1
He visto un libro de poesía y he decidido. He visto muchos. No siempre de poesía pero lo he visto —¿leído sería la palabra?— ¿Sopor de los días? ¿Spleen? ¿Tedio? ¿O la consabida saudade? Una forma de no hacer. Un pretexto. Distracción alguna. Ocio. Preferencias nocivas. «Muy nocivas», es lo que me dicen.
¿Hacer un acto de mi destino, más o menos como diría Jorge Luis Borges, y conjurar algo? O mejor: cometer líneas de fugas o de expansión ante irradiaciones que podrían estar, y de hecho no hay dudas que se encuentran, contenidas. ¿Dónde? Me refiero a uno de los libros de un autor nacido hacia 1974. ¿Su nombre? Geovannys Manso, dador de un libro, entre los tantos y tantos por él conformados (…) helo aquí: Los leves sobresaltos. A saber: pues un largo viaje a España nos lo devuelve merecedor, justo en el 2015, del XXXV Premio de poesía Juan Ramón Jiménez, noticia, hasta donde sabemos, en predios como el nuestro silenciada. Secreto tan bien guardado habría que preguntarse: ¿Para qué?
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Cuatro son las secciones en las que el poeta cohesiona, o busca que cohabiten, muchos de sus temas: Vísceras I, Los leves sobresaltos, Vísceras II y Las vísceras sangrantes. Pero antes, con una cita de Roland Barthes, espera que lo acompañemos: «La escritura es un goce seco, ascético, nada efusivo». ¿Se apropia Manso de Barthes para dejar sentado que estamos ante una especie de poética? Pienso que nos previene, nos hace sentir (Geovannys) cuál es su actitud, Barthes mediante, ante la escritura… en todo caso, —es lo que parece pretender el poeta en este caso— vacía de hedonismo. Pero véase que aun así se trata de un goce. Si el libro de tal modo fue concebido, entonces la lectura así debería ser asumida. Escritura, goce seco —pero, cuidado, goce al fin—, ascético y, por demás, nada efusivo. Todo un conglomerado en (para) la elaboración ¿de un constructo? ¿El libro lo es? ¿Tal lo que ambiciona el poeta? No dudo que estemos por atender la Roland ajena al contexto del que fuera entresacada (¿Mitologías? Es posible). Barthes ha sido recontextualizado. Por tanto hay que volver al autor de El grado cero de la escritura nuevamente. Hay que leer a Manso de algún modo. Hay que leer.
3
Libro este, podría decirse, atravesado en ocasiones por la figura del padre y de la madre. De centrarme en la segunda diría que, a diferencia de Aventuras sigilosas, donde en Lezama no llegamos a alcanzar nunca los «hasta dónde» de ese exasperante llamado del deseoso. Ese espesamiento del grito de Munch, esa mueca, ese alarido desde el centro de todo y en medio de la nada. En Munch puede —como ya se ha dicho— que sea el horror; en Lezama quizá por falta de gravitación genuina, e irremplazable, de la madre. En todo caso vacío. Yo, que no se decirlo, ya es tiempo:
Deseoso es dejar de ver a su madre.
Es la ausencia del sucedido en un día que se prolonga
Y es a la noche que esa ausencia se va ahondando como un cuchillo.[i]
Prueba que con instrumentos solamente tomados de Freud no lograríamos allanar el camino hacia ese algo más que deberíamos comprender. Demasiado potable el texto de Lezama, y así de inigualable. Se reflexiona sobre él, los estudios no terminan. Y se mueren y nacen y se mueren… sus estudiantes. Necesitaríamos, si se quiere, un punto más. ¿Cuál? No lo sabemos. Y es una suerte: umbral y confín de muchos —por no decir de casi todos— los misterios.
En Manso la madre no es ausencia, por tanto no aparece menos desdibujada. Creo estimar en ella su cariz protector, arrullo, su cobijo. Una vez más si presume nombrar.
Camisas recién zurcidas
Una vez más mi madre zurce la camisa
Que abrigará mi cuerpo
(…)
Una camisa zurcida por mi madre
Que puede ser un talismán.
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Digamos pues que las letras hispanas guardan para sí dos textos en su haber, paradigmáticos, me gustaría añadir: Coplas a la Muerte de mi Padre el Maestre de Santiago, de Jorge Manrique por un lado, y el Llamado del deseoso de José Lezama Lima, como ya habíamos dicho, por el otro. Allá la pérdida del padre, la de la madre aquí. Y en ambos la soledad del hijo. Preocupación común el tema de la muerte en la Europa de Manrique, según nos hace saber María Zambrano, en algún instante de su libro Pensamiento y poesía en la vida española.
Y esto hace que nos acerquemos, someramente, aunque sea, a la figura del padre, en el caso de Geovannys, sin dudas, con pretensiones quien niega que menos abarcadoras. Y aunque él no lo diga claramente, presumimos la pérdida, el guía, la falta de sabiduría en momentos claves de la vida. Alejado por otra parte de ese tour de forcé presente en ¿Kafka, Eros Alesi, Karamazov? Evoca Manso:
Menos hombre que mi padre
No quiero poseer el tedio de la noche sino los altos estratos del aire. Soy menos hombre que mi padre sin embargo percibo la diferencia entre torpeza y aullido. No pretendo hilvanar aquel tiempo innoble en que el escriba buscaba naufragar o ser más dios que ulises suponer que en el horizonte una tangente agrede nuestro adiós. Sordos son los amaneceres donde un domingo no es paz / sino grito y aviento el arroz preñado de semillas. Intuyo presagios insalubres en cualquier umbral o en el más abyecto de los días. Soy menos hombre que mi padre menos traición que esta derrota.
¿Cuál traición? ¿La de no poder seguir sus pasos en vida? ¿Cuál derrota? ¿La de sentirse impotente ante la muerte de un ser querido? En ocasiones son las fotos envejecidas las que nos quedan a fin de poderlo evocar. Lo afirma Manso al final del libro por mediación de José Kozer con el propósito de desplegar un abanico nada despreciable de lecturas: Las cosas mueren y ése es su fulgor.
Memorias del humo
Memoria de mi infancia: país esquivo
adiós de mi padre abuelo-adiós y tíos y parientes
familia que respira
porque respira el humo en los ingenios.
Padre, trabajador azucarero, familia azucarera, campesinos diría. Y luego:
Qué hacer
sino reescribir los contornos de una isla
que ha visto caer sus estatuas de humo
sus plazas de humo
sobre los ojos de mi padre.
Cobra particular interés desde mi apreciación el poema «Esta verdad que nos acompaña» (pág. 21):
A Dylan Humberto…
Han dicho síndrome fenotipo proporción diagnóstico conducta expresión estado regresión lenguaje examen rol silencio levedad rutina electroencefalograma cambio distanciamiento soledad camino fase coeficiente de inteligencia raport tardío epilepsia audiometría ahora siempre mañana tal vez duda inseguridad tratamiento ecolalia pronóstico ansiedad; autismo han dicho autismo han repetido su hijo han sentenciado.
En aras de salvar distancias, he creído ver en ello, en la utilización de recursos como el de las enumeraciones caóticas —me refiero en la construcción del poema— la huella de Eliseo Diego del poema «Tesoros»[ii] y, en Diego, el mismo tino de Jacques Prévert. Me explico algo. En un panorama de la literatura francesa organizado por Gaëtan Picón[iii] nos encontramos con la manera de asumir la poesía de Jacques Prévert. Luego de citar un poema del autor de Paroles, Gaëtan nos dice:[iv] «Prévert no utiliza la metáfora tradicional. Para descubrirnos el mundo enumera, nos presenta sucesivamente los objetos, formula inventarios». Y más adelante:
Asimismo aproxima los que no han sido aproximados, une y divide según leyes nuevas, pero sus metáforas son metáforas de sucesión, no de coincidencia (…) La transfiguración interviene en la imagen aislada, cuya realidad aparente no se altera, sino en el desfile de las imágenes —el acto poético se confunde aquí con la ubicuidad de la mirada, poder incondicional que le ha sido dado, la poesía está en marcha— en el acto de ir de una imagen a otra y a menudo el poema es un montaje, un corte cinematográfico. Es el mundo ordinario pero arrastrado por un movimiento transfigurador.
Considero que la aseveración de Gaëtan Picón pueda que alumbre también aristas determinadas del texto de Eliseo. Originalmente un verso resumía el final de «Tesoros». Según el autor de El oscuro esplendor, fue Cintio Vitier, ya para entonces mucho mejor imbuido en la poesía francesa, quien le recomendara no utilizarlo.
Si me he desviado un tanto hasta acá es para refrendar que no siempre la poesía del autor de Los leves sobresaltos explora tales territorios que, como hemos visto, presumirían un carácter formal y, esto, por decirlo de manera alguna. Manso privilegia el qué y no el cómo. Divina es la intuición, algo que todos sabemos, pero no lo es todo. La poética, ya que la mencionábamos al principio, implica un sistema y estos suelen ser integradores, desplazan, o más bien amplían, estratégicamente, y siempre que nos lo propongamos, otros dispositivos de lecturas.
Es lo que se supone en nuestro medio, comunicación. El cómo es lo que se supone en una realidad como la nuestra, y para muchos, la herejía de explorar. O peor: ¿Experimentar? Ay, Dios mío, pero si eso ya lo hicieron las vanguardias. Para mí explorar nuevas búsquedas de expresión pueden ser —o adelantar— otros indicadores y / o posibilidades de encontrar a lo sumo un lector otro. ¿Verbigracia? Tender buttons de Gertrude Stein en 1914, justamente.
Podríamos decir casi, o de igual forma, que nada es más eficaz que cierta poesía. Devoción hacia sus referentes el libro no los encubre, que van —que pueden ir— de Virginia Woolf a Piñera, Eliot, Baquero, Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, nuestro José Martí, Fidelio Ponce, et al para no hacer tan agotadora la mención. Nombres tan augustos a los que prefiere ¿homenajear? Nombres tan augustos con los que prefiere, eso sí, dialogar.
En Los leves sobresaltos se nos ofrece por otra parte atisbos postestimoniales. Esa categoría que, como ya sabemos, devenida de los estudios culturales, útil a mi modo de ver, casi siempre, desde su aparición. Polémica, como casi todo en un principio. Es lo que encuentro. Basta que nos acerquemos a «Caracas /Atardecer» y tener que sentir perplejidad durante un paseo al encontrarnos con alguien asesinado de balas en plena calle.
O ese otro poema llamado «Caracas /Límpida mañana de noviembre». Si desde el principio, en el poema «Caracas /atardecer», se anuncia: «He visto el muerto / ojos abiertos —deformes— asimilan un azul carbonizados / dos huecos ilícitos invaden / su tórax y su abdomen (…)», en Caracas / Límpida mañana… su final no puede ser más, o tan estremecedor, al saber que en algún otro momento es posible encontrarse de manera inesperada con la idea cierta de que al final, sobresaturado ya de tanta realidad, pueda que nos espere alguna iluminación, sí, pero a través de un grafiti: «Mi amor: La libertad es fiebre…».
Qué decir, si mientras busco, es porque releo y más, hallo entre mis preferidos uno que no demoraría en anunciar: «Última carta de Walter Benjamin» comentario que me ahorro, en virtud de no hacer más tedioso este trabajo. Así como el poema «ensayo» «Nada es más eficaz que esta pobreza», donde se dice y piensa, en tanto se lee un libro de Reina María Rodríguez: Te daré de comer como a los pájaros.
5
Dejo para el final casi, determinados deslices, en tanto creía ya sentirme cómodo con su lectura.
Al menos yo no escribiría nunca el nombre de Ulises (pág.17) con minúscula. Me gustaría atribuir el anterior comentario a una errata.
La hermana es fría y yace en Puerto Rico
isla como Cuba.
Es difícil suponer que tengamos algo que defender en aclaración tan vana: «Puerto Rico / isla como como Cuba». Y uno: o es el Mediterráneo o no sabíamos que habíamos descubierto a estas alturas la presencia de hielo en ambos polos de la tierra.
payaso que no hará reír
ni al más triste de los niños.
Pobre literariamente, si se quiere. Y algunas sinalefas. Véase sino «Réquiem por Heberto Padilla». He visto otros.
«—Como Heredia— pediste volver desenlazar muros y oquedades que esgrimían cierta bruma volver a un país con tu miopía al hombro y algunos versos inéditos ahora yaces cerca del padre Félix Varela quien conoció lo inhóspito y el hambre.»[v]
¿Qué Heberto Padilla yace lejos, enterrado al lado del padre Félix Varela? Hasta donde sabemos Heberto yace todavía allá, y Félix —ese del que todos ya sabemos que nos enseñó a pensar— en el Aula Magna de la Universidad de la Habana. No hay por qué entender una metáfora. De ser así he aquí el peligro entonces de las llamadas imágenes verificables, esas de las que nada sabemos porque de ellas nunca nadie habla. Requieren como todo recurso poético estudio en primer lugar, y luego su dominio. Manso podría, como Lezama Lima, justificarse: soy descuidado pero no negligente. Porque estos que ya menciono son, a no dudarlo, ripios. Oh my god, pero estas cosas, como diría el Martí nuestro, que te las diga un crítico, yo soy tu amigo.
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Porque no es a la felicidad instantánea, perenne o huidiza a la que canta Geovannys. Surte en muchos poemas, por no decir en casi todos, el dolor, fugaz la vida, el mundo en el que no elegimos vivir, vida que no elegimos, mundo por otros edificado, y he aquí entonces el deísmo, la paz —interior me gustaría pensar— que no hemos conseguido. Lo dijo mejor alguien: La paz aun no ganada.
Por lo demás no habríamos de olvidar la versatilidad con que el poeta en ocasiones suele moverse. Un género hoy. Otro puede que mañana. Ensayos, novela, poesía.
Entender la literatura, al menos por una vez, como lo habría hecho, y de hecho hace, Geovanny Manso: desde mi precario punto de vista, esto es.
[i] José Lezama Lima. «Llamado del deseoso» Poesía Completa Editorial Letras Cubanas. La Habana, Cuba, 1985, pág. 102
[ii] Cito más delante de manera íntegra el texto de Eliseo Diego tomado de su Obra poética, Ediciones UNION en coedición con la Editorial Letras Cubanas, La Habana 2001.
[iii] Gaëtan Picón, Panorama de la literatura francesa actual. Ediciones Guadarrama, S. L. Madrid, 1958. Pág.176
[iv] El poema en cuestión:
Una piedra
dos casas
tres ruinas
cuatro enterradores
un jardín
flores
un funeral
Eliseo Diego:
«Tesoros»
Un laúd, un bastón
unas monedas,
un ánfora, un abrigo,
una espada, un baúl,
unas hebillas,
un caracol, un lienzo
una pelota.
[v] «Réquiem por Heberto Padilla» pág. 65. Los leves sobresaltos.
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