José de Armas y Cárdenas, escritor, periodista y crítico literario cubano, más conocido como Justo de Lara, adoptó este seudónimo por el personaje protagónico de la comedia «El delincuente honrado», de Gaspar Melchor de Jovellanos. Además, se dedicó acuciosamente al estudio de la obra de Miguel de Cervantes. A propósito de cumplirse 105 años de su fallecimiento compartimos las palabras al lector que encabezan sus «Ensayos críticos de literatura inglesa y española».
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Al lector
No pretenden estos ensayos, publicados por primera vez en periódicos de Cuba y España, desde 1884 hasta 1909, abrazar todos los aspectos de sus diferentes asuntos. Escritos en su mayoría al correr de la pluma, aunque meditados antes los juicios que contienen sobre hombres, libros y acontecimientos, sólo presentan, en materia de noticias biográficas y bibliográficas, no los frutos maduros de investigaciones especiales, sino recuerdos y notas de lecturas deshilvanadas y emprendidas por placer exclusivamente.
Como quiera que la historia literaria rectifica con tanta frecuencia sus hechos menudos, y se enriquece, a la vez, con otros que descubren de año en año los pacientes eruditos, y como quiera también que estos trabajos se reimprimen sin más que pequeñas alteraciones de forma, he puesto al pie de cada uno, para explicar lagunas de erudición modernísima, la fecha en que primero apareció suelto. Esta precaución resulta indispensable en el referente a Othello, de 1890, y sobre todo en el que trata, por asunto principal, de la vida y obras de Cristóbal Marlowe, que apareció en la Revista Cubana en 1888.
Desde entonces mucho se ha escrito, principalmente en Inglaterra, sobre genio tan extraordinario, al que no ha obscurecido la misma gloria de Shakespeare. Pero válgame por disculpa de no haber ajustado mi estudio a trabajos posteriores , que podrían aumentar su volumen y sus detalles, el hecho de que sobre lo substancial del carácter de Marlowe , como hombre, y el juicio que merecen hoy a la crítica sus obras, nada he leído después de 1888, que modifique mis ideas.
En aquel tiempo, y principalmente para los que no éramos ingleses, la última palabra sobre Marlowe y el teatro preshakesperiano, había sido la de Taine. Tal vez hoy, y para mencionar tan solo á (sic) otro historiador general de aquella literatura, sea la de Saintsbury, como en breve será la de Jusserand, si llevare al término feliz que prometen los dos primeros volúmenes, su portentosa Historia literaria del pueblo inglés. Mas en cuanto a los rasgos esenciales, el Marlowe que yo describí en 1888 no ha sufrido alteración alguna. Antes al contrario, Swinburne, en prosa marmórea digna de sus versos, ha expresado por el genio del autor de La trágica historia del Doctor Fausto, un entusiasmo, comparable en intensidad al mío. Inútil será decir con cuán profunda alegría he visto reproducirse en un gran poeta, en uno de los grandes e indiscutibles poetas de nuestro tiempo, el efecto inolvidable de suspensión y maravilla que la primera lectura de Marlowe produjo en mi ánimo.
Otra disculpa hallará también este modesto ensayo. Con sus veinte y dos años de existencia, es el único escrito en español sobre tan importante asunto de la historia literaria. Nada hay de extraño en ello, si tenemos en cuenta la escasa o ninguna relación de Marlowe con la literatura española, a pesar de que en su tiempo, y mucho más tarde, los autores castellanos tanto influyeron en Inglaterra. Por la misma causa, otro gran tipo literario inglés, el diarista Samuel Pepys —posterior á (sic) Marlowe, pues pertenece a la segunda mitad del siglo XVII—, es casi desconocido en España, y también el breve boceto de su vida y su obra principal que escribí para el Diario de la Marina de La Habana en 1903, y reimprimo igualmente ahora, podría llamarse único en nuestra lengua, único, al menos, publicado en un libro.
No obstante los ejemplos de Marlowe y Pepys, la historia literaria inglesa y la española, presentan muy estrechos puntos de contacto, que cada día esclarecen más en sabrosos y meditados estudios, los notables hispanófilos ingleses y aún norteamericanos, a cuyo frente figura por la solidez inquebrantable de su erudición, la penetrante sagacidad de sus juicios, y su buen gusto, jamás en falta, mi ilustre amigo Mr. James Fitzmaurice-Kelly.
Trabajo digno de su pluma maestra y laboriosa, sería escribir una historia comparada de ambas literaturas que habría de superar, desde luego, al débil ensayo de Puibusque sobre la española y la francesa, como su Manual de la española ha superado, para todo fin práctico de la enseñanza, la ya anticuada Historia de Ticknor, tan plagada de errores, descubiertos con posterioridad a su época y tan escasa de buena crítica.
Aunque el Viaje a España en 1655, escrito por Antoine de Brunel en francés (asunto de otro ensayo impreso en esta colección) no pertenezca propiamente a la literatura española, está considerado como documento notable de la historia de España, en época tan interesante cual la del reinado de Felipe IV. Hasta ahora sólo como testigo presencial de hechos históricos ocurridos en la Península, han citado los hispanófilos al autor del Viaje…, con posterioridad al siglo XVII. Cierto que yo le concedo títulos más altos al aprecio de sus lectores; pero no perderá por ello su carácter especialísimo de autoridad española, ni parecerá mal, por tanto, que un estudio sobre su obra se haya incluido en este volumen.
Al revisar algunos de los más viejos entre estos artículos, que yo mismo tenía olvidados, y que la diligencia cariñosa de un amigo, el erudito D. Domingo Figarola y Caneda, director de la Biblioteca Nacional de Cuba, ha hecho copiar para mí de antiguos y dispersos periódicos, he experimentado el placer indescriptible del que se halla, después de larga ausencia y de haber emprendido en la vida muy diferentes rumbos, en la sociedad de viejos e íntimos amigos que creía ya muertos.
En este caso, nótase siempre al revivir recuerdos y amores del pasado, que el tiempo hace cambiar muchas de nuestras ideas y nuestros juicios sobre hombres y hechos, pero que las notas que en el alma vibraron a las primeras y más puras impresiones no se han roto, y canta todavía, tal vez con mayor inspiración y más honda sinceridad, el laúd que todos llevamos escondido para entonarlo en nuestros sueños de nobles ambiciones, en nuestras horas de dulces esperanzas. En la carrera literaria ¿pueden acaso agotar los años la fuerza del primer impulso que decide la vocación? De ningún modo. El amor a las letras —y en general el amor a las tareas intelectuales—, es, entre todos los amores de este mundo, aquel que el tiempo robustece más en el corazón del hombre.
JOSÉ DE ARMAS Y CÁRDENAS. Madrid, diciembre, 1909.[1]
[1] Los «Ensayos críticos de literatura inglesa y española», de Justo de Lara, pueden leerse íntegros en https://books.google.es/books?hl=es&lr=&id=1eYAAAAAMAAJ&oi=fnd&pg=PA7&dq=info:8nPg_eP-G7UJ:scholar.google.com/&ots=ZwJBz3DefZ&sig=Eyd21u7LZ8YuPD8-b1DBw_n-Xk8#v=onepage&q&f=false
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