A la historiadora y profesora universitaria María del Carmen Barcia (1939), Premio Nacional de Ciencias Sociales (2003), entre otros muchos reconocimientos —autora de títulos tan relevantes como Burguesía esclavista y abolición (1987), Élites y grupos de presión: Cuba 1868-1898 (1998), Una sociedad en crisis: La Habana a finales del siglo XIX (2001), La otra familia: parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba (2003), Capas populares y modernidad en Cuba, 1878-1930 (2005) y Los ilustres apellidos: negros en La Habana colonial (2009)— se debe la publicación de Pedro Blanco el negrero. Mito, realidad y espacios (2020), que conquistó ese año el premio anual que concede la Academia Cubana de la Lengua a aquellos libros que, por su factura y rigor expositivo, merecen el reconocimiento de esa corporación.
Como lo subraya en su introducción:
El libro no es una biografía de D. Pedro Blanco, menos aún una historia de vida. En realidad tiene un interés esencial más abarcador y este personaje sirve de pretexto para introducirnos en una época histórica, ya globalizada, en la que se mezclan intereses, conductas y acciones formulados desde tres continentes, Europa, África y América, y en la que, como suele suceder, se enriquecieron los poderosos y se excluyeron, aún más, los brutalmente desposeídos […] Nos introduciremos entonces en un relato, que se justifica a partir de una figura central, para reconstruir un momento histórico.
Barcia, como lo ha explicitado en la cita anterior, no ha escrito una biografía sobre Fernández de Trava, sino que, a través de él, nos ha presentado lo que hubo precisamente de mito y de realidad en este personaje, así como de los múltiples espacios significativos del fenómeno de la trata. Claro que se sirvió de una obra que, como la de Novás Calvo, ya traía el atractivo que este supo insuflarle, pero, sin apartarse de la verdad histórica, nos ha devuelto un protagonista muy enriquecido, no con la imaginación de Barcia, sino a través de documentos, muchos de ellos inéditos hasta el presente, que sustentan su investigación, caracterizada por el rigor histórico frente a un hombre que casi siempre se nos ha mostrado desde ángulos tenebrosos. Y bien que lo fueron, así nos lo confirman estas páginas, por momentos dolorosas, cuando la autora plasma el derrumbe de este ser humano, si bien cruel, dotado, sin embargo, de la capacidad de amar a un solo ser humano: su propia hija. Ese halo de hechicería que el también autor de Cayo Canas le impregna al negrero malagueño, ahora documentado desde el rigor del escudriñamiento, María del Carmen nos lo devuelve en medio del caos, que nos parecía ficticio cuando Novás Calvo lo llevó a sus páginas, pero era tan real, e incluso peor, a como la historia misma de la trata lo demuestra, a la vez que la autora asedia su exploración desde la sencillez que caracteriza su estilo, cualidad valorada siempre en el resto de sus obras, al apartarse de lo artificioso y lo convencional.
Disfruté mucho prologarlo y mediante mis palabras reafirmé mi apreciación acerca del alto valor de este libro, que llamaría casi mágico si no estuviera avalado por el aludido respaldo documental de primer orden, como encontrar en el Archivo Nacional de Cuba el testamento del personaje, que forma parte de los numerosos anexos de esta obra, sin dudas otro aporte valioso que nos entrega. Nacido de muchas horas entre libros, papeles viejos y folios localizados en nuestra Isla y en España, y que dio como resultado esta labor espléndida para el bien de nuestra historia, es también imprescindible por el modo de comprenderla y explicarla, a través de un lenguaje primorosamente tallado.
La doctora Barcia se ha reapropiado de Pedro Blanco Fernández de Trava desde una realidad histórica, antes asumida desde perfiles literarios por uno de los grandes narradores cubanos de todos los tiempos, pero como ella misma lo ha aclarado, «yo no partí de la novela para escribir el libro», sino que, motivada por la trata, le empezaron a surgir cuestiones relacionadas no solo con Pedro Blanco, sino con otros elementos vinculados al comercio de esclavos. Y expresó además algo que me parece significativo: «Desde luego, como todo historiador que trabaje la sociedad siempre voy a la literatura. Me había leído la novela hace muchos años, pero volví a ella porque actualmente hay una reinterpretación de Novás Calvo no solo en Cuba sino a nivel mundial, donde se le ha empezado a ver como el primero en acercarse al realismo mágico».
El mito Pedro Blanco, la realidad histórica que representa y los espacios vividos por él en diversos lugares de España, y luego en La Habana, se vertebran en este trabajo escrito no solo para el historiador avezado, sino también para cualquier otro tipo de lector interesado por escudriñar en los vericuetos más intrincados de nuestro pasado colonial.
Defensora de la tesis de que la esclavitud es el gran tema de la historia de Cuba, pues en ella subyace todo, como también lo es la presencia de España, al incursionar ahora en la trata no lo hace, obviamente, desde la literatura, pero sí advirtió que la novela de Lino, imaginación por medio, contenía mucho de una realidad demostrada por ella con creces.
Ubica, en lo que denominó «En el umbral del mito», a la figura de Pedro Blanco, cuyos
avatares de la vida real —nos dice― suelen ser contradictorios y lo cierto es que D. Pedro, que figura entre los «malos» de la historia, fue un hombre de carne y hueso, portador de una conducta paradójica al punto que fue caracterizado por [Theodore] Canot como «a well-educated mariner from Malaga (…)». Es decir, a Blanco se le reconoce, contradictoriamente, como un comerciante negrero, un tratante de vidas y almas portador de conductas amorales, pero también se le muestra como un hombre distinguido, y todo esto en una etapa histórica llena de contrasentidos. Por ese y otros motivos vale la pena incursionar en su vida real y en los espacios en que se desenvolvió.
Son esos espacios los que la autora investigó documentalmente en archivos de España y La Habana para enterarnos de la niñez y de la juventud del tratante, de sus inicios en La Habana, sobre sus primeras actividades en el negocio negrero. Luego, en África, los espacios de comercio negrero en la costa noroccidental, el área negrera de Gallinas, así como la ubicación de los factores —armadores de las partidas de esclavos— y las factorías —lugar de concentración de estos hasta su partida hacia territorios americanos— en las costas africanas. Un bosquejo de todo ese entramado es ofrecido con el apoyo de mapas de las locaciones más importantes.
A seguidas, en «Tiempos de confrontación: Inglaterra vs España», repasa las profundas discrepancias entre ambas potencias marítimas y, en el último momento del libro, «La Habana a la que regresó Blanco» aporta nuevas acciones y nuevos avatares del personaje: los entresijos y enredos de la relación entre Jerónimo Valdés, capitán general de la Isla, y el tratante; una reconstrucción de la historia familiar; la supuesta quiebra de la razón comercial Blanco y Cía.; más toda una serie de conflictos familiares entre sobrinos y otros parientes del, ya por entones, desequilibrado mental Pedro Blanco Fernández de Trava.
Como apunta Barcia en su Epílogo,
Los avatares de Pedro Blanco nos han servido de pretexto para reconstruir parte de la trata negrera con Cuba, en especial en su etapa ilegal, también para tener una visión más objetiva de un entramado internacional en el que se evidencian los múltiples implicados, tanto europeos, africanos, norteamericanos o criollos. El negrero malagueño escapó de la mala suerte que tuvieron muchos de sus homólogos, no se contagió de malaria, ni de viruelas, ni de tuberculosis y salió del continente africano rico y saludable. Pero sus éxitos comerciales se desvanecieron en el aire, porque parafraseando a Marx, «(…) todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas». Al margen de vinculaciones sociales y económicas, Blanco, como individuo fue estafado por sus parientes cercanos, en la práctica resultó excluido de sus negocios porque no los pudo controlar personalmente, y al final se desconoce si sus «amigos» y socios comerciales lo apoyaron o se desentendieron en su propio beneficio.
Su familia legal se quebrantó a pesar del respaldo económico que le brindó, tampoco parece que hubiera cariño entré él, su hijo Pedro y su mujer legal Rosalía. Vivió sus últimos años en Barcelona, con su hija mulata Rosa y sus nietos Pedro, Antonio y Rodolfo. Falleció ignorado por los que lo reconocieron y alabaron en su etapa de prosperidad, sus restos se depositaron en una tumba común, muy distante de la de mármol negro que imaginó y sin la inscripción en bronce que había propuesto, tal vez premonitoriamente: «(…) Y aquí la modesta resignación cristiana y filosóficamente recomendada contra la ingrata infidelidad». En cierta medida su vida fue resultado y reflejo de una época pletórica de transgresiones y sordidez.
Pienso en unas palabras de Lino Novás Calvo, insertas en la primera parte de este artículo, cuando le escribía a su amigo Fernández de Castro que «es lícito inventar sobre un personaje que no ha dejado más que dos o tres resquicios por los cuales se ven trazos de un genio pirático». De haber podido investigar sobre este personaje, como lo han hecho Bardem y Barcia casi noventa años después en función de novelista e historiadora, cuántos otros «resquicios» hubieran podido enriquecer su novela pues, aún con los pocos datos de que dispuso, logró un texto espléndido y renovador.
Cierro con esta tercera parte mis consideraciones sobre un personaje real que tuvo acercamientos literarios e históricos mediante obras de gran valía, complementarias entre sí, que han contribuido a que sepamos más, desde la ficción documentada y desde la historia también documentada, sobre esa persona real devenida en personaje ficticio, a medias, que fue Pedro Blanco Fernández de Trava, símbolo y síntesis de uno de los momentos más oscuros de la historia universal del siglo XIX: el del comercio de hombres y mujeres que, sustraídos a la fuerza de su África natal, muchos de ellos príncipes y reyes de sus respectivos dominios, integraron una inmensa lista de cientos de miles de esclavos que, arrastrados por la fuerza y la ambición de los blancos, fueron obligados a la más ignominiosa servidumbre.
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