(…) Enrique Loynaz Muñoz, casi desconocido en su patria, poeta que vivía entre nosotros más en la tradición oral que en la tradición escrita, llegó a un gran público.[i]
En el aniversario 120 de su natalicio, vale la pena recordar uno de los poetas más desconocidos en nuestra isla, sin dejar de ser uno de los mejores. Enrique Loynaz Muñoz nació el 5 de abril de 1904. Siendo hijo del general del Ejército Libertador Enrique Loynaz y del Castillo, autor de la letra del Himno Invasor, y de Doña María de las Mercedes Muñoz Sañudo, aficionada a la pintura y a la música; no es de extrañar que Enrique y sus tres hermanos hayan tenido esa gran sensibilidad poética que les caracterizó. Sin embargo, salvo la primogénita de los Loynaz, Dulce María, Premio Nacional de Literatura 1987 y Premio Miguel de Cervantes 1992, el resto de los hermanos permanecieron inéditos.
Alejandro González Acosta nos comenta: «Enrique, Carlos Manuel y Flor (…) el primero, labraba versos y, avaro, los escondía, y recién ahora se conocen algunos; el segundo, quemaba lo que escribía; la tercera (…) tejía poemas a una hoja de hierba o al ratoncito del sótano… Y Dulce, inevitablemente, tenía que ser poetisa…»[ii]
Los cuatro hermanos tuvieron muy poca vida social hasta muy avanzada edad; cursaron sus primeros estudios en el calor del hogar con maestros particulares escogidos próvidamente por su madre. Enrique no aprendió a leer hasta los catorce años; sus hermanos aprendieron mucho antes que él, pero una vez que se adentró en el universo de los libros, se apasionó por la lectura y devoró cuanto libro se encontrara. Según Dulce M., Tagore era de su preferencia y los poetas franceses como Rimbaud, Verlaine y Boudelaire fueron sus maestros amadísimos; también la crítica le atribuye influencias de Juan Ramón Jiménez y Edgar Allan Poe.
En cuanto a los conocimientos sobre el lenguaje y la gramática, José M. Chacón y Calvo lo consideraba una autoridad. Incluso su hermana Dulce confesó una vez que cuando se decidió a publicar su novela lírica Jardín, no pidió una revisión del manuscrito a otra persona que no fuera Enrique.
Afortunadamente la obra de Enrique Loynaz, después de la de su hermana mayor, fue la más conocida del resto de sus hermanos. Aunque nunca quiso publicar en vida ningún libro, sí dio a conocer sus textos en diferentes antologías y publicaciones periódicas nacionales y extranjeras. En gran medida le debemos esto al destacado intelectual cubano José María Chacón y Calvo. A pesar de la diferencia de edad, ambos escritores desarrollaron una hermosa y fructífera amistad, testigo de esto es su amplio epistolario.
En una carta con fecha del 12 de enero de 1923, Enrique Loynaz le envía a este amigo cuatro poemas suyos y le confiesa:
Estas cuatro poesías que parecen una sola cosa, están fuera del arte de tal modo que son invulnerables de todo concepto estético posible malo o bueno. Abandono la literatura al pensarlas y apenas escribí yo mismo. (…) ¡Si no fuera por usted, quién sabría nunca lo que ruge, o más bien lo que truena en mi corazón![iii]
En 1943, el ilustre filólogo leyó en el Ateneo de La Habana una disertación personal sobre la obra de su joven amigo:
Estaba en presencia de la pura poesía, de la inmaterial poesía. De prosapia intelectual, dotado de los más variados dones de la fortuna, aquel poeta adolescente tenía ya una labor profusa. Sin embargo nunca pareció sentir el deseo de publicar nada, ni que los demás consideraran su propia obra. (…) ¿Para qué publicarlos, si ya habían brotado de nuestro yo más íntimo; si solo eran (…) presentimientos? (…) ¿No era algo insólito esta poesía envuelta en un aire de humildad, con un agudo sentido de renunciamiento? (…) Era actitud espiritual que implicaban en ese desasimiento, este sentido de soledad profunda, este arrebato por las más puras y misteriosas fuerzas interiores, lo que me producía una honda y, en cierto modo, insospechada emoción.[iv]
A los quince años Enrique Loynaz escribió su primer poema titulado «Los rieles» y desde este momento tan temprano nos da a conocer esa realidad tan particular y subjetiva que caracterizó el resto de su obra. Muchos le consideran el único poeta místico cubano. En una carta que le enviara Enrique a Chacón y Calvo, le refiere la experiencia que le hace escribir este texto:
(…) Me fui al Canadá y fue allí donde, con los conocimientos poéticos de la familia: Núñez de Arce, La Pesca, Campoamor, El tren expreso, escribí la poesía primera del campo de los rieles, un trece de mayo. Me sentí aterrado, la encontré muy mal, y sobre todo muy diferente a las demás que yo conocía como obras maestras (…) Empecé a sentir un amor profundo, puro, pacífico, hacia la belleza.[v]
La misma Dulce María nos explica:
(…) Adentrarse en la poesía de Enrique Loynaz es traspasar las fronteras de la realidad y el sueño con todos los riesgos que ello conlleva en los tiempos en que nos ha tocado vivir.
Por otra parte, este fue un poeta que escribió para él solo, nunca quiso publicar nada a pesar de los reiterados ruegos que en tal sentido se le hicieron. Esta actitud mantenida a lo largo de su existencia imprime una extraña aura de desasimiento a todos sus poemas, como si escribiera en una isla desierta.[vi]
A los dieciséis años, Enrique Loynaz hace su debut en la letra impresa y publica su poema «Sobre el mar» y fue presentado en el diario al público lector de la siguiente manera: «(…) Son estos sus primeros versos, reveladores de toda la inspiración que un alma atesora. La emotividad que en ellos se refleja nos hace pensar en el bardo futuro, todo inspiración y sentimiento.»[vii]
El mismo Enrique en su carta autobiográfica a Chacón y Calvo le comentó:
(…) Regresé a La Habana y me encontré con que mi hermana Dulce María escribía versos y era la poetisa que tenía entonces más nombre en Cuba. Había habido una rara coincidencia. Y le pregunté a Bazil* un día que si era posible que él publicara también cosas mías (él había dado a conocer a mi hermana); Bazil cogió mis versos, los leyó un poco con los ojos, y tuvo un gesto protector al decirme que sí. Lo único que me gustaba era ver mi nombre escrito con letra de molde. No tuve la más pequeña sombra de éxito con mis versos.[viii]
Sin embargo, más adelante prosigue:
(…) una noche al salir de un concierto un joven me cogió del brazo, me llevó detrás de una columna y me preguntó: ¿Sabe usted que es el mejor poeta de Cuba? (…) Aquello me dejó turbado, hasta entonces no sabía que era un pecado mi vanidad pero me parecía un gran pecado que los demás hicieran por aumentarla.
¿Qué fue lo que sucedió entonces para que su espíritu decayera y confinara su obra a la oscuridad del olvido? No estamos seguros. En vida no publicó libro alguno y salvo por los intentos de Chacón y Calvo de dar a conocer lo poco permitido en publicaciones periódicas, no existió más evidencia de su arte hasta mucho después de su muerte.
Dulce M. Loynaz nos da su opinión:
En cuanto a él, puedo afirmar que no era falta de fe lo que le impulsaba al retraimiento. Estaba muy seguro de lo suyo, de que lo hecho por él respondía al canon de belleza que se había trazado, y más seguro también de sus cualidades de esteta.
¿Modestia acaso? Alguna vez se ha dicho eso y cabe la posibilidad. Sin embargo, no acabo de verlo en ese plano. Era sencillo en su trato, pero lo era naturalmente y siempre con un innato señorío. Por otra parte creo que desdeñaba un poco las virtudes caseras. No es improbable que contara la modestia por una de ellas.
Ángel Augier en el prólogo que hizo para la compilación de la poesía completa de Enrique Loynaz escribió su opinión al respecto:
En su carta autobiográfica a Chacón y Calvo, Enrique confiesa que cuando solicitó de Osvaldo Bazil la publicación de un poema suyo en el diario de La Nación (en marzo de 1920), lo hizo al saber que su hermana mayor había logrado publicar los suyos por primera vez por la misma vía periodística. Hubo en él un celoso impulso competitivo.
Más adelante, ya situados ambos hermanos en el panorama de la poesía cubana, Enrique decide abdicar a la publicación de sus poemarios, y tarda en renunciar a escribir versos cuando ya su hermana ha alcanzado legítimo prestigio internacional.
Considero que esta discreta actitud de renuncia de Enrique Loynaz parecía estar justificada en algunas de las consideraciones de impersonalidad creadora que el poeta expresa a su amigo filólogo. Pero ¿no habrá también en esa actitud negativa una manera de evadir toda idea de competencia y de comparación valorativa entre ambos hermanos, que al cabo aparecería humillante para uno de ellos y penosa para el favorecido? Es actitud generosa y que corresponde a la persona excepcional que describe Dulce María Loynaz al evocarla con gracia y ternura. ¿La supremacía de uno sobre el otro hubiera constituido conflicto familiar, y predominaría la conciencia caballerosa de rendir las almas y sacrificar la poderosa vocación poética?
Dulce M. Loynaz describe a su hermano y a sí misma de la siguiente forma: «Él era dulce, pacífico, paciente, un poco ensimismado; yo era áspera, violenta, dominante. Él era manso y yo era batalladora. Él cándido y yo bastante avispado».[ix]
No podemos estar seguros de que esta sea la única razón por la que su hermano no tuviera interés mayor por dar a conocer su obra, pero quizá podamos dar confianza al hecho de que pudo haber sido un incentivo.
En otra intervención Dulce María nos da más luz sobre el asunto:
En una ocasión en que trataba de animarlo para que volviera a escribir, me dijo con tranquila sonrisa:
—Parece que te has olvidado ya de lo que es ser un poeta sin auditorio…
Quedé dolorosamente sorprendida porque siempre había pensado que aquel ostracismo solo roto por mí, había sido en él, perfectamente voluntario y que jamás se había arrepentido de su conducta.[x]
Pero mejor hablemos ya un poco sobre su vida y obra literaria y no del por qué decidió ocultarla.
En 1919 escribe sus primeros poemas, como había mencionado anteriormente el primero se tituló «Los rieles». En 1920 viaja a Europa y a América del Sur y comienza a escribir sus poemarios: Un libro místico, La canción de las sombras, Faros lejanos y Canciones virginales, y como es sabido publica su primer poema titulado «Sobre el mar» en el diario habanero La Nación. Dulce María Loynaz, recuerda esta etapa como la más fecunda de su hermano en cuanto a su creación literaria.
En 1923 publica en el semanario habanero El Fígaro el poema «Estaba solo en medio de la honda noche…», muchas veces Enrique Loynaz no le ponía título a sus textos líricos y los diarios optaban por nombrarles con el primer verso, ese fue el caso de este texto. Otras veces Enrique numeraba sus poemas, como llegó a hacerlo Dulce María en su libro Poemas sin nombre.
En el año 1924 el poeta español Juan Ramón Jiménez, por medio de José M. Chacón y Calvo, conoce la obra de Enrique y publica un grupo de sus composiciones en la revista madrileña España. De esta forma el joven poeta comienza a ser conocido fuera de su patria. En 1925 concluye su libro Los poemas del amor y del vino, posiblemente el más alabado de sus libros por la crítica literaria y el mejor logrado según el propio autor. Félix Lizaso y José Antonio Fernández de Castro en el año 1926 dan a conocer varios poemas de Enrique en la antología La poesía moderna en Cuba. Es en este año donde Dulce M. afirma que la producción de su hermano se hace más lenta: «Lo poco que hace entonces está tocado de aquella fina indolencia de su espíritu, de aquel manso abandono a la corriente».[xi]
Enrique Loynaz obtiene el Doctorado en Derecho en la Universidad de La Habana en el año 1928, profesión que ejercería al igual que su hermana Dulce María por mucho tiempo. En este mismo año, una muestra de sus textos fueron recogidos en La poesía lírica en Cuba, recopilación preparada por José Manuel Carbonell.
Su primer encuentro con Federico García Lorca fue en el año 1930, el poeta español había leído en su país algunos de los textos del entonces joven abogado, y había decidido viajar a la isla para conocerlo. En ese mismo año Enrique escribe su conferencia «Palabras sobre José Martí», que no llegó a pronunciar nunca y aún permanece inédita. También en esa época participa junta a su hermana más rebelde y pequeña, Flor, en la lucha revolucionaria contra la tiranía machadista.
En 1935 contrae nupcias con Francisca Lamas Rubido y en 1937 es incluido por Juan Ramón Jiménez en la antología La poesía cubana en 1936, pieza literaria que también tenía a su cargo a José María Chacón y Calvo y Camila Henríquez Ureña. De la década de 1940 son sus últimos libros: Miscelánea (versos de narración y entretenimiento) y Después de la vida. Es hasta 1945 que escribiría sus últimos poemas.
Sobre el último libro, su hermana mayor comentó: «Sea como fuere, estos versos se apartan bastante del conjunto de su producción que por vez primera parece evolucionar, enfilar un nuevo horizonte. Es lástima que todo se corte allí y no lleguemos a saber adónde iba…»[xii]
Faltaría mencionar un libro en prosa del que Enrique hablaba con mucha frecuencia y lo consideraba su mejor obra, nunca se lo mostró a nadie y jamás lo declaró concluido. Pero Dulce María Loynaz lo escuchó afirmar varias veces que se lo dedicaría a su esposa y que analizaba en el texto El Wilhelm Meister de Goethe, para nuestro mayor pesar, jamás se halló entre sus papeles libro parecido.
En 1952 aparece una muestra de textos de Enrique en otra colección de poemas, esta vez preparada por Cintio Vitier y titulada Cincuenta años de poesía en Cuba.
El 29 de mayo de 1966 a las nueve de la noche llegó la triste noticia, Enrique Loynaz había fallecido en la soledad de un hospital por una rotura de la aorta causada por el tumor maligno que soportaba desde hacía casi dos años. Los médicos les negaron a sus familiares pasar la noche con el enfermo. Según asegura su hermana mayor, sus últimas palabras fueron: «— ¡Qué triste es la sala de un hospital de noche!»
Y así fue como esta criatura tan amada, tan dulce, tan exquisita, entró en la muerte sin una mano amiga que lo sostuviera, sin unos ojos que lo acariciaran con la mirada, sin alguien que le dijera adiós.[xiii]
Con apenas 62 años, este brillante escritor tenía mucho más que aportar a las letras en Cuba, y le quedaba la deuda de dar a conocer su obra completa.
Al año siguiente de su fallecimiento, 1967, aparece en el periódico habanero El Mundo un artículo de su entrañable amigo José María Chacón y Calvo titulado: «La poesía de Enrique Loynaz». En 1968 es incluido en la antología Panorama de la poesía cubana moderna, publicada esta por Samuel Feijóo en un número extraordinario de la revista Islas. Mario Benedetti lo incluye en 1969 en su selección Poesías de amor hispanoamericanas, la cual fue editada en Montevideo y en La Habana.
En la década de 1980 se le celebran varios homenajes, el primero de ellos el 4 de abril de 1984 en la ciudad de Pinar del Río y al que fueron invitadas de honor sus hermanas Dulce María y Flor. En 1987, en la Sala Lezama Lima del Gran Teatro de La Habana, se le celebra otro acto de homenaje, que contó esta vez con una disertación de su hermana Dulce.
A finales de la década de 1980 e inicios de 1990, su obra es publicada en varias revistas como en la revista Unión en 1987 y la revista Letras Cubanas en 1994, donde se agruparon una relación de sus cartas a José María Chacón y Calvo.
Nidia Sarabia publica en el diario ABC de Madrid el 14 de junio de 1991, otros textos de Enrique. También en 1994, la revista Vitral, en su número septiembre/octubre publica el artículo «El misticismo en la poesía de Enrique Loynaz», de Rafael A. Bernal Castellanos.
Sin embargo, no es hasta 2004 que se publica por primera vez uno de sus libros: Los poemas del amor y del vino, de Ediciones Loynaz. En 2007, para suerte nuestra, es publicada La poesía completa de Enrique Loynaz, recopilado por Ángel Augier bajo el sello editorial Letras Cubanas. El libro es la unión de los siete libros inéditos conservados por José María Chacón y Calvo. Además, posee otras tres grandes joyas: el prólogo de Augier, que constituye un estudio muy completo sobre la obra de Enrique Loynaz; la introducción, elaborada por Dulce María Loynaz; y la carta autobiográfica que le dedica Enrique a José María y se encuentra como apéndice en el libro.
En el prólogo, Augier afirma sublimemente que «ni muerte ni olvido hay, en definitiva, para el poeta Enrique Loynaz Muñoz aunque a veces se sintiera ajeno a su poesía.»[xiv]
A pesar de sus intentos recelosos de esconder su obra, Enrique Loynaz Muñoz, no pudo evitar ser, aunque poco, un poeta conocido.
[i] Presentación que realizó José María Chacón y Calvo del poeta Enrique Loynaz Muñoz en el Ateneo de La Habana en el año 1943.
[ii] González Acosta, Alejandro, La Dama de América. Madrid, Editorial Betania, 2016.
[iii] Enrique Loynaz desde el jardín. Cartas a José María Chacón y Calvo. Compilador Virgilio López Lemus, Ediciones Loynaz, 2018.
[iv] Enrique Loynaz. Poesía Completa. Compilación y prólogo ángel Augier. Editorial Letras Cubanas, 2007.
[v] Carta autobiográfica de Enrique Loynaz (La Habana, 1924) nombrada así por su destinatario. Publicada en Enrique Loynaz desde el jardín. Cartas a José María Chacón y Calvo. Compilador Virgilio López Lemus, Ediciones Loynaz, 2018.
[vi] Loynaz, Dulce María. «Enrique Loynaz, un poeta desconocido». La palabra en el aire. Ediciones Loynaz, 2015.
[vii] Diario habanero La Nación, día 21 de marzo de 1920, breve nota bajo el título «Los portaliras del porvenir. Enrique Loynaz y Muñoz».
[viii] Carta autobiográfica de Enrique Loynaz (La Habana, 1924) nombrada así por su destinatario. Publicada en Enrique Loynaz desde el jardín. Cartas a José María Chacón y Calvo. Compilador Virgilio López Lemus, Ediciones Loynaz, 2018. (Bazil*: Osvaldo Bazil, poeta dominicano refugiado en Cuba, jefe de redacción del diario habanero La Nación)
[ix] Loynaz, Dulce María. «Enrique Loynaz, un poeta desconocido». La palabra en el aire. Ediciones Loynaz, 2015.
[x] Ídem.
[xi] Ídem.
[xii] Ídem.
[xiii] Ídem.
[xiv] Enrique Loynaz. Poesía Completa. Compilación y prólogo ángel Augier. Editorial Letras Cubanas, 2007.
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