Antonio Tabucchi, especialmente reconocido sobre todo por sus análisis sobre la personalidad y la obra del escritor y traductor portugués Fernando Pessoa, enseñó Lengua y Literatura Portuguesa en la Universidad italiana de Siena. Con la idea de aproximarse más a algunos autores que de alguna manera le habían dejado huella por sus lecturas en la bien dotada biblioteca familiar, realizó varios viajes a Europa. En uno de ellos, encontró tirado en un banco de la estación de trenes de Lyon, la traducción francesa de Pierre Hourcade de un poema titulado «Tabacaria» firmado por un tal Álvaro de Campos, que resultó ser uno de los hetérónimos del portugués Fernando Pessoa. De ese hallazgo sale la intuición del italiano que había encontrado el tema para los próximos veinte años de su vida y el preciado material para la obra que contribuiría en buena medida a la celebridad de Tabucchi: Un baúl lleno de gente: Escritos sobre Pessoa. Desde entonces no se ha dejado de publicar y traducir todo lo que va saliendo del baúl donde el poeta portugués guardaba gran parte de su obra. Un baúl con más de 25 000 fragmentos que dio cuenta, tras la muerte de su autor, de que aquel increíble hato de facsímiles manuscritos atados con una cuerda y suscritos con firmas distintas de fantasmagóricas existencias sobrepasando cualquier certeza, cualquier interpretación y cualquier punto final: Alberto Caeiro, Alexander Search, Álvaro de Campos, Bernardo Soares, Ricardo Reis, se alternaban para albergar la identidad de uno de los mejores legados de la literatura universal y esconder a un gigante llamado Fernando Pessoa, conocido únicamente hasta entonces como traductor comercial de cartas para distintas empresas de Lisboa y, sí, también, como poeta y autor de ensayos en revistas de escasa difusión. (Véase la crónica de ABC, 17/12/2002). Pero sobre todo para plantear un reto enorme a cualquiera que le tradujera. Allí había poesía con y sin rima, poemas en un inglés que intentaba ser como el de Shakespeare y del teatro isabelino, entonces tampoco era el más moderno. Tenía poemas en francés muy plásticos reveladores de un gran lector del simbolismo galo y de su música, así que el traductor había de intentar asimismo mantener esa plasticidad de música y poemas. Para colmo, hacía referencia a hechos políticos necesarios de contextualizar. ¡Vaya empeño! Tabucchi decidió aprender portugués y hacerse especialista y profesor de esa lengua para asumir a Pessoa. Terminó enterrado en su mismo cementerio de Lisboa… El «caso Pessoa» explotó a la opinión pública en la década de 1940 en Portugal, veinte años más tarde en toda Europa y poco tiempo después en todo el mundo: «soy la prosa que escribo», decía. Era un total fingidor. Llegaba a fingír el dolor que de verdad sentía. Cito a Tabucchi:
La diversidad de las lenguas, lejos de ser un castigo como supone el mito de «la torre de Babel», está presente para que podamos vivir la experiencia de lo extranjero. Es necesario recuperar la felicidad del traductor en el desafío que entraña toda traducción (…) Me fascinó el hecho de que el lusitano usara una forma novelesca para escribir poesía con una modernidad dramatúrgica tan evidente. Lograba componer tragedias y novelas con su poesía. Hacer eso es sumamente difícil. La obra de Pessoa es el equivalente de La comedia humana en poesía (…) En mi juventud, continúa narrando Tabucchi, cuando regresé a Italia después de haber leído por primera vez a Pessoa, descubrí que se enseñaba portugués en mi departamento de la universidad. Pensé: ¡Qué bella oportunidad de aprender el idioma de ese poeta extraordinario! El portugués es un idioma que aprendí adulto. Si hoy soy bilingüe, mi bilingüismo no es natural. En realidad soy «alóglota», como dicen los lingüistas. Es como bautizarse adulto en otra religión. Por lo tanto no soy la misma persona cuando escribo en italiano o en portugués. Un día me desperté en París y me di cuenta de que acababa de pasar las últimas noches soñando en portugués. Yo pienso que cuando uno empieza a soñar en otro idioma, ese idioma le pertenece de manera muy profunda. Pertenece a su alma. Ese idioma ya dejó de ser un simple instrumento de comunicación. Escribí fragmentos de conversaciones que escuché en mis sueños. Y después, seguí escribiendo en el mismo idioma. Me pareció natural. Un idioma es también un modo de ser. Es un contexto distinto, un mundo cultural, una historia diferente. El que escribe en portugués es por lo tanto mi alter ego, soy yo, pero también otra persona. Uno se enfrenta con la alteridad, con el hecho de que somos plurales, cuando escribe en otro idioma. Intento hacer traducciones que calificaría de «traducciones de servicio». Me pongo al servicio del poeta. Para mí traducir poesía es un ejercicio de imitación más que de recreación. Traducir poetas es entregarse a intentos amorosos. Jugar con el lenguaje hasta los intentos más desconcertantes es uno de los obstáculos que Pessoa dejó también en herencia a sus traductores. Rompe concordancias, crea frases ambiguas a sabiendas… pese a su complejidad, sigue siendo uno de los grandes. Algo de eso intuyó al escribir: Tal vez un día comprendan que cumplí, como nadie, mi deber nato de intérprete de una parte de nuestro siglo.
Paso entonces a mi segundo protagonista:
La primera traducción que realizó una de las más sobresalientes personalidades de nuestras letras antillanas —el poeta, narrador, ensayista, crítico y traductor Cintio Vitier— de las Iluminaciones de Arthur Rimbaud, escritas entre 1873 y 1875, y publicadas en 1886, se dio a la estampa en número 55 de la revista cubana Orígenes (1944-1956), correspondiente al año 1954.1 Posteriormente, ese texto fue llevado a libro con un prólogo del propio traductor titulado «Imagen de Rimbaud». En una entrevista que concedió en octubre de 2005, publicada años más tarde en Cubadebate, Cintio no solo reconocía la dificultad de la traducción de las Iluminaciones, sino la profunda admiración que sentía por el poeta galo: «Nadie sabe francés lo suficiente para traducir a Rimbaud. Fue este un atrevimiento mío enorme. Este es el libro más importante que he publicado en mi vida» (Vitier 2009). Cintio realizó también otros trabajos de traducción: El primer fragmento del Narciso de Paul Valéry, el artículo «El retrato de Julio Supervielle» de Georges Schehadé (1955), o la obra teatral El canje de Paul Claudel, y elaboró algunos artículos de teoría poética apoyándose en las ideas de los poetas franceses. Reconocía la relevancia de Rimbaud en la poesía del XX. Como hiciera Tabucchi con Pessoa, Vitier religió al poeta francés a la hora de abordar un estudio más amplio. El elitismo, el hermetismo, lo mágico y oscuro, el misterio, la imagen que penetra en la naturaleza y logra reemplazarla, las metáforas nocturnas y estáticas o la importancia de lo onírico fueron rasgos poéticos que lo inclinaron a la poética de Rimbaud y a la escuela simbolista. El libro está compuesto, íntegramente por poemas constituidos por imágenes visuales y abstractas; ni descriptivos ni narrativos, sino simbolistas y en prosa salvo dos casos que están escritos en verso libre y que, al parecer, son los primeros ejemplos de este tipo de métrica en la literatura francesa. El simbolismo, que pretende que todo aspire a la musicalidad en definitiva da «un valor abstracto al lenguaje como lo hace la música». Así, pues, tanto para los poemas en prosa como para los poemas en verso libre, la traducción es muy literal y su ritmo, que es fundamentalmente conceptual, es respetado naturalmente por la traducción, sin que sea necesario ningún tipo de violencia sintáctica o métrica. De hecho, las distintas traducciones españolas de las Iluminaciones no coinciden en el orden de aparición de los poemas. Hay que partir de la falta de estructuración del texto, puesto que ni siquiera sabemos si Rimbaud había compuesto una obra unitaria con estos poemas o fueron otros los que recogieron sus poemas y compusieron la obra que ahora leemos en Vitier. Se supone que un traductor no debe organizar los poemas, ni establecer relaciones lógicas donde no las hay; o pretender dar coherencia a ideas, objetos o personajes que aparecen inconexos en el original. Tampoco hilar párrafos o frases que no guarden relación en el texto madre, aunque con ello se busque conducir al lector o ayudarle en su lectura. La traducción de Vitier es, en general, fluida, sin violencias, y conserva la sintaxis latina, concisa y apretada del original, antepone el lenguaje poético al coloquial, lo ennoblece. Respeta las visiones oníricas y la propia ilogicidad del poema, no añade adverbios para dar una secuencia lógica a frases sueltas. Por ejemplo, en el poema «Cuento», Vitier traduce: «Una tarde, galopaba fieramente. Un genio apareció, de una belleza inefable, incluso inconfesable» (Rimbaud 1961: 39). El traductor respeta también las ráfagas de invectivas incontroladas de Rimbaud y la puntuación del original. Con ese propósito añade muy pocos signos de puntuación sobre todo para no dar a la traducción una estructura de la que carece el original: «Se divirtió en degollar las bestias de lujo. Hizo llamear los palacios. Se arrojaba sobre las gentes y las destrozaba. La multitud, los techos de oro, las bellas bestias existían aún» («Cuento», Rimbaud 1961: 39). En cierto sentido, como tuvo que hacer el traductor precedente con Pessoa, acá la fidelidad a Rimbaud se advierte tanto con las imágenes como con su significado profundo. Lo que el poeta ve, lo ve como imágenes, apariciones o alucinaciones (infernales y clandestinas) relacionadas con la locura patológica. El estrecho vínculo entre el traductor y el traducido se manifiesta muy especialmente en esta forma de tratar la imagen, no en el sentido imaginativo sino en el de visión poética real y exterior al sujeto. Consecuentemente, la poesía entendida como revelación y destino, la idea del poeta ligado a una concepción sagrada de la existencia y la consideración de que la poesía podía cambiar la vida incitan al traductor a trasponer de manera fiel el texto del francés e identificarlo con lo traducido.
Notas:
1. Para los textos traducidos del poema «Cuento» y como fuente informativa general para mis comentarios sobre Vitier como traductor me he servido de lluminaciones de Arthur Rimbaud (Traducción de Cintio Vitier, Ediciones La Tertulia, La Habana, 1961). Y para los estudios sobre Cintio, del Centro Virtual Cervantes.
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