Vacilé mucho antes de decidirme a escribir sobre Historia mínima de Cuba (Editorial José Martí, 2023), de Oscar Zanetti Lecuona, Premio Nacional de Historia. Como mi universo siempre ha sido el de la literatura, sentía que no iba a pisar terreno firme, pero el modo en que lo concibió y le dio cuerpo definitivo en sus 363 páginas me motivó a hacerlo. Antes de argumentar las razones de mi impulso, debo expresar a quienes me lean acerca de por qué se origina esta obra.
La primera edición de Historia mínima de Cuba se debió, en el año 2013, a El Colegio de México, con el propósito de, según se explica en la nota del autor que antecede a la esta edición cubana, contribuir a la serie editorial de ese nombre, iniciativa de dicho centro de altos estudios, de modo que responde a un proyecto ya preconcebido al que debió ajustarse el escritor. Por sus propósitos se dedica a un público extranjero y entre sus fines persigue «ofrecer un panorama general sobre un tema determinado que permita al lector adentrarse en asuntos que despierten su interés, objetivo al cual se atiene este libro». Son, pues, textos resumidos, lo cual supone «un serio desafío a sus autores, ya que han de plasmar en una rama coherente y bien documentada los componentes esenciales de un proceso histórico». Ante tal exigencia Zanetti, quien acumula una vasta experiencia en temas relacionados con el acontecer nacional, sobre todo en la rama de la economía azucarera, debió «renunciar a múltiples detalles […] para conseguir un relato histórico breve pero sustancioso, que debe además expresarse en un lenguaje sencillo y atractivo, accesible al lector no especializado». Prescindir de notas y referencias y desistir del empleo de citas son otras de las características que acompañan a este modelo de obra, lo cual es un reto para todo profesional de cualquier disciplina, incluso aquellas más alejadas de las llamadas ciencias humanísticas. Asimismo la obra estaba obligada a llegar, cronológicamente hasta sucesos ocurridos a principios del siglo XXI, pero como esta edición cubana sobrepasó en diez años a la príncipe, Zanetti se vio precisado a asumir un riesgo que todo historiador de cualquier disciplina teme, por su alto riesgo al momento de valorar sin que medie un lapso de maduración suficiente: llegar a años más o menos cercanos al objeto de estudio, contingencia vencida. Como advierte en sus palabras iníciales, quien lo lea en esta edición cubana, si es un lector informado, algunas cuestiones podrán parecerles «superfluas, a la vez que quizás considere insuficiente el análisis de otras cuestiones». De modo que se trataba de brindar un conocimiento mínimo, básico y panorámico, pero nunca elemental, encaminado a un público heterogéneo esencialmente extranjero y lograr despertar su interés. Por estas razones bien precisadas en el plan que da cuerpo a esa propuesta mexicana, el libro debía cumplir con el propósito esencial de historiar, pero además de comunicar de manera efectiva y convincente, en tanto la editorial cubana que lo dio a la luz asumió el proyecto con todos los rasgos que lo definieron en sus propósitos, pues estuvo consciente de que es un tipo de obra que los lectores siempre agradecen.
Diez segmentos estructuran Historia mínima de Cuba: «Naturaleza y población originaria», «Conquista y colonización», «La sociedad criolla», «La plantación económica y la sociedad», «Avatares de la gestación nacional», «El camino de la independencia», «Una república tutelada», «Facetas de la crisis republicana», «La Revolución» y «La experiencia socialista», que posee la novedad de abordar asuntos como «La institucionalización», « Desarrollo planificado y procesos socioculturales», «Política exterior; internacionalismo», «Rectificación», «El período especial» y «Tiempo de cambios». Cierra el volumen la imprescindible «Nota bibliográfica». En cada uno se esbozan y articulan las problemáticas históricas esenciales de cada período. Pero lo que me atrae de la obra, y es por eso que decidí referirme a ella en este comentario, es porque el autor integra a cada uno de estos diez segmentos alusiones muy puntuales sobre aspectos culturales de la más variada naturaleza: musicales en sus variantes, o sea, sobre la mal llamadas música culta y la popular, literarios (ficción, y ensayos fundamentalmente), considerando también las publicaciones periódicas con estos rasgos, sobre las hoy llamadas artes visuales, con énfasis en la pintura, y, por supuesto, los aportes de carácter histórico, entre otros. Ni siquiera nuestros aborígenes quedan fuera de su mirada escrutadora y de ellos nos refiere, además de sus artes manuales, sus aportes lingüísticos. Más adelante en el tiempo nos encontramos con nombres y autores emblemáticos, como Silvestre de Balboa, autor de nuestro primer poema épico Espejo de paciencia (1608), o de la pieza teatral El príncipe jardinero o fingido Cloridano (¿1730-1733?), atribuida hasta hace poco tiempo al habanero Santiago Pita, información que parece no ser cierta, según investigaciones debidas al Dr. Leonardo Sarría. El Papel Periódico de la Havana (1790-1864), pero con diferentes nombres a lo largo de los años, tiene cabida, así como, saltando el tiempo, Félix Varela y su periódico El Habanero (1824-1825; 1825-1826), los románticos José María Heredia, José Jacinto Milanés, Gertrudis Gómez de Avellaneda, el nativista José Fornaris, el siboyenista Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), el modernista Julián del Casal. Los narradores Cirilo Villaverde y su emblemática Cecilia Valdés; o la loma del Ángel, Ramón Meza con su representativa novela Mi tío el empleado (1887) y más tarde Don Aniceto el tendero (1889) — no Don Salustiano…—, gazapo que se disculpa. Más cercano en el tiempo Carlos Loveira, Miguel de Carrión, José Antonio Ramos, el Grupo Minorista, a la cabeza del cual estuvo el poeta Rubén Martínez Villena y lo que el conjunto de sus integrantes —Marinello, Carpentier, Mañach, entre otros— significaron en pro de una literatura de vanguardia y por su acercamiento a lo mejor del universo político internacional de aquellos años. La Revista de Avance (1827-1930), principal órgano de esa vanguardia, también tiene presencia, así como la obra narrativa del propio Carpentier, de Onelio Jorge Cardoso, de Félix Pita Rodríguez, entre otros muchos nombres. Los integrantes de Orígenes, con José Lezama Lima a la cabeza, tienen mención, por demás ineludible.
Surcando los años posteriores al triunfo revolucionario están presentes las fundaciones del Icaic, de la Casa de las Américas, de la Uneac, del semanario Lunes de Revolución (1959-1961) y la Imprenta Nacional de Cuba, así como hechos tan trascendentes en el orden cultural como la Campaña de Alfabetización. No se le escapan los nombres de José Soler Puig, Lisandro Otero, Guillermo Cabrera Infante, Virgilio Piñera… Pero Zanetti no olvida los años difíciles para la cultura, aquellos que desde finales de la década del 60 afectaron el proceso artístico, como el caso Padilla y la exclusión de la vida cultural del país de figuras clave de nuestra vida cultural, además de los desaciertos emanados del Primer Congreso de Educación y Cultura. El Ministerio de Cultura creado en 1976 fue el inicio de «una trascendental etapa de cambios», para decirlo con sus propias palabras. Pero Zanetti no se detiene y nos encontramos con figuras tan actuantes como las de Senel Paz, por solo poner un ejemplo.
Una observación que destaco: la manera en que Oscar Zanetti enhebra en esta larga etapa de la vida y el accionar cubanos desde el siglo XVI hasta el presente, desde los aborígenes hasta el hoy, el proceso de gestación de nuestra identidad, que no es estudiada a profundidad, pero sí mencionada como un eslabón fundamental para lograr la afirmación de la nación cubana hasta nuestros días.
Su efectiva manera de articular lo histórico con lo cultural le conceden a Historia mínima de Cuba una relevancia que no sospechaba cuando comencé a leerlo. A lo que sumo el modo de su escritura: correcta, sin afeites, sin asomos de pedantería. Todo muy bien concebido para el lector extranjero, pero que los cubanos debemos igualmente agradecer, así como a la Editorial José Martí, por acogerlo, que no es ni bosquejo ni esquema, sino historia de Cuba y hasta, si se quiere, aunque en una dimensión menor, pero nunca insuficiente, una historia cultural de Cuba.
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Tomado de UNEAC
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