarios y filosóficos, Librería, Imprenta y Papelería La Nueva Principal, La Habana, 1883, pp. 125-126.
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