Imagino a Reynaldo García Blanco, a quien conozco en persona y le profeso admiración profesional y sincera amistad, ironizando en silencio sobre cuestiones comunes como un anciano que llena de leyendas de gloria su pasado, un mercader que adultera la pesa y sube impunemente el precio del producto que vende, un lumpen que ronda en busca de algún timo ingenuo, un solemne poeta que habla pestes al sentirse ebrio, o el agresivo ruido que el vecindario expande como música. Su ironía lleva de fondo lecturas muy bien asimiladas, ganadas mucho más allá de las palabras y, sobre todo, del sentido que esas obras leídas suelen profesar. Lleva también saberes que él mismo ha cosechado en su infinita parcela intelectual. Como compete al enunciado poético, su saber es tajante y enigmático, inquietante y profundo, abierto hacia la sugerencia. En cada superficie que el bregar cotidiano exhibe como cierta, e inextricable a la vez, él rasga, a la manera del artista que rasga en papel craft, o cartulina, buscando revelar. No revela verdades, ni siquiera enseñanzas o juegos aforísticos, sino revelaciones. O enigmas que se disfrazan de obvias evidencias.
Lo imagino escapando hacia la página en blanco cada vez que las huestes de lo insólito, y al mismo tiempo cierto, inamovible, lo amenazan, o lo llenan de asombro. Solo así, imagino –si no es demasiado imaginar– es posible escribir poemas como este: Cuando los perros no existían aún sobre la tierra ni usábamos ajorcas de cobre para el dolor de los huesos, ya había dos moléculas en movimiento para hacer posible esta tarde de marzo, juntos en un Café, mirando a los vendedores de gafas o cuchillos que entran y salen por única vez en el universo.[1]
La perspectiva de un tiempo mítico, eternamente remoto, se conjuga con el instante frugal y cotidiano del encuentro que va a testimoniar. ¡Esto –reaccionarán, no sin razón– es materia común de los poetas! La circunstancia personal predestinada por el orden que forma el universo. La historia que este autor nos describe parte, sin embargo, de un singular antecedente mítico: «dos moléculas», con lo que el tono de inquietud referencial rezuma maestría literaria. Al concluir, marcará una cadena de actantes esencial en esos «vendedores de gafas o cuchillos» cuyo destino, estrictamente poético, tan enigmático como un verso de Rilke, es entrar y salir «por única vez» en el universo. Sin que sepamos cuándo, o cómo, universo, poema y circunstancia evocada son un mismo fenómeno, indivisible y compacto. Así, el contexto común que los rodea se reconvierte en único por obra y gracia de acudir a la página a escribir lo que muchísimos otros ya escribieron. Al manejar el contraste de la continuidad predestinada del encuentro de esa tarde de marzo ante la aparición efímera de los vendedores, el autor nos demuestra cuánto puede pulsar la poesía, cuánto de fondo fertiliza ese discurso conciso y sugerente.
Hay fuerza y convicción en la escritura poética de Reynaldo García Blanco. Y, lo que disfruto, sin más, un profundo sustrato cultural, incluso en los instantes en los que solo aparenta diversión ligera. En el superpoblado ámbito del panorama poético cubano, abundan los casos de precaria cultura, algunos con una poesía valiosa, ya sea porque fueron tocados con la virtud de la intuición, ya porque topan con la flauta del asno con cierta asiduidad. No es pecado mayor, si a fondo vamos. Eso permite, no obstante, que se acumulen las publicaciones, los premios y elogios de cercanas fuentes, sin que la crítica se atreva a conjugar las jerarquías evidentes. La confusión y el caos editorial, con muy escaso panorama crítico y mucho menos desarrollo analítico, pospone, o difumina, el reconocimiento justo de poetas mayores como García Blanco, a quien llegara en 2017, en digno colofón (transitorio, imagino) de su cadena de premios, el prestigioso y anhelado que otorga la Casa de las Américas. Desde su título, el libro es un perfecto desafío: Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa.
El disco en sí consta de dos caras, de diecinueve poemas cada una. En ambas hay nostalgias, declaraciones impactantes, revelaciones que parecen, o se fingen, obvias. Hallamos tanto referentes de tono filosófico, que por igual juegan con el pensamiento como con vida y anécdota de los filósofos, o de poetas y artistas, como testimonios personales o pasajes de local trascendencia. No son, en ningún caso, alardes de sabiduría, o simples citas de acompañamiento en el discurso, sino esencia del sentido que el poeta consigue transmitir, incluso aquel que queda en varias tomas, para que cada lector elija a su manera. La evocación, o la cita, es parte del poema y es imposible prescindir de ella en la lectura.
Un recurso estructural al que el autor acude con cierta frecuencia consiste en colocar a niveles similares aquello a lo que la cultura ha concedido carácter trascendente y lo que el autor descubre en su paso cotidiano, inmediato. La inmediatez del poeta es, así, la trascendencia, aunque la enunciación resalte las vitales diferencias que la realidad impone. Cada cara del disco concluye con una canción, la del lado A «en inglés para escuchar en ruso» y la del B, «en ruso para escuchar en inglés». La primera es, sencillamente, una declaración patriótica:
Si por alguna casualidad histórica
No prevista por Carlos Marx o Antonio Gramsci
Los americanos se apoderan de Cuba
Iré al Ten Cent más cercano para comprar
Cien metros de tela blanca
Cien metros de tela azul
Cien metros de tela roja
Y en San Walton de Arkansas
Mandaré a hacer cientos de banderitas
Para poner en la puerta de cada McDonald.
Si por esas casualidades de la vida o la historia
No previstas por Charly Marx o Toni Gramsci
Estas banderitas no alcanzaran
Volveré al Ten Cent más cercano
Para comprar cien metros de tela blanca
Cien metros de tela azul
Cien metros de tela roja.
Zenkiu.
De los numerosos tópicos que sugiere el texto, destacaré apenas dos, propios de su estilo poético: el desmarque sutil del discurso patriótico convencional, altisonante, y el uso de la acotación irónica que da sentido a la elección estilística.
La posibilidad de que los americanos se apoderen de Cuba viene, o vendría, de «alguna casualidad histórica / No prevista por Carlos Marx o Antonio Gramsci». Si esta amenaza, latente, se hace un hecho, la reacción del poeta se concreta en acudir al simbólico gesto de mandar a hacer «cientos de banderitas». Fuera quedan los tonos de las Odas, o las arengas poéticas. No alude ni siquiera al cambio de estilo, pues se siente ya dueño de la norma. Para este caso, el poeta-patriota es un simple mortal que utilizaría al mercado para enfrentar, simbólica, hipotéticamente, la injerencia de un sistema cuyo dios es el mercado mismo. Y en el próximo giro de la estrofa, cuando retoma las «casualidades de la vida o la historia» para dar fe de que no ha de bastar el gesto que se anuncia, precederá, en solución de pura broma, los ilustres apellidos Marx y Gramsci con los familiares sustantivos de Charlie y Tony. Al contrastar ambos asertos, lo que era simple sentido del humor se dignifica y deja el escenario listo para el cierre, siempre vital para el poema. Ese telón será un «Zenkiu», irónica, despreciativamente castellanizado, capaz de compactar, entre otras referencias, aquella pregunta de Rubén Darío sobre si tantas personas hablaremos inglés.
Comprendo, aun sin compartir sus percepciones, que algunos defensores del purismo solemne para la poesía consideren menor, ligero, este tipo de recurso estilístico. El gusto literario no cambia fácilmente, menos ante esenciales tópicos políticos, de identidad nacional y de defensa de la soberanía, incluso si se reconoce que la discursividad convencional se ha deshecho en manidas convenciones. Es un riesgo que Reynaldo ha asumido y, mas no faltaba, ha pagado por cuotas, sobre todo en aquellas que le deben tanto el análisis de perfil académico como la crítica que aspira a acercarse a la ciencia. Pero cuenta, por suerte, con lectores.
Caridad Atencio, poeta y crítica, llamó recientemente la atención sobre el escaso acercamiento crítico a su obra y tomó por su mano la justicia, a propósito del sesenta aniversario de vida del poeta, para señalar indiscutibles valores en sus textos. Interesada más por el sentido social que exige a la poética, y al parecer también a la poiesis, Atencio enumera una serie de virtudes y afirma que «su poesía, de hermosos textos memorables, de alabanza a la patria, ha reflejado distendidamente en sus últimos libros, con un lenguaje irónico, aparentemente ligero y rejuego coloquial, propio de la antipoesía, conflictos insalvables de nuestra sociedad».[2] De ahí que la analista lamente que en algunos textos el autor no rebase la «intención de juego» y quede solo en «el efecto de la ironía saltarina», para seducirnos solo, y en parte, si aborda «nuestros males cotidianos», «nuestras mínimas grandezas cotidianas». A su juicio, que es su auténtica manera de sentir el poema, el «estremecimiento» quedará solo en «sensación». No es poco, aun cuando se tome por exacta una valoración que parte del análisis diagnóstico y se pase de golpe al ejercicio prescriptivo.
Como integrante de la superpoblada Generación de los ochenta en Cuba, testigo y parte de las polémicas entre los entusiastas partidarios del conversacionalismo y los arrolladores defensores de la abundancia tropológica, García Blanco sabe sacar partido tanto de la antipoesía como del coloquialismo, y convertirse en un privilegiado heredero de esas cadenas de confrontaciones, hoy día inocuas para la mayoría que con luz propia razona acerca de nuestra historia literaria. Las claves que dignifican tanto su estilo como las muchas fuentes que lo nutren, y que están más allá de la norma coloquial poética, o de la poesía misma, se pueden detectar siguiendo el cadencioso ritmo de sus versos. En el poema «Mujeres breves a orillas del mar»,[3] donde la adjetivación del título alumbra un desafío de pistas, parte del contraste con el canon cultural más encumbrado: NO LA HAN VISTO Gauguin ni Picasso ni Chagall.
No es solo un juego de irónica alternancia, o de reclamo al orgullo, la descripción de esas «mujeres breves a orillas del mar de Manzanillo, al sur», sino también un acto de poder del yo, en tanto autor y demiurgo del contexto. Del análogo aspecto de esas mujeres que él contempla, como lo hicieron los ilustres artistas nombrados al inicio del texto, pasa al singular derecho de llevarlas al arte y, por tanto, de inmortalizarlas. Tal inmortalidad no corresponde solo a ellas, las mujeres descritas a pincel de poeta, sino además a «la Isla y su esplendor». No es, desde luego, un alegato a lo Heredia, donde la belleza es patria y la patria es altura, ni tiene por qué serlo, pues el poema funde a la belleza con lo humano, simple y cotidiano, en peligro mortal de quedar fuera de la trascendencia. En la contemplación del paisaje ha razonado, dando fe de sí mismo como de Chagall, Picasso o Gauguin. No es simple juego, ni recurso estilístico menor, la ironía que domina sus poemas. De ella parte el caudal de reflexiones, la revelación instantánea y las figuraciones mismas del sentido.
Y aunque es normal, e inevitable, que unos textos alcancen más altura que otros (según el pacto de valor de quien valora, por supuesto), no es justo, ni preciso, pretender que la ironía y el humor que predomina en su estilo poético limiten su valor. Por el contrario, la ironía y el humor actúan contra el prejuicio de la gravedad extrema, del sentimiento trágico que más se preocupa por el canon que por sentir el dolor por lo perdido. A lo largo de la obra poética de García Blanco no ha faltado jamás desgarramiento, desde las primeras muestras de juventud, cuando su generación luchaba por un puesto de reconocimiento, o admisión, hasta esta sorprendente madurez de sus últimos libros.
La aparición de El cansancio nacional, tras el aura de propagandístico respeto que otorga el Premio Casa, podría llamar la atención sobre su obra poética, con estudios que no solo trasciendan la reseña, sino además la crítica. No es que imagine que ocurra, de inmediato y con varias perspectivas, tentando con sus giros y alusiones a la culta ironía del autor; me atengo solo a añorar su posibilidad si, como he dicho antes, no es demasiado imaginar.
[1] El cansancio nacional, Editorial Oriente, 2019, ISBN: 978-959-11-1170-8, p. 47.
[2] Caridad Atencio: «Reynaldo García cumple 60 años», Cubaliteraria, abril 13, 2022, http://www.cubaliteraria.cu/reynaldo-garcia-blanco-cumple-60-anos/#_edn2.
[3] Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa, Casa de las Américas,2017, ISBN: 978-959-260-496-4, p. 38.
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